Utopía posible, discontinuidad en el campo social, “estado de excepción”
que dura ya 18 años, el de los zapatistas es un mundo inestable y amenazado que
para sobrevivir, además del cotidiano trajín adentro, tiene que romper
periódicamente el cerco que lo aprisiona. Esta vez se tardaron, pero el regreso
del dinosaurio no permitía posponer más la decisión.
Marcha del silencio de los zapatistas, el 21 de diciembre de 2012 en San Cristóbal de las Casas, Chiapas. |
Y como de costumbre van
comunicados. El primero y segundo enjuician sin más al gobierno entrante y al
saliente. La miga está en el tercero, donde repiten de palabra el mensaje del
21: pese a los ataques de gobiernos, partidos, políticos, intelectuales y
medios los zapatistas están ahí más fuertes que nunca; reiteran su estrategia:
ni guerra ni resignación, lucha y resistencia, y ratifican su compromiso con
dos instancias nacidas zapatistas: el Congreso Nacional Indígena (CNI) y La
Sexta. Pero la clave está en dos definiciones presentadas como emplazamientos:
una demanda al gobierno federal que “cumpla sus compromisos elevando a rango
constitucional los derechos y cultura indígenas”, la otra conmina al “pueblo de
México que se organiza en formas de lucha electoral y resiste (…) los fraudes y
agresiones que al final todos padecemos, (a que) reconozca al fin en nosotros
otra forma de hacer política”.
Puntos novedosos, pues
hace 12 años, cuando el Congreso aprobó un remedo de derechos indios, el ezeta
concluyó que “ahí, arriba, no había nada que hacer” y archivó la ley Cocopa;
y hace seis, al descalificar a López Obrador y su campaña comicial, se desmarcó
de los electoristas que le hacen el juego al sistema.
Demandarle a Peña que los
reconozca y cumpla lo acordado en San Andrés, y a Morena que los vea como
aliados y no como rivales, me parecen dos definiciones complementarias, pues al
emplazar públicamente al PRI a que retome el proceso negociador interrumpido
hace 16 años, se aumenta el costo que para el gobierno tendría una salida
represiva. Pero sería ingenuo pensar que basta con recordárselos para que el tricolor
cumpla sus compromisos, y optimista suponer que con el ezeta, el CNI y
La Sexta basta para desalentar a los halcones del sistema, la correlación de
fuerzas necesaria para sobrevivir al regreso del dino incluye a todos
los contingentes disponibles, y uno de ellos es Morena, movimientista y a la
vez electoral.
Habrá un plan de acción,
pero de momento tenemos dos señales: una a Peña, el enemigo cierto, al que se
busca neutralizar, otra a Morena, el posible aliado, con el que se busca la
convergencia. Una forma de “romper el cerco” arriesgada, pero transitable.
Y digo arriesgada porque
si un cambio constitucional alcanzado en la cresta de la movilización popular
–como lo hubiera sido la ley Cocopa en 1996 o 2001– es un triunfo que
sin duda se hará valer, una enmienda negociada en frío huele a concesión y
aprovecha más al otorgante que al destinatario. Y es que a la postre lo que
cuenta no es la letra de la ley, sino la fuerza que la esgrime y en el
movimiento popular llevamos meses de un reflujo que, en el caso de los pueblos
originarios, es mucho más prolongado. Ya lo sabía Villa, quien en 1919 antes de
pactar su pacificación con el nuevo gobierno que presidía De la Huerta, sacó de
Chihuahua a los pocos dorados que le quedaban, cruzó el imposible desierto de
Mapimí y cayó como un relámpago sobre Sabinas, en Coahuila. Y sólo cuando sus
bonos estaban de nuevo al alza, se sentó a negociar.
Cierra los comunicados el
anuncio de que a partir de ahora “muy pocos” podrán acceder a la palabra y obra
del ezeta. Sorprendente en un movimiento contestatario, el aviso puede
interpretarse como el abandono de la innovadora y carnavalesca política de comunicación,
que en un tiempo hizo del ezeta un protagonista mediático, para
circunscribirse al diálogo con los que están directamente en la jugada.
Lástima.
Posdata 1. Los morenos no
endosamos culpas, menos al ezeta. Perdimos en 2006 y 2012 porque no nos alcanzó
para contrarrestar las pillerías electorales de Calderón y Peña. Y es que
mientras otros parecen esperar a que el sistema se caiga solo, nosotros
construimos poder popular a la vez que luchamos por cambiar el régimen por la
vía electoral. Y a veces uno falla. Pero no le hace, pues “si no yerras, no
alcanzas la razón” (Goethe).
Posdata 2. Será que me
hago viejo, pero lo cierto es que pese a las proverbiales mentadas -lo de
“estúpido” pase, pero “traidor” es un poco fuerte, ¿no?– en el fondo me da gusto
que el viejo blusero siga ahí, tan respondón como siempre.
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