A los
gobiernos nacional-populares los han acusados de “polarizar” a las sociedades;
es decir, en otras palabras, de haber enojado a los que no quieren que nada
cambie. Pero es inevitable: en sociedades tan desiguales y objetivamente
polarizadas, en las que hay que tomar tantas medidas para aproximarse a
sociedades más justas, los que siempre han estado bien saltarán para evitar que
se toque lo que consideran su condición natural.
Rafael Cuevas Molina /Presidente AUNA-Costa
Rica
La furia
con la que las derechas latinoamericanas han asumido los espacios de poder
ganados en elecciones recientes en Argentina y Venezuela, pero también la
ofensiva en Ecuador y Bolivia, no es más que la respuesta al “vejamen” al que
sienten que han sido sometidas por las políticas direccionadas hacia sectores
desfavorecidos de las sociedades latinoamericanas, por derroteros económicos
que no siguen el dictat de las
corporaciones financieras internacionales, y una política exterior
independiente de los intereses de las grandes potencias, especialmente de los
Estados Unidos de América, por parte de
los proyectos nacional-populares.
Las
derechas latinoamericanas, con todo su aparataje de construcción y mantención
del poder político, que incluye a los grandes medios de comunicación y el
respaldo de la eufemísticamente llamada “comunidad internacional”, se vieron
sorprendidas a finales de la década de los noventa con el avance de fuerzas
sociales y políticas que enarbolaron proyectos en los que, por primera vez, sus
intereses de clase no constituían el eje en torno al cual giraba la acción del
Estado.
Fueron
sorprendidos porque no se lo esperaban. Apenas unos pocos años antes, Menem se
paseaba victorioso por las calles de Buenos Aires encaramado en un autobús en
el que se leía la consiga “síganme”, y Carlos Andrés Pérez, de nuevo presidente
de Venezuela, pedía a la nube de periodistas que lo asediaban buscando sus
declaraciones en reuniones sociales que lo dejaran tomarse en paz su
güisquisito”.
No por
sorprendidos dejaron de actuar rápidamente. La historia de Venezuela, por
ejemplo, después de la llegada al poder de Hugo Chávez, fue la del constante y
furibundo asedio; sin desmayar, sin una pausa, sin descanso.
No
vacilaron, cuando pudieron, en pasar por encima de todos los valores que
siempre dijeron defender por sagrados. La democracia, la paz, la convivencia,
el diálogo. Intentaron golpes de Estado y los ejecutaron cuando tuvieron la
posibilidad. Mintieron descaradamente; falsificaron información, imágenes,
datos; insultaron sin reparos.
Sintieron
que el mundo se les venía encima porque no podían concebir que los de abajo
ingresaron en espacios que siempre consideraron exclusivamente suyos. Sufrieron
como una afrenta que varios millones de brasileños accedieran a espacios de
consumo, recreación y educación que antes les estaban reservados solo a ellos.
Fue la invasión de la chusma, de las turbas que debían permanecer arrinconadas
en sus favelas sirviendo de fuerza de trabajo barata y de la que había que
diferenciarse.
Para ellos,
lo único válido es el restablecimiento del pasado. Volver a tener “su lugar”,
recobrar la distinción. En las elecciones en las que han participado no han
podido decir que es la restauración lo que quieren porque no conseguirían ni un
voto. Por eso engañan. Dicen que mantendrán las políticas que tanto odian pero,
en cuando tengan suficiente espacio político, suficiente control de la
situación, darán el viraje que tanto añoran. De hecho, ya lo están haciendo.
Eso se
llama lucha de clases. Los intereses de unos no se corresponden con los de
otros. A los gobiernos nacional-populares los han acusados de “polarizar” a las
sociedades; es decir, en otras palabras, de haber enojado a los que no quieren
que nada cambie. Pero es inevitable: en sociedades tan desiguales y
objetivamente polarizadas, en las que hay que tomar tantas medidas para
aproximarse a sociedades más justas, los que siempre han estado bien saltarán
para evitar que se toque lo que consideran su condición natural.
Hoy están
envalentonados y pronto los sectores populares empezarán a sentir en carne
propia los resultados que estén volviendo al poder. Pero los tiempos son otros,
no aquellos en los que parecía que en el horizonte no se erigía ninguna salida,
como en los años noventa. Ahora, hay una experiencia de casi veinte años,
muestras claras de lo que se puede hacer. Este ciclo conservador no durará
mucho.
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