Cada aniversario intentamos ejercer la memoria activa que refuerce la Memoria por la Verdad y la Justicia, en tiempos en que los beneficiarios económicos del golpe insisten con nostalgia, en recordar aquella época dorada en que hacían a su antojo, respaldados por las FFAA.
Roberto Utrero Guerra / Especial para Con Nuestra América
Desde Mendoza, Argentina
Este 24 de marzo se cumplen 47 años del golpe más sangriento de la historia argentina. Sin embargo, los beneficiarios de aquella alianza cívico, militar, eclesiástica, siguen añorando esa época oscura. Incitando a la amnesia colectiva, insisten con elogios fraticidas, aprovechando que una porción joven de la población, nació después de esos años de horror y espanto, a pesar del convencimiento unánime y colectivo de vivir en democracia; democracia, convencida en darle otro al genocidio: Día Nacional de la Memoria por la Verdad y la Justicia en homenaje a las víctimas de la última dictadura cívico-militar que usurpó el poder entre 1976 y 1983. Un día de reflexión y análisis para mantener presente en la memoria colectiva hechos de nuestra historia que no deben ocurrir NUNCA MÁS.
Parece mentira que luego de tanto daño social y económico, se reivindique a las cabecillas de las FFAA argentinas que, junto con el economista José Alfredo Martínez de Hoz, sentaron las bases del neoliberalismo en el país, modificando el modelo de acumulación de capital y destruyendo la segunda etapa de sustitución de importaciones, lograda a partir del desarrollismo de 1958, hasta el momento del golpe. Época en surgieron los grandes centros industriales de varias provincias con una fuerte sindicalización, cuyos paros y manifestaciones hicieron temblar las bases de los militares liderados por el general Juan Carlos Onganía a fines de la década de los sesenta del siglo pasado.
Conscientes de ello, la nueva cúpula militar asumida por el general Jorge Rafael Videla (Ejército), el brigadier Orlando Ramón Agosti (Aeronáutica) y el almirante Eduardo Emilio Massera en el denominado “Proceso de Reorganización Nacional”, cobró las vidas de políticos peronistas y socialistas, como de dirigentes obreros, estudiantiles, familiares o amigos de los mismos, ya que “chuparon” a todo el que apareciera sospechoso, cualquiera fuera su edad y estado.
Las represalias adoptadas contra el pueblo argentino disperso en todo el territorio nacional, dirigidas desde el aparato estatal del que disponían las FFAA, es lo que se denominó posteriormente, terrorismo de estado; concepto opuesto a la teoría de los dos demonios, con la que se intentaron identificar y justificar los represores responsables de ese perverso proceso, finalmente eliminada por el Informe Nunca más, elaborado por la Comisión Nacional de Desaparición de Personas CONADEP, creada por el presidente Raúl Alfonsín el 15 de diciembre de 1983, cinco días después de asumir.
Pero el proceso no se limitó a eliminar personas, sino que desindustrializó al país, relegándolo a productor primario, librado a la especulación financiera propuesta por la política económica de Martínez Hoz, cuya familia proviene de un comerciante español acusado de tráfico de esclavos, llegado a estas tierras a fines del siglo XVIII, de nombre José Martínez de Hoz, dedicado al comercio de exportación de sebo y cueros.
En su vida pública, este hombre, fue alcalde de primer voto del Cabildo y Síndico del Consulado.
Durante las invasiones inglesas, fue nombrado administrador de aduanas por los ocupantes y en el Cabildo Abierto del 22 de mayo de 1810, manifestó su lealtad a España apoyando al virrey Cisneros.
Como no tuvo descendencia, adoptó a su sobrino, Narciso de Alonso Martínez de Hoz, quien luego se hizo cargo de sus negocios, acrecentando y diversificando su fortuna. Uno de sus once hijos, José Toribio Martínez de Hoz, fue fundador y primer presidente de la Sociedad Rural Argentina SRA en 1866.
Fue senador nacional y presidente del Banco de la Provincia de Buenos Aires. Familia afortunada, recibió de manos del general Julio A. Roca en 1879, luego de la célebre extensión de la frontera agropecuaria y erradicación de los pueblos originarios, dos millones y medio de hectáreas en la Patagonia.[1]
El ministro de la dictadura, apodado Joe por su familia, nació en 1925, fue abogado y profesor universitario, ministro de economía de la provincia de Salta durante la Revolución Libertadora y entre 1962 y 1963.
Durante el gobierno de José María Guido, entre 1962 y 1963, fue nombrado secretario de Agricultura y Ganadería y ministro de Economía, cargo este último que renovaría con la dictadura militar entre 1976 y 1981.
Hombre de suerte, ya que fortuna le sobraba, en 1984 fue acusado del secuestro de los empresarios, Federico Guthein y su hijo Miguel Ernesto, cumpliendo 77 días de arresto. Finalmente fue sobreseído y falleció en 2013 con 87 años de edad en prisión domiciliaria, dictada el 4 de mayo de 2010.
El otro hombre, extremadamente fuerte del golpe, el general Jorge Rafael Videla, nació el 2 de agosto de 1925, en Mercedes provincia de Buenos Aires[2], fue bautizado con el nombre de sus hermanos mellizos: Jorge y Rafael, muertos tres años antes. Hijo del mayor del ejército, Rafael Eugenio Videla, tenía 36 años al nacer el futuro dictador. Estaba orgulloso de su rancia estirpe militar, como también de haber sublevado al 6 de Infantería, bajo su mando, en el golpe de Estado encabezado por el general Félix Uriburu, el 6 de setiembre de 1930, derrocando al presidente Hipólito Yrigoyen e inaugurando la intromisión política de las FFAA, con una seguidilla de golpes hasta llegar a 1976.
Prepotencia y el convencimiento de ser los salvadores de la patria, el cuerpo de Caballería en el Ejército – Los hombres de a caballo, según la célebre novela de David Viñas, censurada durante el proceso –, se remonta a los orígenes mismos de la nueva nación, y más atrás aun,…“la dinastía videlista es cuyana y el primer pie con ese nombre holló las tierras de Mendoza en el siglo XVI”[3].
Aunque el futuro presidente de facto jamás profundizó en su pasado histórico, desarrollado en la provincia San Luis, preñado de luchas intestinas y apropiación de terrenos a los pobladores originarios; luchas internas entre unitarios y federales y exterminio indígena, comulgaban en un todo con su ministro de economía, Alfredo Martínez de Hoz y el núcleo oligárquico al que pertenecían.
Jorge Rafael creció en un entorno que creía en la misión restauradora del Ejército. Niño bueno y distante, jamás causó problemas a sus padres; sus profesores coincidían en verlo tímido, retraído y cumplidor. Alejado del resto de sus compañeros, hombre puntual en las misas dominicales, no es difícil imaginar que se sentía un misionero con una tarea providencial a realizar en la tierra.
No le tembló el pulso al disponer una limpieza ideológica basada en la Doctrina de la Seguridad Nacional, que justificaría su accionar, en forma reiterada desde el banquillo de los acusados, frente al estrado en el juicio a las juntas llevado a cabo en 1985. Siempre reinvindicó al terrorismo de Estado y que “sus subordinados cumplieron sus órdenes”, más allá de sus propias opiniones.
Pero volvamos al marco de las condiciones políticas y económicas que antecedieron al golpe, a comienzos de la década del setenta la disolución del acuerdo de Bretton Woods (1944), al desvincular al dólar del oro, dio lugar a la instauración de “tipos de cambio flexibles”, inaugurando una etapa de acentuada inestabilidad monetaria y especulación financiera.
Sin embargo, es a fines de esa década, específicamente entre 1978 y 1980, cuando comienzan a implementarse políticas nacionales en los países centrales y periféricos que le dan un contenido definido a esos cambios iniciales.
Así, en 1978 Deng Xiaoping (que había sido denostado por Mao Tse Tung antes de su muerte) comienza a implementar la liberalización de la sociedad comunista china que abarca la quinta parte de la población mundial. Solo dos décadas después, esas políticas convertirán a China en un centro dinámico de la economía mundial con una tasa de crecimiento sostenida sin precedentes en el capitalismo.
Contemporáneamente, del otro lado del Océano Pacífico, en julio de 1979, asumió Paul Volcker como conductor de la Reserva Federal de Estados Unidos, e inmediatamente replanteó la política monetaria imponiendo elevadas tasas de interés como medio de detener la inflación, aun a costa de una creciente desocupación de la mano de obra.
De esta manera, ya durante la presidencia de J. Carter se abandonaron en Estados Unidos las concepciones instauradas a partir del New Deal para paliar los efectos de la crisis de los años treinta, para las cuales las medidas monetarias y fiscales eran instrumentos que garantizaban el crecimiento productivo y el pleno empleo.
Comenzaba entonces, aunque en forma incipiente, a plasmarse en la práctica política, la idea de que la restauración de la dignidad y de la libertad individual que el pensamiento neoliberal consideraba como los “valores centrales de la civilización”. Los cuales ponían en peligro el totalitarismo, el comunismo y las dictaduras (que debían combatirse mediante la defensa de los derechos humanos), así como por todas las formas de intervención estatal que limitaban las acciones individuales, lo cual implicaba impulsar la desregulación de amplios aspectos de la vida social.[4]
Cada aniversario intentamos ejercer la memoria activa que refuerce la Memoria por la Verdad y la Justicia, en tiempos en que los beneficiarios económicos del golpe insisten con nostalgia, en recordar aquella época dorada en que hacían a su antojo, respaldados por las FFAA.
Con el golpe, asumieron el poder no solo los militares sino también los grupos económicos “nacionales” y extranjeros. Entre las principales medidas tomadas por Martínez de Hoz, fue retomar relaciones con el FMI y atacar a la clase trabajadora con represión, desapariciones, liquidando leyes y convenios que encarnaban muchas de sus conquistas. Pero además se ensañó con el bolsillo obrero y popular.
Semanas después del Rodrigazo, (mazazo económico decretado por el ministro de economía de Isabel Martínez de Perón, Celestino Rodrigo, el 4 de junio de 1975) se comienzan a reunir “los dueños del país”. La oligarquía rural, la Cámara de la Construcción, el Consejo Empresario y los principales grupos capitalistas fundan la APEGE (Asamblea Permanente de Entidades Gremiales Empresarias). Desde allí convocan a “la defensa de la propiedad y la empresa privada”, tras denunciar que “se entrega al país al sindicalismo continuando su camino hacia el marxismo”. Pocas semanas después los Bunge & Born, los Blaquier, los Reyes Terrabusi y los industriales de las golosinas agrupados en la CIPA fundan la COPAL, la Coordinadora de las Industrias de Productos Alimenticios, Bebidas y Afines. El ascenso obrero que había despuntado con el Cordobazo y protagonizado las huelgas generales de junio y julio de 1975, también se sentía en sus fábricas. Allí estaban los trabajadores de los ingenios azucareros tucumanos y jujeños, de frigoríficos como Swift, de las plantas de Terrabusi, Matarazzo, Bagley, Molinos.
Actualmente, con caras nuevas, nuevas denominaciones, estrategias y alianzas, todo sigue viento en popa.
Valga entonces la paradoja del “gatopardismo” expuesta por Giuseppe Tomasi di Lampedusa, allá lejos y hace tiempo: “si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie” o, dicho de otro modo: “cambiar todo para que nada cambie”.
La alianza Juntos por el cambio, ha expresado todo el tiempo y no paradojalmente, la necesidad de cambiar, pero en un segundo tiempo, mucho más rápido.
El 13 de marzo, murió el empresario azucarero, Carlos Pedro Blaquier con 95 años, quien estuvo al frente de su grupo económico desde 1976 y, según la revista Forbes, en marzo de 2020, se ubicaba en el puesto 24 de su famosa lista de millonarios, con una fortuna de US$ 490 millones.
Al Jardín de Paz, en Pilar, se acercaron unas doscientas personas a despedirlo[5]. Los principales empresarios y políticos de la derecha expresaron sus condolencias, entre ellos, Mauricio Macri, beneficiario como él de la dictadura.
Como siempre volvemos sobre nuestros pasos, “fue sin querer queriendo” como decía El Chavo del ocho, del inolvidable personaje mexicano, creado y encarnado por Roberto Gómez Bolaños, la lucha por los intereses, reúne siempre a los mismos, defendiendo sus sacrosantos valores.
Dios, patria y familia muestran los afiches colgados con la imagen de Bolsonaro al costado de las rutas del sur brasileño, en los días pasados que anduve por allí.
Dios, patria, familia y libertad, ha sido el punto de encuentro y alianza del ex presidente Bolsonaro, con el libertario, Javier Milei.
Idéntica exhortación generó el triunfo fascista de la derecha radical italiana que llevó al poder a Giorgia Meloni y atemoriza a Europa.
El nacionalcatolicismo franquista se ha expresado del mismo modo: Dios, patria, familia y Rey, renovado por VOX.
Desde el otro lado de la vereda, combatiendo contra el olvido, seguiremos insistiendo con el mismo reclamo: Memoria por la Verdad y la Justicia.
[1] Mario Rapopport, La saga de los Martínez de Hoz y el banquero arrepentido, Diario El Argentino - 05.05.2010.
[2] María Seoane/Vicente Muleiro, El dictador. La historia secreta y pública de Jorge Rafael Videla, Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 2001. Pág. 75.
[3] Ibídem, pág. 95-
[4] Eduardo M. Basualdo, Evolución de la economía argentina en el marco de las transformaciones de la economía internacional de las últimas décadas, pág. 324.
[5] Revista Hola Argentina, 15 de marzo de 2023.
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