La izquierda del siglo
XXI es, por lo tanto, antineoliberal, la que logra construir fuerzas concretas,
alternativas bajo la forma de gobiernos, de plataformas, de grandes liderazgos
contemporáneos. El resto son palabras que se lleva el viento, sin cambiar la
realidad y, al parecer, ni la cabeza de los que las escriben y son derrotados
junto con ellas.
Emir Sader / Página12
La izquierda realmente
existente es una categoría histórica, que varía conforme las condiciones
concretas de lucha. Ya fue una izquierda de “clase contra clase”, que incluía a
corrientes anarquistas, socialistas y comunistas. Ya fue antifascista, conforme
las corrientes de ultraderecha se fortalecían, especialmente en Europa. Ya fue
democrática y popular, socialista, conforme las fuerzas propias que tenía y los
enemigos a enfrentar.
Conforme el capitalismo
ha ingresado en su era neoliberal, la izquierda ha asumido la centralidad de
las tesis del libre comercio, de la mercantilización. Se planteó el desafío de
la ruptura con el modelo neoliberal y la construcción de alternativas
superadoras de ese modelo, que se han designado como posneoliberales.
Hace década y media esa
perspectiva no estaba clara. ONG, algunos movimientos sociales, intelectuales,
planteaban la lucha en el nuevo período como una lucha anti-política,
anti-Estado, anti-partidos, proponiendo como su centro una “sociedad civil”,
con límites no claramente definidos con el liberalismo. Proponían que los
movimientos populares mantuvieran una “autonomía respecto a la política, al
Estado, a los partidos”. Han impuesto esa orientación como predominante en los
Foros Sociales Mundiales, con algunos movimientos como los piqueteros
argentinos y los zapatistas mexicanos como los ejemplos de esa orientación.
Una década y media
después, el campo de lucha quedó mucho más claro, no solo teóricamente, sino
principalmente en el campo político concreto. Las fuerzas que se han
fortalecido –especialmente en América latina, pero también en Europa– han sido
las que han centrado su lucha en la superación del neoliberalismo. Han
redefinido el rol del Estado, en lugar de oponerse a él. Han recuperado el
lugar de la política y de los partidos, en lugar de rechazarlos. Tesis como las
de Tony Negri y de John Holloway sobre el carácter reaccionario del Estado y la
posibilidad de transformar el mundo sin tomar el poder, entre otras que
personificaban esas teorías, han quedado superadas por la realidad, mientras el
FSM se ha vaciado en manos de las ONG.
Son los gobiernos los
que han logrado un inmenso proceso de democratización social en países como
Venezuela, Brasil, Argentina, Uruguay, Bolivia, Ecuador, eligiendo y
reeligiendo gobiernos con amplio apoyo popular. Han surgido como las
referencias de la izquierda en el siglo XXI. Han logrado la hazaña de avanzar a
contramano de las corrientes predominantes en el capitalismo a escala mundial,
disminuyendo la miseria, la pobreza, la desigualdad y la exclusión social.
Se han proyectado así
como el eje y la referencia de la izquierda a escala mundial, con líderes
reconocidos como Hugo Chávez, Lula, Néstor y Cristina Kirchner, Pepe Mujica,
Evo Morales, Rafael Correa, entre otros. La realidad concreta ha probado quien
tenía razón en el debate sobre la naturaleza de la izquierda en el nuevo
período histórico.
Mientras esos
liderazgos se han afirmado, las que debieran ser las referencias, han
desaparecido –como es el caso que debiera ser paradigmático del “autonomismo
piquetero”– o ha quedado reducidos a la intranscendencia –como es el caso de
los zapatistas–. Todo ha pasado sin que los intelectuales que han propuesto a
esa vía como alternativa hayan hecho mínimamente un balance de ese fracaso.
Como son intelectuales desvinculados de la práctica política concreta, no
tienen responsabilidades por lo que han escrito ayer y se dedican a otras
tesis.
Muchos de ellos,
fracasadas las tesis autonomistas, se han dedicado a la crítica de los
gobiernos que han avanzado concretamente en la superación del neoliberalismo.
Sin captar el carácter nuevo de esos gobiernos, los han tildado de “traidores”,
de “extractivistas”, de “neodesarrollistas”, muchas veces aliándose con la derecha
–la verdadera alternativa a esos gobiernos– en contra las fuerzas progresistas
en esos países. No han captado la naturaleza esencialmente antineoliberal de
esos gobiernos. Algunos intelectuales, latinoamericanos o europeos, pretenden
ser la “conciencia crítica de la izquierda latinoamericana”, con sus posiciones
desvinculadas de las luchas y las fuerzas concretas, sin que sus tesis hayan
desembocado en la construcción de ninguna fuerza alternativa. Las alternativas
a los gobiernos posneoliberales –como queda claro en Venezuela, en Argentina,
en Brasil, en Uruguay, en Bolivia, en Ecuador– siguen siendo las viejas fuerzas
de la derecha, mientras que las posiciones de ultraizquierda siguen en sus
posturas críticas, sin ninguna ingerencia en las luchas concretas. No por
casualidad sus defensores son intelectuales, que hablan desde sus cátedras
académicas, sin ningún arraigo en las fuerzas sociales, políticas y culturales
reales.
Mientras tanto, los
únicos gobiernos que han avanzado en la superación de los políticas de
centralidad del mercado, de eliminación de los derechos sociales, en la
subordinación a la hegemonía imperial norteamericana, han sido los que han
sabido definir la centralidad de la lucha contemporánea como la lucha
antineoliberal.
No sólo en América
latina, incluso en Europa, la definición de la centralidad de las luchas
contemporáneas de la izquierda alrededor de la superación del modelo
neoliberal, se impone, sea en España, en Portugal, o en Grecia, con la
conciencia de que la lucha contra la austeridad es la forma que asume en Europa
la lucha antineoliberal, relegando otras posiciones a los libros y a las
cátedras académicas.
Incluso en el momento
en que gobiernos posneoliberales enfrentan dificultades reales para pasar a una
fase más avanzada de sus luchas, las posiciones ultraizquierdistas, que hablan
del “fracaso” de esos gobiernos, no explican su propio fracaso, al no lograr
construir ninguna fuerza alternativa a esos gobiernos, lugar ocupado por
fuerzas de derecha. Hablan de “fin de ciclo”, cuando lo que se presenta no es
la superación de un ciclo, sino formas de recomposición conservadora, de
retroceso neoliberal, que no superan un ciclo, sino, al contrario, se proponen
a retroceder a un ciclo anterior.
La izquierda del siglo
XXI es, por lo tanto, antineoliberal, la que logra construir fuerzas concretas,
alternativas bajo la forma de gobiernos, de plataformas, de grandes liderazgos
contemporáneos. El resto son palabras que se lleva el viento, sin cambiar la
realidad y, al parecer, ni la cabeza de los que las escriben y son derrotados
junto con ellas.
La historia de la
izquierda contemporánea está escrita y protagonizada por los que logran avanzar
en la construcción de alternativas concretas al neoliberalismo.
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