El modelo martiano es el del ser humano que piensa y actúa para cambiar la realidad. En ese sentido, el modelo Martí precede y entronca con el modelo Che: el modelo de la consecuencia entre lo que se piensa y se dice con lo que se hace.
Rafael Cuevas Molina/Presidente AUNA-Costa Rica
rafaelcuevasmolina@hotmail.com
rafaelcuevasmolina@hotmail.com
(Ilustración: "José Martí", de René Mederos)
En enero de 2009, el Comité Internacional de Solidaridad "José Martí", reunido en La Habana, Cuba, con el auspicio de la UNESCO y presidido por Armando Hart, acordó -a propuesta de la Cátedra Martiana de la Universidad de Panamá- declarar el 30 de enero como Día de la Identidad Latinoamericana. Con ello, se quiere celebrar el aniversario de la publicación en ese día del año 1891, en el periódico mexicano El Partido Liberal, del ensayo Nuestra América, escrito por José Martí para dar cuenta de la situación de nuestros países en las vísperas del siglo XX, y para proponer los principios sobre los que pensaba que cabría iniciar la construcción del mundo del porvenir. La decisión entonces adoptada considera a Nuestra América el acta de nacimiento de nuestra contemporaneidad, y busca promover su difusión, su lectura y su discusión siempre renovada en cada uno de nuestros países.
Martí es, en efecto, el político y pensador latinoamericano que mejor certifica los rasgos y características de América Latina a finales del siglo XIX, mismos que, en muy buena medida, siguen prevaleciendo hasta nuestros días.
En el centro de su pensamiento y su acción se encuentra la idea según la cual, para ser libres, primero tenemos que ser. Es decir, que solo podemos construir nuestra independencia en la medida en la que afirmemos en y ante el mundo nuestra especificidad, lo que somos.
No hay hombre más orgulloso en estas tierras de lo que somos que José Martí. Lo que llena de horror, amargura y vergüenza a otros, es en Martí alegría y celebración. En donde otros ven falencia él ve ventaja. Goza de nuestras especificidades, las ama, y solo le duele que los que ostentan el poder entre nosotros sean los primeros en dolerse de lo que somos y trasladen, poderosos como son, el apocamiento a todo el cuerpo social.
Esta contradicción está en el meollo de la dinámica socio-política latinoamericana de todo el siglo XX hasta nuestros días: ser como nosotros o ser como ellos. Entregarnos o afirmarnos; ser apéndices u organismos autónomos con cabeza propia.
¿Qué significa ser como nosotros?
En primer lugar, aceptarnos en toda nuestra complejidad: como un “pequeño género humano” estructurado por múltiples componentes en donde lo indio, lo negro, lo mestizo tiene, cada uno, un lugar preponderante.
Luego, entender esa complejidad como una riqueza y no como una minusvalía. Ha tenido que llegar el siglo XXI para que esa idea gane, paulatinamente, legitimidad.
Pero, tal vez, lo más importante del pensamiento martiano no es la certificación de la diferencia y la alegría y el orgullo de su existencia, sino el descubrimiento de la fuerza que ella entraña: fuerza política.
Es decir, cerebro y mano unidos; pensamiento y acción: buscarnos y encontrarnos a través de la reflexión pero no quedarnos ahí, sino transformar ese conocimiento (ese auto-conocimiento) en motor para la acción.
Su propia vida es un ejemplo en este sentido, y por eso Martí mismo es un modelo.
El modelo martiano es el del ser humano que piensa y actúa para cambiar la realidad. En ese sentido, el modelo Martí precede y entronca con el modelo Che: el modelo de la consecuencia entre lo que se piensa y se dice con lo que se hace.
La fuerza que tiene la oposición a ese modelo los lleva a ambos a la muerte.
Es este, entonces, en América Latina, un modelo contestario; es decir, una propuesta de ser que va en contra de la corriente, a contramano de lo dominante.
Martí como el Che son, por lo tanto, contra-modelos. Ambos son lo opuesto al modelo-pensador-en-su-torre-de-marfil. Son la antípoda del político que quiere ser como los otros (como Estados Unidos, por ejemplo). Están lejanos, ambos, del orondo que cree ver girar el mundo en torno suyo pues se entregan sin concesiones, y el eventual beneficio para sí mismos no les interesa.
Llegan hasta las últimas consecuencias.
Lo dominante teme su ejemplo, el modelo que representan, porque es subversivo. Los modelos de los de arriba son otros y están en otra parte: el presidente norteamericano J.F. Kennedy, por ejemplo, es uno de ellos. Lo nombran y citan con frecuencia. Podría citarse otro. Winston Churchill. Martí, por el contrario, es peligroso porque sus ideas mueven a la acción que pone en riesgo su poder.
El modelo martiano es totalmente actual, no ha perdido un ápice de vigencia. La razón es simple: las condiciones que le dieron origen siguen vigentes. Aquí estamos nosotros y allá están los Estados Unidos.
Algunas cosas han cambiado, afortunadamente. Una nueva época parece abrirse en la dirección martiana. Las nuevas tendencias se abren camino trabajosamente, con la jauría de lo tradicionalmente dominante acosando despiadadamente. Pero era igual antes, por eso Martí murió en combate.
Quien adopta el modelo martiano abre la caja de Pandora, libera tempestades, le pone el cascabel al gato.
Con las ideas y el ejemplo de Martí no se va de paseo, se va al combate.