Difícil es ocultar un elefante en una heladera, porque lo delatan la cola, las orejas o la nariz, que quedan fuera. La condena pública que cae sobre dirigentes sindicales, por el estilo de vida que llevan, mientras los afiliados la pelean cotidianamente, es generalizada, por lo que más que apoyo, están cosechando el repudio colectivo.
Roberto Utrero / Especial para Con Nuestra América
Desde Mendoza, Argentina
La elaboración de ciertas preguntas non sanctas suele irritar la conciencia de las personas, sobre todo en épocas de ausencia de pensamiento o de evasión fácil y edulcorada.
Hago la salvedad porque, neoliberalismo de por medio, un país pionero del movimiento obrero organizado, ha borrado de la memoria, o por lo menos excede la observación de las nuevas generaciones -esclavizadas por la televisión basura y los mensajes de celulares- sobre nuestro actual sindicalismo y sus conductores.
Los grandes gremios que nucleaban a los obreros y empleados de las empresas estatales, liderados por Saúl Ubaldini y que le complicaron la vida al primer presidente de la recuperada democracia, en 1983, Raúl Alfonsín, desaparecieron junto con aquellas tradicionales empresas públicas, fruto de un modelo de Estado ya sepultado.
Lo que ha venido después, las ruinas y despojos de la fiesta de los noventa, que culminó con la crisis del 2001, ha sido un rejunte que ha pretendido quedarse con las achuras del desguace. No es de extrañar que el “sálvese quién pueda” del legado menemista se enquistó en los dirigentes emergentes y, frente al río revuelto, se han ido “acomodando” a las nuevas circunstancias.
El esquema corporativo de poder sindical había sobrevivido a su prueba más trascendente, emerger de la traición colectiva a la clase obrera tras haber comulgado con los preceptos del decálogo de Washington. Todo de la mano de la alianza popular conservadora que había llevado a cabo el caudillo riojano justicialista, Carlos Menem. Traición al pueblo que sólo podía lograrse bajo un gobierno peronista, en donde la mayoría del pueblo creyó en las promesas del Judas de largas patillas.
En un vuelco ideológico sólo explicable a través, del fin de la historia de Fukuyama, los otrora osados gremialistas de la “resistencia peronista”, aquellos que formaron las gloriosas “62 organizaciones peronistas”, los que sobrevivieron al paso del tiempo, fueron ocupando espacios y poder, hasta, en un envión violento desafiar al gobierno el año pasado, justamente el 17 de octubre, el Día de la Lealtad Peronista.
En ese momento, el Secretario General de la CGT, la Confederación General del Trabajo, el camionero Hugo Moyano, insinuaba la sentida necesidad de instalar a un obrero en el sillón presidencial de la nueva gestión. Cuestión que irritó los ánimos de la Señora Presidenta y devolvió el guante de manera irrefutable.
No han transcurrido seis meses desde esa apoteosis y varios de los que acompañaban y acompañan a Moyano en el Secretariado, están presos: Juan José Zanola, de bancarios, por medicamentos adulterados dentro de la Obra Social, José Pedraza, Secretario de la Unión Ferroviaria, procesado por el crimen de Mariano Ferreira, asesinado el año pasado.
Gerónimo “Momo” Venegas, Secretario de UATRE, la asociación que nuclea a los trabajadores rurales, también fue detenido y liberado bajo fianza, por el mismo tema de la “mafia de los medicamentos” en la que está Zanola.
Luego apareció el pedido de la justicia suiza, solicitándole al fiscal federal Jorge Di Lello, que investigue a Hugo Moyano, sobre supuestas conexiones con lavado de dinero. Cuestión que, en un arrebato de indignación, quiso paralizar el país con un paro descomunal. Situación que, sentido común de por medio, habría generado más evidencias y aprietes que blanqueo.
Difícil es ocultar un elefante en una heladera, porque lo delatan la cola, las orejas o la nariz, que quedan fuera. La condena pública que cae sobre estos dirigentes, por el estilo de vida que llevan, mientras los afiliados la pelean cotidianamente, es generalizada, por lo que más que apoyo, están cosechando el repudio colectivo.
Es inexplicable que, estos dirigentes de humilde origen se hayan erigido en magnates que llevan vida de empresarios. Doble rol, (representantes y empresarios) que varios cumplen con eficacia, Moyano y Pedraza son accionistas, entre otras cosas, del FC Belgrano Cargas, junto con un consorcio asiático y don Franco Macri, padre de Mauricio, jefe de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Al dirigente ferroviario fueron a detenerlo en el lujoso departamento que ocupa en Puerto Madero, privilegio que seguramente, no es compartido por sus representados.
Al émulo local de Jimmy Hoffa, le fue muy bien todos estos años que al país no le fue tan bien. Comenzó casi adolescente, en Mar del Plata, con una asociación de unos pocos miles de camioneros. En la actualidad supera con holgura los 140 mil afiliados, muchos más de los que en las mejores épocas supo tener el ferrocarril en todo el país. Es más, su considerable progreso ha sido, justamente, por la supresión de los ferrocarriles y su reemplazo por camiones, hecho que cualquier país racional hubiera hecho lo contrario.
No es necesario ser un sabio para advertir las ventajas del tren frente al automotor en el transporte masivo de cargas y pasajeros. Sobre todo, por las grandes distancias a cubrir y la dispersión poblacional de Argentina y los miles de accidentes y congestionamientos que se pueden evitar.
Sin embargo su estrategia ascendente prosperó al punto de llegar a conducir la máxima central obrera del país y tener bajo su responsabilidad la logística del tránsito de todas las mercancías que por él circulan.
Esta suma de hecho de todos los poderes, puede que, en una noche de asados y vinos entre amigos propicie la picardía criolla de dejar a todo el mundo en banda, por el sencillo capricho de demostrar “quien la tiene más larga”.
Desde aquel país embozalado por la Libertadora de 1955, que logró ocultar por décadas el bombardeo de la Plaza de Mayo, cuyos obreros silentes, perseguidos y proscriptos junto con su líder, el General Perón, obligado al exilio para evitar el derramamiento de sangre entre hermanos. Desde aquella gloriosa resistencia, de descamisados juramentados, orgullosos de los derechos adquiridos tanto como de los sabotajes al sistema opresor. Épocas en que la amistad se jugaba al fragor de la libertad so pena de ser un paria excluido, un muerto en vida por traicionar a los compañeros. Épocas de una Operación Masacre, en donde la palabra de Rodolfo Walsh era tan incisiva como un estilete o una molotov, en donde el Gordo John Williams Cooke daba letra a las nuevas generaciones que soñaban con la vuelta del líder. Desde Vandor, Tosco, Rucci o, el mismo Loro Lorenzo Miguel que gambeteó innumerables embates del poder de turno, han trascurrido varias décadas, ha corrido demasiada agua, tanto que ha vaciado de contenido nuestra historia, ha lavado la memoria de las instituciones y, como diría un viejo tango, hoy, cualquier cacatua sueña con la pinta de Carlos Gardel.
Sin embargo, conjeturas aparte, no todo está perdido y, los perdedores siempre esperamos anhelantes la llegada de aquella vieja silueta de la ciega con la balanza, esperanza de los desprotegidos de la tierra, que alguna vez simbolizó a la Justicia y que puede que por ahí, en algún mareo, incline su balanza a favor de los más y prosperen las causas en proceso y los de abajo, recuperemos la confianza en quienes legítimamente nos dirigen.