sábado, 19 de enero de 2013

A propósito del Acuerdo de Paz de El Salvador de enero de 1992: Los Acuerdos de Paz en Centroamérica

En los años posteriores a la firma de los Acuerdos de Paz, las sociedades centroamericanas no han hecho más que repetir las tendencias que son propias de otros países latinoamericanos, y que debemos asociar a las reformas de corte neoliberal, que han profundizado las desigualdades sociales y echado para atrás conquistas del movimiento popular logradas en más de medio siglo de luchas.

Rafael Cuevas Molina/Presidente AUNA-Costa Rica

1992: San Salvador a la expectativa
de la firma del Acuerdo de Paz.
El 16 de enero de 1992 se firmó en México el acuerdo de paz que puso fin al conflicto bélico salvadoreño. Cumplió esta semana 21 años. El de Guatemala fue firmado en diciembre de 1996, cuatro años después. ¿Qué se puede decir de ellos cuando han pasado ya los años suficientes como para hacer balances y avizorar las tendencias que se proyectan hacia el futuro?

Lo primero que habría que hacer es examinar las condiciones en las que estos acuerdos fueron firmados. La década de los 90 se inició con un panorama poco halagüeño para las fuerzas progresistas y de izquierda del mundo: el mundo socialista se venía destramando precipitadamente y la caída del Muro de Berlín, en 1989, constituía su símbolo más relevante. La Unión Soviética se aproximaba a su disolución y el neoliberalismo se asentaba en todo el mundo. En estas condiciones, el norteamericano Francis Fukuyama consideró que el capitalismo había ganado la madre de todas las batallas, y no quedaba más que perfeccionar la sociedad liberal sobre la que se asentaba. Pretendió, por lo tanto, que habíamos llegado al fin de la historia, idea nada original si tomamos en cuenta que más de 150 años antes el filósofo alemán Friedrich Hegel había pretendido lo mismo con el Estado Prusiano.

En Centroamérica, la Revolución Sandinista había sido desplazada del poder en las elecciones de 1990, y en el Caribe Cuba iniciaba la etapa más dura que le ha tocado vivir en sus 54 años de revolución al perder el 70% de sus referentes comerciales y el apoyo del CAME.

Internamente, en Guatemala la guerra adelantada por el ejército había causado estragos profundos e irreversibles en las bases de las fuerzas alzadas en armas, y en El Salvador existía un virtual empate que podría haber prolongado la guerra años y años sin un desenlace a la vista, un poco como lo que sucede hoy en Colombia.

En estas condiciones nada halagüeñas, las fuerzas insurgentes de vieron forzadas a negociar desde posiciones desventajosas, tratando de rescatar reivindicaciones de los sectores populares a los que se debían. El resultado fueron acuerdos de paz que dejaron intactas las estructuras económicas, sociales y políticas de ambos países.

En los años posteriores a su firma, las sociedades centroamericanas no han hecho más que repetir las tendencias que son propias de otros países latinoamericanos, y que debemos asociar a las reformas de corte neoliberal, que han profundizado las desigualdades sociales y echado para atrás conquistas del movimiento popular logradas en más de medio siglo de luchas.

En El Salvador, las fuerzas insurgentes asociadas en el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) lograron ganar las elecciones nacionales en el 2009, pero lo hicieron a costas del sacrificio de su programa socialista original. Para ello, eligieron un candidato ajeno a cualquiera de las fuerzas políticas que componen la coalición, el cual hizo innumerables concesiones que terminaron por desdibujar el proyecto gubernamental del Frente.

En Guatemala, las fuerzas de izquierda pasaron a jugar un papel prácticamente testimonial, sin posibilidades reales de acceder al poder político. Los militares, sin embargo, han sabido no solo permanecer en él a través de representantes suyos como el actual presidente, sino que también han podido beneficiarse económicamente del hecho de haber sido, durante tantos años, el grupo social con la sartén por el mango: muchos de ellos han hecho negocios con el crimen organizado y el narcotráfico, constituyéndose en una capa social con intereses económicos propios.

Como se puede observar, el balance de los acuerdos de paz desde la perspectiva de los sectores populares otrora insurgentes no es nada positivo en Centroamérica. Le quedan a estos grupos grandes batallas por delante.

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