Mientras el "Messias" pertrecha
su futuro gabinete de gobierno con economistas neoliberales, militares y juristas a sueldo (como el nefasto juez
Sergio Moro), los oligopolios mediáticos de ese país empiezan a sentir los
primeros zarpazos del monstruo: al mejor estilo de Donald Trump, Bolsonaro
advirtió a los medios de comunicación que recortará la pauta publicitaria a
quienes le adversen.
Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa
Rica
Jair Bolsonaro, presidente electo de Brasil. |
En Brasil,
como ocurre prácticamente en toda América Latina, la concentración de la
propiedad de los medios de comunicación consolidó un latifundio mediático en el
que unos pocos grupos empresariales, que responden, a su vez, a un manojo de
familias, influyen de manera decisiva sobre el sistema político y la opinión
pública, ejerciendo una suerte de derecho
de picaporte -según la atinada expresión acuñada por el salvadoreño
Alexander Segovia- sobre las agendas políticas, económicas, legislativas y, en
general, sobre la construcción del sentido
común neoliberal que se reproduce y legitima desde las usinas mediáticas.
Un estudio
realizado por Intervozes y Reporteros Sin Fronteras (RSF), cuyos resultados se dieron a
conocer en 2017, estableció que cinco grupos empresariales, pertenecientes a
cinco familias, concentran el 50% de la propiedad de los principales medios de
comunicación brasileños de cobertura nacional: se trata de los grupos Globo, de
la familia Marinho; Bandeirantes, de la familia Saad; Record, de la familia
Macedo (Edir Macedo es el fundador de la pentecostal Iglesia Universal del
Reino de Dios); RBS, de la familia Sirotsky, y Folha, de la familia Frias
Filho.
Estos
grupos, que articulan alianzas con empresas de medios a escala regional, han
desarrollado desde la segunda mitad del siglo XX, y en especial a partir de la
dictadura militar de 1964-1985 (apoyada por el Grupo Globo y también por el Grupo Folha, como se reveló hace pocos
años), un sistema de propiedad
hereditario, en el que el negocio de la explotación comercial de las
concesiones de radio y televisión se transmite de generación en generación, y
donde los medios de mayor influencia están "controlados, dirigidos y
editados, en su mayor parte, por una élite económica formada por hombres
blancos", como señalan Intervozes y RSF.
En 2013,
otro informe de RSF, simbólicamente titulado El país de los
30 Berlusconis, concluía que "las características del funcionamiento de los
medios impiden la libre circulación de la información y el pluralismo. Brasil
presenta un nivel de concentración mediática que contrasta con el potencial de
su territorio y la diversidad de su sociedad civil". Las consecuencias
políticas y culturales del fenómeno de alta concentración de la propiedad de
los medios nos resultan más que evidentes hoy,
cuando constatamos que los grupos mediáticos han desempeñado un papel
crucial en el vía crucis al que ha sido sometida la democracia brasileña en los
últimos años: desde la promoción del impeachment
perpetrado contra la presidenta constitucional Dilma Roussef, en 2016; pasando por la aprobación de la regresiva
agenda de reformas económicas y laborales del golpista Michel Temer; hasta la
persecución judicial y mediática desatada contra el expresidente Lula da Silva,
con el propósito -cumplido- de sacarlo de la contienda electoral de este año,
lo que finalmente abrió las puertas para el ascenso del ahora presidente electo
Jair Messias Bolsonaro.
Y mientras
el Messias pertrecha su futuro
gabinete de gobierno con economistas neoliberales, militares y juristas a sueldo (como el nefasto juez
Sergio Moro), los oligopolios mediáticos de ese país empiezan a sentir los
primeros zarpazos del monstruo: al mejor estilo de Donald Trump, Bolsonaro
advirtió a los medios de comunicación que recortará la pauta publicitaria a
quienes le adversen. Y para el diario Folha
de Sao Paulo, al que acusa de ser difusor de fake news en su contra, el capitán ya dictó sentencia: "Ese diario se
acabó".
Paradojas
de la historia: los grupos que ayer justificaban el apoyo a la dictadura
militar, y vieron florecer sus negocios al amparo de ese régimen, ahora se ven
amenazados por el torbellino del neofascismo pentecostal que, directa o
indirectamente, ayudaron a desatar.
"Quien
siembra vientos recoge tempestades", reza la sabiduría popular contenida
en un viejo refrán. Nada más cierto.
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