El ejército de Estados Unidos participará en noviembre próximo de un
ejercicio militar inédito en la Amazonía brasileña, tras la invitación de
Michel Temer. La actividad, denominada América Unida, consistirá en al menos
diez días de simulaciones militares con tropas de Brasil, Perú y Colombia, de
acuerdo a información brindada por el propio Ministerio de Defensa brasileño,
principal impulsor sudamericano de la iniciativa.
Juan Manuel Karg / Cubadebate
La base de la actividad será la ciudad brasileña de Tabatinga, lindante con
el municipio colombiano de Leticia y cercano a la isla peruana Santa Rosa. Con
solo mirar el mapa del Estado Amazonas se advierte la gravedad regional del
anuncio: al norte Venezuela; al sur, tras un ínfimo paso por el Estado Acre,
Bolivia. Países que confrontan geopolíticamente con Washington, tal como lo
hacía -aunque en distinta intensidad, claro está- Brasil antes del impeachment
a Dilma Rousseff. Del otro lado de la frontera colombo-peruana, el Ecuador que
acaba de optar por continuar la experiencia de la Revolución Ciudadana, que
durante una década encabezó Rafael Correa Delgado, quien llegó a desmantelar la
base que EEUU tenía en Manta, allá por 2009.
Si bien el propio Ministerio de Defensa brasileño ha descartado que los
ejercicios sean un posible embrión a una base multinacional, los cuantiosos
recursos naturales en la zona y la cercanía ideológica de Washington a los
mandatarios de los tres países dejan lugar a incertidumbres crecientes en ese
plano. De hecho, en el Gobierno Regional de Amazonas, Perú, ya hay una base
“camuflada” en construcción, impulsada por el Comando Sur de EE.UU. bajo la
modalidad de Centro de Operaciones de Emergencia Regional (COER), tal como
también sucede en otras provincias de ese país. Es a este tipo de diseños que
el destacado investigador brasileño Moniz Bandeira cataloga como quasi-bases,
al ser “bases informales y legalmente ambiguas”.
El Consejo de Defensa Suramericano (CDS), creado por Unasur, tuvo un fuerte
impulso del entonces presidente Luiz Inácio Lula Da Silva, bajo tres objetivos
principales: consolidar a Sudamérica como zona de paz, construir una identidad
sudaméricana en materia de defensa y generar consensos para fortalecer la
cooperación regional en esta materia. Es –tristemente– sintomático que ahora el
CDS no pueda poner freno alguno a esta iniciativa de un presidente al cual
rechaza, según la consultora Datafolha, el 87% de la población.
La ecuación regional se modificó sustancialmente tras el impeachment a
Rousseff. Por ello la Bancada del Partido de los Trabajadores en el Senado ha
sido muy crítica del anuncio, denunciando mediante un comunicado que “estas
iniciativas pueden colocar a la Defensa de Brasil bajo la órbita estratégica de
los EE.UU., con perjuicios sensibles a la soberanía nacional”. Para los
senadores petistas esta decisión interfiere la gestión soberana que hasta el
momento desarrollaban un conjunto de países en el marco de la Organización del
Tratado de Cooperación Amazoni (OTCA) y la propia Unasur.
Temer impulsó un conjunto de medidas regresivas en lo endógeno: la PEC 55,
que congela la inversión social por 20 años en salud y educación; las reformas
laborales y jubilatorias, que votó de forma express en el parlamento aún siendo
rechazadas por amplios sectores de la sociedad; y la privatización de sectores
estratégicos. Ahora hace lo propio en el plano externo: pone a Brasil a
pivotear la nueva estrategia de EE.UU. en la América Latina, relegando el
enorme trabajo de cara a los emergentes que Brasil había cristalizado en
instancias como los Brics.
A la distancia, se entiende con más claridad porque el golpe fue avalado
desde Washington. Era precisamente para que se realizaran estas
transformaciones estructurales tanto en el plano interno como externo. Juracy
Magalhães, quien fuera Embajador de Brasil en Estados Unidos tras el golpe de
1964, repetía una consigna que quedó marcada en la historia de su país: “lo que
es bueno para EE.UU., es bueno para Brasil”.
Aquella máxima –una suerte de “relaciones carnales” a la brasileña– parece
tener vigencia en la actual política exterior del país, aún cuando ya se haya
verificado tiempo atrás, durante las presidencias del PT que ampliaron los
vínculos a un naciente pluricentrismo, que había sido errónea. Poco le importa
ese balance al ejército norteamericano, que desembarcará en el Amazonas
brasileño en pocos meses más. Para América del Sur, la noticia es un retroceso
de 180 grados en materia de soberanía, lo cual debería ser puesto en
consideración en las instancias regionales pertinentes.
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