La construcción de una alternativa en Argentina deberá tener por
fundamento discutir precisamente eso: la trama misma del poder. Y discutir eso
deberá conllevar, necesariamente, a la elaboración de un programa político, hoy
más urgente que nunca, sobre la base de un gran frente patriótico.
Nicolás San Marco* / Especial
para Con Nuestra América
Desde Buenos Aires, Argentina
Quizás sea posible plantear el actual momento de la lucha de clases en
Argentina en términos de pensar la realidad nacional desde un lugar que nos
permita avanzar sobre la cuestión de por qué hoy por hoy, ya a casi mitad de
mandato de Cambiemos, el campo popular, el Pueblo sufriente, las organizaciones
políticas, sociales, los sindicatos, los gremios, etc, no piden la renuncia del
actual mandatario. En ese sentido, ¿es
favorable la correlación de fuerzas actual? ¿Qué es lo que hace falta? ¿Cuál o
cuáles son los límites que existen, y por qué no se quieren o no se pueden
atravesar? ¿Con qué vara se está midiendo la destrucción del país? ¿Y quiénes
miden esa destrucción? En todo caso, ¿de qué manera se va a plantear la
cuestión de la resolución de la crisis actual económica, política y cultural en
Argentina, si no es en base a dar el debate, de una vez por todas, acerca de la
necesidad de trascender los límites de la tan mentada gobernabilidad, bastión
ideológico-teórico burgués si los hay, que no hace otra cosa que justificar
constantemente en la mismísima práctica la democracia liberal?
Parafraseando a Fidel, uno podría decir, tranquilamente, que lo que debe
hacerse hoy en Argentina es “cambiar todo lo que debe ser cambiado”. Y claro
que nadie podría estar en desacuerdo con semejante máxima. Por lo menos nadie
que se piense a sí mismo convencido de la necesidad, a esta altura ya
insoslayable, de transformar radicalmente las estructuras económico-políticas
del país con miras hacia la construcción de una sociedad de nuevo tipo que
trascienda los límites del Capitalismo.
La cuestión es de cuño filosófico política en tanto el fondo del drama
nacional sigue siendo, hoy más evidente que nunca, por qué tantos hombres se
sujetan al dominio de unos cuantos cuando ese esos cuantos no son más que los
garantes del desguace sistemático de las libertades ciudadanas y garantías
constitucionales en el país.
Uno de los que le planteó a la sociedad este cuestionamiento esencial y
de enorme y vital relevancia para el mundo moderno y la contemporaneidad que
nos atraviesa fue Étienne de La Boétie. Hacia el año 1548, La Boétie escribió
su texto célebre Sobre la servidumbre voluntaria. En él, plantea una de las
ideas más polémicas de toda la filosofía política que hasta hoy tiene
repercusiones en incontables y acalorados debates: el dominio de aquel que nos
gobierna no es más que el producto de la propia voluntad de los gobernados. Es
decir, decía La Boétie, la servidumbre es voluntaria porque el Pueblo puede
elegir, literalmente, no obedecer más a quien lo gobierna y con eso bastaría
para desbancar la opresión. Ahora bien, nótese la vigencia de tal pensador, La
Boétie agregaba que el poder, para mantener su dominio sobre un incontable
número de personas, no tiene más que dos mecanismos sumamente efectivos: la
violencia y el engaño, llegando incluso a sostener que el Pueblo es muy
propenso a dejarse seducir y que, lo que es peor, se olvida fácilmente del don
de la Libertad, provocando que, con el paso del tiempo, las nuevas generaciones
terminen naturalizando el statu quo dando lugar a una situación en la cual ya
no se discuta la servidumbre o la esclavitud; de ahí, sentenciaba La Boétie, el
rol fundamental que tiene la promoción de la memoria y la educación en una
sociedad.
Ahora bien, en el último tiempo, el debate nacional tendió en demasía a
situarse sobre el papel y poder de los medios de comunicación y su capacidad de
voltear elecciones en contra de los intereses de la mayoría, y es cierto, en
cierto punto, que esto posee una cuota de verdad. De eso, y no de otra cosa,
hablaba La Boétie cuando hacía alusión al engaño como el arma con la que los
poderes mantienen subyugados a los pueblos -con la salvedad de que en el siglo
XVI aún no existían ni la televisión, ni la radio, ni los periódicos-.
Sin embargo, la cuestión no puede resumirse lineal, mecánica, y
únicamente a la problemática mediática. En términos de La Boétie la
problemática apunta a ¿cómo dejar de ser siervos voluntarios? Parecería ser que
la cuestión planteada en términos de una lucha únicamente contra los medios de
comunicación olvida por completo una noción que a nuestro país le ha costado y
mucho: la cuestión de la alternativa. ¿Es posible pensar una alternativa
política sobre un eje que gire únicamente en torno a la discusión del daño que
generan los medios hegemónicos de comunicación? ¿Qué hacemos, entonces, con el
poder real? Es decir, por ejemplo, con el conglomerado conformado por el poder
sojero extractivista, las grandes industrias y el sector financiero cada vez
más concentrado en pocos bancos. ¿Qué hacemos, por ejemplo, con la burocracia
en los sindicatos, las mafias policiales, y el accionar histórico político
personalista y caudillista?
La discusión sobre los medios tiene sentido únicamente en tanto
discutamos estas cuestiones de fondo, que hacen a la estructura económica y
política del país; que hacen, y no en última instancia, a la estructura que
produce el aniquilamiento de nuestro suelo y nuestra economía como nación
independiente que por momentos a lo largo de la historia buscamos ser.
Romper con la estrategia permanente del engaño de los medios de
comunicación conlleva romper, previamente, con la discursividad propia que tuvo
el campo popular durante todos estos años para encarar el problema sobre el
poder. El conflicto es, por supuesto de índole de construcción de subjetividad,
pero la cuestión de hacerle frente al poder de los medios no puede
desvincularse con la crítica a la estructura del país que en realidad aquellos
están sosteniendo. La batalla cultural debió dejar de ser una mera discusión
por lugares en una grilla programática de canales televisivos. La batalla
cultural implica, en el fondo, discutir absolutamente todo. Y discutir
absolutamente todo no tiene otro corolario que el llegar a la esencia misma de
la conflictividad social que, otra vez, en términos de La Boétie supone
comprender por qué “uno sólo”, hoy es evidente que el enemigo es más grande, se
sostiene sobre la base de un apoyo que es voluntario. ¿Ese voluntarismo de
cierto sector de la población es producto solamente del accionar de los medios
hegemónicos de comunicación, o es también producto de incapacidades propias de
los sectores populares de no evidenciar cuál es la trama misma del poder -por
conveniencias, o por omisiones-?
La construcción de una alternativa en Argentina deberá tener por
fundamento discutir precisamente eso: la trama misma del poder. Y discutir eso
deberá conllevar, necesariamente, a la elaboración de un programa político, hoy
más urgente que nunca, sobre la base de un gran frente patriótico que sea
expresión de una composición de las diferentes fuerzas o expresiones políticas
que estén dispuestas a asumir el reto de idear y construir una sociedad
post-capitalista.
* Docente de Teoría Política y Social II, Facultad de
Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires. Investigador en Instituto de
Estudios de América Latina y el Caribe, y en Grupo de Investigación sobre
Spinoza y el Spinozismo, en Facultad de Filosofía y Letras (UBACyT).
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