domingo, 31 de mayo de 2009

Venezuela: apostar por los más pobres

Chávez ha apostado por los más pobres y en ellos se apoya. Son ellos, a su vez, los que lo empujan a ser cada vez más radical. La mesa está servida y no hay posibilidades de volver atrás: detenerse es morir.
Rafael Cuevas Molina/Presidente AUNA-Costa Rica.
Venezuela es un campo de hostilidades, primera línea de fuego en una confrontación clasista en la que los pobres han estado dando la lucha y ganando posiciones en los últimos años en toda América Latina. Hugo Chávez comanda indiscutiblemente a las huestes del pobrerío venezolano que lo sigue respaldando en medio del fragor de la batalla: las últimas encuestas le dan al presidente una aprobación a su gestión de entre un 63% y un 67%. Los tradicionales mandamases de siempre y buena parte de la clase media lo odian rabiosamente, lo desdeñan y atribuyen a la ignorancia el apoyo del que goza.
Estuve en Venezuela esta última semana y presencié algo de las maratónicas transmisiones conmemorativas del programa ALÓ Presidente, que se transmiten por la televisión venezolana. Desde el día jueves hasta el domingo, Chávez estará saliendo al aire “en cualquier momento”, como él mismo anunció, para trasmitir desde los más disímiles lugares del territorio nacional. En una de esas transmisiones, el día jueves, intercambió ideas con pobladores de asentamientos cercanos a la carretera que comunica Caracas con el puerto de La Guaria. Eran representantes de unas 4000 familias entre las cuales había varios cientos asentadas en sitios riesgosos, otras con problemas por la precariedad de sus casas y, así, muchos otros problemas. El grupo, de unas 15 personas con dos o tres que sobresalían como líderes comunales, mostró los estudios que ellos mismos habían hecho: censos, entrevistas, identificación de necesidades, planos con levantamientos topográficos que superaban, según dijo el presidente, los estudios realizados por técnicos gubernamentales. Proponía soluciones matizadas según los estudios que habían hecho: a unos había que trasladarlos; a otros se les debían mejorar las condiciones de sus viviendas; denunciaron la posibilidad que inmigrantes colombianos llegaran a ocupar el lugar una vez que se iniciaran los traslados.
Chávez escuchaba y, de vez en cuando, intervenía. Propuso trasladar a una parte de ellos a un valle cercano a Caracas en donde se construyen edificios de cuatro pisos y que se comunicará con la capital por tren; la última estación estará cerca del metro. Consultaba con otras autoridades del gobierno ahí presentes, exploraban in situ opciones que los pobladores aprobaban o rectificaban de acuerdo a su situación de principales implicados.
Al verlos conversar apasionadamente, ir construyendo en conjunto y a la vista de todo el país la posible solución al problema que se planteaba, pensé en eso que se llama democracia participativa, porque ante mis ojos ella estaba sucediendo. La democracia participativa no era, solamente, el que los pobladores que estaban en pantalla fueran los principales protagonistas de la solución de sus propios problemas. Era algo más, era el entusiasmo con el que hablaban, el brillo que trasuntaban sus ojos… Nadie les está prometiendo el paraíso, solo les están dando espacio para que fueran los arquitectos de su propio destino.
Mientras esto se transmitía por Venezolana de Televisión, en Radio Caracas Televisión, vía cable, un programa monotemático trasmitió, durante toda la semana el tema Emergencia en la emergencia: una reportera ingresaba en clínicas en donde los pobladores habían querido hacer valer por la fuerza la atención que le debían los médicos y enfermeras a sus parientes internados, y estos se quejaban de los hechos ante la televisora emblemática de la oposición. Una vez que se profundizaba un poco, lo que quedaba en claro era que el personal médico, adverso al gobierno bolivariano, se negaba a atender de forma pertinente a quienes identifican como sus adversarios de clase: los pobres, y estos, ni cortos ni perezosos, hacían vales sus derechos por todas las vías posibles. Claro, los verdaderos afectados, aquellos a los que se les negaba la asistencia médica, nunca fueron escuchados.
No hay espacio de la cotidianeidad venezolana en la que no se exprese esta confrontación clasista. Chávez ha apostado por los más pobres y en ellos se apoya. Son ellos, a su vez, los que lo empujan a ser cada vez más radical. La mesa está servida y no hay posibilidades de volver atrás: detenerse es morir.

Escoria internacional

La derecha reaccionaria internacional se moviliza con el propósito de desprestigiar a la revolución cubana. Es así que en Costa Rica, España, Bélgica, Venezuela, Chile y Colombia la fauna latinoamericana organiza foros, seminarios y conferencias, para hablar de democracia y presentarse como analistas y defensores de los derechos humanos en Cuba. Hay que preguntarles ¿quién financia sus viajes, estadías, eventos y publicaciones?
Lic. Abner Barrera / AUNA-Costa Rica
(Fotografía del Diario Extra)
Según la ‘noticia’ del Diario Extra (19-05-09), existe un grupo de cubanos exiliados que mantiene una lucha constante por dar a conocer al mundo la situación de irrespeto a los derechos humanos en Cuba. El pasado 18 de mayo, dicho grupo no logró realizar un foro en el salón de ex presidentes de la Asamblea Legislativa de Costa Rica.
Con tan sólo una lectura cablegráfica de las agencias de prensa internacional es fácil percibir que Cuba cada vez más se abre paso en el mundo. A pesar del criminal bloqueo comercial, económico y financiero impuesto por los Estados Unidos por casi ya medio siglo, en los últimos años la mayor de las Antillas ha fortalecido sus relaciones diplomáticas y políticas en el mundo, y ha firmado importantes acuerdos de cooperación bilateral, colaboración económica-comercial y científico-técnico con países como China y Rusia. Y en América Latina a diferencia de 1962 cuando la Organización de Estados Americanos (OEA) al servicio de los Estrados Unidos expulsó a Cuba de dicho organismo, hoy la nación de José Martí mantiene buenas relaciones diplomáticas con todos los países de la región y con varios de ellos tiene convenios de cooperación.
Ya nadie discute el reconocimiento internacional que tiene la isla por sus logros sociales, que no son otra cosa que derechos humanos, en educación, salud, empleo, deporte, etc. Y como si esto fuera poco, en la reciente Cumbre de la Américas en Trinidad y Tobago, el presidente Barack Obama -nuevo administrador del imperio-, con sonrisa fingida o no, fue interpelado y fustigado por parte de varios presidentes latinoamericanos por el bloqueo criminal que mantiene hacia la isla. Es decir, Cuba digna, se ha ganado un sitial en la historia y eso no se lo perdonan los defensores del imperio. ¿Qué otro país puede mostrar al mundo lo que ha hecho por los derechos humanos en su pueblo?
Ante ese reconocimiento y por los titubeos del imperio (de levantar o no el bloqueo), la derecha reaccionaria internacional se moviliza con el propósito de desprestigiar a la revolución cubana. Es así que en Costa Rica, España, Bélgica, Venezuela, Chile y Colombia la fauna latinoamericana organiza foros, seminarios y conferencias, para hablar de democracia y presentarse como analistas y defensores de los derechos humanos en Cuba. Hay que preguntarles ¿quién financia sus viajes, estadías, eventos y publicaciones?
En el reciente articulo “El reencuentro de la derecha latinoamericana en Caracas” (http://www.rebelion.org/), la escritora e investigadora Eva Golinger, doctora en Derecho Internacional, con abundante documentación desenmascara cómo funciona este negocio, quiénes son los actores, de dónde proviene la plata y todas las payasadas y bailes que deben hacer los títeres para recibir sus salarios. Los actores son variados, entre ellos se encuentran Alvaro y Mario Vargas Llosa, María Aznar, Carlos Alberto Montaner, Plinio Apuleyo, Jorge Quiroga, Francisco Flores, Jorge Castañeda entre otros. Con sólo ver sus nombres es fácil saber que se trata de una vieja pandilla, caracterizada por la orfandad de ideas. Algunos de ellos queriendo dar aportes a sus delirios anti latinoamericanos, han escrito algunos panfletos que han sido premiados por organismos fantasmas que pertenecen a la misma mafia. Como puede apreciarse la fauna es variada, pero el objetivo es el mismo: desprestigiar a la revolución cubana.
Se trata de un grupo de neoliberales ‘duros’ y trasnochados que todavía recetan sus delirios del pasado; son lo que hablan de libertad de pensamiento –frase que suele repetir como un papagayo embriagado el peruano españolizado Mario Vargas Losa-, pero que no acepta otro pensamiento que no sea el neoliberal. Es el literato que hace unos días dijo en Caracas que el liberalismo sólo trae abundancia y justicia y que los países que han seguido esa receta son y serán los más prósperos. Se trata de frasecitas e ideas, propias de alguien que sólo sabe escribir novelas; el pobrecito de Vargas desconoce el mundo e ignora el estiércol que esas recetas han producido en América Latina.
Entre los defensores de los derechos humanos en Cuba, que llegaron para el foro en Costa Rica, estaba nada menos que Huber Matius (sic), de quien el Diario Extra registra que dijo: “Estamos convencidos que esto no representa la voluntad del pueblo de Costa Rica y sus instituciones verdaderamente éticas. Nos disgusta este acto de algunos miembros de la Asamblea Legislativa, pero queda a salvo la historia de Costa Rica y sus luchadores por la libertad”. ¿Sabe la gente que Huber Matos, traidor de la revolución cubana, es un mafioso narcotraficante, jefe del grupo terrorista Cuba Independiente y Democrática?
A Matos como a otros facinerosos les desespera que a diferencia de otros años cuando solían pasearse a cuerpo de rey con beneplácito de los políticos de turno, por los pasillos de las Asambleas Legislativas y calumniar a Cuba, hoy no puedan hacer lo mismo. Luego de haberse restablecido las relaciones diplomáticas entre ambas naciones, Costa Rica no puede prestarse para este tipo de provocaciones. Matos ignora que cada vez más son los pueblos quienes saben el negocio que hay detrás. Estos, dizque, defensores de los derechos humanos ya llevan varias décadas recibiendo dólares y temen que la teta que los amamanta les corte la leche.

¿Qué hacer con la OEA?

El futuro no está en la OEA sino en la creación de otro tipo de organizaciones internacionales que reflejen adecuadamente los intereses de la región. De hecho el ALBA es una de ellas, la UNASUR es otra: pese a sus diferencias son iniciativas que expresan la realidad actual de una creciente reafirmación de la autodeterminación nacional frente a las exacciones e imposiciones del imperialismo y una conciencia emancipadora continental cada vez más clara.
Atilio A. Boron / LA JIRIBILLA
Las organizaciones -y las burocracias internacionales todavía más- se resisten tercamente a morir. Aunque hayan cumplido su ciclo y perduren como ruinosas huellas de un pasado que ya nunca volverá siempre tendrán ingeniosos defensores que urdirán los más intrincados razonamientos para postergar indefinidamente su inevitable ocaso. En este sentido la próxima reunión de Ministros de Relaciones Exteriores de los países miembros de la OEA en San Pedro Sula, Honduras, está planteando la pregunta incorrecta, a saber: ¿debe o no Cuba volver a la OEA, y si vuelve, bajo cuáles condiciones? En realidad lo que hay que preguntarse es si existe alguna razón en virtud de la cual la OEA merece seguir existiendo. Y cuando se plantea esta pregunta, que es la correcta, la respuesta es inequívoca: No. No hay ninguna razón que justifique la continuidad de la OEA.
No sólo Cuba no tiene nada que hacer en la OEA. Tampoco los demás países de América Latina y el Caribe. Esta organización reflejó un (largo) momento de total hegemonía de Estados Unidos en el sistema interamericano. La OEA fue la expresión, en el plano de los organismos internacionales, de ese período histórico ya concluido en el cual Washington mandaba y los demás acataban, como lo demostró la ignominiosa expulsión de Cuba ordenada por la Casa Blanca en ocasión de la octava cumbre reunida en Punta del Este, Uruguay, el 31 de Enero de 1962. Como el imperialismo había sido derrotado en Playa Girón, el 16 de Abril de 1961, la represalia fue declarar el ostracismo de Cuba, su total aislamiento, con la vana esperanza de que abrumada por tamaño infortunio la Revolución plegaría sus banderas y se entregaría mansamente a sus enemigos. Se equivocaron de medio a medio.
Hay un paralelismo inevitable entre la malograda Sociedad de las Naciones y la OEA. La SN, fundada como resultado del Tratado de Versailles al finalizar la Primera Guerra Mundial tenía por objeto promover los llamados “derechos del hombre”, prevenir el estallido de nuevas guerras, fomentar la seguridad colectiva y resolver las controversias internacionales mediante la negociación y la diplomacia. Su manifiesta incapacidad para cumplir con tales propósitos provocó, a mediados de los años treintas, su progresiva obsolescencia al compás de la expansión del fascismo en Europa y, sobre todo, de la arrolladora marcha del ejército Nazi ante la cual la SN no hizo otra cosa que lamentarse. La OEA, por su parte, declara que su misión no es otra que la de ser un foro adecuado para facilitar el diálogo multilateral y la toma de decisiones dentro del sistema interamericano, fortalecer la paz y la seguridad, consolidar la democracia, promover los derechos humanos, apoyar el desarrollo social y económico y promover el desarrollo sostenible en todo el ámbito americano. No obstante, sus bellas intenciones se vieron invariablemente frustradas porque antes que nada la OEA fue, desde su nacimiento, un instrumento del imperialismo norteamericano y todos aquellos loables objetivos quedaban invariablemente supeditados al interés de la potencia hegemónica. Consolidar la democracia sí, pero siempre y cuando los gobiernos democráticos no amenazaran los intereses de Estados Unidos. Fortalecer la paz y la seguridad sí, pero si hay gobiernos díscolos que desafían al poder imperial invasiones como las de Playa Girón, Santo Domingo, Panamá o Granada se tornan perfectamente justificables.
El sometimiento y control de las naciones al Sur del Río Grande fue un imperativo estratégico de Estados Unidos desde fechas tan tempranas como 1823, cuando el Presidente James Monroe formulara la doctrina que lleva su nombre: “América para los (norte) americanos”. En línea con esta directiva estratégica Washington promovió la realización, en 1890, de la Primera Conferencia Interamericana, misma que fuera brillantemente cubierta por José Martí en su carácter de corresponsal del diario La Nación de Buenos Aires.[1] Dicha conferencia instituyó una Secretaría Permanente que, en 1910, se convertiría en la Unión Panamericana. Habría de ser en Bogotá, el 30 de Abril de 1948, cuando esta institución diera nacimiento a la OEA en medio de las enormes convulsiones desencadenadas por el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, el popular líder del partido Liberal colombiano perpetrado pocas semanas antes. No es un dato menor que desde 1890 hasta la fecha de la creación de la OEA todos los directores de este organismo “interamericano” hayan sido ciudadanos estadounidenses y que, una vez constituida la OEA, ningún Secretario General fuese designado sin la explícita aprobación de la Casa Blanca que ejercía en los hechos un poder (para nada discreto o disimulado) de veto.
A partir de su creación, la OEA se destacó por su incondicional sumisión a los intereses norteamericanos y a las directivas emanadas desde Washington, transmitidas ora directamente, ora a través de voceros reclutados entre los colonizados más hábiles en las artes de la demagogia y la manipulación de sus pares. La sola enumeración de sus actos, complicidades y claudicaciones desde 1948 hasta nuestros días prolongaría extraordinariamente este artículo. La OEA condonó invasiones, asesinatos políticos, golpes de estado y campañas de desestabilización contra gobiernos democráticos. Fue ciega, sorda y muda ante las atrocidades del “terrorismo de estado” enseñoreado en la región en la década de los setentas y cuando motivada por un clamor y una protesta generalizadas se decidió a actuar lo hizo tardía y tibiamente. El TIAR, Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca, según el cual cualquier “ataque armado por cualquier Estado contra un Estado Americano será considerado como un ataque contra todos los Estados Americanos” demostró escandalosamente su hipocresía y falsedad cuando el Reino Unido recuperó por la fuerza el control de las Islas Malvinas ante la indiferencia de la OEA. Y cuando en Mayo del 2008 estalló la crisis en Bolivia y los caciques de la “media luna” querían derrocar a Evo Morales -y, eventualmente, crear una república independiente- el conflicto fue rápidamente solucionado mediante la intervención de los países de América Latina en el marco de la UNASUR y sin que la OEA jugara papel alguno.
La Comisión Interamericana de Derechos Humanos, tal vez lo más rescatable de la OEA, está de todos modos sujeta a la preponderante influencia de Estados Unidos y sólo puede formular recomendaciones ante denuncias relativas a violaciones a los derechos humanos. La Comisión lo hizo en relación a numerosas violaciones a los derechos humanos cometidas por los Estados Unidos sin que la Casa Blanca se molestara siquiera en tomar nota del mensaje emitido por un órgano de una institución, la OEA, a la que pertenece desde su fundación. Y la Corte Interamericana de Derechos Humanos, creada a partir del Pacto de San José de Costa Rica en 1979, que sí tiene capacidad para emitir sentencias, no tiene competencia sobre todos los países miembros de la OEA. Canadá no suscribió el Pacto y tampoco lo hizo Estados Unidos, que de esta manera se automargina de la jurisdicción de la Corte haciendo que cualquier violación a los derechos humanos cometida por este país no sea punible por la Corte.[2] De hecho la OEA ha permanecido asombrosamente inactiva frente al torrente de denuncias formuladas en contra de Washington por las atrocidades cometidas en Abu Ghraib y Guantánamo, los “vuelos de la muerte”, la legalización de la tortura y los asesinatos y agresiones cometidos por fuerzas estadounidenses a lo largo y a lo ancho del planeta.
En función de tales antecedentes, y teniendo en cuenta además, como si lo anterior no fuera suficiente, que aproximadamente las dos terceras partes de los fondos con que funciona la OEA son suministrados por el gobierno de Estados Unidos (con lo que esto significa en términos de condicionamiento político), ¿qué sentido tiene promover el retorno de Cuba a una institución tan desprestigiada como esa? [3] El futuro no está en la OEA sino en la creación de otro tipo de organizaciones internacionales que reflejen adecuadamente los intereses de la región. De hecho el ALBA es una de ellas, la UNASUR es otra: pese a sus diferencias son iniciativas que expresan la realidad actual de una creciente reafirmación de la autodeterminación nacional frente a las exacciones e imposiciones del imperialismo y una conciencia emancipadora continental cada vez más clara. Reflejan la histórica derrota del ALCA en Mar del Plata en 2005; la inconmovible consolidación de la Revolución Cubana; la profundización de las transformaciones sociales, económicas y políticas en marcha en Venezuela, Bolivia y Ecuador y, a paso más lento (y a veces titubeante) en otros países de la región; y la toma de conciencia de que asistimos a la irreversible decadencia de la hegemonía norteamericana en el mundo y, sobre todo, en Nuestra América. Por eso la OEA es una institución anacrónica: representa una correlación de fuerzas internacionales que ya se ha disuelto mientras que el ALBA y el UNASUR expresan el nuevo mundo que está surgiendo de nuestras entrañas. Un mundo que reclama a los gritos proyectos tendientes a fortalecer económica y políticamente a las naciones latinoamericanas y caribeñas como el Banco del Sur, Telesur, Petrosur, Petrocaribe, el Gasoducto del Sur y otros. Sostener a la OEA es una operación no sólo inútil sino además costosa para nuestros pueblos, que podrían reorientar los recursos destinados al sostenimiento de esa organización al combate a la pobreza. Lo que corresponde, por lo tanto, no es librar una batalla para asegurar el reingreso de Cuba a la OEA sino organizar una sencilla ceremonia fúnebre en donde se le brinde una piadosa sepultura, pero sin honores porque por su historia no los merece.
NOTAS
[1] Una selección de esos escritos se encuentra en la recopilación de textos de José Martí que lleva por título América para la humanidad (La Habana: Centro de Estudios Martianos, 2001)
[2] De hecho, Estados Unidos prácticamente no ha suscripto ningún tratado internacional bajo el argumento de que tal cosa lesionaría irreparablemente su soberanía. Para un examen de este asunto ver Atilio A. Boron y Andrea Vlahusic, El lado oscuro del imperio. La violación de los derechos humanos por los Estados Unidos (Caracas: Red de Intelectuales y Artistas en Defensa de la Humanidad, 2009), pp.49-55. Por eso, entre otras razones, Washington no sólo no ha ratificado el Estatuto de Roma sino que ha activamente boycoteado a la Corte Penal Internacional y su misión de perseguir y juzgar a quienes hayan cometido crímenes de lesa humanidad, crímenes de guerra y genocidio.
[3] El Senador demócrata Roberto Mel Menéndez ha amenazado con promover una ley en el Senado norteamericano mediante la cual se suspendería el apoyo financiero a la OEA en caso de que la reunión de San Pedro Sula llegara a aprobar el reingreso de Cuba a dicha organización. Menéndez es un tradicional representante y vocero de la poderosa mafia enquistada en el exilio cubano en Miami.

América Latina: Modernidad y cultura de la resistencia

Existe una cultura latinoamericana que se busca a sí misma más allá del dictum de integrarse o desaparecer; la que se niega a ser Europa o Estados Unidos, porque conoce como nadie las cicatrices que eso ha dejado “en el alma y en la mente” de Nuestra América.
Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica
En su novela El siglo de las luces, el cubano Alejo Carpentier dibuja con alabras el episodio inaugural de una época en la historia de nuestro continente y, al mismo tiempo, sugiere una clave de interpretación en torno al problema de la Modernidad y su presencia en la cultura latinoamericana. Se trata de la llegada a la isla caribeña de Guadalupe, directamente desde la Francia revolucionaria de Robespierre, del texto del Decreto del 16 Pluvioso que proclamaba la abolición de la esclavitud y la igualdad de derechos, sin distinción de raza ni estado, otorgado a todos los ciudadanos insulares.
Pero el Decreto no llegaba solo. Al frente de esta travesía transoceánica aparecía un comerciante francés, masón y hombre de conocimientos enciclopédicos, a quien Carpentier imaginó así: “luciendo todos los distintivos de su Autoridad, inmóvil, pétreo, con la mano derecha apoyada en los montantes de la Máquina, Víctor Hugues se había transformado, repentinamente, en una Alegoría. Con la Libertad, llegaba la primera guillotina al Nuevo Mundo” (1988: 134).
Más allá de su deslumbrante muestra de talento, la obra del escritor cubano supone una alusión profunda, una metáfora del engarce entre la trayectoria histórica de Europa y de América Latina hacia la Modernidad, en tiempos y relaciones desiguales, con matices distintivos en cada caso, pero que desde entonces permanecerán indisolublemente unidas en sus contradicciones y paradojas, en sus encuentros y desencuentros.
La ley y la máquina, el orden y progreso, se anunciaban como instrumentos de liberación en nuestras tierras. Pero simultáneamente, bajo el deslumbramiento del ideal civilizatorio europeo, trocarían, más tarde, en portadores de la opresión y del derramamiento de sangre de todos aquellos que se opusieran a la nueva forma de organización de la sociedad que imponía la Ilustración. Víctor Hugues, el arquetipo del hombre moderno, se convierte así en el precursor literario y ficticio de los muy reales Sarmiento que vendrían luego. La guillotina, la Máquina, acompañaba y acaso precedía a los Derechos del Hombre en América Latina, como mucho antes el genocidio cultural de los pueblos originarios cometido por los Cortés, Pizarro o Pedrarias Dávila, sellaba para siempre el crimen sobre el que se levantaría la civilización americana.
La Modernidad ilustrada, con todo el esplendor de sus promesas de redención universal, entraba definitivamente en América durante el siglo de las luces. Pero esta región del mundo ya había sido incorporada a ese movimiento político, filosófico, comercial y cultural europeo, que destruía, poco a poco, los pilares del Antiguo Régimen, derribando a los dioses y la tradición de los tronos, e instaurando a la Razón y al Sujeto Autónomo al frente de las nacientes Repúblicas (Cancino, 2003).
Tres siglos antes de la Revolución francesa, desde el otro lado de la mar océano, como narra Galeano (1971), la civilización europea ya se había abatido sobre las tierras recién descubiertas y conquistadas, descargando sobre ellas “la explosión creadora del Renacimiento: América aparecía como una invención más, incorporada junto con la pólvora, la imprenta, el papel y la brújula al bullente nacimiento de la Edad Moderna”.
El proceso de conquista y colonización otorgó a los vencedores ese singular derecho de invención y de posesión, que determinaría la forma subordinada, periférica, en que el Nuevo Mundo, el hogar de los vencidos, sería insertado en la Modernidad occidental. Como lo explica Larraín (1996), “nos convertimos en el ‘otro’ de su propia identidad, pero fuimos mantenidos deliberadamente aparte de sus principales procesos por el poder colonial. Abrazamos con entusiasmo la modernidad ilustrada al independizarnos de España, pero más en su horizonte formal, cultural y discursivo que en la práctica institucional política y económica, donde por mucho tiempo se mantuvieron estructuras tradicionales y/o excluyentes”.
La condición subalterna de América Latina en la Modernidad se concretó en dos dimensiones: una material, afincada en la imposición de la administración real española/portuguesa y la implantación del modo de producción hacia afuera, es decir, la extracción de materias primas y productos agrícolas para satisfacer las demandas de los mercados europeos, a partir de la explotación intensiva – e inhumana- de los indígenas y esclavos africanos empleados como mano de obra (que es el modelo de desarrollo dominante hasta nuestros días, interrumpido solamente por algunas experiencias de desarrollo hacia adentro y de desconexión de los centros hegemónicos, ensayadas en la segunda mitad del siglo XX: la Argentina del primer gobierno de Perón, el México de Lázaro Cárdenas, la Revolución Cubana o el truncado Gobierno Popular de Salvador Allende en Chile).
La otra dimensión es la que corresponde a la esfera simbólica, en el contexto de un modelo de organización de la sociedad que encontraba (y todavía las busca) sus fuentes de legitimación –y de emulación- jurídica, política y especialmente cultural, en la tradición europea, y no en la tradición de los pueblos originarios del continente, o de los que surgían de la convivencia en nuestras tierras de pueblos con distintas matrices culturales.
Como lo explica Ortiz (1995), en América Latina retomar el ideal de la Modernidad representaría, desde entonces, una de las maneras predilectas de las elites y algunas vanguardias “para ajustar nuestro reloj al tiempo de las exigencias universales”.
Este desfase entre los tiempos de la Modernidad a uno y otro lado del Atlántico, o de los confusos reflejos del espejo ajeno al que se miraban las emergentes naciones latinoamericanas, se pondría de manifiesto en el carácter limitado y concentrado de las diversas estrategias de modernización aplicadas en los últimos dos siglos. Por ejemplo, en la homogenización de la cultura nacional (la identidad nacional), impulsada por los oligarcas liberales en el siglo XIX, y que implicaba la consolidación del Estado por la vía del mejoramiento de la raza, es decir, por medio de la nefasta empresa de reemplazar el legado cultural colonial, mestizo e indígena (Nahuelpán, 2007: 161-162) por el factor poblacional europeo, tal cual lo enunciara el ilustrado Sarmiento en su fórmula civilización o barbarie (idea que José Martí impugnó en su ensayo Nuestra América, cuando sostuvo que "no hay batalla entre la civilización y la barbarie, sino entre la falsa erudición y la naturaleza").
Esta contradictoria y excluyente ruta modernizadora también se observa en la segunda mitad del siglo XX, con el auge y respaldo que encontraron en los gobiernos latinoamericanos las teorías de la industrialización y la modernización social promovidas por la CEPAL, pero que tenían su asidero cultural en las ideas racionalistas y desarrollistas europeas y norteamericanas. Y más recientemente, el proyecto de avanzar hacia una Modernidad cuya referencia siempre gravita en lo externo, en otro lugar o en un futuro que jamás se alcanza, continúa imponiéndose con un acentuado sesgo proveniente del ideario y del imaginario cultural del neoliberalismo (Larraín, 1996).
Como se ve, el hecho de que el destino de los pueblos americanos en la Modernidad se decidiera, primero, según el parecer de las cortes, las casas de contratación y los palacios cardenalicios, y más tarde, según su nivel de semejanza con el molde civilizatorio europeo o norteamericano, dejaría una impronta decisiva en la configuración de la cultura latinoamericana.
Fundamentalmente, perfilaría nuestra trayectoria a la Modernidad como un proceso y una experiencia paradójica, una construcción cultural fruto de un proceso de mediación (“no es ni puramente endógena ni puramente impuesta”: Larraín, 1996), que estimulaba tanto la subordinación de las elites criollas y la oligarquía a los centros imperiales (políticos, económicos y culturales), como la resistencia de los grupos marginados.
Ese espacio fundamental de disputa entre lo hegemónico y lo contra-hegemónico, considera el filósofo y poeta Roberto Fernández Retamar (2004), es el territorio en que palmo a palmo, frente a la “pretensión Moderna de los conquistadores, de los oligarcas criollos, del imperialismo y sus amanuenses, ha ido forjándose nuestra genuina cultura —tomando este término en su amplia acepción histórica y antropológica”. Allí donde se realiza la oposición de la cultura popular a la ambición de los países capitalistas de englobar a nuestros pueblos en su proyecto civilizatorio, esa “versión moderna de la pretensión decimonónica de las clases criollas explotadoras”.
Es precisamente la presencia de la tradición y la cultura popular, fuerza de resistencia y obstáculo para los modernizadores (Ortiz, 1995), lo que hace de América Latina, todavía, un desafío a la Modernidad occidental. Una tierra donde “el pueblo mestizo, esos descendientes de indios, de negros y de europeos que supieron capitanear Bolívar y Artigas; la cultura de las clases explotadas, la pequeña burguesía radical de José Martí, el campesinado pobre de Emiliano Zapata, la clase obrera de Luis Emilio Recabarren y Jesús Menéndez; la cultura de las masas hambrientas de indios, de campesinos sin tierra, de obreros explotados (…), de los intelectuales honestos y brillantes que tanto abundan en nuestras sufridas tierras”, insiste en mirar y construir una sociedad distinta, lejos del ideal imaginado de racionalidad, industrialismo y consumo, pero sin democracia, justicia social, sin libertad y sin Derechos Humanos, Sociales y Culturales plenos.
La lógica de la Modernidad, la del orden, el progreso y la guillotina de Víctor Hugues, nuestra Modernidad tardía y subordinada, tal cual la profetizaba Carpentier en su novela, se expresará en todas aquellas manifestaciones asociadas con el clientelismo político y cultural, el tradicionalismo ideológico, el autoritarismo que subsiste desde la colonia, el racismo encubierto, la falta de autonomía y desarrollo de la sociedad civil, la marginalidad y la economía informal, la fragilidad de las instituciones políticas y el encadenamiento de los países a una estrategia de desarrollo exógeno (Larraín, 1996).
Pero frente a esta faceta inevitable de la cultura latinoamericana, surge también otra cultura contestataria, heredera de la tradición del pensamiento de la unidad de nuestros pueblos, de la conciencia de la americanidad, del antiimperialismo -que José Martí, como precursor, denunció y combatió al precio de su propia vida- y el nacionalismo popular que anima los procesos de cambio social y político en nuestros días: es la cultura que se busca a sí misma más allá del dictum de integrarse o desaparecer; la que se niega a ser Europa o Estados Unidos, porque conoce como nadie las cicatrices que eso ha dejado “en el alma y en la mente” (Nahuelpán, 2007) de Nuestra América. Es, en suma, la cultura latinoamericana que intenta mirarse más allá de las imposturas modernas o de las trampas que provoca el reflejo distorsionado de nuestro rostro en el espejo de lo ajeno.

FUENTES CONSULTADAS
- Carpentier, A. (1988). El siglo de las luces. Barcelona: Editorial Seix Barral. P. 134.
- Cancino, H. (2003). “Modernidad y tradición en el pensamiento latinoamericano en los siglos XIX y XX”. Aalborg Universitet. Disponible en: http://www.discurso.aau.dk/cancino_modern_maj03.pdf
- Fernández Retamar, R. (2004). Todo Caliban. San José, CR: Editorial de la Universidad de Costa Rica. Pp. 80-85.
- Galeano, E. (1971). Las venas abiertas de América Latina. México D.F.: Siglo XXI. P. 25.
- Larraín, J. (1996). “La trayectoria latinoamericana a la modernidad”. En Estudios Públicos, nº 66, otoño. Centro de Estudios Públicos, Santiago de Chile. Pp. 313-333.
- Nahuelpán, H. (2007). “El sueño de la identidad latinoamericana o la búsqueda de lo propio en lo ajeno”. En Atenea, nº 495, I Semestre, Universidad de Concepción, Chile. Pp. 157-164.
- Ortiz, R. (1995). “Cultura, modernidad e identidades”. En Nueva Sociedad, nº 137, Mayo-Junio, Buenos Aires. Pp. 17-23.

sábado, 30 de mayo de 2009

Colombia: A la caza de intelectuales

La detención en México, y su consiguiente deportación a Colombia del profesor de filosofía, Miguel Ángel Beltrán Villegas, encajan en la política de criminalización de los opositores al gobierno de Uribe.
Octavio Quintero / ARGENPRESS.INFO
En marzo del 2008 los periodistas, columnistas escritores y, en general, todos quienes piensan distinto al régimen de Uribe, fueron graduados de “terroristas”, al ser afrentados por el entonces consejero estrella del Presidente, José Obdulio Gaviria, como integrantes del “Sexto frente de las FARC”.
El venenoso dardo del asesor, que seguramente le pareció muy ingenioso al Presidente, tuvo sus secuelas inmediatas, pues, como lo lanzó días antes de la marcha del 6 de marzo organizada contra el paramilitarismo, al menos uno de los organizadores de ese evento fue asesinado sin que hasta el momento se sepa quién lo hizo; y posteriormente furibundos (o furibistas) hackers borraron del universo virtual la web de la senadora Piedad Córdoba.
Yo creía que todo había quedado ahí. Iluso que es uno. La detención en México, y su consiguiente deportación a Colombia del profesor de filosofía, Miguel Ángel Beltrán Villegas, es evidente que encaja en la diabólica criminalización que José Obdulio hizo de todos los que, válidos tan sólo de la inteligencia, nos oponemos al régimen de Uribe.
Lamentable también que un país como México, que fue bastión de la libre expresión en los momentos más oscuros del militarismo en América, haya caído en manos de un gobierno que sus conciudadanos tildan de ilegítimo por la forma como alcanzó su cargo, manchado de fraude.
Pero curioso, no obstante, porque parecen entenderse a la perfección con Uribe, a quien aquí tildamos también de ilegitimo por la forma como allanó el camino constitucional, mediante el cohecho, para hacerse reelegir en el 2006.
Cierto, muy cierto el dicho popular ese que dice “Dios los cría y ellos se juntan”, porque miren ustedes la química que operó entre los ilegítimos de Colombia y México con ese otro ilegítimo de Bush.
Pero dejando afinidades al canto, grave, muy grave que en el gobierno de la llamada “seguridad democrática” no se respete el derecho al debido proceso, y el propio jefe de Estado se apresure a condenar como “terrorista” a un reconocido intelectual que acaba de ser apoyado por destacados profesores e intelectuales de la academia colombiana en carta abierta en la que dicen con crudeza lo que acaba de ocurrir con el profesor Beltrán: “PRESIDENTES DE MÉXICO, FELIPE CALDERÓN, Y DE COLOMBIA, ÁLVARO URIBE VÉLEZ, CAZAN ACADÉMICOS”.
Ojo, pues, que a la caza de los integrantes del “sexto frente de las FARC”, Uribe ha soltado sus perros aquí y en el exterior, lamentablemente apoyado por ese México que sirve de asilo político a nuestro Nobel, García Márquez, porque aquí, dizque no tiene garantías. Si por eso fue, creo que el laureado escritor colombiano debe ir buscando otro refugio porque, si por aquí llueve, por allá no escampa.

Las apuestas y los riesgos de Lula

Un año antes de las cruciales elecciones presidenciales, Brasil se debate entre una maraña de candidatos virtuales. La elegida por Lula para sucederlo viene subiendo en las encuestas, a pesar de que reveló que sufre de un linfoma. Pero nadie sabe si llegará con fuerzas a la campaña electoral y por eso, a pesar de las calculadas desmentidas, sigue abierta la posibilidad de una reforma constitucional que permita otro mandato del presidente más popular del siglo.
Eric Nepomuceno* / Página12
Lo que ocurre en Brasil, a poco más de un año del inicio de la campaña electoral para la sucesión de Lula da Silva, es un proceso singular. Su partido, el PT, es el mejor articulado y controla el mayor contingente de militantes, pero dispone de un solo nombre, el de la ministra de Gobierno, Dilma Rousseff, de viabilidad electoral relativa. El principal aliado del gobierno, el PMDB (Partido del Movimiento Democrático Brasileño), no dispone de ningún nombre, a pesar de tener el mayor número de alcaldías y las mayores bancadas en la Cámara de Diputados y en el Senado. A pesar de ello, será el fiel de la balanza. La principal fuerza de oposición, el PSDB (Partido de la Social Democracia Brasileña), ya dispone de dos nombres de peso, los gobernadores de San Pablo, José Serra; y de Minas Gerais, Aecio Neves, pero carece de militancia.
Frente a ese escenario, Lula da Silva –un hombre que calcula sus jugadas, pero no se intimida frente al riesgo– lanzó su apuesta: una mujer sin ninguna experiencia electoral, sin carisma y desconocida para el gran público, aunque administradora competente. Ex militante de organizaciones armadas, presa y torturada a lo largo de tres años, Dilma Rousseff parecía tener todas las características necesarias para transformarse en un verdadero fiasco en 2010. Sin embargo, viene creciendo en los sondeos de opinión pública de manera vertiginosa y ya pasó del 10 por ciento en enero al 22 por ciento en mayo.
Del otro lado, José Serra militó en la izquierda antes del golpe militar de 1964 y luego enfrentó quince años de exilio. Derrotado por Lula da Silva en 2002, fue elegido alcalde de San Pablo y luego gobernador de la provincia más rica y poderosa de Brasil. Su administración cuenta con índices de aprobación popular del 63 por ciento y es conocido en todo el país. El otro postulante del PSDB es Aecio Neves, gobernador del segundo colegio electoral y tercera economía del país. Sus posibilidades son pequeñas: no es tan conocido fuera de sus comarcas y José Serra aparece como franco favorito en los sondeos electorales (alrededor del 41% de los electores dice que votaría por él).
Fiel de la balanza, el PMDB es tan confiable como un billete de tres pesos. Principal aliado de Lula en el Congreso, actúa dividido. A cambio de cada apoyo transa alguna contraprestación, y a cada pedido no contemplado amenaza con rebelarse. Veterano en negociaciones duras, Lula da Silva aceptó ese tira y afloja. Sabe que sin el respaldo de una parte sustancial del PMDB, ninguna candidatura tendrá posibilidades.
Desde que la candidata de Lula anunció que padecía de un linfoma, los medios de comunicación, que se oponen no sólo a su nombre sino a la permanencia del PT en el poder en general, tratan de manera descarada de especular sobre la enfermedad y sus consecuencias. Opositores y aliados, cada uno por su lado, giran alrededor de dos preguntas: ¿logrará Dilma llevar una campaña kilométrica y desgastante con la salud afectada? ¿Logrará convencer a los electores de que podrá superar los daños de su enfermedad? Esas dos preguntas conducen, de manera inevitable, a una tercera: si Dilma no logra recuperarse para esa guerra, ¿cuál sería la alternativa de Lula da Silva?
Y la verdad es que no hay alternativa, ni tiempo para construir una. La suerte de Lula es que, dentro del PSDB, José Serra y Aecio Neves se devoran, gracias a la terquedad del gobernador de Minas Gerais en no desistir de ser candidato. Y mientras la oposición no sacralice el nombre de su candidato, le queda a Lula tiempo suficiente para ver cómo se da la recuperación de Dilma Rousseff.
Cada tanto aparece alguien para sacudir el fantasma de la re-reelección, lo que despierta la furia de los medios de comunicación y de las clases medias conservadoras. A su manera, a Lula le conviene seguir desmintiendo esa hipótesis. Ahora mismo midió cuidadosamente la forma de rechazar esa idea: “Primero, no existe tercer mandato. Y segundo, Dilma está bien”, dijo. Primero: el tercer mandato no existe, pero puede existir. Y segundo: Dilma parece estar bien, pero hay que contar con la posibilidad de que sus actividades sufran fuertes restricciones.
Cambiar la Constitución sería algo difícil, desgastante en términos políticos, pero posible. Lula es el presidente brasileño más popular en más de medio siglo y, aunque ésa sea una apuesta riesgosa, no está totalmente fuera del horizonte político. En principio no le convendría un tercer mandato consecutivo, entre otras cosas porque no se sabe qué pasará con la economía en el período 2011-2014. Su perspectiva más viable es presentarse otra vez en 2014, luego de un período de intervalo que podría ser ocupado por Dilma Rousseff o por José Serra.
Pero para su partido la perspectiva de no presentar ningún nombre con posibilidades en 2010 significa una especie de suicidio político. Y por más que Lula sea, hoy, mucho más que el PT, para volver en 2014 necesitará de su estructura. Así, el horizonte sigue nebuloso, y cualquier apuesta en el corto plazo sería de alto riesgo.
* Periodista y escritor brasileño.

El disfraz de las miserias

El bastión neoliberal de la región es el preferido de las agencias calificadoras y organismos internacionales. La realidad social de Chile reafirma el carácter espurio de las apariencias del modelo.Sebastián Pellegrino /APM
Los discursos tendientes a la legitimación de determinado modelo de desarrollo suelen estar atravesados por sorprendentes artilugios enunciativos. Las declaraciones del ministro de Hacienda chileno, Andrés Velasco, sobre un reciente informe del Fondo Monetario Internacional (FMI), son un ejemplo de ello. El reporte señala que en 2009 el PBI per cápita de Chile registraría una leve caída de 0,3 por ciento, situándose en 14.461 dólares, el más alto de la región.
El ministro afirmó: "A pesar de la crisis, a pesar del impacto que todos han sufrido, Chile aparece como el país de América Latina donde las familias y los hogares tienen mayor poder adquisitivo, mayor poder de compra", y remarcó que ello no es casualidad, sino que es "reflejo del esfuerzo que hace años venimos haciendo".
Seguramente Velasco no creerá que cada ciudadano chileno goza de ingresos anuales superiores a los 14.000 dólares. Sin embargo, sus palabras relacionan un cálculo simple y de poca significación (la división del producto bruto interno anual por la cantidad de habitantes), con el poder de compra real de cada uno de sus compatriotas. Algo así como una distribución perfecta de la riqueza nacional.
La cita anterior forma parte de una construcción discursiva específica y generalizada en los portavoces del sistema capitalista hegemónico del siglo 20, que aún clasifican el desempeño de los Estados con relación a la injerencia sobre los mercados.
Chile es uno de los pocos países de Latinoamérica que no ha sufrido crisis institucionales desde la adopción plena del modelo de desarrollo neoliberal, iniciado y desarrollado durante la dictadura de Augusto Pinochet. Desde 1989, los regímenes democráticos han transformado la estructura del Estado hasta convertirlo en un verdadero Estado Gendarme que vigiló 20 años de continuo crecimiento macro económico. La lealtad sistémica le valió al país austral el rango de Estado modelo.
La estabilidad política es un argumento que también suele utilizarse para inferir de él un desarrollo social progresivo, un derrame de riquezas que llegaría a los sectores postergados de Chile. Sin embargo, la crisis financiera internacional ha puesto al descubierto la fragilidad del mercado laboral del país y las dificultades del modelo para frenar la expansión de la pobreza y las asimetrías entre clases. (Ver: “¿El ejemplo a seguir es Chile?”. APM 30/11/2005)
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El oxígeno explosivo de Aimé Césaire

Los poemas de Césaire nos hacen respirar. Son imágenes cuyo torrente acelera el pulso y nos recuerda que la poesía como la vida es un ritmo, un pulso, un mar…
Javier Aranda Luna / LA JORNADA
Uno de las grandes calamidades que habrán de enfrentar los e-book y sus modernos lectores será que en sus acervos digitales, pletóricos de bestsellers y de algunos clásicos universales, no tendrán cabida autores como Benjamin Péret y mucho menos ciertos poetas que provocaron su entusiasmo, como fue el caso de Aimé Césaire.
Según Péret, Césaire fue el único gran poeta de habla francesa que surgió entre 1920 y 1940. Poeta de lengua francesa, debo aclarar, que no nació en Francia sino en una de sus ex colonias, en la lejana isla de Martinica, verdadero reservorio de esclavos y punto estratégico en la geopolítica imperial.
Es probable que sin la Segunda Guerra Mundial, Césaire hubiera pasado casi desapercibido para la literatura de occidente. Huyendo de los nazis, André Breton, Victor Serge, Wifredo Lam y Claude Levi-Strauss se embarcaron en El capitán Paul Lemerle, con destino a Nueva York. La embarcación hizo escala en la isla de Martinica en abril de 1941 y gracias a ello (el azar nada deja al azar), Breton encontró en una tienda la revista Tropiques, donde descubrió los poemas de Aimé Césaire, un gran poeta negro cuya palabra resultaba hermosa como el oxígeno naciente.
Esas palabras de Breton no han perdido actualidad. Los poemas de Césaire nos hacen respirar. Son imágenes cuyo torrente acelera el pulso y nos recuerda que la poesía como la vida es un ritmo, un pulso, un mar, una posesión del espíritu de las cosas, como pretende el vudú, que nos convulsiona: imágenes que son sonidos, que son sentidos, rumor de palabras, plegaria, exhortación, conjuro, hechizo. Palabra que al decirse llama y amansa, seduce y necesita, forma que invoca y convoca a las potencias esenciales del mundo.
Escribe Césaire: “¡Eiá por el Kalicendrato real!/ Eiá por los que jamás inventaron nada/ por los que jamás han explorado nada/ por los que jamás han domeñado nada/ mas se abandonan cautivados, a la esencia de las cosas/ ignorando la superficie pero cautivados por el movimiento de las cosas/ despreocupados de dominar, pero jugando el juego del mundo”.
Pero Césaire no sólo fue un poeta admirado por Breton, Péret o Jean Paul Sartre, sino el padre de la negritud o, más exactamente, quien acuñó el término y que no describe o señala la negritud como un fenómeno social, sino como la expresión de un grupo de marginados. Dice Césaire: “si los negros no fueran un pueblo, digamos, de vencidos, un pueblo de desventurados, un pueblo humillado, etcétera; si se invirtiera la Historia y se hiciera de ellos un pueblo de vencedores, no existiría la negritud. Yo no defendería la negritud, me parecería insoportable”. Nunca vio a la negritud como una ideología sino como una ética personal y como un punto de vista literario.
Debemos al entusiasmo de Phillippe Ollé-Laprune la más reciente antología de Aimé Césaire, quien falleció en abril de 2008. Poemas, prosas y una obra de teatro forman parte de Para leer Aimé Césaire, volumen publicado por el Fondo de Cultura Económica en el que también se incluye una entrevista con el poeta y un texto introductorio de Ollé-Laprune. Antes que el destino nos alcance con los e-book y se extingan estas ínsulas de poesía, conviene acercarse a este escritor para quien la poesía es descender hacia el interior de uno mismo y, por ello, una explosión.

Nuestro Mario Benedetti

Imposible separar al Benedetti persona de la obra generada, de la página nacida. En ese sentido, Mario es una unidad dialéctica difícil de encontrar en otros territorios de lo cultural.
Daniel Viglietti / Página12
Ante la pérdida de nuestro Mario Benedetti estamos todos consternados, como escribía él cuando la muerte del Che. Nos quedamos sin Mario, pero su pluma nos deja el alma llena de versos sencillos, sencillos en la altura, como aquéllos del cubano José Martí que él tanto admiraba. Y nos deja ramas del mismo árbol fecundo, la novela, el cuento, el ensayo, la obra teatral, el periodismo, la canción. Una pluma mágica y multifacética que generó, sin premeditación, desde todos esos géneros, modelos de conducta, un rigor ético equilibrado con la belleza de lo estético. Como se sabe, ética cabe dentro de la palabra estética, eso nos lo demostró Mario desde su creación. Imposible separar al Benedetti persona de la obra generada, de la página nacida. En ese sentido, Mario es una unidad dialéctica difícil de encontrar en otros territorios de lo cultural.
Todos sabemos que era un ser ejemplar en su modestia, en su auténtica sencillez, en su valiente ternura, en su solidaridad.
Mario no necesita que lo idealicemos porque es un ideal en sí mismo, toda su obra está tocada por un horizonte utópico en que el arriba se inquieta y el abajo se mueve indócil.
Desde su coherencia nos ha enseñado cómo el humor puede ser fértil, cómo el amor y la lucha pueden ser cómplices, cómo la confianza en el hombre, en el otro, en la otra, tiene que anteponerse a toda desconfianza. El creía en el prójimo sin necesidad de mayores pruebas. Creía, sin laberintos, en los otros y los traía cerca. A nadie le cabe duda de que, como en su poema, defendía la alegría a ultranza. Construía puentes de alegría para oponerse a la tristeza y a la muerte. Era un extremista del optimismo y de la esperanza, sin dejar de lado un agudo sentido crítico y una profunda preocupación por la gente. Un hombre, ya lo dijimos, de una modestia ejemplar, que su amigo Eduardo Galeano explica diciendo que Mario Benedetti no se daba cuenta de que era Mario Benedetti.
Los ríos de gente manifestaron su enorme cariño hacia Mario. Fue emocionante ver las largas filas de personas de diferentes generaciones y clases sociales, todo un pueblo subiendo las escaleras de entrada al Palacio Legislativo, llegando hasta las cercanías del cuerpo sin vida del poeta. ¿Sin vida? Su admirado César Vallejo decía: “Tanto amor y no poder nada contra la muerte”. Sin embargo, Mario logra sobrevivir en los demás por lo que ha pensado, por lo que ha escrito. Por lo que ha amado: recordemos a Luz, su compañera de toda una vida, tras cuya muerte Mario empezó a irse de a poquito. Por el cariño hacia su hermano Raúl, a quien tanto protegió siempre. Por la cantidad de amigos que fue abrazando aquí y en tierras lejanas.
Sobrevive en los demás también por su compromiso en la lucha política, antes y durante los años de plomo, cuando entre sus amigos contaba al paso del tiempo con Raúl Sendic, Zelmar Michelini, Líber Seregni.
Su permanente lucha contra la injusticia y la impunidad se manifestó recientemente en su solidaridad con familiares de detenidos-desaparecidos y su apoyo a la campaña por la anulación de la ley de caducidad.
Mario, como persona, se hacía querer con su rostro tierno, su bigote y jopo invencibles, su mirada limpia, su sonrisa que aun en medio de estos períodos de enfermedad afloraba, consolando o agradeciendo a Ariel, su leal secretario, y a los fieles, trabajadoras y trabajadores, que lo cuidaban sin falla.
Déjenme decir que he perdido a un amigo esencial que mucho me enseñó sobre la vida, sobre el arte, sobre la pasión del cambio. Un ser generoso como pocos. En lo cotidiano tendremos que acostumbrarnos a encontrar, en el recuerdo de su amistad, la fuerza y la calidez de su palabra.

martes, 26 de mayo de 2009

El secuestro político del Dr. Miguel Ángel Beltrán Villegas en México

Hemos recibido desde México el siguiente comunicado sobre la situación del sociólogo colombiano Miguel Ángel Beltrán, recientemente detenido en ese país y enviado en condiciones no usuales a Colombia, donde el gobierno pretende vincularlo con las FARC. En solidaridad con esta causa, CON NUESTRA AMÉRICA ha decidido publicarlo.
Victoria Darling
La trayectoria académica de Miguel Ángel Beltrán
Miguel Ángel Beltrán Villegas nació en Bogotá (Colombia) el 11 de mayo de 1964. Se graduó en la licenciatura en Ciencias de la Educación con especialidad en Ciencias Sociales de la Universidad Distrital en 1987, y en Sociología en la Universidad Nacional de Colombia en 1991.
Realizó cursos en la maestría en Historia en la Universidad Nacional de Colombia, fue becario en la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO) graduándose como Maestro en Ciencias Sociales en 1994, posteriormente realizó cursos en el doctorado en Historia en la Universidad Iberoamericana y el doctorado en Estudios Latinoamericanos en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México, donde se graduó con la tesis “El Movimiento de Liberación Nacional (MLN) en México: Vicisitudes de un camino hacia la unidad (1961-1967)”, con la cual obtuvo mención honorífica en el año 2001.
El Dr. Beltrán estaba realizando desde junio de 2008 una estancia Posdoctoral en el Centro de Estudios Latinoamericanos -CELA-, de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM); con un proyecto de investigación sobre la sucesión presidencial en México, en el período 1933-1934.
Asimismo fue docente en las universidades del Cauca y Antioquia, y actualmente es profesor asociado de tiempo completo de la Universidad Nacional de Colombia. Es coordinador del área de teorías sociológicas y del grupo de investigación de la misma universidad; “América Latina: transformaciones, dinámicas políticas y pensamiento social”, e igualmente participó del grupo de investigación de la Universidad Antioquia; “Cultura, política y desarrollo social”, avalado por Colciencias, organismo que ejecuta las políticas de Investigación en Ciencia y Tecnología.
Las preocupaciones académicas de Miguel Ángel se reflejan en muchos artículos publicados en revistas nacionales e internacionales, entre las que se destacan: Revista Colombiana de Sociología, Contrahistorias, Memoria y Civilización, Anuario Latinoamericano, Le Monde Diplomatique, Wifala e Historia de Colombia, todas ellas reconocidas dentro del medio académico internacional. En dichos artículos se analiza la teoría y los debates sociológicos contemporáneos, el conflicto social y la sociología y la historia política de Colombia y América Latina.
Entre sus publicaciones recientes se encuentran: “México: Revolución, Hegemonía Priísta y ¿Transición?” (2007), publicado por la Universidad Distrital en el texto ¿Hacia dónde va América Latina?; y en coautoría la investigación sobre la historia de la sociología en Colombia, de cuyo desarrollo fue publicado el artículo: “Los inicios de la Sociología en el País (1850-1950)” (2007) en la Revista UNAULA, Medellín.
El profesor Dr. Beltrán Villegas, obtuvo la “Distinción a la Excelencia Docente” en la Universidad de Antioquía (2002). Su ejercicio docente e investigativo ha sido marcado por la disciplina, el rigor, la exigencia académica y el pensamiento crítico, por tanto, acusarlo de terrorista, guerrillero e intelectual de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) es una afirmación que carece de fundamento. Asimismo, ha sido profesor de diversas asignaturas en el área de la sociología y la historia de diferentes generaciones de investigadores, quienes tienen del profesor Beltrán un referente académico.
Al Dr. Beltrán le han sido imputados varios cargos sin que existan pruebas, ya que es de conocimiento público que el supuesto computador del comandante guerrillero Raúl Reyes no constituye prueba alguna, sin embargo, sigue siendo instrumento de persecución de quienes disienten o puedan disentir de la política de guerra del gobierno de Álvaro Uribe Vélez.
En todo Estado social de derecho orientado por la garantía y el respeto de los derechos ciudadanos, se parte de la presunción de inocencia, pues se es inocente hasta que se demuestre lo contrario, sin embargo, bajo la política de seguridad democrática del actual gobierno, este principio jurídico ha desaparecido. Tal como lo demuestra el atropello cometido contra las garantías individuales del profesor Miguel Ángel Beltrán, las cuales son salvaguardadas por el derecho internacional.
La detención del Dr. Beltrán Villegas
A las 12 horas del mediodía del viernes 22 de mayo de 2009, el profesor Miguel Ángel Beltrán Villegas, de nacionalidad colombiana, acudió al Instituto Nacional de Migración de México (INM), con el fin de recibir respuesta a su solicitud de cambio de condición migratoria (de visitante a estudiante), y de este modo legalizar su estancia en el país para sus estudios posdoctorales en Estudios Latinoamericanos en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
Todo colombiano que ingresa a México para realizar estudios, lo hace en condición de visitante con la forma migratoria (FM-3) otorgada por el Consulado Mexicano en Colombia. Dicho documento se recibe cuando se han cumplido una serie de requisitos que dan cuenta de la legalidad de la solicitud de internación. Una vez en México, el interesado debe presentarse al INM dentro de los noventa días siguientes, para solicitar el cambio de condición migratoria. Este trámite fue efectuado por el profesor Miguel Ángel el día 7 de agosto de 2008 acopiando todos los documentos solicitados entre ellos: copia completa del pasaporte, original del FM3 vigente No. 2077691, comprobante de domicilio, carta de aceptación estudios posdoctorales en la UNAM, carta de solvencia económica (certificado de trabajo de la Universidad Nacional de Colombia apostillado y copia de la comisión de estudios) y copia del último grado académico obtenido. El número de la solicitud fue el: 312687.
El trámite solicitado dura normalmente treinta días hábiles, sin embargo, el Dr. Miguel Ángel Beltrán no había recibido respuesta hasta la fecha. Durante los nueve meses transcurridos él acudió semanalmente al INM en espera de una respuesta y siempre le decían que “volviera la próxima semana”. El viernes 2 de mayo, él acudió al INM como lo hacía todas las semanas, esta vez acompañado del Licenciado Jorge Becerril, abogado de la UNAM, nombrado a finales de abril de 2008 por la Dirección de Asuntos Jurídicos de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) para asesorarlo ante el INM, dada la dilación del trámite. El Licenciado Jorge Becerril concretó una cita a las 12 horas con el Subdirector del Instituto Nacional de Migración para recibir una respuesta.
A las 12:40 p.m. el Dr. Beltrán fue notificado verbalmente -en la planta baja del INM- por un funcionario de que su solicitud había sido negada porque no cumplía con los requisitos exigidos. Posteriormente, el Dr. Beltrán fue obligado a pasar a control migratorio al primer piso de las instalaciones. El Licenciado Becerril no lo acompañó ante tal instancia. Minutos después, se escucharon gritos muy fuertes de alguien que decía: “¡No, no, no!”. Ante el interrogante sobre lo que estaba ocurriendo, el Licenciado Becerril fue informado de que se trataba de un funcionario que se había vuelto loco y a quien se habían llevado. Pero que el profesor Beltrán seguía en las instalaciones del INM. Sin embargo, el Dr. Beltrán fue detenido por funcionarios del INM, sacado del Instituto a la fuerza y transportado en una camioneta Van, de vidrios polarizados que no tenía distintivos oficiales.
En el IMN dijeron que había sido trasladado a la estación Migratoria “Las Agujas” de la Delegación Iztapalapa. El Licenciado Becerril, a pesar de su experiencia, no se percató de que se trataba de una deportación y lo único que atinó a decir, tomando en cuenta el consejo de otros abogados presentes, es que se debía denunciar la detención en la embajada colombiana en México. El Dr. Beltrán no fue llevado a una Estación Migratoria sino que fue deportado a Colombia en una aeronave del Estado mexicano que llegó a Bogotá, aproximadamente a las 7:50 p.m. Al oficializarse la captura del profesor Beltrán por parte de la Fiscalía General de la Nación de Colombia, fue conducido a las instalaciones de la Dirección General de Policía Judicial e Inteligencia (DIJIN). El Instituto de Medicina Legal realizó una valoración del estado de salud de Miguel Ángel determinando una incapacidad médica de doce días, mismas que son producto de las agresiones físicas sufridas por parte de funcionarios mexicanos del INM.
Las arbitrariedades del Instituto Nacional de Migración (INM)
El INM aseguró ante el diario La Jornada que expulsó al profesor Miguel Ángel del país con base en el artículo 37 fracción 5, la cual señala que “Gobernación podrá negar a los extranjeros la entrada al país o el cambio de calidad o característica migratoria cuando (…) hayan infringido las leyes nacionales o tengan malos antecedentes en el extranjero”. Sin embargo, estos “malos antecedentes en el extranjero” no existían, ya que Miguel Ángel Beltrán salió de Colombia de manera legal y entró a México de la misma forma para realizar sus estudios posdoctorales en la UNAM. Si hubiese habido algún requerimiento en su contra, no habría podido salir de Colombia en junio de 2008.
La actuación del INM fue arbitraria ya que violó los plazos y términos normales para dar espera a que el gobierno colombiano fabricara un requerimiento judicial basado en cargos falsos. El INM fue cómplice del gobierno colombiano puesto que deliberadamente suspendió el trámite del profesor Beltrán durante nueve meses. El INM atropelló, vulneró y violentó los más elementales derechos del profesor Dr. Beltrán ya que partió de la presunción de culpabilidad y actuó pérfidamente en su contra, negándole, con la detención realizada, la posibilidad de emplear los recursos jurídicos existentes para apelar la arbitraria decisión.
La forma en que ocurrieron los hechos denota que todo estaba planificado entre las autoridades de Colombia y México para cometer este ilegal atropello. Incluso el presidente Uribe de Colombia agradeció a las autoridades mexicanas su apoyo al gobierno mexicano por “capturar a uno de los terroristas más peligrosos” de las FARC. La persecución por parte del gobierno colombiano y la complicidad del gobierno mexicano contra el profesor Miguel Ángel Beltrán, pretende generar miedo, pánico y escarmiento a los académicos críticos; busca cercenar el derecho a la crítica y el cuestionamiento, y hace parte de los planes del gobierno colombiano por instaurar un régimen de terror perpetuo.
La persecución contra la universidad pública y el pensamiento crítico en Colombia
La persecución a la universidad pública ha sido una constante en el régimen de Álvaro Uribe, a finales del mes de octubre de 2007, la Fiscalía General de la Nación solicitó a las universidades públicas (Pedagógica, Distrital, Nacional) los listados de estudiantes y docentes que han estado en dichas instituciones desde 1992. Este tipo de prácticas, contrarias al Estado de Derecho, hacen parte de la persecución política contra la Universidad pública y las posturas que no comparten la violencia y la guerra como salida al conflicto colombiano. Así lo demuestran las detenciones de varios profesores y estudiantes de universidades públicas sindicados de “rebelión”, entre ellos: William Javier Díaz Ramírez, docente de la Universidad Distrital; María Antonia Espitia, Ipayú Reyes López ambos estudiantes de la Universidad Nacional de Colombia; Hugo Giovanni Hilarión de FESCOL, Edison Javier Reyes Roa integrante de Territorio Sur, y otros docentes e investigadores que aún en el exterior son objeto de la persecución.
Los puntos de vista contrarios a los del actual gobierno no pueden seguir siendo catalogados como sinónimos de terrorismo, por ello la criminalización del pensamiento y de la universidad pública deben cesar.
¡Exigimos la liberación inmediata del profesor Miguel Ángel Beltrán Villegas¡ y de todos los compañeros que han sido detenidos bajo montajes similares, expresamos nuestra más fraternal solidaridad con él.
Miguel Ángel, amigo, compañero, maestro, colega, no éstas solo estamos contigo.

domingo, 24 de mayo de 2009

Guatemala: más allá del caso Rosenberg

El caso Rosenberg debe ser esclarecido. Como todo ser humano, él, que ya no está presente, su familia, así como sus parientes y amigos tienen derecho a una justicia pronta y cumplida que dé cuenta de qué fue lo que pasó y castigue a los culpables. Pero no solo él. En Guatemala son miles los que reclamen idénticos derechos y deben ser atendidos.
Rafael Cuevas Molina/Presidente AUNA-Costa Rica
Guatemala ha vuelto a tener notoriedad en el concierto internacional por un acontecimiento lamentable: el asesinato del abogado Rodrigo Rosenberg, y la inculpación que éste hiciera de su asesinato, en la cual involucró al Presidente de la República, su esposa y colaboradores cercanos.
Resulta impactante presenciar a una persona que ha sido asesinada refiriéndose a los hechos que llevaron a su muerte y haciendo aseveraciones como las que se hacen en el vídeo que ha sido difundido por Youtube.
En Guatemala, el hecho ha desatado una verdadera crisis política cuyo desenlace es de pronóstico reservado. Importantes grupos sociales se manifiestan a favor y en contra del Presidente; unos piden su destitución o, cuando menos, que se aparte del poder mientras se realizan las investigaciones; otros externan su apoyo incondicional al primer mandatario.
Analistas políticos del país resaltan aspectos que, posiblemente, pasen inadvertidos a quienes no son guatemaltecos. Entre ellos, la extracción de clase de quienes protestan, lo cual, en un país como Guatemala, se evidencia no solamente en la calidad de las prendas de vestir que se portan sino, también, en los rasgos físicos. En efecto, mientras que quienes quieren que el Presidente se vaya son “ladinos” (término que en Guatemala se utiliza para designar al no-indígena) acomodados, los que lo apoyan tienen rasgos marcadamente indígenas.
Este aspecto, que tal vez pueda ser considerado por algunos como marginal, tiene, en nuestro criterio, importantes implicaciones. Las tiene porque quienes protestan en contra del Presidente son aquellos que, como clase social, han estructurado el tipo de Estado que hoy posibilita que se den hechos como el que repudian.
Como se sabe, el Estado guatemalteco sufre una crónica imposibilidad de ejercer justicia pronta y cumplida. Se ha remarcado en estos días que la casi totalidad (el 98%) de los delitos cometidos en el país no recibe el correspondiente castigo social que deberían tener. Se ha hecho ver, también, la penetración que la corrupción del narcotráfico y otras formas de organización criminal han tenido en el Estado.
Lo que hay dejar claro al respecto es que a esta situación no se ha llegado en este gobierno. Es resultado de una historia que abarca a toda la segunda mitad del siglo XX, cuando a raíz del golpe de Estado que perpetraron los congéneres de clase de quienes hoy protestan contra el Presidente Colom en 1954 con ayuda de la CIA, los sectores populares iniciaron un ciclo de protestas (inclusive armada).
La represión que sufrió el movimiento popular no tiene parangón en América Latina. Para poder estructurarla, el Estado guatemalteco se constituyó en Estado contrainsurgente, es decir, en poderoso aparato de represión que tuvo como eje central al Ejército, y eliminó cualquier “obstáculo” que pudiera entorpecer su labor. No es casual, entonces, que el sistema judicial conociera un atrofiamiento inversamente proporcional al crecimiento del Ejército.
Así las cosas, la impunidad fue el resultado de una política de Estado: ubicar y juzgar a quienes estaban cometiendo las violaciones a los derechos humanos en el país habría significado investigarse y juzgarse a sí mismo. El reclamo contra este estado abusivo de indefensión ha sido una constante de los organismos de derechos humanos guatemaltecos desde, por lo menos, los últimos 30 años, pero su clamor ha sido el equivalente a arar en el mar.
Ahora, los sordos de siempre salen a protestar y a quejarse. Sus protestas tienen mucho en común con las que se realizan en otras esquinas del continente en donde se adelantan procesos que se alejan de los intereses de este tipo de gente. Un elemento a resaltar es el papel de los medios de comunicación y los canales a través de los cuales se difunde su protesta. Firmas Press (revista impulsada por el cubano Carlos Montaner), ha difundido en la última semana tres comentarios de estas huestes enardecidas. Las fotos que algunas agencias de noticias difunden de las manifestaciones en Guatemala están invertidas: las de los que apoyan a Colom, que han tenido mayor participación, son presentadas como si fueran de los que protestan. CNN no se ha quedado atrás. “Jovenes independientes” guatemaltecos (como en Venezuela) entregan al Congreso de la República firmas que solicitan se saque a Colom del poder.
El caso Rosenberg debe ser esclarecido. Como todo ser humano, él, que ya no está presente, su familia, así como sus parientes y amigos tienen derecho a una justicia pronta y cumplida que dé cuenta de qué fue lo que pasó y castigue a los culpables. Pero no solo él. En Guatemala son miles los que reclamen idénticos derechos y deben ser atendidos.

Centroamérica: ¿la hora de la asociación bolivariana?

Venezuela se perfila como un nuevo actor de la geopolítica centroamericana. Tres hechos recientes, cuya evolución será necesario estudiar más a fondo, nos llevan a plantear la tesis de que esta renovada presencia y protagonismo venezolano en Centroamérica podría aumentar en los próximos meses.
Andrés Mora Ramírez* / AUNA-Costa Rica
Tan temprano como en 1815, en su carta al jamaiquino Henry Cullen (la célebre Carta de Jamaica), Simón Bolívar oteó en el horizonte de lo posible la importancia geoestratégica del territorio de las provincias centroamericanas: Los Estados del Istmo de Panamá hasta Guatemala formarán quizás una asociación. Esta magnífica posición entre los dos grandes mares podrá ser con el tiempo el emporio del universo. Sus canales acortarán las distancias del mundo; estrecharán los lazos comerciales de Europa, América y Asia; traerán a tan feliz región los tributos de las cuatro partes del globo. ¡Acaso sólo allí podrá fijarse algún día la capital de la tierra, como pretendió Constantino que fuese Bizancio la del antiguo hemisferio!”.
No solo Bolívar comprendió la importancia geoestratégica de lo que hoy conocemos como Centroamérica, y lo decisivo de su unidad y comunión de intereses: también el imperio británico y el estadounidense llegaron a similares conclusiones e hicieron todo lo posible por evitar esa asociación que anticipó el Libertador. A ese intervencionismo imperialista, que tuvo expresiones militares, políticas y comerciales (de William Walker y el cónsul Chatfield, a la guerra contrainsurgente de las décadas de 1970 y 1980), se agregan los factores autóctonos que propiciaron la disgregación centroamericana, como por ejemplo las disputas por el poder entre federalistas y autonomistas, entre conservadores y liberales, o el aislamiento y la desarticulación regional, por citar solo algunos.
Con las huellas y fracturas socio-culturales de este pasado impresas a sangre y fuego, por propios y extraños, en la configuración actual de los Estados nacionales, Centroamérica, a inicios del siglo XXI, se debate entre la perpetuación de su condición neocolonial, los apetitos de dos grandes bloques regionales (el TLCAN y la UE), la integración de sus poderosos grupos económicos -aliados del capital transnacional- que excluye y desintegra a los sectores populares, y la resistencia social de los de abajo frente al proyecto de subordinación que parece asignarle la globalización neoliberal a nuestros pueblos (y que la clase política hegemónica, resignada y cómplice, acepta como destino inevitable).
Durante los últimos años, sin embargo, distintos procesos y transformaciones en ciernes sugieren la posibilidad de ensayar nuevas rutas en Centroamérica, estimuladas fundamentalmente por el cambio de época que impulsan los movimientos sociales y los gobiernos progresistas en América del Sur. En este escenario, Venezuela se perfila como un nuevo actor de la geopolítica centroamericana, en virtud de su política exterior basada en la construcción de una nueva arquitectura de la integración regional, con un contenido filosófico, político y cultural bolivariano.
Tres hechos recientes, cuya evolución será necesario estudiar más a fondo, nos llevan a plantear la tesis de que esta renovada presencia y protagonismo venezolano en Centroamérica podría aumentar en los próximos meses.
En primer lugar, la reciente visita de Mauricio Funes a Venezuela, en vísperas de su asunción a la presidencia de El Salvador el próximo 1 de junio, sintoniza los esfuerzos de ambos países para reforzar los programas de cooperación médica e integración energética (Funes habló de construir “la gran nación latinoamericana”); a la vez, conjura los fantasmas del miedo que la derecha salvadoreña invocó en la campaña presidencial y reafirma –con resonancia continental- la identidad política histórica del FMLN.
Un segundo hecho muestra el avance bolivariano en Centroamérica: la incorporación de los cincos países históricos, más Belice y Panamá, a las principales iniciativas de integración regional del gobierno venezolano: ALBA (Nicaragua y Honduras ya son miembros plenos) y Petrocaribe, cuyos enfoques de solidaridad y contenido social superan, por mucho, el carácter capitalista in extremis del TLC con los Estados Unidos.
Precisamente, la semana anterior se anunció, en Caracas, que Costa Rica y Panamá serán los nuevos socios de Petrocaribe (acuerdo del que ya forman parte Honduras y Belice) a partir del próximo mes de junio. Este organismo también estudia la solicitud de admisión de Guatemala y, seguramente, pronto hará lo propio con El Salvador.
Desde Venezuela se hace una interesante lectura del ingreso de Costa Rica a Petrocaribe, como eventual puerto de distribución del petróleo venezolano a otros países latinoamericanos y, quizá, a China. El diputado Ángel Rodríguez, Presidente de la Comisión de Energía y Minas de la Asamblea Nacional de Venezuela, declaró a medios de comunicación que “Costa Rica posee un poliducto que atraviesa el país desde el Mar Caribe. Existe un proyecto concebido desde hace varios años para ampliar esta obra y construir un terminal de recibo y despacho, en la costa del Océano Pacífico, para buques de hasta 40 mil toneladas. Al concretarse la entrada a Petrocaribe, se analizará si es pertinente redimensionar este puerto marítimo, en función de las necesidades futuras del bloque multinacional" (El Universal, 19-05-2009).
Por supuesto, un proyecto de esta naturaleza desborda la capacidad –y creatividad- política del gobierno del presidente Oscar Arias, y sus simpatías ideológicas y personales por el mandatario venezolano, pero refleja el nuevo panorama donde Hugo Chávez rompe, por fin, lo que él mismo calificó, en su momento, como un cerco impuesto a su presencia en Centroamérica.
Finalmente, no debe perderse de vista que todas estas situaciones ocurren en el contexto del debilitamiento de la hegemonía y del repliegue –relativo- de EE.UU. en América Latina.
Para el caso centroamericano, esto quedó en evidencia el pasado mes de marzo con dos situaciones: una, la decisión de Costa Rica y El Salvador de restablecer relaciones diplomáticas con Cuba; y la otra, la confesión del vicepresidente Joe Biden, durante su visita a San José, cuando reconoció la incapacidad de su país de auxiliar económicamente a los organismos financieros de la región (¡paciencia, paciencia!, dijo). La única oferta posible de EE.UU para Centroamérica, hoy, es la que conjuga la exportación de la doctrina de seguridad nacional y la guerra (por ahora, contra el narcotráfico).
Otro tanto cabe decir del TLC, que no ha generado los efectos esperados por la derecha centroamericana que creyó, ingenuamente, que el acuerdo comercial sería la puerta de ingreso al mejor de los mundos posibles y nuestro salto al desarrollo. Nadie mejor que el presidente Arias para ejemplificar esa visión impregnada de lo peor del imaginario neoliberal, cuando en el 2007 explicó a los empleados de una empresa de zona franca lo que representaría –según él- el tratado: “Los que hoy vienen en bicicleta [a las fábricas], con el TLC vendrán en motocicleta BMW, y los que vienen en un Hyundai, vendrán en un Mercedes Benz, en esto consiste el desarrollo” (La Prensa Libre, 30-05-2007).
¿Ha llegado la hora de que nuestra región avance hacia la realización de un nuevo tipo de asociación, tal cual la concibió el Libertador en la Carta de Jamaica? Este futuro sólo podrán decidirlo los pueblos y los movimientos políticamente organizados de nuestros países, revirtiendo, en primera instancia, las tendencias que, desde las élites gobernantes, profundizan nuestra condición neocolonial frente a los bloques norteamericano y europeo.
Una cuestión es evidente: Centroamérica debe buscar sus caminos de edificación del bienestar social y el desarrollo humano allí donde se le mire y se le invite a dialogar entre iguales, y no donde el convite sea entre lobos y corderos.

*El autor es periodista costarricense y Máster en Estudios Latinoamericanos de la Universidad Nacional de Costa Rica.

Los innecesarios: los asesores

Monseñor Romero hizo lo contrario a la lógica del poder. En cuanto llegó a la más alta posición jerárquica de la iglesia en El Salvador, y tuvo el máximo poder, fue cuando más se comprometió y acercó a su amado pueblo, y “la compasión le empezó a ganar, paso a paso, terreno a la ideología”.
Oscar Martínez / ALAI
Si Monseñor Romero hubiera echado manos de asesores para escuchar y resolver los problemas de la gente, para que le administraran sus decisiones y para que le aconsejaran qué hacer en determinadas circunstancias, no sería ese ser entrañable nuestro.
Le hubieran robado la humildad, la sencillez, la sinceridad. Jamás habría caminado debajo del sol por las calles polvorientas y aquellas caricaturas de casas en las comunidades más miserables de este país, ni habría hecho cola entre la sudorosa y apestosa multitud para recoger sus alimentos en las celebraciones, ni comido en las mesas llenas de moscas entre las familias llenas de podredumbre donde le invitaban a almorzar o cenar según la ocasión, en cualquier ocasión, en cualquier cuchitril. Habría muerto de inanición —y no por muerte de vil asesinato cometido por los mismos de siempre, los todavía presentes ángeles de la libertad y la democracia—, si se le hubiera impuesto la condición del pundonor o del protocolo reverente y majestuoso.
Le habrían cohibido la sensibilidad, le habrían destruido su carácter y sus pensamientos. Le habrían inventado mil estrategias, triquiñuelas y excusas para alejarlo de las personas. Le habrían despojado de la carne y huesos y avasallado el espíritu.
No habría podido ser el consuelo de las víctimas de las injusticias. El hombro donde lloró tanta y tanta gente que venía desde los más impensables, intransitables e inhóspitos rincones para quejarse con él.
Le habrían puesto corona y emperifollado de adulaciones de tal manera que hubiera sucumbido a las tentaciones del poder y los contubernios. No sería lo que es.
Le habrían hecho creer que ellos eran indispensables, imprescindibles, inevitables, tanto o más de como lo era él.
Jamás hubiera tenido la oportunidad de recoger la sabiduría popular y dirigirse sobre estas teorías para analizar, interpretar, denunciar y esperanzar la realidad de los pobres. Nunca hubiera podido tener las palabras, los discursos tan célebres, las ideas tan geniales con las que derrumbó desde sus homilías el mundo de la aberración, ostentación y la injusticia. No habría podido dictar la famosa sentencia que un campesino le dijo una vez, con la que aún se condena a una de las peores estirpes: “Los políticos son como las serpientes, sólo muerden los calcañales de los pies del descalzo”.
No habría podido dirigir ideas con las que oportunamente se podían encontrar soluciones a las necesidades e intereses de la gente.
Así se le recuerda, así se lo recuerdan a María López Vigil los que le conocieron de cerca en el libro Piezas para un retrato. Y traerlo a cuenta en este momento es crucial, porque es un período importante de grandes definiciones.
En la introducción del libro, la autora hace dos aseveraciones, una de las que hoy parece admonitoria para el presidente electo Mauricio Funes, cuanto más porque ha asegurado su “opción preferencial por los pobres”, seguidor de Monseñor Romero y que se guiará y perseguirá el pensamiento de nuestro pastor y mártir. Vigil apunta que Monseñor Romero rompió dos leyes: una, que nadie cambia ya viejo. Y la segunda, que en cuanto más alto llega alguien en la cúspide del poder, este tiende a alejarse más de la gente.
Monseñor hizo lo contrario. En cuanto llegó a la más alta posición jerárquica de la iglesia, y tuvo el máximo poder, fue cuando más se comprometió y acercó a su amado pueblo, y “la compasión le empezó a ganar, paso a paso, terreno a la ideología”.
También se sobrepuso a las tentaciones, según lo plantea años más tarde Vigil en un artículo donde rememora el proceso de composición del mencionado libro: “¿Y su última tentación? También la hubo. Hombre de poder, consciente del poder que tenía y que representaba, tan capacitado y hábil para ejercer el poder institucional, Monseñor Romero apostó todo entero ese poder en los últimos tres años al número de los siempre perdedores. Aunque naturalmente, para ganar, no para perder. La apuesta suya fue desde el poder: todo el poder de la Iglesia para los sin voz, para los sin vida, para los empobrecidos. Por eso, en aquella etapa de convulsiones y cambios tenía él necesariamente que enfrentar la “última tentación” del poder”.
Fue el golpe de octubre de 1979, cuando muchos se aprestaron a querer asesorarlo. Él había sido protagónico en los acontecimientos y los susurros al oído le llegaron con artimañas y artería letal. “En la crisis en la que colocó al país esa “solución” política, le tocó vivir a Romero su última tentación. Fue la prueba de fuego de su conversión histórica, como al comienzo de su cambio -marzo de 1977- lo habían sido las presiones del Nuncio del Vaticano para que no celebrara una misa pública y masiva en memoria del asesinado padre Rutilio Grande. Superó su última tentación. Y nuevamente, fue el pueblo el que lo empujó a hacerlo. El pueblo y la sangre, derramada a torrentes. Resolvió el reto con el criterio del amor por la gente y no con el del cálculo político”.
En manos de los asesores, Monseñor no habría tomado esa decisión, porque son una casta desprovista de cualquier utilidad, con la excepción de su significativo papel en crear cercos, levantar murallas y abrir abismos entre los funcionarios y los empleados, entre los funcionarios y el pueblo, entre los funcionarios y los problemas, entre los funcionarios y la realidad, y entre los funcionarios y la sensibilidad hacia las necesidades humanas.
Sólo sirven en el proceso de desensibilización y para ocultar los problemas y realidades. Constituyen al final una clase de pasapapeles de lujo, usurpadores de las decisiones que llegan a encarnar el poder.
En el próximo gabinete, en la administración del próximo gobierno todos los recursos deberán estar más enfocados en atender los problemas, en hallar y crear soluciones, en enfocar y optimizar recursos, que en garantizar empleos y prebendas a asesores.
Esos tres mil dólares o más que gana cada asesor actualmente en el ejecutivo —a parte de todas las demás excesivas prerrogativas—, se pueden destinar a nivelar con justicia salarios de muchos empleados públicos que ganan sueldos de hambre, muy por debajo de los que ganan los activistas partidarios, o para otros asuntos urgentes.
En todo caso, los asesores son enteramente innecesarios en el gobierno. ¿A caso el presidente y vicepresidente no tienen a sus ministros, que son quienes de primera mano deben conocer las realidades de las carteras de Estado y del país en relación con la función que desempeñan, y tiene que ser a ellos y ellas a quienes deben remitirse para tomar decisiones? ¿Y a caso no tienen los ministros a sus directores y otros funcionarios que igual deben servir para lo que a la vez deben servir los máximos funcionarios de las Carteras? ¿Y a caso no está allí el pueblo y las condiciones de vida de éste, para mostrar cuál es la guía y la definición de los planes, programas, prioridades y decisiones que tiene que tomar el presidente y su gabinete y todos los demás funcionarios?
Los asesores, no sólo por el gasto innecesario que constituyen, sino principalmente porque se terminan interponiendo, obstaculizando entre la relación de los funcionarios, la gente y la realidad, no deberían de ostentar en la nómina de los privilegiados.
Es el tiempo de grandes virtudes, no de grandes privilegios inmerecidos. Además, entre más alto se llega al poder, más cercana debe ser la relación con el pueblo, con el pobre. Este tendrá que ser un gobierno de los pobres, de los que abrazó Monseñor Romero, no de la exquisitez del poder.