Para la arenga colectiva, y en primer
lugar como su propia norma de conducta, Martí fijaba su brújula en la ética,
porque “la pobreza pasa: lo que no pasa es la deshonra que con pretexto de la
pobreza suelen echar los hombres sobre sí”. Lejos de confiar en la supuesta
espontaneidad de los hechos, clamaba por la acción y la prédica política
necesarias.
Al señalar a José Martí autor
intelectual de los sucesos del 26 de julio de 1953, Fidel Castro proclamó una
verdad. Con esos hechos la vanguardia de la generación del centenario martiano
se propuso iniciar la reversión de la república neocolonial. Esta, fundada en
1902 con el ejército interventor estadounidense imponiendo desde 1898 la
voluntad del imperio, era la negación de la república moral por la que Martí,
consagrado a librar a Cuba del colonialismo español y de la dominación tramada
por los Estados Unidos, había muerto en combate.
Sin independencia no se podría alcanzar
la justicia, que incluía erradicar no solo el hambre física, sino también la
espiritual, ostensible en el analfabetismo, y extirpar otras lacras heredadas
del coloniaje. Los ideales de Martí no se agotarían con la toma del poder
político. El 28 de enero de 1960, a más de un año de la victoria de la
Revolución Cubana, Ernesto Che Guevara lo honró en su natalicio y sostuvo: “su
lenguaje no envejece”.
Cuando en Versos sencillos, libro editado en 1891, Martí afirmó: “Con los
pobres de la tierra/ Quiero yo mi suerte echar” –lo que explícitamente revalidó
en Patria el 24 de octubre de 1894 con el artículo “Los pobres de la tierra”–,
no procuraba demagógicamente ganar seguidores entre los humildes. Ni solo
reconocía que ellos habían sido –lo afirmó en Lectura en Steck Hall el 24 de
enero de 1880– los “verdaderos mantenedores” del esfuerzo desatado en 1868. En
lo más hondo revelaba cómo sería la Cuba deseada por él.
En “Maestros ambulantes” (mayo de 1884),
artículo que tanto sigue alumbrando hoy, convirtió en párrafos estas máximas:
“Ser bueno es el único modo de ser dichoso” y “Ser culto es el único modo de
ser libre”. Convencido de esas verdades, no iluso, añadió: “Pero, en lo común
de la naturaleza humana, se necesita ser próspero para ser bueno”. En el
trabajo veía la base para el bienestar: “Y el único camino abierto a la
prosperidad constante y fácil es el de conocer, cultivar y aprovechar los
elementos inagotables e infatigables de la naturaleza”.
Sabía insoslayable contar con la
condición humana general, pero él era un ser extraordinario en busca de que las
aspiraciones y las capacidades individuales sirvieran honradamente a la
colectividad. En julio de 1893, hablando desde la dirección del Partido
Revolucionario Cubano a sus organizaciones de base, las llamó a vencer los
obstáculos que se oponían a la lucha.
Entonces escribió una circular en la
cual reclamó: “Que nadie detenga su paso. Véase el cuadro admirable, y nadie se
quede fuera de él. No importa que aquí o allá se esté en pobreza: la realidad
ha de tenerse en cuenta siempre, y no se pondrá en agonía a los pobres; para
ellos ha de ser principalmente la libertad, porque son los más necesitados de
ella, y no se les ha de agobiar en nombre de ella”.
Para la arenga colectiva, y en primer
lugar como su propia norma de conducta, fijaba su brújula en la ética, porque
“la pobreza pasa: lo que no pasa es la deshonra que con pretexto de la pobreza
suelen echar los hombres sobre sí”. Lejos de confiar en la supuesta
espontaneidad de los hechos, clamaba por la acción y la prédica política
necesarias.
Por ello sostenía: “Allí donde haya
aflicción, la patria, que está más fuerte de lo que parece, puede esperar a que
la pobreza pase; la aflicción está en unas partes, pero en otras no: en el
reparto de las cargas está el buen gobierno: lo que unos no pueden hacer en la
hora de su cruz, los que no están en la cruz lo hacen: lo que importa es que se
vea la fe, y no se deshonre nadie”.
Era el guía revolucionario que abría
caminos a la transformación de la patria con el esfuerzo colectivo para lograr
lo que aún hoy es un sueño en el mundo: “el fin humano del bienestar en el
decoro”. Estimaba indispensable el triunfo de lo que en la dedicatoria de
Ismaelillo él llamó “la utilidad de la virtud”, que es contraria a los profetas
del pragmatismo, rendidos a la virtud de la utilidad.
En 1983, en “Unas palabras a modo de
introducción” para la edición crítica de las Obras completas del autor intelectual de los hechos del 26 de julio
de 1953, y de la etapa de luchas desatada entonces, que hoy sigue enfrentando
desafíos tremendos, Fidel Castro lo llamó “guía eterno de nuestro pueblo”, y
dijo: “Su legado no caducará jamás”. En esa perennidad nos convocan palabras de
su texto de 1893 ya citado: “Marchemos todos de modo que nos vean. Por un
indigno haya cien dignos”.
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