sábado, 13 de mayo de 2017

Argentina: La injusta justicia

Jalar la cuerda de la paciencia colectiva, someterla día a día a un nuevo atropello, tentar al soberano corre el riesgo de desbordar a la inmensa mayoría que no le va quedando nada que perder.

Roberto Utrero Guerra / Especial para Con Nuestra América
Desde Mendoza, Argentina

A la permanente destrucción del entramado productivo de la amplia base social logrado en todos estos años y que va dejando en su arrollador paso, multitud de desempleados, desclasados en toda la geografía nacional, la sociedad argentina tiene que soportar otro golpe más duro y más profundo, el mazazo del 2x1 aprobado por la Suprema Corte de Justicia, destruyendo todo lo logrado en estos 33 años de recuperada democracia. Esto posibilita a los condenados reclusos por delitos de lesa humanidad acogerse a ese beneficio, beneficio que ya ha movilizado a los abogados de varios de esos seres abominables para solicitarlo. Habida cuenta como esgrimen, se trata de personas mayores que deberían tener un trato humanitario. Justamente ellos, que ejercieron la violencia más despiadada que se pudo ejercer desde ese Estado macabro que supieron construir.

Ha sido un camino tortuoso y colmado de obstáculos, conforme la presión ejercida por los genocidas todos estos años que, agazapados desde sus guaridas, seguían ejerciendo su omnímodo poder amparados por todos aquellos que fueron beneficiados con su rapiña genocida. Sin embargo, esta vez pudo avanzarse a través de una Corte dócil, cuyos principales protagonistas fueron los dos jueces designados por el Ejecutivo en sus primeros meses de gobierno y la única mujer del Tribunal que negoció su continuidad luego de cumplir 75 años. De este modo avieso, tuvieron oportunidad de saldar su deuda con el ejecutivo, al elevarlos a ese rango tan alto y, desde allí, demostrar su alineamiento político, dócil y arriesgado, desafiando no sólo a los otros dos miembros, sino también al jurisprudencia ya establecida, a los fallos internacionales, al Poder Legislativo en su conjunto, entre quienes se encontraban diputados y senadores oficialistas que votaron unánimemente en desacuerdo y, sobre todo, el imponente rechazo de la sociedad argentina que se expresó en Plaza de Mayo y en todas las plazas del país.

Esta necesidad de escribir minuto a minuto su propio relato, de la mano de expertos profesionales de la comunicación o las neurociencias, más los millones de cajas bobas que garantizan ese pensamiento hegemónico vomitado por las diversas caras de la complicidad abyecta, supone borrar la memoria, sepultar en el olvido tapizado de globos amarillos, la otra versión de la historia menos conocida, la historia de los perdedores de siempre: los trabajadores, los desprotegidos que sólo tienen existencia enunciativa en las leyes, empezando por nuestra Carta Magna, orgullosamente liberal.

Se respaldan en aquellos visionarios, autores de la historia oficial, como el vencedor de Pavón, el General Bartolomé Mitre, propulsor de la guerra de la Triple Alianza contra Paraguay, cuando era presidente, luego periodista fundador del diario La Nación y, finalmente, historiador, autor de la vida de Manuel Belgrano y José de San Martín o, el otro presidente y padre de la educación argentina, Domingo Faustino Sarmiento, quien decía que no había que ahorrar sangre de gauchos y que representaban el núcleo de referencia en que se respaldaría la Generación del ’80, constructora de la Argentina moderna, el granero del mundo, la extensión ultramarina del imperio británico conducido por la longeva reina Victoria o, escritores como Leopoldo Lugones que rescató del olvido el gran poema nacional del Martín Fierro, elevando a héroe al gaucho luego de un siglo de denostaciones, cosa de eclipsar al lúcido político autor de la obra, José Hernández.

Las privilegiadas plumas del poder, desde la elevada torre de su ilustración, siempre estuvieron distorsionando la realidad a su antojo y cada vez tienen mayores recursos tecnológicos para esclavizar a las multitudes, en donde las instituciones políticas son usadas como fachada para cometer todo tipo de explotaciones y atrocidades.

Lacayos del imperio, patrones de la periferia próspera, sumisos cultores del extractivismo y la economía primaria, como en el siglo XIX, desearían desarticular la dilatada lucha del movimiento obrero, para reducir el país a un tercio, cosa de comercializar los saldos exportables. Por eso miran con regocijo la suba de los precios de los alimentos y ponen tarifas exorbitantes en los servicios públicos, cosa de “sincerar” su latrocinio.

Más allá de la gravedad de la osadía, del insulto, el primer funcionario huyó del escenario el día miércoles, cuando fue convocada la manifestación, con el pretexto de inaugurar dos obras minúsculas en la provincia de Mendoza, para no estar presente en la Capital del país y eludir ser consultado sobre el particular. Diga lo que diga, puesto que pocos incautos le creen, seguirá avanzando en su carrera de devastación, seguro que la población distraída en las calles por las múltiples defensas, su equipo, aviesa y arteramente, seguirá adelante con el objeto de mejorar su posición en las elecciones de octubre y allí sí, ajustar en forma despiadada.

Como dicen sin el menor escrúpulo, los funcionarios de segunda línea: “se mal acostumbraron", ¿cómo podía ser que jubilados y obreros viajaran al exterior, compraran un auto cero kilómetro, y además, tuvieran aire acondicionado o un Led? Ahora hay que pagar toda esa fiesta, aunque el precio sea la hambruna generalizada, porque, justamente el campo es uno de los sectores gravitantes en esta nueva Argentina del futuro.

De allí la gravedad de manipular la justicia, ese supremo valor de la sociedad organizada que, a pesar de su humana imperfección, supone para el común de los ciudadanos, un desempeño inobjetable, algo tan sublime como los impactantes edificios de columnas dóricas en que se albergan sus dominios.

Jalar la cuerda de la paciencia colectiva, someterla día a día a un nuevo atropello, tentar al soberano corre el riesgo de desbordar a la inmensa mayoría que no le va quedando nada que perder.

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