Tres décadas después de la Constitución
Federal de 1988, marco del proceso de redemocratización, la elección de un ex
militar con ideales fascistas expone las fracturas de la sociedad brasileña.
Guilherme
Boulos y Rud Rafael / LA JORNADA
Jair Bolsonaro, presidente electo de Brasil, rodeado de militares. Un anticipo de su mandato. |
No fueron pocas ocasiones en las cuales Jair
Bolsonaro hizo apología de la dictadura, incluso su voto en el proceso de
destitución de la ex presidenta Dilma fue en homenaje al coronel Brilhante
Ustra, uno de los más atroces torturadores del periodo dictatorial.
Pero, ¿todas las personas que votaron por
Bolsonaro apoyan esas posiciones? Ciertamente no. Bolsonaro buscó como
candidato canalizar el deseo de cambio de gran parte de la sociedad brasileña,
incorporando un fuerte discurso antipolítico y de lucha contra la corrupción,
aunque ejerza desde hace 27 años el cargo de diputado federal en el Congreso
brasileño. El propósito era colocarse como alternativa al sentimiento de
profunda desesperanza con la política, mediáticamente trabajado para fortalecer
una lógica de rechazo al Partido de los Trabajadores (PT) y sus 14 años en la
presidencia. Ciclo cerrado mediante el golpe institucional viabilizado en el
impeachment de 2016.
Tal dinámica también se ancló en la propaganda
extremadamente negativa de los gobiernos progresistas de América Latina que ha
marcado el discurso de la derecha en la región. Algunos lemas como "Brasil
no va a ser Venezuela" o "Nuestra bandera jamás será roja"
movilizaron el sentimiento anticomunista y de acusación al PT como
representante de este proyecto.
Es necesario destacar tres tácticas
importantes en todo este proceso. La primera remite al papel político del Poder
Judicial. El juez Sergio Moro, que hace poco aceptó la invitación para ser
ministro de Justicia, fue el mismo que condenó sin pruebas suficientes al ex
presidente y líder de todas las encuestas prelectorales.
La segunda se refiere a la adhesión de
representantes del sector evangélico a la campaña del candidato del Partido
Social Liberal (PSL). Su poder político puede ser medido por la "bancada
evangélica" en el Congreso Nacional, que contará con 180 congresistas del
total de 513 diputados y 81 senadores.
Y, por último, una estrategia de comunicación
digital muy eficiente, que involucró contratos de más de 3 millones de dólares
entre empresarios y WhatsApp para circular cientos de millones de fake news a
los usuarios de la aplicación. La práctica es ilegal, además de caracterizarse
como donación no contabilizada de campaña. No por casualidad, la misma táctica
fue utilizada en la campaña de Donald Trump con el apoyo de la Cambridge
Analytica. No es mera coincidencia. La relación entre Steven Bannon, asesor
estratega de Trump, y Bolsonaro fue algo público en campaña.
Bolsonaro representa el intento de restitución
de los poderes tradicionales, la encarnación de las ideas de familia
patriarcal, de defensa de la propiedad y del Estado represor. En un contexto de
avance de las luchas y de la organización de las mujeres, de búsqueda de
reconocimiento de los derechos de la población LGBT, de la construcción de
políticas afirmativas para la población negra en Brasil, quien tiene sus
privilegios amenazados se aferra a una alternativa radical de defensa de sus
intereses.
No es tampoco casualidad que Bolsonaro haya afirmado
que el Movimiento de Trabajadores Sin Tierra (MST) y el Movimiento de los
Trabajadores Sin Techo (MTST) serán considerados terroristas en su gobierno.
Estas organizaciones incomodan por explicitar las contradicciones de la
propiedad en el país, donde hay más vivienda sin gente (7 millones 906 mil 767
casas) que gente sin derecho a la vivienda (6 millones 355 mil 743 familias).
A pesar de la victoria, Bolsonaro no tiene un
cheque en blanco para poner en marcha un programa autoritario en el país. Es flagrante
la crisis del sistema político brasileño, que se convierte también en una
crisis de representatividad. Se puede percibir esto, por ejemplo, en el hecho
de que las elecciones de 2018 sumaron 42 millones de votos nulos y blancos
(30.8 por ciento del total).
En ese escenario, Bolsonaro intentará reducir
el Estado social y construir un Estado policial en un Brasil dividido por un
abismo de desigualdad. No podemos olvidar que Fernando Haddad ganó en 2 mil 810
ciudades, mientras Bolsonaro venció en 2 mil 760. El candidato del PT venció en
98 por ciento de las ciudades más pobres del país y el futuro presidente en el
97 por ciento de las más ricas.
Además, Bolsonaro apuesta por liberar la
tenencia de armas de fuego, un amplio programa de privatizaciones, avanzar en
la criminalización de los movimientos sociales y el combate a la
"ideología de género".
Es urgente la formación de un frente amplio
por la democracia con la participación de partidos políticos, movimientos
sociales, intelectuales, juristas, representantes religiosos y de otros
sectores. Es necesario que la prensa y los poderes republicanos actúen también
para garantizar las libertades democráticas y fiscalizar las acciones del
futuro gobierno.
Ante la actual crisis democrática, es
fundamental asimismo la conformación de una red de apoyo internacional a las
resistencias que serán construidas por los movimientos sociales en Brasil, de
las luchas sociales que seguirán con la afirmación de derechos para superar las
desigualdades en el país. Lo que está en juego no son sólo los retrocesos de
cuatro años de un gobierno fascista, sino la democracia en todo América Latina.
* Guilherme Boulos fue candidato a la
presidencia de Brasil y es coordinador del Movimiento de los Trabajadores Sin
Techo (MTST); Rud Rafael es coordinador internacional del MTST
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