Arias y Martinelli son dos de los más grandes empresarios de sus respectivos países, tienen intereses comunes, se entienden entre sí sin mayores preámbulos. Se han encontrado los siameses perdidos y se llenan de euforia. Después de tanto tiempo de vivir pegados sin verse a la cara, se reconocen los rasgos parecidos, y reavivan la dicha de pertenecer a la misma familia que tiene en Washington al padre y guía que les asigna su lugar en el mundo.
Rafael Cuevas Molina/Presidente AUNA-Costa Rica
rafaelcuevasmolina@hotmai.com
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Las clases dominantes centroamericanas han sido, por naturaleza, apéndices sumisos de la economía de los Estados Unidos, cajas de resonancia festivas de sus decisiones políticas. Recibir alguna mirada aprobatoria de quien preside la Casa Blanca, llegar a codearse alguna vez con el establishment estadounidense, constituye el sumum de su felicidad, el pináculo de una carrera política. Independientemente del paisito del que procedan, una vez que se jubilen se verán las caras en algún condominio de lujo de Miami, el lugar de los “Estados” que más les gusta porque es la imagen ideal de lo que piensan que podrían haber sido sus países si no tuvieran esa mentalidad subdesarrollada que no les permite ser modernos.
El primer viajecito que hace todo mandatario centroamericano que se precie debe ser a Washington. Ahí será recibido por el inquilino de la Casa Blanca por quince o veinte minutos, se tomarán una foto que el susodicho enmarcará y pondrá, más tarde, en algún lugar privilegiado en donde todo el que lo visite pueda verla, y después será enviado de regreso a su país en donde, una vez bendito, hará todo lo posible porque las inversiones norteamericana puedan establecerse sin ningún tropiezo y florezcan.
Estando tan cerca de los Estados Unidos, ¿pueden hacer otra cosa? Claro que pueden, pero no les conviene porque ellos mismos, como personas y como clase política, se encuentran estrechamente vinculados a los intereses de la potencia del Norte: son intermediarios de tercera categoría que se contentan con recoger las migas de la comilona mayor, pero con eso se siente satisfechos. Esa es su naturaleza, el papel que tienen asignado en la división internacional del trabajo: la de lumpenburguesía. Clases dominantes provincianas que ejercen dominio sobre sus coterráneos de forma particular, las más de las veces venalmente, con métodos que recuerdan la administración de las fincas de las cuales muchos son propietarios. Su entreguismo y venalidad provinciana ha dejado de tal forma su impronta a través del tiempo que hasta un mote han recibido los espacios republicanos en los que se refocilan: Repúblicas bananeras.
Cuando algo distinto a ellos aparece en el horizonte se horrorizan y lo satanizan. El señor presidente de la República de Costa Rica, Oscar Arias Sánchez, representante de uno de los más voraces sectores económicos del país, ha llamado “pintorescos” a los presidentes que hacen esfuerzos por aglutinar a América Latina en función de sus propios intereses y que, por lo tanto son distintos a él.
Para no ser ni parecer “pintoresco”, el señor presidente Oscar Arias Sánchez hace todo lo posible por seguir los dictados que Washington ha establecido para la región. Como ya lo ha demostrado con anterioridad, no escatima esfuerzos en este sentido. Una sola vez angustiado, algunos dicen que oportunistamente, vaya usted a saber, tuvo un desliz: su gobierno pidió el ingreso a Petrocaribe. Eran los tiempos en que el precio del petróleo trepaba, pero una vez que la premura pasó, perdió el interés y dejó de decir cosas positivas de aquellos a los que, la verdad de las verdades, considera “pintorescos”.
Ahora, el señor presidente Orcar Arias Sánchez, que veía un poco desconcertado desde su trono de la paz el avance de las posiciones nacionalistas en América Latina, está contento porque ya se siente menos solo: Ricardo Martinelli ha llegado a ser presidente de Panamá, su vecino del Sur.
Jubilosos los dos, se encontraron la semana pasada en Panamá. No es mucho decir que pocas veces se le había visto tan a gusto a don Oscar Arias, tan distendido, tan con los suyos, y no es para menos: Arias y Martinelli son dos de los más grandes empresarios de sus respectivos países, tienen intereses comunes, se entienden entre sí sin mayores preámbulos, dicen que a veces solo con la mirada.
Como Costa Rica ha sido siempre reticente a la integración centroamericana, sus pares de los otros países hicieron alguna vez la alusión que esta se llevaba a cabo solo con 4 de ellos: Guatemala, El Salvador, Honduras y Nicaragua. Costa Rica estaba, en esta fórmula, si no afuera (que no lo está), al margen en muchas cosas. Hoy Arias, jubiloso, dice en Panamá que si hay una integración de 4, Panamá y Costa Rica harán la de 2.
Se han encontrado los siameses perdidos y se llenan de euforia. Después de tanto tiempo de vivir pegados sin verse a la cara se reconocen los rasgos parecidos, y reavivan la dicha de pertenecer a la misma familia que tiene en Washington al padre y guía que les asigna su lugar en el mundo.
Como es sabido, Panamá es tanto puente como tapón. Puente por el canal, que une el Océano Atlántico con el Océano Pacífico. Tapón porque en su territorio está ubicado el único lugar en América en el que la Carretera Panamericana, que atraviesa todo el continente, se interrumpe; zona selvática que aísla a Centroamérica de América del Sur debido a los intereses norteamericanos.
Colombia, Panamá y Costa Rica juegan ahora al papel de tapón, de contención que les asigna papá Washington. Son la barricada que se erige para tratar de frenar a Venezuela, a Bolivia, a Ecuador, a Cuba, a Brasil y, en términos generales, a esa tendencia que intenta construir proyectos nacional-progresistas en América Latina.
Los tres gobiernos cumplen así su triste papel histórico, el de siempre, el de seguidistas de la política del gigante de las siete leguas que dijera Martí, y lo hacen sonrientemente.
Son jolgoriosamente entreguistas.
Son jolgoriosamente entreguistas.