En los años posteriores a la firma de
los Acuerdos de Paz, las sociedades centroamericanas no han hecho más que
repetir las tendencias que son propias de otros países latinoamericanos, y que
debemos asociar a las reformas de corte neoliberal, que han profundizado las
desigualdades sociales y echado para atrás conquistas del movimiento popular
logradas en más de medio siglo de luchas.
Rafael
Cuevas Molina/Presidente AUNA-Costa Rica
1992: San Salvador a la expectativa de la firma del Acuerdo de Paz. |
El 16 de enero de 1992 se firmó en
México el acuerdo de paz que puso fin al conflicto bélico salvadoreño. Cumplió
esta semana 21 años. El de Guatemala fue firmado en diciembre de 1996, cuatro
años después. ¿Qué se puede decir de ellos cuando han
pasado ya los años suficientes como para hacer balances y avizorar las
tendencias que se proyectan hacia el futuro?
Lo primero que habría que hacer es
examinar las condiciones en las que estos acuerdos fueron firmados. La década
de los 90 se inició con un panorama poco halagüeño para las fuerzas
progresistas y de izquierda del mundo: el mundo socialista se venía destramando
precipitadamente y la caída del Muro de Berlín, en 1989, constituía su símbolo
más relevante. La Unión Soviética se aproximaba a su disolución y el neoliberalismo
se asentaba en todo el mundo. En estas condiciones, el norteamericano Francis
Fukuyama consideró que el capitalismo había ganado la madre de todas las
batallas, y no quedaba más que perfeccionar la sociedad liberal sobre la que se
asentaba. Pretendió, por lo tanto, que habíamos llegado al fin de la historia, idea nada original si tomamos en cuenta que
más de 150 años antes el filósofo alemán Friedrich Hegel había pretendido lo
mismo con el Estado Prusiano.
En Centroamérica, la Revolución Sandinista
había sido desplazada del poder en las elecciones de 1990, y en el Caribe Cuba
iniciaba la etapa más dura que le ha tocado vivir en sus 54 años de revolución
al perder el 70% de sus referentes comerciales y el apoyo del CAME.
Internamente, en Guatemala la guerra
adelantada por el ejército había causado estragos profundos e irreversibles en
las bases de las fuerzas alzadas en armas, y en El Salvador existía un virtual
empate que podría haber prolongado la guerra años y años sin un desenlace a la
vista, un poco como lo que sucede hoy en Colombia.
En estas condiciones nada halagüeñas,
las fuerzas insurgentes de vieron forzadas a negociar desde posiciones
desventajosas, tratando de rescatar reivindicaciones de los sectores populares
a los que se debían. El resultado fueron acuerdos de paz que dejaron intactas
las estructuras económicas, sociales y políticas de ambos países.
En los años posteriores a su firma, las
sociedades centroamericanas no han hecho más que repetir las tendencias que son
propias de otros países latinoamericanos, y que debemos asociar a las reformas
de corte neoliberal, que han profundizado las desigualdades sociales y echado
para atrás conquistas del movimiento popular logradas en más de medio siglo de
luchas.
En El Salvador, las fuerzas insurgentes
asociadas en el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN)
lograron ganar las elecciones nacionales en el 2009, pero lo hicieron a costas
del sacrificio de su programa socialista original. Para ello, eligieron un
candidato ajeno a cualquiera de las fuerzas políticas que componen la
coalición, el cual hizo innumerables concesiones que terminaron por desdibujar
el proyecto gubernamental del Frente.
En Guatemala, las fuerzas de izquierda
pasaron a jugar un papel prácticamente testimonial, sin posibilidades reales de
acceder al poder político. Los militares, sin embargo, han sabido no solo
permanecer en él a través de representantes suyos como el actual presidente,
sino que también han podido beneficiarse económicamente del hecho de haber
sido, durante tantos años, el grupo social con la sartén por el mango: muchos
de ellos han hecho negocios con el crimen organizado y el narcotráfico,
constituyéndose en una capa social con intereses económicos propios.
Como se puede observar, el balance de
los acuerdos de paz desde la perspectiva de los sectores populares otrora
insurgentes no es nada positivo en Centroamérica. Le quedan a estos grupos
grandes batallas por delante.
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