A propósito de la lectura de la novela “Recuerdos del porvenir” de la mexicana Elena Garro (1963) estuve incursionando en la historia de México y en la Guerra de los Cristeros (1926-1929). La historia hay que conocerla, para no estar condenados a repetirla, advierten los historiadores.
Jaime Delgado Rojas / AUNA-Costa Rica
En México los cristianos han participado abierta y combativamente en todos los acontecimientos de su historia nacional. El cristianismo, impuesto por los españoles en la conquista, se haya incrustado en todos los poros de su vida cultural: forma parte de su identidad. Sin abandonarlas, las tradiciones autóctonas y sus símbolos sagrados se encuentran, como actos de rebeldía o reivindicación de los oprimidos, incluso en las obras de arte religioso de los conquistadores. El cristianismo fue impuesto con la conquista, pero los cristianos, desde los más humildes campesinos, fueron artífices de primera línea en la independencia y la formación del estado.
Luego vendrán las reformas liberales, la experiencia imperial de franquicia francesa y la restauración de la república federal y laica. Los positivistas impusieron su visión del mundo durante la larga dictadura de Porfirio Díaz; empero, en la revolución mexicana (a partir de 1910), de nuevo, los cristianos aportaron sus consignas y sus muertos: esa gesta histórica mexicana fue la primera revolución social de la humanidad y la Constitución de Querétaro (de 1917), obra cimera de aquella Revolución, se constituyó en la primera constitución social en el mundo pues incorporaba reivindicaciones sociales en sus artículos 27 y 123 cuyos contenidos habían sido agitados con la Encíclica papal Rerum Novarum de León XIII desde 1891, al lado de organizaciones socialistas y anarquistas. Esa constitución, profundamente laica, hereda la división entre Iglesia y Estado del texto constitucional de 1857 que se estampa en sus artículos 3, 24 y 130. En uno declara la enseñanza es libre, laica y gratuita, en el otro dice que “todo acto religioso de culto público deberá celebrarse precisamente dentro de los templos, los cuales estarán siempre bajo la vigilancia de la autoridad” y en el 130 se impedía el ejercicio pastoral a no nacionales, la prohibición para realizar actividad política proselitista y criticar al Estado y se regulaban los templos religiosos.
Sobre esa base el gobierno de Plutarco Elías Calles (1920-1924) emitirá el Código Penal (en 1926) que catapulta la separación de la Iglesia y el Estado y la intervención de este en la vida religiosa de los mexicanos: no más de un sacerdote por cada 6.000 habitantes, licencia estatal para ejercer el sacerdocio y nacionalidad mexicana más registro local del sacerdote para ese ejercicio pastoral. A su vez se crea una organización nacional, la Iglesia Católica, Apostólica y Mexicana.
La reacción de los católicos de México no podía ser otra: con el grito de “Viva Cristo Rey” y “Viva la Virgen de Guadalupe”, se hicieron organizaciones, movilizaciones e incursiones armadas contra el estado y la creación de redes internacionales, sobre todo en Estados Unidos, de solidaridad con los creyentes. Como resultado, más de un cuarto de millón de muertos y un número similar de desplazados, básicamente al país del Norte. Entre los muertos hay que destacar a dirigentes claves de los Cristeros que se convirtieron en mártires de la iglesia (el sacerdote Miguel Agustín Pro y el niño José Sánchez del Río) y el asesinato a sangre fría y en público de Álvaro Obregón (en 1928) a manos del cristero José León del Toral e inspirado por una monja. Obregón había sido un líder indiscutible de la revolución mexicana, artífice del estado y presidente electo para el periodo siguiente. Se dice en la novela: “Tiempo después la muerte de Álvaro Obregón, ocurrida de bruces sobre un plato de mole, en la mitad de un banquete grasiento, nos produjo una gran alegría a pesar de que estábamos ocupados en la más extrema violencia”. (E. Garro, p.139); en otra parte: “Los clavos que sostuvieron imágenes santas suspendían ahora el rostro torvo del Jefe Máximo de la Revolución, título que se había otorgado el Dictador, y la cara regordeta de Álvaro Obregón. (E. Garro, p.149).
Las redes y cadenas sociales de solidaridad entre creyentes lograron o profundizaron el aislamiento del gobierno de Plutarco Elías Calles. Al final, la negociación, obligada, entre la cúpula católica y el gobierno mexicano, en 1929, permitió el cese de las hostilidades con la apertura de los templos y la tolerancia del Estado.
Hago resumen porque la historia hay que conocerla para no repetir sus errores. Las condiciones nacionales son muy distintas en los países de Nuestra América y, a un siglo de lo sucedido en México, la historia pareciera mimetizarse y no necesariamente como comedia. En Costa Rica aún están en la memoria las marchas y manifestaciones religiosas entre 2017 y 2018 contra las disposiciones gubernamentales en educación y profundización de los derechos humanos, impulsadas por el gobierno de Luis Guillermo Solís. En las marchas, se entonó también el himno cristero “Viva Cristo Rey”. Por muy poco logran, esos creyentes, poner en la presidencia de la República a un pastor protestante fundamentalista al estilo y corte del brasileño Jair Bolsonaro. No lo lograron pues, en aquella oportunidad, se enfrentó el credo de las sectas protestantes con el culto católico a la Virgen de los Ángeles, patrona de Costa Rica y símbolo de identidad nacional.
Muy cerca hay otras señales oscuras. Nos ha sorprendido, aunque en política no debe haber sorpresas, que una revolución social, como la nicaragüense, exitosa en su momento dé muestras de anticlericalismo e intolerancia religiosa. Esa revolución, en su origen (1979), contó con una alianza muy amplia de sectores sociales e intelectuales en la que participaron, militantemente, los cristianos, no solo católicos, inspirados en las consignas más sublimes de la teología de la liberación latinoamericana. Recordamos a Ernesto Cardenal, pero también otros prelados que hicieron campaña en contra de la dictadura somocista desde el púlpito. Ahora, el gobierno sandinista, en una situación socio política muy compleja, que debía obligarlo a crear puentes de diálogo amparándose en la herencia sublime de la teología de la liberación, se ha tornado, en sus formas, anticlerical, mientras le hace señales y guiños a pastores protestantes y sectas fundamentalistas. No solo persigue, expulsa del país o encarcela prelados católicos, sino que ordena, como lo hiciera el añejo positivismo decimonónico en México, arrinconar a los fieles en su culto dentro de los templos, para la próxima semana santa.
4 comentarios:
Jaime muchas Gracias excelente artículo inspirado por la lectura de Recuerdis del Porvenir. Lo relacionado con Costa Rica y todo el artículo nos ayuda a comprender e interpretar la obra que estamos leyendo, gracias
Muy interesante y sobre todo muy rico en historia. Triste ver como la historia se repite, como es el caso de Nicaragua y que no me sorprendería si Honduras sigue el mismo camino
Te felicito Jaime, muy oportuno tu análisis.
Muchas gracias Jaime, por recordarnos la historia.
Excelente artículo.
Publicar un comentario