Venezuela es un campo de hostilidades, primera línea de fuego en una confrontación clasista en la que los pobres han estado dando la lucha y ganando posiciones en los últimos años en toda América Latina. Hugo Chávez comanda indiscutiblemente a las huestes del pobrerío venezolano que lo sigue respaldando en medio del fragor de la batalla: las últimas encuestas le dan al presidente una aprobación a su gestión de entre un 63% y un 67%. Los tradicionales mandamases de siempre y buena parte de la clase media lo odian rabiosamente, lo desdeñan y atribuyen a la ignorancia el apoyo del que goza.
Estuve en Venezuela esta última semana y presencié algo de las maratónicas transmisiones conmemorativas del programa ALÓ Presidente, que se transmiten por la televisión venezolana. Desde el día jueves hasta el domingo, Chávez estará saliendo al aire “en cualquier momento”, como él mismo anunció, para trasmitir desde los más disímiles lugares del territorio nacional. En una de esas transmisiones, el día jueves, intercambió ideas con pobladores de asentamientos cercanos a la carretera que comunica Caracas con el puerto de La Guaria. Eran representantes de unas 4000 familias entre las cuales había varios cientos asentadas en sitios riesgosos, otras con problemas por la precariedad de sus casas y, así, muchos otros problemas. El grupo, de unas 15 personas con dos o tres que sobresalían como líderes comunales, mostró los estudios que ellos mismos habían hecho: censos, entrevistas, identificación de necesidades, planos con levantamientos topográficos que superaban, según dijo el presidente, los estudios realizados por técnicos gubernamentales. Proponía soluciones matizadas según los estudios que habían hecho: a unos había que trasladarlos; a otros se les debían mejorar las condiciones de sus viviendas; denunciaron la posibilidad que inmigrantes colombianos llegaran a ocupar el lugar una vez que se iniciaran los traslados.
Chávez escuchaba y, de vez en cuando, intervenía. Propuso trasladar a una parte de ellos a un valle cercano a Caracas en donde se construyen edificios de cuatro pisos y que se comunicará con la capital por tren; la última estación estará cerca del metro. Consultaba con otras autoridades del gobierno ahí presentes, exploraban in situ opciones que los pobladores aprobaban o rectificaban de acuerdo a su situación de principales implicados.
Al verlos conversar apasionadamente, ir construyendo en conjunto y a la vista de todo el país la posible solución al problema que se planteaba, pensé en eso que se llama democracia participativa, porque ante mis ojos ella estaba sucediendo. La democracia participativa no era, solamente, el que los pobladores que estaban en pantalla fueran los principales protagonistas de la solución de sus propios problemas. Era algo más, era el entusiasmo con el que hablaban, el brillo que trasuntaban sus ojos… Nadie les está prometiendo el paraíso, solo les están dando espacio para que fueran los arquitectos de su propio destino.
Mientras esto se transmitía por Venezolana de Televisión, en Radio Caracas Televisión, vía cable, un programa monotemático trasmitió, durante toda la semana el tema Emergencia en la emergencia: una reportera ingresaba en clínicas en donde los pobladores habían querido hacer valer por la fuerza la atención que le debían los médicos y enfermeras a sus parientes internados, y estos se quejaban de los hechos ante la televisora emblemática de la oposición. Una vez que se profundizaba un poco, lo que quedaba en claro era que el personal médico, adverso al gobierno bolivariano, se negaba a atender de forma pertinente a quienes identifican como sus adversarios de clase: los pobres, y estos, ni cortos ni perezosos, hacían vales sus derechos por todas las vías posibles. Claro, los verdaderos afectados, aquellos a los que se les negaba la asistencia médica, nunca fueron escuchados.
No hay espacio de la cotidianeidad venezolana en la que no se exprese esta confrontación clasista. Chávez ha apostado por los más pobres y en ellos se apoya. Son ellos, a su vez, los que lo empujan a ser cada vez más radical. La mesa está servida y no hay posibilidades de volver atrás: detenerse es morir.
Estuve en Venezuela esta última semana y presencié algo de las maratónicas transmisiones conmemorativas del programa ALÓ Presidente, que se transmiten por la televisión venezolana. Desde el día jueves hasta el domingo, Chávez estará saliendo al aire “en cualquier momento”, como él mismo anunció, para trasmitir desde los más disímiles lugares del territorio nacional. En una de esas transmisiones, el día jueves, intercambió ideas con pobladores de asentamientos cercanos a la carretera que comunica Caracas con el puerto de La Guaria. Eran representantes de unas 4000 familias entre las cuales había varios cientos asentadas en sitios riesgosos, otras con problemas por la precariedad de sus casas y, así, muchos otros problemas. El grupo, de unas 15 personas con dos o tres que sobresalían como líderes comunales, mostró los estudios que ellos mismos habían hecho: censos, entrevistas, identificación de necesidades, planos con levantamientos topográficos que superaban, según dijo el presidente, los estudios realizados por técnicos gubernamentales. Proponía soluciones matizadas según los estudios que habían hecho: a unos había que trasladarlos; a otros se les debían mejorar las condiciones de sus viviendas; denunciaron la posibilidad que inmigrantes colombianos llegaran a ocupar el lugar una vez que se iniciaran los traslados.
Chávez escuchaba y, de vez en cuando, intervenía. Propuso trasladar a una parte de ellos a un valle cercano a Caracas en donde se construyen edificios de cuatro pisos y que se comunicará con la capital por tren; la última estación estará cerca del metro. Consultaba con otras autoridades del gobierno ahí presentes, exploraban in situ opciones que los pobladores aprobaban o rectificaban de acuerdo a su situación de principales implicados.
Al verlos conversar apasionadamente, ir construyendo en conjunto y a la vista de todo el país la posible solución al problema que se planteaba, pensé en eso que se llama democracia participativa, porque ante mis ojos ella estaba sucediendo. La democracia participativa no era, solamente, el que los pobladores que estaban en pantalla fueran los principales protagonistas de la solución de sus propios problemas. Era algo más, era el entusiasmo con el que hablaban, el brillo que trasuntaban sus ojos… Nadie les está prometiendo el paraíso, solo les están dando espacio para que fueran los arquitectos de su propio destino.
Mientras esto se transmitía por Venezolana de Televisión, en Radio Caracas Televisión, vía cable, un programa monotemático trasmitió, durante toda la semana el tema Emergencia en la emergencia: una reportera ingresaba en clínicas en donde los pobladores habían querido hacer valer por la fuerza la atención que le debían los médicos y enfermeras a sus parientes internados, y estos se quejaban de los hechos ante la televisora emblemática de la oposición. Una vez que se profundizaba un poco, lo que quedaba en claro era que el personal médico, adverso al gobierno bolivariano, se negaba a atender de forma pertinente a quienes identifican como sus adversarios de clase: los pobres, y estos, ni cortos ni perezosos, hacían vales sus derechos por todas las vías posibles. Claro, los verdaderos afectados, aquellos a los que se les negaba la asistencia médica, nunca fueron escuchados.
No hay espacio de la cotidianeidad venezolana en la que no se exprese esta confrontación clasista. Chávez ha apostado por los más pobres y en ellos se apoya. Son ellos, a su vez, los que lo empujan a ser cada vez más radical. La mesa está servida y no hay posibilidades de volver atrás: detenerse es morir.