Jalar la
cuerda de la paciencia colectiva, someterla día a día a un nuevo atropello,
tentar al soberano corre el riesgo de desbordar a la inmensa mayoría que no le
va quedando nada que perder.
Roberto Utrero Guerra /
Especial para Con Nuestra América
Desde
Mendoza, Argentina
A la
permanente destrucción del entramado productivo de la amplia base social
logrado en todos estos años y que va dejando en su arrollador paso, multitud de
desempleados, desclasados en toda la geografía nacional, la sociedad argentina
tiene que soportar otro golpe más duro y más profundo, el mazazo del 2x1
aprobado por la Suprema Corte de Justicia, destruyendo todo lo logrado en estos
33 años de recuperada democracia. Esto posibilita a los condenados reclusos por
delitos de lesa humanidad acogerse a ese beneficio, beneficio que ya ha
movilizado a los abogados de varios de esos seres abominables para solicitarlo.
Habida cuenta como esgrimen, se trata de personas mayores que deberían tener un
trato humanitario. Justamente ellos, que ejercieron la violencia más despiadada
que se pudo ejercer desde ese Estado macabro que supieron construir.
Ha sido un
camino tortuoso y colmado de obstáculos, conforme la presión ejercida por los
genocidas todos estos años que, agazapados desde sus guaridas, seguían
ejerciendo su omnímodo poder amparados por todos aquellos que fueron
beneficiados con su rapiña genocida. Sin embargo, esta vez pudo avanzarse a
través de una Corte dócil, cuyos principales protagonistas fueron los dos
jueces designados por el Ejecutivo en sus primeros meses de gobierno y la única
mujer del Tribunal que negoció su continuidad luego de cumplir 75 años. De este
modo avieso, tuvieron oportunidad de saldar su deuda con el ejecutivo, al
elevarlos a ese rango tan alto y, desde allí, demostrar su alineamiento
político, dócil y arriesgado, desafiando no sólo a los otros dos miembros, sino
también al jurisprudencia ya establecida, a los fallos internacionales, al
Poder Legislativo en su conjunto, entre quienes se encontraban diputados y
senadores oficialistas que votaron unánimemente en desacuerdo y, sobre todo, el
imponente rechazo de la sociedad argentina que se expresó en Plaza de Mayo y en
todas las plazas del país.
Esta
necesidad de escribir minuto a minuto su propio relato, de la mano de expertos
profesionales de la comunicación o las neurociencias, más los millones de cajas
bobas que garantizan ese pensamiento hegemónico vomitado por las diversas caras
de la complicidad abyecta, supone borrar la memoria, sepultar en el olvido
tapizado de globos amarillos, la otra versión de la historia menos conocida, la
historia de los perdedores de siempre: los trabajadores, los desprotegidos que
sólo tienen existencia enunciativa en las leyes, empezando por nuestra Carta
Magna, orgullosamente liberal.
Se respaldan
en aquellos visionarios, autores de la historia oficial, como el vencedor de
Pavón, el General Bartolomé Mitre, propulsor de la guerra de la Triple Alianza
contra Paraguay, cuando era presidente, luego periodista fundador del diario La
Nación y, finalmente, historiador, autor de la vida de Manuel Belgrano y José
de San Martín o, el otro presidente y padre de la educación argentina, Domingo
Faustino Sarmiento, quien decía que no había que ahorrar sangre de gauchos y
que representaban el núcleo de referencia en que se respaldaría la Generación
del ’80, constructora de la Argentina moderna, el granero del mundo, la
extensión ultramarina del imperio británico conducido por la longeva reina
Victoria o, escritores como Leopoldo Lugones que rescató del olvido el gran
poema nacional del Martín Fierro, elevando a héroe al gaucho luego de un siglo
de denostaciones, cosa de eclipsar al lúcido político autor de la obra, José
Hernández.
Las
privilegiadas plumas del poder, desde la elevada torre de su ilustración,
siempre estuvieron distorsionando la realidad a su antojo y cada vez tienen
mayores recursos tecnológicos para esclavizar a las multitudes, en donde las
instituciones políticas son usadas como fachada para cometer todo tipo de
explotaciones y atrocidades.
Lacayos del
imperio, patrones de la periferia próspera, sumisos cultores del extractivismo
y la economía primaria, como en el siglo XIX, desearían desarticular la
dilatada lucha del movimiento obrero, para reducir el país a un tercio, cosa de
comercializar los saldos exportables. Por eso miran con regocijo la suba de los
precios de los alimentos y ponen tarifas exorbitantes en los servicios
públicos, cosa de “sincerar” su latrocinio.
Más allá de
la gravedad de la osadía, del insulto, el primer funcionario huyó del escenario
el día miércoles, cuando fue convocada la manifestación, con el pretexto de
inaugurar dos obras minúsculas en la provincia de Mendoza, para no estar
presente en la Capital del país y eludir ser consultado sobre el particular.
Diga lo que diga, puesto que pocos incautos le creen, seguirá avanzando en su
carrera de devastación, seguro que la población distraída en las calles por las
múltiples defensas, su equipo, aviesa y arteramente, seguirá adelante con el
objeto de mejorar su posición en las elecciones de octubre y allí sí, ajustar
en forma despiadada.
Como dicen
sin el menor escrúpulo, los funcionarios de segunda línea: “se mal
acostumbraron", ¿cómo podía ser que jubilados y obreros viajaran al
exterior, compraran un auto cero kilómetro, y además, tuvieran aire
acondicionado o un Led? Ahora hay que pagar toda esa fiesta, aunque el precio
sea la hambruna generalizada, porque, justamente el campo es uno de los
sectores gravitantes en esta nueva Argentina del futuro.
De allí la
gravedad de manipular la justicia, ese supremo valor de la sociedad organizada
que, a pesar de su humana imperfección, supone para el común de los ciudadanos,
un desempeño inobjetable, algo tan sublime como los impactantes edificios de
columnas dóricas en que se albergan sus dominios.
Jalar la
cuerda de la paciencia colectiva, someterla día a día a un nuevo atropello,
tentar al soberano corre el riesgo de desbordar a la inmensa mayoría que no le
va quedando nada que perder.
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