sábado, 13 de mayo de 2017

Límites de la restauración neoliberal

La ampliación de derechos sociales, económicos, políticos y culturales que impulsaron los gobiernos progresistas y nacional-populares, ha permeado en la ciudadanía que no parece dispuesta a ceder tan fácilmente las conquistas de estos años ni a mirar impávida el deterioro creciente de sus condiciones de vida, a costa de la ortodoxia neoliberal, de la austeridad y los ajustes que de nuevo están a la orden del día.

Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica

Brasil: La lucha social contra los recortes neoliberales.
Si la derecha latinoamericana pretendía hacer del triunfo electoral de Mauricio Macri en Argentina y del golpe de estado perpetrado en Brasil -que llevó a la presidencia a Michel Temer- los hitos de la reconquista del poder político en la región, muy pronto la realidad y la cultura de la resistencia de nuestros pueblos se han encargado de revelar los límites de la pretendida restauración neoliberal. Ya no se trata sólo del liderazgo que mantienen Cristina Fernández y Lula da Silva entre amplios sectores de las sociedades argentina y brasileña, a pesar de las persecuciones mediáticas y judiciales desatas en su contra; ni de la influencia que ejercen como referentes en la cotidianidad política y en el perfilamiento de escenarios electorales en el corto y mediano plazo (hay elecciones legislativas en Argentina en octubre y presidenciales en Brasil el próximo año). El mayor problema que encaran Macri y Temer, y con ellos las élites que los respaldan, es la creciente y multitudinaria movilización social en rechazo de sus políticas, lo que a su vez acelera y amplifica la crisis de gobernabilidad en la que están inmersos.

A diferencia de la primera ola neoliberal de los años 1990 (la de los Salinas, Menem, Collor de Mello, Cardoso, Sánchez de Lozada, Bucaram o Fujimori), los gobiernos actuales se muestran incapaces de consolidar una base de apoyo popular para sus proyectos, más allá de los enclaves que mantienen entre sectores de la clase media. Esto se explica, en parte, porque el anzuelo del consumo y del american way of life no se condice con el contexto económico regional ni global de crisis prolongada del capitalismo; y en parte también porque la ampliación de derechos sociales, económicos, políticos y culturales que impulsaron los gobiernos progresistas y nacional-populares, ha permeado en la ciudadanía que no parece dispuesta a ceder tan fácilmente las conquistas de estos años ni a mirar impávida el deterioro creciente de sus condiciones de vida, a costa de la ortodoxia neoliberal, de la austeridad y los ajustes que de nuevo están a la orden del día.

Vistas así las cosas, la derecha realmente tiene pocos argumentos para ufanarse: en Ecuador acaba de sufrir la derrota del banquero Guillermo Lasso; en Venezuela, la desesperación y la violencia planificada mantiene a la oposición empantanada en sus propias contradicciones; en México, la espiral de corrupción y violencia devora al gobierno de Enrique Peña Nieto; en Colombia, la desaparición y ejecución de dirigentes campesinos, sindicales, indígenas y sociales se ha convertido en práctica sistemática a vista y paciencia de los gobiernos de Álvaro Uribe y Juan Manuel Santos; en Chile, los gobiernos del continuismo neoliberal llevan más de una década acosados por las movilizaciones sociales  de un diverso arco de actores y grupos sociales, que desnudan las carencias de la democracia pinochetista; y en Centroamérica, gobiernos como los de Guatemala y Honduras enfrentan, día a día, las miserias de su condición subordinada y dependiente, las rémoras del autoritarismo y la impunidad que no desaparecieron con la firma de los acuerdos de paz hace más de tres décadas.

Vivimos nuevamente tiempos de disputa y de creación. El reto para las izquierdas latinoamericanas radica en ser capaces de aprender de las propias experiencias de gestión de gobierno, de los errores cometidos y de los aciertos, y particularmente, en comprender la coyuntura que vivimos, sus posibilidades y desafíos, para construir un nuevo proyecto que, desde el diálogo permanente con los pueblos y a partir de su protagonismo, permita revertir las derrotas parciales e impulse un nuevo período de transformaciones en beneficio de las grandes mayorías.

Sólo así, el llamado fin del ciclo progresista dejará de ser la ansiada lápida con que la nueva derecha quiere borrar de la historia el giro emancipador que abrió el siglo XXI nuestroamericano, y podremos verlo entonces como un repliegue temporal, como el punto de crítica y autocrítica necesario para avanzar en la búsqueda de sociedades más justas, más libres, más solidarias. Y en definitiva, más nuestras.


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