Esos aparatos hegemónicos de “consentimiento y control ideológico” que
no pudieron ser removidos por los gobiernos democráticos que se instalaron en
América Latina en los últimos 15 años,
hoy vuelven por sus fueros.
Sergio Rodríguez Gelfenstein / Especial para Con Nuestra
América
Desde Caracas,
Venezuela
Comienzo a escribir este artículo pocas horas después de la detención
del ex presidente brasileño Luis Ignacio Lula Da Silva cuando no hay ninguna
prueba de que él, o la presidenta Dilma Rouseff estén relacionados con delito
alguno. Pero, eso no importa para los poderes fácticos de Brasil que después de
haber perdido por cuarta vez las elecciones, recurren –tal como están haciendo
los sectores más conservadores de la sociedad en otros países de América
Latina- a la mentira, la calumnia, los falsos testimonios sin importar cual vía
utilizar para regresar al gobierno.
Los grandes medios de comunicación de Brasil, de la región y del mundo
se apresuraron a transmitir la noticia del expresidente detenido por la policía
federal, un órgano –que junto al Poder Judicial que emitió la orden de captura-
tiene paupérrimos niveles de reconocimiento y reputación en su país. Lula fue
detenido por “conducción coercitiva”, una figura que señala una alta
peligrosidad y la posibilidad de una fuga del prisionero. Por supuesto, todo
estaba coordinado con la prensa para quien era importante mostrar al ex
presidente como un sujeto pendenciero que necesitaba estar rodeado de policías
en uniforme de combate mientras era llevado a la justicia. La imagen dio la
vuelta al mundo, sin embargo, poco informaron cuando tres horas después, Lula
regresó a su hogar sin ningún tipo de cargo. El mal ya estaba hecho,
necesitaban mostrarlo como un delincuente potencial y seguramente, en alguna
medida, lo lograron. Ahora se aferrarán a su cuello como alimañas sedientas de
sangre y deseos de venganza hasta verlo humillado en su condición humana,
destruido en su capacidad de liderazgo y caído en sus posibilidades de regresar
a la presidencia tal como lo anunció hace pocas semanas. Finalmente, ese es el
objetivo que quieren impedir, les da temor enfrentarse a él en el propio
terreno que inventaron y que dicen defender: el de la democracia.
Confieso que no era éste el tema sobre el que quería escribir esta
semana, pero es inevitable no dejar pasar por alto este nuevo paso de las
fuerzas de la derecha latinoamericana, (hoy auto denominadas “de cambio”) para
retrotraer la historia, como si esto pudiera ser posible.
Sin embargo, el desarrollo de los acontecimientos recientes en la región me llevan a recordar algunos elementos referidos a una
investigación en curso en la que intento mostrar la necesidad de observar y
construir una realidad al margen de los conceptos estereotipados y de los
mitos, leyendas y fábulas creadas a través del tiempo para fijar opiniones
desde el poder, utilizando viejas fórmulas establecidas a partir de una visión
totalizante y universalizada por la práctica de períodos muy largos y
abarcadores de la historia, en los que se han instalado puntos de vista,
parámetros de investigación y paradigmas que responden a una idea hegemónica
respecto del desarrollo de una historia concebida desde la imposición, (casi
siempre por la fuerza) de modelos de economía y sociedad, establecidos sobre la
base de una larga tradición que se sustenta en principios, costumbres y en la
cultura de poderes reales o fácticos incubados en las centros de dominio
global.
En este sentido, hablar de hegemonía tiene que ver con el aparato que la
soporta, el cual es completado por la estructura ideológica de dominación
clase. Esto nos lleva a recordar la opinión de Christine Buci-Glucksmann cuando
planteó que: “El aparato de hegemonía califica y precisa el concepto de
hegemonía, entendido como hegemonía política y cultural de las clases
dominantes. Conjunto complejo de instituciones, de ideologías, de prácticas y
de agentes (entre los que contamos a los “intelectuales”), el aparato de
hegemonía no encuentra su unificación, sino en una expansión de clase. Una
hegemonía no unifica solamente como aparato, por referencia a la clase que se
constituye en y por la mediación de múltiples subsistemas: aparato escolar (de
la escuela a la universidad), aparato cultural (de los museos a las
bibliotecas), organización de la información, del marco de vida, del urbanismo,
sin olvidar el peso específico de aquellos aparatos eventualmente heredados de
un modo de producción anterior (del tipo Iglesia y sus intelectuales)”.
Desde este punto de vista, es importante hacer énfasis en el rol que
juega el Estado en la imposición de un “consenso” alcanzado a través de la
coerción física (o de la amenaza de su utilización), para lo cual el aparato
ideológico juega un rol relevante en la creación de “ideas consensuadas” a
través de la educación, la justicia, los medios de comunicación, la cultura y
el entretenimiento Así, se fijan opiniones que no necesariamente coinciden con
la realidad, pero que habilitan la integración de creencias, valores,
tradiciones culturales y mitos que funcionan en la masa con el objetivo de
perpetuar el orden existente a través de la creación de una idea única y
universal. Según Carl Boggs es necesario conocer “las sutiles, pero penetrantes
formas de control ideológico y de la manipulación que servían para perpetuar
todas las estructuras represivas” Por ello se hace importante diferenciar dos tipos fundamentales de control político,
los de “dominación” (coerción física directa) de los de la “hegemonía” o
“dirección” que supone consentimiento y
control ideológico.
Esos aparatos hegemónicos de “consentimiento y control ideológico” que
no pudieron ser removidos por los gobiernos democráticos que se instalaron en
América Latina en los últimos 15 años,
hoy vuelven por sus fueros. Atacaron brutalmente al presidente Evo Morales para
evitar que pudiera obtener la victoria en un referéndum donde se optaba por una
reforma constitucional que le permitiera ampliar a través de la reelección su
estadía en la máxima magistratura de su país, y hoy repiten la dosis en Brasil.
En Argentina, hace pocos días se anunció con bombos y platillos el
supuesto involucramiento de la ex presidenta Cristina Fernández en la muerte
del fiscal Alberto Nisman. Bajo grandes titulares se informó que el ex agente
de inteligencia Horacio Antonio Stiuso, ex director de Operaciones del Servicio
de Inteligencia del Estado (SIDE), refugiado y protegido por Estados Unidos,
iba a regresar al país y daría información que implicaría a la ex mandataria.
Sin embargo, cuando su abogado Santiago Blanco Bermúdez afirmó que su cliente
no tenía “pruebas directas” que relacionaran la muerte de Nisman con la ex presidenta
y que sólo podía dar a la justicia “…una interpretación de los hechos
precedentes a las confusas
circunstancias que rodearon a la muerte” (de Nisman), la noticia no tuvo mayor
relevancia. Igual que ahora, en el caso de Lula, el daño ya estaba hecho.
Poco a poco, la hegemonía cultural, ideológica y mediática va taladrando
la cabeza de los ciudadanos, hasta construir imaginarios de redención y
“cambio” que vendrían de las propias fuerzas que han marginado y excluido a las
mayorías por doscientos años.
De ahí se deduce que la confrontación hoy es política, es ideológica y
es mediática, suponer que se puede avanzar llegando al gobierno y desde
ahí hacer obra pública que mejore las
condiciones de vida de la población, como forma de transformación estructural
de la sociedad, es solo una quimera. El muy manoseado comandante Ernesto Che
Guevara, visualizó hace más de cinco décadas que el cambio estaba en la
creación de un Hombre Nuevo que actuara en la vida a partir no solo a partir de
estímulos materiales (de consumo diríamos hoy) sino que también –y sobre todo-
desde los estímulos morales y espirituales que entrañaban valores de
solidaridad, comportamiento colectivo y realización en la medida del aporte a
la sociedad. Eso solo puede provenir de niveles de conciencia que surjan de la
creación de un aparato hegemónico político, ideológico y cultural que resista
los embates de la oligarquía conservadora
y sea portador de lo nuevo, sobre todo cuando en la actualidad, solo nos
medimos en términos cuantitativos en elecciones en el marco de sistemas de
democracia representativa que también fueron creados por esa misma oligarquía.
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