No es lo mismo una
nación oprimida que una nación opresora. Tampoco es igual la nación para un
grupo social dominante que para otro grupo dominado. Incluso, hay naciones que
compiten entre sí para la dominación de los mercados, territorios y fuerza de
trabajo barata de otras naciones.
Marco A. Gandásegui, h. / Para Con Nuestra América
Desde Ciudad Panamá
En medio de las luchas
internas que ha desatado en su país, en torno a la cuestión nacional, el
presidente Donald Trump también se enfrenta a una batería de opositores entre
sus antiguos aliados en Europa. Recientemente, Trump se declaró un
nacionalista. Su afirmación causó una enorme repulsa de los grupos dominantes
del establishment norteamericano que son partidarios de la globalización.
Igualmente, conmemorando el centenario del fin de la Gran Guerra, el presidente
francés, Emmanuel Macrón, en París, aseguró que ser nacionalista es la
antítesis de ser patriota.
Hay, incluso, una
tercera posición frente a la cuestión nacional: Son las naciones oprimidas que
se enfrentan a las naciones dominantes. En las primeras hay movimientos de
liberación nacional o guerras populares que son reprimidos por gobiernos
financiados por las naciones opresoras. Obviamente, hay que encontrarle una
explicación a estas divergencias en cuanto a la definición de la nación. ¿Qué
es la nación?
No es lo mismo una
nación oprimida que una nación opresora. Tampoco es igual la nación para un
grupo social dominante que para otro grupo dominado. Incluso, hay naciones que
compiten entre sí para la dominación de los mercados, territorios y fuerza de
trabajo barata de otras naciones. El historiador inglés, John Hobson, lo llamó
imperialismo. El imperialismo condujo a la humanidad a un estado bélico
permanente hasta nuestros días.
Para simplificar las
cosas, podemos decir que cada grupo social, articulado a una forma de
organización de la producción de riquezas (la economía), puede tener un
proyecto de nación. Los empresarios quieren consolidar su mercado nacional. Los
campesinos quieren una nación que les asegure el acceso a la tierra. Los
obreros aspiran a una nación que cumpla con sus aspiraciones de equidad y
libertad. ¿Cómo puede una sociedad asimilar tantos proyectos? También hay una
definición territorial de la nación. Es una definición frágil pero puede servir
en coyunturas especiales. Los polacos la utilizaron en su lucha para emerger
como nación en el siglo XX. Los catalanes la utilizan en el siglo XXI. En
América latina, los grupos sociales se han unido– con mayor o menor éxito – en
Panamá, Cuba, Puerto Rico, entre otros - para enfrentar a EEUU en defensa de su
proyecto de nación.
En la actualidad, en
EEUU, el presidente Trump ha levantado la bandera del nacionalismo para defender
un proyecto que fue legitimado en el siglo XIX. Los ‘barones’ de la gran
industria después de la conquista de todo el territorio entre México y Canadá
crearon uno de los proyectos de nación más exitosos en la historia. A fines de
ese siglo y principios del siglo XX, EEUU se enfrascó en las guerras
imperialistas de las potencias europeas. Su proyecto de nación fue reemplazado
por una abierta competencia imperial con los europeos en América latina,
Africa, Asia y otras regiones.
Después de un siglo de
imperialismo, las naciones/potencias europeas se han agotado y no tienen la
capacidad para seguir explotando la periferia. Hace 40 años EEUU organizó la
Comisión Trilateral con el propósito de coordinar sus políticas con las de
Europa (el llamado ‘centro’) en su relación con la periferia. Se suponía que
para ello se fortalecerían las instancias económicas (FMI, BM), se ampliarían
las instancias militares (OTAN) y se crearían instancias políticas nuevas (G-7,
G-20). EEUU contraloría todo el engranaje apoyando a los demás socios. Lo que
Barak Obama llamó “liderazgo desde la retaguardia”.
El plan concebía el
mundo sin fronteras, unidades militares coordinadas y economías cada vez más
integradas: la globalización. En otras palabras, era un adiós a las naciones surgidas
al calor de la revolución industrial y del capitalismo, así como del
imperialismo. Esta versión del ‘fin de la historia’ fue rechazada por sectores
importantes del gran capital norteamericano que encontraron en la figura de
Trump su campeón. La propuesta de este grupo es sencilla: EEUU es y será la
primera y única nación con capacidad para liderar al mundo.
¿Qué alternativa tiene
América Latina? La propuesta de la globalización o de un liderazgo único
centrado en Washington no es nueva. Es más de lo mismo. Ambos planes implican
que las 35 naciones de América latina y el Caribe seguirían siendo exportadoras
de bienes de bajo valor agregado e importadoras de productos de alto valor
agregado. A las naciones de la región sólo les queda la alternativa de romper
con la dependencia y buscar un nuevo camino.
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