Washington
pareciera que no ha cambiado. Sigue con la política del ‘gran garrote’, inaugurado
a mediados del siglo XIX.
Marco A. Gandásegui, h. / Para Con Nuestra América
Desde Ciudad Panamá
La
historia de la América Nuestra está marcada por la creciente influencia de las
grandes corporaciones europeas y de EEUU. A fines del siglo XIX, intereses
imperiales exploraban a México y Chile por su riqueza mineral, a Cuba por su
azúcar, a Centro América por sus frutas tropicales y a Panamá por su paso
expedito entre los océanos. En México mantuvo la dictadura de Porfirio Díaz por
35 años y en Chile llevó al suicidio al presidente Balmaceda. A principios del
siglo XX, se sumó Venezuela por su petróleo, Perú y Bolivia por sus enormes
yacimientos mineros. A mediados del siglo XX fueron derrocados los gobiernos de
Juan Perón en Argentina y Getulio Vargas en Brasil. Encabezaban gobiernos con
proyectos de desarrollo nacional. Los enormes excedentes generados por sus
exportaciones eran invertidos en la creación de empleos y en una industria
nacional.
Igual
suerte tuvieron otros gobiernos como Arbenz en Guatemala, Gallegos en Venezuela
y Bosch en República Dominicana. La United, la Standard y la American se
levantaban como fuerzas económicas que socavaban todo intento por construir un
país con proyecto de desarrollo nacional. La reacción de las clases dominantes,
con sus aliados trasnacionales, fue exitosa país tras país. La única excepción
fue Cuba donde, bajo el liderazgo de una organización popular, logró proclamar
una Revolución socialista. El ejemplo cubano inspiró la juventud de todo el
continente que se levantó en armas para retar el poderío de las grandes
corporaciones. La experiencia sandinista en Nicaragua y, en parte, el FMLN en
El Salvador, crearon nuevas expectativas. Simultaneamente, lideres de la talla
de Omar Torrijos (1981), Roldós (1980) y Salvador Allende (1973) pagaron con
sus vidas el atrevimiento de enfrentarse a las trasnacionales. Torrijos
recuperó la soberanía sobre el Canal de Panamá, Roldós negoció la autonomía de
la economía ecuatoriana y Allende nacionalizó el cobre chileno.
La
acumulación de fuerzas populares que caracterizó el siglo XX floreció con
expresiones políticas originales a principios del presente siglo. Donde el
sistema de partidos políticos de los regímenes tradicionales había colapsado
surgieron nuevas organizaciones desde las bases: Venezuela, Ecuador y Bolivia.
Donde los partidos lograron sobrevivir fuertes crisis, surgieron alternativas
populares renovadores y progresistas: Brasil, Argentina, Paraguay y Honduras.
En estos últimos, las grandes corporaciones conspiraron con éxito para derrocar
o derrotar a los gobiernos progresistas. En Brasil, los exportadores de soja
llegaron a la Presidencia. Los tres gobiernos de Caracas, Quito y La Paz, respectivamente,
han sobrevivido todo tipo de ataques desde atentados personales, guerras
económicas e, incluso, la movilización de la OEA (como en la década de 1960).
Siguiendo las mismas tácticas conocidas, las corporaciones norteamericanas y
sus aliadas europeas han movilizado todas sus fuerzas para acabar con el
gobierno bolivariano de Venezuela. El régimen de Washington asumió el liderazgo
del movimiento contra Caracas decretando a la revolución chavista “enemiga
peligrosa de EEUU”.
Los
yacimientos petroleros de Venezuela contienen las reservas más grandes del
mundo. Después de décadas de juicios, la Exxon Mobil (heredera de la Standard
Oil de New Jersey), fue derrotada por el gobierno de Venezuela. La ExxonMobil
aspiraba a recibir 12.5 mil millones de dólares por la nacionalización de sus
intereses en el país suramericano. Sólo recibirá 900 millones. La petrolera más
grande del mundo tenía en 2016 un precio de mercado de 400 mil millones de
dólares.
Los
ataques de ExxonMobil se realizaron cuando Rex Tillerson era presidente (CEO)
de la empresa. Desde enero de 2017, Tillerson es secretario de Estado de EEUU.
Según Carlos Lippe, existe “una enorme
probabilidad de que Venezuela sea intervenido militarmente por el imperio
durante la presente administración”. Lippo agrega que “conociendo las prácticas
mafiosas de la ExxonMobil, nada tendría de raro que dicha corporación hubiese
contribuido a la campaña presidencial de Donald Trump, así como en 2000 con la
de George W. Bush”. Es probable que presione “al presidente Trump para que
invada a Venezuela. como hizo en 2003 para que EEUU invadiera a Irak”.
Lippo
concluye que “cómo podemos ver sólo es cuestión de tiempo que el Departamento
de Estado y la ExxonMobil, que por obra y gracia de Trump y de Tillerson han
pasado a ser casi la misma cosa, se pongan de acuerdo sobre el cuándo y sobre
el cómo”. Washington pareciera que no ha cambiado. Sigue con la política del
‘gran garrote’, inaugurado a mediados del siglo XIX.
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