A lo que asistimos hoy,
en un mundo que se desgaja entre el ajuste
neoliberal y la voracidad sin límites del capital, es a un crimen: contra el
bien común, contra la solidaridad y contra la esperanza de cientos de miles de
personas cuyo horizonte de futuro se diluye día tras día.
Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa
Rica
A pesar de la crisis, los más ricos del mundo siguen acrecentando sus fortunas. |
El diario Público.es,
en su edición del pasado 2 de enero, dio a conocer una
noticia que retrata, con toda crudeza, la lógica de la acumulación capitalista
en medio de la actual crisis civilizatoria: de acuerdo con el reporte anual de
la revista Bloomberg, “los 100
personajes más ricos del planeta ganaron 241.000 millones de dólares en 2012,
lo que equivale a 183.000 millones de euros”. ¿Qué representa esta cifra?, se
preguntaba en forma retórica el redactor de la nota, para de inmediato esgrimir
el argumento contundente: más de lo que España gasta en pensiones, desempleo,
sanidad y prestaciones sociales durante todo un año. Y si en lugar de España
pensáramos por un momento en cualquier otro país de menores ingresos, en
América, África, Asia o la misma Europa, el drama humano de la desigualdad y la
injusticia social adquiere proporciones dantescas.
Según lo indicaba la
misma publicación, para el año 2012 la fortuna del hombre más rico del mundo,
el mexicano Carlos Slim, valorada en 75.200 millones de dólares, “vio cómo los
réditos de sus empresas de telecomunicaciones, del sector inmobiliario o sus
acciones en grupos de comunicación crecían un 21,6% el año pasado”. Un dato que
contrasta con los inaceptables niveles de pobreza en su propio país, que de
acuerdo con las mediciones del Consejo Nacional para la
Evaluación de la Política de Desarrollo Social, afecta al 46,2% de la población
(casi 52 millones de personas) (La Jornada,
28-11-2012).
Después de Slim aparece Bill Gates, el fundador de Microsoft, y luego,
en tercer lugar, un empresario español, Amancio Ortega, con una fortuna
estimada en “57.500 millones de dólares -22.200 millones más que el año
pasado-”, en tanto que “los beneficios
de sus empresas aumentaron un 63% mientras que las acciones del grupo Inditex
valen hoy en bolsa un 67% más”.
Para quien todavía tenga dudas de la lección de capitalismo salvaje
implícita en este ranking, basta leer
lo que dice Warren Buffet, cuarto multimillonario de la lista: “Claro que hay
lucha de clases, la empezamos los ricos y la vamos ganando” (Público.es,
02-01-2013).
Alguna vez, el rector
de un reconocido think tank
centroamericano, el INCAE, intentaba justificar el aumento de la brecha
social–expresión refinada de la lucha de clases- en Costa Rica y el mundo, como
consecuencia de “toda la dinámica mundial del siglo XXI en la que los menos
capacitados y productivos son rezagados y se empobrecen” (La República, 31-01-2004).
Muy por el contrario de lo que afirmaba este intelectual orgánico del
neoliberalismo, la dinámica del siglo XXI tiene otro sentido: la verdad cede su
lugar a la mentira para justificar guerras, muertes, invasiones y la violación
–con alevosía- del derecho internacional; los intereses nacionales y el
bienestar de las grandes mayorías, ceden a la rapacidad de los intereses
económicos corporativos; y todo esto conspirando para la profundización del
fenómeno de la exclusión social y el aumento de la pobreza. La dinámica del
nuevo siglo, en suma, inclina la balanza de la justicia del lado del dolor y
del dólar.
Por eso, más allá de la fanfarronería de estos personajes
multimillonarios, que exhiben sin pudor su riqueza, y de los intelectuales que
intentan justificar la desigualdad y la pobreza como hechos naturales, nos parece
acertada la sentencia del diario Público.es: “Hay
quien sigue amasando una fortuna al margen del asalto al Estado del bienestar
que estamos presenciando. Los números hablan por sí mismos”.
Porque, qué duda cabe,
a lo que asistimos hoy, en un mundo que se desgaja
entre el ajuste neoliberal y la voracidad sin límites del capital, es a un
crimen: contra el bien común, contra la solidaridad y contra la esperanza de
cientos de miles de personas cuyo horizonte de futuro se diluye día tras día.
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