Puede contrastarse el boato autoritario que
observamos en México con lo que acontece en diversos países de la región. Por
ello ha resultado desde el principio tan esperanzador el ejemplo que ha dado el
presidente de Uruguay José Mújica.
Carlos Figueroa Ibarra / Especial para Con Nuestra América
Desde Puebla, México
En el último día de su
mandato, el 30 de noviembre de 2012, Felipe Calderón se hizo a sí mismo un
regalo: promulgó que él y su familia
gozarán de un cuerpo de seguridad de 425 elementos del Ejército, la Armada y la
Fuerza Aérea. En México, el boato que
implica el que los ex presidentes cuenten con un pequeño ejército a su
disposición ha ido en aumento. Mientras en 1976 los ex presidentes contaban con
78 elementos a su servicio, en 1987
subieron a 103. Ahora Calderón
sube esa cantidad a 425. Todo esto además de los gastos médicos exclusivos y
una pensión vitalicia que por su
monto resulta insultante para un país
que tiene 52 millones de pobres.
Sabemos que, como lo ha expresado el columnista de la
revista Proceso (no. 1884) Ernesto
Villanueva, de cuyo artículo he tomado los anteriores datos, el ex presidente
Busch cuenta solamente con 15 elementos
a su servicio, que los ex presidentes de Francia solamente tienen dos y cinco más para
escoltar su hogar, que en Italia, Canadá, Dinamarca, Nueva Zelanda y el Reino
Unido no hay servicios de seguridad pagados con fondos públicos para garantizar
la seguridad de sus ex primeros
ministros. En México, podemos añadir las muestras que ya está dando el gobierno de Enrique Peña Nieto de
articular los cargos públicos con los negocios privados. Nada nuevo bajo el
sol. Es paradigmática la corrupción gubernamental durante el esplendor del PRI. Lo que
seguramente ahora veremos será la continuación de lo que se vivió con el príato
y luego con los dos gobiernos del PAN.
¿Son estos datos algo ajeno
a otros países de América Latina? desgraciadamente no. Puede contrastarse el boato autoritario que
observamos en México con lo que acontece en diversos países de la región. Por
ello ha resultado desde el principio tan esperanzador el ejemplo que ha dado el
presidente de Uruguay José Mújica. Tuve oportunidad de estar en Argentina y
Uruguay en las últimas semanas del año
pasado y la primera del presente. Pude constatar lo que la gente me platicó en Montevideo: que
Pepe Mujica cuenta con el cariño y respeto hasta de sus adversarios. En primer
lugar porque ha sido Mujica un hombre con una férrea ética de las convicciones
y con igualmente una férrea ética de las responsabilidades. Esto último se ha
mostrado cuando ha dado marcha atrás en
iniciativas que no han contado con el consenso del pueblo uruguayo. Y al mismo
tiempo su ética de las convicciones se
muestra en el hecho de que salió incólume de una prisión de 14 años a la que lo sometió la dictadura militar
uruguaya. Diez años de su
encarcelamiento los pasó Mujica en una mazmorra subterránea y durante 7
años no pudo leer ni un libro. Ha dicho que
durante ese tiempo de aislamiento tuvo mucha vida interior y convicciones forjadas en su organización, Los
Tupamaros, salieron fortalecidas pero adecuadas a una nueva realidad.
Pepe Mujica renunció a
vivir en la residencia presidencial. Lo hace en su pequeña chacra en la que
sigue cultivando flores, dona a la Fundación
Raúl Sendic el 90% de su salario y vive con aproximadamente mil dólares
al mes. Su fortuna personal es magra, reducida a su auto Volkswagen 1987 y a su
casa. Ha dicho que pobres no son los que tienen poco sino aquellos que teniendo
mucho siguen deseando más. El poder no lo ha mareado. Mientras toma mate en su
jardín, sabe que el poder es efímero, que como dijo José Batlle y Ordoñez
presidente uruguayo de principios de siglo: “el presidente es igual a cualquier
hijo de vecino”.
Ojalá ese ejemplo se
propagara. La política se
represtigiaría.
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