Es posible que el “pensamiento pragmático” expuesto en un best seller como el Manual del perfecto idiota latinoamericano, sea el que al presidente de Costa Rica le gustaría que impulsaran las universidades latinoamericanas. Si no lo hacen, se les rebaja el presupuesto.
En su alocución a los presidentes en la Cumbre de las Américas realizada recientemente en Trinidad y Tobago (ver: "Algo hicimos mal"), el presidente de Costa Rica, Oscar Arias, dijo que “uno va a las universidades latinoamericanas y todavía parece que estamos en los sesenta, setenta u ochenta. Parece que se nos olvidó que el 9 de noviembre de 1989 pasó algo muy importante al caer el muro de Berlín y el mundo cambió”. El presidente de Costa Rica se duele que en las casas de enseñanza superior públicas latinoamericanas, dice él, se siga discutiendo cuál es el mejor sistema para sacar del subdesarrollo a nuestros países, e insta a seguir el camino del pragmatismo que, según nos asegura, ha seguido China desde Deng Xioping, con el que lo que importa no es si el gato es blanco o negro, sino que cace ratones.
Es decir, que Oscar Arias insta a las universidades a dejar tanta discusión, tanta pensadera. No dice quién será el que piense por nosotros, quiénes serán los que determinarán, en última instancia, cuáles serán los caminos a seguir, quiénes los que determinarán las vías de desarrollo deseables, viables, necesarias para nuestras condiciones particulares, aunque lo insinúa cuando expresa, también siguiendo a Deng, que “enriquecerse es glorioso”, pero no dice quién es el que se enriquece ni cómo, ni a costa de qué.
Pierden el tiempo los universitarios latinoamericanos, suponemos que también los costarricenses -aquellos a los que en este momento su gobierno amenaza con recortarles el presupuesto seguramente porque están dedicados a pensar asuntos fútiles-, con eso de andar pensando y discutiendo sobre esos temas tan feos e incómodos que tienen que ver con las causas del subdesarrollo, las vías para lograr una mejor redistribución de la riqueza o las relaciones con los Estados Unidos de América.
Los que eso hacen no son más que esos buscapleitos que estuvieron a punto de aguarle la implementación triunfal del Tratado de Libre Comercio con los Estados Unidos, paso necesario y nunca bien ponderado en ese camino teñido de pragmatismo que nos llama a transitar.
¿Cuándo –debe preguntarse el insigne presidente- en América Latina se ha formulado alguna teoría, se ha mostrado alguna guía de cómo hacer mejor las cosas en eso que se llama progreso? Por eso, hubo que importar desde Chicago ese aparataje teórico, conceptual, metodológico, que hoy se ha dado en llamar neoliberalismo, para que nos sacara del marasmo. Y nuestros gobiernos hicieron, pragmáticamente, lo que había que hacer: poner en práctica tales ideas y no pararse a discutirlas interminablemente como hoy lo hacen las universidades latinoamericanas.
La concepción según la cual las universidades latinoamericanas no son sino antros de discusiones superados que no sirven sino para incubar rebeldías juveniles, no es original de Oscar Arias. Tampoco lo es la idea que el pensamiento “pragmático” debe encontrar espacios más saludables para desarrollarse. Instancias internacionales como el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y la OCDE han hecho tal diagnóstico desde los años 80, y llegaron a la conclusión que aunque había que intentar cambiar a la tradicional, lo mejor era impulsar otro tipo de universidad en donde no hubiera que luchar contra tanta resistencia. Para todos ellos, entonces, lo ideal es la universidad privada en donde, pragmáticamente, se elimina la investigación, se acorta ostensiblemente el tiempo que tarda en obtenerse un título, y no existe ese montón de materias que solo llenan de pajaritos las cabezas de los jóvenes. Hemos sido nosotros, y solo nosotros, los latinoamericanos, los responsables de lo que nos ha pasado, de nuestro “quedarnos atrás” frente a la pujanza norteamericana a la que –por envidia, seguro- achacamos nuestros males.
Ante esta concepción, muy lamentable debe de haberle parecido a don Oscar el gesto del presidente de Venezuela, Hugo Chávez, de regalarle a su par norteamericano Las venas abiertas de América Latina, del uruguayo Eduardo Galeano. Cierto es que no dice esto en su alocución pero lo deducimos de lo que expresa. La caracterización que se hace de la división internacional del trabajo en el primer renglón del libro en cuestión es lo más alejado del pensamiento del señor presidente: “La división internacional del trabajo consiste en que unos países se especializan en ganar y otros en perder”. Tal vez el señor presidente se vio relevado de la necesidad de decirlo porque ya otros lo han dicho por él, especialmente en ese opúsculo, que fue best seller por cierto, llamado Manual del perfecto idiota latinoamericano. Es posible que ese sea el "pensamiento pragmático" que al presidente de Costa Rica le gustaría que impulsaran las universidades latinoamericanas.
Si no lo hacen, se les rebaja el presupuesto.
Es decir, que Oscar Arias insta a las universidades a dejar tanta discusión, tanta pensadera. No dice quién será el que piense por nosotros, quiénes serán los que determinarán, en última instancia, cuáles serán los caminos a seguir, quiénes los que determinarán las vías de desarrollo deseables, viables, necesarias para nuestras condiciones particulares, aunque lo insinúa cuando expresa, también siguiendo a Deng, que “enriquecerse es glorioso”, pero no dice quién es el que se enriquece ni cómo, ni a costa de qué.
Pierden el tiempo los universitarios latinoamericanos, suponemos que también los costarricenses -aquellos a los que en este momento su gobierno amenaza con recortarles el presupuesto seguramente porque están dedicados a pensar asuntos fútiles-, con eso de andar pensando y discutiendo sobre esos temas tan feos e incómodos que tienen que ver con las causas del subdesarrollo, las vías para lograr una mejor redistribución de la riqueza o las relaciones con los Estados Unidos de América.
Los que eso hacen no son más que esos buscapleitos que estuvieron a punto de aguarle la implementación triunfal del Tratado de Libre Comercio con los Estados Unidos, paso necesario y nunca bien ponderado en ese camino teñido de pragmatismo que nos llama a transitar.
¿Cuándo –debe preguntarse el insigne presidente- en América Latina se ha formulado alguna teoría, se ha mostrado alguna guía de cómo hacer mejor las cosas en eso que se llama progreso? Por eso, hubo que importar desde Chicago ese aparataje teórico, conceptual, metodológico, que hoy se ha dado en llamar neoliberalismo, para que nos sacara del marasmo. Y nuestros gobiernos hicieron, pragmáticamente, lo que había que hacer: poner en práctica tales ideas y no pararse a discutirlas interminablemente como hoy lo hacen las universidades latinoamericanas.
La concepción según la cual las universidades latinoamericanas no son sino antros de discusiones superados que no sirven sino para incubar rebeldías juveniles, no es original de Oscar Arias. Tampoco lo es la idea que el pensamiento “pragmático” debe encontrar espacios más saludables para desarrollarse. Instancias internacionales como el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y la OCDE han hecho tal diagnóstico desde los años 80, y llegaron a la conclusión que aunque había que intentar cambiar a la tradicional, lo mejor era impulsar otro tipo de universidad en donde no hubiera que luchar contra tanta resistencia. Para todos ellos, entonces, lo ideal es la universidad privada en donde, pragmáticamente, se elimina la investigación, se acorta ostensiblemente el tiempo que tarda en obtenerse un título, y no existe ese montón de materias que solo llenan de pajaritos las cabezas de los jóvenes. Hemos sido nosotros, y solo nosotros, los latinoamericanos, los responsables de lo que nos ha pasado, de nuestro “quedarnos atrás” frente a la pujanza norteamericana a la que –por envidia, seguro- achacamos nuestros males.
Ante esta concepción, muy lamentable debe de haberle parecido a don Oscar el gesto del presidente de Venezuela, Hugo Chávez, de regalarle a su par norteamericano Las venas abiertas de América Latina, del uruguayo Eduardo Galeano. Cierto es que no dice esto en su alocución pero lo deducimos de lo que expresa. La caracterización que se hace de la división internacional del trabajo en el primer renglón del libro en cuestión es lo más alejado del pensamiento del señor presidente: “La división internacional del trabajo consiste en que unos países se especializan en ganar y otros en perder”. Tal vez el señor presidente se vio relevado de la necesidad de decirlo porque ya otros lo han dicho por él, especialmente en ese opúsculo, que fue best seller por cierto, llamado Manual del perfecto idiota latinoamericano. Es posible que ese sea el "pensamiento pragmático" que al presidente de Costa Rica le gustaría que impulsaran las universidades latinoamericanas.
Si no lo hacen, se les rebaja el presupuesto.