Si el Gobierno no entiende todas estas implicaciones, las relaciones
con el pueblo ngäbe-buglé se pueden tensar y antagonizar, y al calor de esas
contradicciones se pueden dar las condiciones para un movimiento antisistémico
que convoque multitudes y se modele como péndulo de lucha nacional.
Adbiel Rodríguez
Reyes / Para Con Nuestra América
Desde Ciudad
Panamá
El pueblo ngabe-buglé: protagonista de la lucha social en Panamá. |
Luego de más de 500 años de resistencia, poco a poco, en la medida que
fuera posible los gobiernos fueron desposeyendo a los pueblos autóctonos de sus
tierras, en particular al pueblo ngäbe-buglé, llevándolo a una cuasi inercia
territorial, expuestos a la buena voluntad del gobierno central. En 1997, el
Gobierno panameño, como estocada final, estipula que el territorio comarcal se
ubique en la cordillera central –tierra de difícil acceso y poco productiva– lo
que los obliga a practicar la agricultura de subsistencia, característica de
regiones donde se disminuyen las capacidades humanas de una vida mejor.
Resignados al statu quo de engaño por parte de los gobiernos que pasan
a espaldas de las comarcas, en los últimos dos años el pueblo ngäbe-buglé le ha
dado lecciones de lucha social a esta generación, tanto en San Félix, Chiriquí,
en Viguí, Veraguas, como en Bocas del Toro, mostrándose como un pueblo combativo,
al punto de que vale la pena verlos desde la perspectiva antisistémica. No es
solo una tarea teórica, sino práctica, hacer un análisis desde esa perspectiva
y ver su impacto comarcal, nacional e incluso global, y su posible rearticulación
con otros sectores.
A consecuencia de los enfrentamientos y demandas del pueblo
ngäbe-buglé en defensa de su comunidad, pregunto si será su lucha un potencial
movimiento antisistémico. El término antisistémico es un concepto acuñado por
Immanuel Wallerstein para rearticular los movimientos nacionales y sociales que
promueven una lucha progresiva contra la política económica global del
neoliberalismo, bajo un mismo signo. Hay que precisar, al menos, dos cuestiones
que debe poner en práctica un movimiento/movilización para que sea
antisistémico. Primero, impulsar una transformación fundamental de las
relaciones sociales y, segundo, señalar que el Gobierno es un potencial
adversario “político”, si estratégicamente no mantiene un mecanismo permanente
y directo de negociación y reciprocidad con el pueblo.
Lo que dificulta la situación y que se puede considerar como el punto
ciego del gobierno en ejercicio, es su alto grado de intolerancia ante
cualquier expresión contra su forma de gobernar. Si el Gobierno no entiende todas
estas implicaciones, las relaciones con el pueblo ngäbe-buglé se pueden tensar
y antagonizar, y al calor de esas contradicciones se pueden dar las condiciones
para un movimiento antisistémico que convoque multitudes y se modele como
péndulo de lucha nacional.
En este caso, el detonante y punto de inflexión podría ser la
explotación del yacimiento de cobre en Cerro Colorado, sin la consulta ni
participación del pueblo ngäbe-buglé, aparte de las hidroeléctricas frente a la
cosmovisión indígena y su afecto a la tierra y el agua. En efecto, si las
multitudes asimilan como suyas estas características, se puede producir una
fractura, no solo con este gobierno sino con toda la clase política que
contradiga las características antisistémicas como modelo de lucha social
organizada.
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