Una amenaza comienza a
recorrer el mundo, la pobreza campea a sus anchas ante la mirada impertérrita
de los poderosos que no parecieran preocuparse. Las palabras no bastan, se
necesitan acciones, porque las consecuencias pueden ser catastróficas para toda
la humanidad.
Sergio Rodríguez Gelfenstein / Especial para Con Nuestra
América
Desde Caracas,
Venezuela
Quienes han seguido con
detenimiento algunas declaraciones de personeros de organismos multinacionales como el Banco
Mundial y el Fondo Monetario Internacional, no dejarán de mostrarse
sorprendidos. En diciembre de 2001, Nicholas Stern, economista en jefe del
Banco Mundial afirmó que “La globalización a menudo ha sido una fuerza muy
poderosa para la reducción de la pobreza, pero demasiados países y personas han
quedado fuera”. El documento “Globalización, crecimiento y pobreza” que durante ese año elaboró el Banco Mundial
afirmaba que 2 mil millones de personas, habitantes en su mayoría del África
Subsahariana, Cercano Oriente y la antigua Unión Soviética, estaban en peligro
de quedar al margen de la economía mundial, toda vez que paralelamente a la
caída de los ingresos de estos países, la pobreza aumentaba y tenían una
participación menor en el comercio que 20 años atrás.
Por su parte Michel
Camdessus, contradiciendo las nuevas tendencias de la política internacional
impuesta por Estados Unidos desde el 11 de septiembre, afirmó que la pobreza era el mayor peligro
para el mundo y un riesgo para el sistema social incluso superior al terrorismo
y la contaminación ambiental. Camdessus que desde su puesto de máxima autoridad
del FMI fue un ardoroso defensor de la globalización sostuvo que las
instituciones multilaterales creadas después de la Segunda Guerra Mundial
llamadas de Bretton Woods –como el FMI y el Banco Mundial- ya no estaban
adaptadas a los desafíos actuales.
En este ámbito Claude
Smajda, Director General del Foro Económico Mundial con sede en Davos,
Suiza afirmó que la globalización de la
economía vigente durante los últimos años provocó “en la mayoría de los casos”
que se ampliara la brecha del desarrollo y bienestar entre países
industrializados y los subdesarrollados, así como al interior de cada sociedad
nacional. Señaló que “los efectos secundarios e inesperadas consecuencias de la
globalización se han hecho evidentes y ahora existe un consenso cada vez mayor en que deben resolverse”. Dijo que se pensaba
que la globalización tendría un impacto positivo casi automático en la vida de
todo el mundo, algo que ha demostrado ser falso con la creciente pobreza,
“...hoy nos damos cuenta que ese impacto automático no existe”. Se refirió
también al creciente poder que han adquirido las corporaciones multinacionales
en detrimento de la capacidad de decisión de los gobiernos nacionales para
reafirmar que “si los gobiernos no participan en la regulación, si no son
fuertes, estaremos en un camino de regreso a la ley de la selva”. Ante todas
estas manifestaciones habría entonces que preguntarse el porqué de este
discurso.
Los hechos de los
últimos años han tocado una campanada de alerta en torno a las perspectivas de
la realidad internacional. Desde la “irracionalidad “ del 11 de septiembre a la
“racionalidad” -si así pudiera llamarse- de lo que ocurrió en Argentina en
2001, en Egipto y Túnez, en Grecia y España más recientemente o, lo que aún
está pasando en Haití para vergüenza de la humanidad, muestra un mundo que “se
sale de control” y preocupa a los poderes del planeta. El contagio de las
quiebras económicas no es el único posible y quizá ni siquiera el más temible,
han dicho economistas estadounidenses como Paul Krugman y Jorge Domínguez –
entre otros- al analizar la situación de
Argentina a comienzos del siglo, deben
tener presente que desde 1974 se ha duplicado la pobreza en el planeta y que 3000
millones de personas, la mitad de la población mundial, sobreviven con menos de
3 dólares diarios, mientras uno de cada dos de estos pobres no gana ni un dólar
diario.
La Conferencia de Naciones Unidas para el
financiamiento del desarrollo que se realizó en Monterrey, México en junio de
2005 se propuso hacer válidos los propósitos de la Cumbre del Milenio cual es
reducir la pobreza a la mitad para el
año 2015. Para ello debería cumplirse el compromiso de destinar el 0,7% del PIB
para ayuda al desarrollo. No se trata de ser pesimistas pero salvo
Noruega, Holanda, Suecia, Luxemburgo y
Dinamarca que alcanzaron o superaron esta meta, el resto de las naciones
industrializadas están muy por debajo de ella. Las que menos recursos destinan
en Europa a los países más pobres son
Alemania (0,27%), Portugal (0,26%), España (0,24%), Austria (0,22%) Grecia
(0,19%) e Italia (0,13%).
Estados Unidos la nación más rica del mundo aporta apenas el
0,1% de su PIB, habiendo rechazado hace años la meta de la comunidad
internacional, mientras tanto aumenta su presupuesto militar en casi 30 mil
millones de dólares llegando a 633 mil millones, lo cual triplica el de todos
los países europeos y es siete veces mayor al de China y Rusia. Con esto se
intenta justificar la lucha contra el terrorismo, cuando en realidad lo que se
ha pretendido es legitimar un mundo unipolar en el cual no haya contrapesos al
poderío militar estadounidense.
Josette Sheeran,
directora ejecutiva del Programa Mundial de Alimentos, relacionó la revolución
egipcia de 2010 con el aumento de los precios de los alimentos. “En muchas protestas,
los manifestantes han blandido barras de pan o han mostrado pancartas
expresando su indignación por el aumento del coste de alimentos básicos como
las lentejas. Cuando se trata de alimentos, los márgenes entre estabilidad y
caos son peligrosamente finos. La volatilidad en los mercados se puede
convertir rápidamente en volatilidad en las calles y todos deberíamos
mantenernos vigilantes”.
En la misma dirección, Naciones Unidas señala
que “no estamos produciendo la cantidad que consumimos. Por eso las existencias
han bajado tanto. Los suministros son ahora muy limitados en todo el mundo y
las reservas están a un nivel muy bajo, lo que no deja espacio para eventos
inesperados el próximo año”, según dijo
Abdolreza Abbassian, economista sénior de la Organización de las
Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO).
Los
precios de los principales cultivos de alimentos como trigo y maíz se acercan
ahora a los que provocaron disturbios en 25 países en 2008. Cifras de la FAO
sugieren que 870 millones de personas están desnutridas y que la crisis
alimentaria aumenta en Medio Oriente y África, mientras Lester Brown presidente
del centro de investigación Earth en Washington, y uno de los más destacados ecologistas del
mundo advirtió que el suministro global de alimentos podría colapsar en
cualquier momento, causando hambre a otros cientos de millones de personas,
provocando disturbios generalizados y derrocando gobiernos. “La escasez de
alimentos debilitó a anteriores civilizaciones. Vamos por el mismo camino. Cada
país se las arregla solo actualmente. El mundo vive de un año para el otro”,
señaló Brown y agrego que es de tal magnitud la crisis que la tierra se ha transformado en la
mercancía más buscada, concluyendo que “La geopolítica del alimento está
eclipsando rápidamente la geopolítica del petróleo”. Según su particular punto
de vista “La agresión armada ya no es la principal amenaza para nuestro futuro.
Las amenazas decisivas en este siglo son el cambio climático, el crecimiento de
la población, mayor escasez de agua y el aumento de los precios de los
alimentos”.
Una amenaza comienza a
recorrer el mundo, la pobreza campea a sus anchas ante la mirada impertérrita
de los poderosos que no parecieran preocuparse. Las palabras no bastan, se
necesitan acciones, porque las consecuencias pueden ser catastróficas para toda
la humanidad.
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