América Latina no está entre las prioridades de los candidatos estadounidenses. Sin embargo, un gobierno demócrata tendrá más reservas a firmar Tratados de Libre Comercio. México y Colombia seguirán como principal punto de referencia.
Por Ernesto Semán / Página12
Desde Denver
Desde Denver
Hace cuatro años, cuando sólo era senador, el hoy candidato a vicepresidente Joe Biden dejó en claro que América Latina no era una prioridad en la agenda exterior de los Estados Unidos. Nada de eso cambió, del mismo modo que la región no es un tema central en el plan quinquenal del Partido Comunista Chino o de la mayor parte de los gobiernos europeos. Como Argentina aprendió en estos años, ésa no es siempre una mala noticia.
“El cambio más drástico es sin duda nuestra posición respecto de los Tratados de Libre Comercio”, es la opinión del embajador Robert Gelbard, que junto con Dan Restrepo son los principales asesores de Barack Obama para América Latina. En un diálogo online con periodistas de la región, Gelbard y Restrepo reiteraron que los gobiernos de México y Colombia seguirán siendo el principal punto de referencia para Estados Unidos, aunque Restrepo enfatizó “la empatía” de un eventual gobierno de Obama con “los procesos políticos de países como Brasil, Bolivia o Argentina”.
Contando que la iniciativa del Nafta falleció hace varios años y que el gobierno de Bush ya firmó los principales Tratados de Libre Comercio (Chile y Colombia incluidos), el bajo perfil de la región está destinado a ser la base de una continuidad de la política exterior norteamericana, aun si la relación con el continente sufre grandes transformaciones en el terreno simbólico.
Acá en Denver, [durante la Convención Demócrata], América Latina tampoco fue mencionada más que como parte de una enumeración en las principales charlas sobre asuntos exteriores, de las que participaron, entre otros, Rice, Madelaine Albright y Richard Holbrooke. Un primer dato clave para evaluar el lugar de la región en una eventual administración de Obama: de su equipo de asesores en relaciones exteriores, ninguno se especializa en América latina ni tiene particular relación o experiencia en la región. Algo de eso podría cambiar si el futuro secretario de Estado fuera Bill Richardson, una alternativa hoy improbable. El campo de trabajo principal de Susan Rice, la mano derecha del candidato en política exterior, es Africa. Varias líneas más abajo del equipo principal se ubican Restrepo, un joven en ascenso, y Gelbard, un veterano de la diplomacia estadounidense.
Las reservas respecto de los TLC también implican, obviamente, trabas en la apertura comercial. Cuando un periodista brasileño les preguntó si levantarían las tarifas para el ingreso de biodiésel, la respuesta de Restrepo fue inmediata: “No.” “La industria del biodiésel está en un proceso de ascenso y consolidación dentro de la economía norteamericana y no sería el momento de abrir la competencia con economías cuyos costos son mucho menores”, agregó.
Gelbard habló, en relación con Colombia, de “mejoras al Plan Colombia”, que provee asistencia logística y militar en el marco de la lucha contra el narcotráfico, sin especificar más. Y de todos modos reiteró que “no hay ninguna duda de que la lucha contra el narcotráfico es un tema central de nuestra agenda de seguridad”. En ese contexto, “el gobierno de Colombia es nuestro aliado”, agregó, y dijo que el conflicto con las FARC debía resolverse “respetando la soberanía de los países de la región, incluyendo la colombiana”.
Más difícil de medir es la importancia que pueda tener para América latina el cambio simbólico y político asociado con una llegada de Obama. Por lo pronto, y como ya lo anticipó el mismo candidato, habrá un contraste con la acción más crispada y dura de la primera línea de la administración Bush frente a los gobiernos de la región, Venezuela incluido. Pero ese cambio tomará forma en la acción misma.
“El cambio más drástico es sin duda nuestra posición respecto de los Tratados de Libre Comercio”, es la opinión del embajador Robert Gelbard, que junto con Dan Restrepo son los principales asesores de Barack Obama para América Latina. En un diálogo online con periodistas de la región, Gelbard y Restrepo reiteraron que los gobiernos de México y Colombia seguirán siendo el principal punto de referencia para Estados Unidos, aunque Restrepo enfatizó “la empatía” de un eventual gobierno de Obama con “los procesos políticos de países como Brasil, Bolivia o Argentina”.
Contando que la iniciativa del Nafta falleció hace varios años y que el gobierno de Bush ya firmó los principales Tratados de Libre Comercio (Chile y Colombia incluidos), el bajo perfil de la región está destinado a ser la base de una continuidad de la política exterior norteamericana, aun si la relación con el continente sufre grandes transformaciones en el terreno simbólico.
Acá en Denver, [durante la Convención Demócrata], América Latina tampoco fue mencionada más que como parte de una enumeración en las principales charlas sobre asuntos exteriores, de las que participaron, entre otros, Rice, Madelaine Albright y Richard Holbrooke. Un primer dato clave para evaluar el lugar de la región en una eventual administración de Obama: de su equipo de asesores en relaciones exteriores, ninguno se especializa en América latina ni tiene particular relación o experiencia en la región. Algo de eso podría cambiar si el futuro secretario de Estado fuera Bill Richardson, una alternativa hoy improbable. El campo de trabajo principal de Susan Rice, la mano derecha del candidato en política exterior, es Africa. Varias líneas más abajo del equipo principal se ubican Restrepo, un joven en ascenso, y Gelbard, un veterano de la diplomacia estadounidense.
Las reservas respecto de los TLC también implican, obviamente, trabas en la apertura comercial. Cuando un periodista brasileño les preguntó si levantarían las tarifas para el ingreso de biodiésel, la respuesta de Restrepo fue inmediata: “No.” “La industria del biodiésel está en un proceso de ascenso y consolidación dentro de la economía norteamericana y no sería el momento de abrir la competencia con economías cuyos costos son mucho menores”, agregó.
Gelbard habló, en relación con Colombia, de “mejoras al Plan Colombia”, que provee asistencia logística y militar en el marco de la lucha contra el narcotráfico, sin especificar más. Y de todos modos reiteró que “no hay ninguna duda de que la lucha contra el narcotráfico es un tema central de nuestra agenda de seguridad”. En ese contexto, “el gobierno de Colombia es nuestro aliado”, agregó, y dijo que el conflicto con las FARC debía resolverse “respetando la soberanía de los países de la región, incluyendo la colombiana”.
Más difícil de medir es la importancia que pueda tener para América latina el cambio simbólico y político asociado con una llegada de Obama. Por lo pronto, y como ya lo anticipó el mismo candidato, habrá un contraste con la acción más crispada y dura de la primera línea de la administración Bush frente a los gobiernos de la región, Venezuela incluido. Pero ese cambio tomará forma en la acción misma.
“Los cambios entre un gobierno republicano y uno demócrata no son tan claros”, dice Greg Grandin, profesor de historia latinoamericana en la New York University y autor de Empire’s Workshop: Latin America, the United States and the Rise of the New Imperialism. Su mirada del caso Obama en particular es prudente, pero no optimista. “Para usar una figura familiar: Obama empezó su campaña como Robert Kennedy, pero la está terminando como John F. Kennedy”, dice. “En la campaña electoral con Nixon, era Kennedy el que se colocaba a la derecha, cuestionando el lugar en el que los republicanos habían dejado al país y la pasividad ante la Revolución Cubana”.
Los demócratas aún están lejos de esa situación. Pero Grandin precisa que “lo cierto es que Obama necesita ganar Florida y los grupos de lobby de Cuba, Israel y Venezuela ya ejercen presión y él se siente forzado a negociar en sus ideas originales”. Para él, además de la relación con Colombia y México, la otra área relevante para entender la relación con América latina si triunfa Obama será “ver si su administración desafía el actual control del Pentágono sobre la política y el presupuesto que se destina hacia América latina. Esas áreas habían estado en control del Departamento de Estado desde 1961. Bush desanduvo esa tradición, con consecuencias visibles, y es muy poco probable que un gobierno demócrata desafíe este nuevo statu quo”.
Los demócratas aún están lejos de esa situación. Pero Grandin precisa que “lo cierto es que Obama necesita ganar Florida y los grupos de lobby de Cuba, Israel y Venezuela ya ejercen presión y él se siente forzado a negociar en sus ideas originales”. Para él, además de la relación con Colombia y México, la otra área relevante para entender la relación con América latina si triunfa Obama será “ver si su administración desafía el actual control del Pentágono sobre la política y el presupuesto que se destina hacia América latina. Esas áreas habían estado en control del Departamento de Estado desde 1961. Bush desanduvo esa tradición, con consecuencias visibles, y es muy poco probable que un gobierno demócrata desafíe este nuevo statu quo”.