Es visible que algo se
está moviendo en la base de los modelos neoliberales. Estas elecciones en
España, Turquía y México son expresión tangible de ello.
Sergio Rodríguez Gelfenstein / Especial para Con Nuestra
América
Desde Caracas,
Venezuela
Los días recientes fueron testigos de la realización de
elecciones de distinto tipo en 3 democracias formales del hemisferio
occidental: municipales y en 13 de las 17 comunidades autónomas de España el 24
de mayo; de diputados federales para renovar toda la Cámara baja del Congreso y
elecciones locales para elegir 9 gobernadores y alcaldes, congresos estadales,
ayuntamientos municipales en 16 estados de México el pasado 7 de junio, así como comicios generales en Turquía el
mismo día.
Tres países disimiles, los europeos con sistemas parlamentarios
y México con uno presidencialista. Aunque podrían mostrar distintas realidades
económicas, políticas y sociales si se diera una detenida mirada para permitir
analizar el contexto en que estos acontecimientos se han llevado a cabo,
también sería posible establecer algunas similitudes que conseguirían dar luces
respecto de los resultados obtenidos en los eventos electorales. El principal símil es que se trata de tres
gobiernos neoliberales, aliados de Estados Unidos que atraviesan profundas
crisis de credibilidad.
También hay que decir, que los tres partidos de gobierno
sostenedores del sistema en cada uno de los países obtuvieron victorias
cuantitativas al alcanzar la mayor cantidad de votos, sin embargo las horas
posteriores al fin de los comicios y sobre todo, en los días siguientes, cuando
se comenzó a visualizar la realidad cualitativa, fue patente que los
“vencedores” no podían sacar cuentas alegres de los resultados. Son “cosas de
la democracia” diría alguien, toda vez que no siempre gana el que más votos
saca. Ese predicamento que durante decenas de años, enrostraron los factores de
poder a las minorías, hoy, cuando se comienza a transformar en un factor de
derrota, se cuestiona por las huestes neoliberales. Fue patético escuchar a un
alcalde derrotado del Partido Popular (PP) de España después de haber obtenido
la mayor cantidad de votos, sin poder refrendar su triunfo, dada la alianza
construida por sus opositores. Decía casi sollozando que “no era justo”. Es
curioso que hoy, después de casi un siglo, les comienza a preocupar la
justicia.
España atraviesa una profunda crisis económica y financiera y
está acosada por escándalos de corrupción de los que no se salva casi nadie, ni
siquiera la monarquía que se había hecho aparecer como impoluta y garante de la
democracia. Tal como ocurrió desde comienzos de siglo en América Latina, la
izquierda y otras organizaciones ciudadanas han aprendido a utilizar las reglas
de la democracia representativa para obtener victorias parciales que van
configurando el camino para desalojar a las fuerzas neoliberales del gobierno.
En Europa, Grecia dio una campanada, que parece extenderse por otras latitudes
y longitudes del viejo continente. Las elecciones del pasado 24 de mayo
parecieran dar continuidad a ese trazado.
Esta situación ha llevado a que en España, las tres
principales ciudades del país, Madrid, Barcelona y Valencia, van a comenzar a
ser gobernadas por alcaldes que no pertenecen ni al PP ni al Partido Socialista
Obrero Español (PSOE). Vale destacar que en Madrid fue derrotada la “casi
dueña” del gobierno de la ciudad Esperanza Aguirre, alta dirigente del PP.
Los resultados de las elecciones españolas dejan varias
enseñanzas para el futuro. Por una parte, ha quedado claro que los españoles
comenzaron a tomar nota de la corrupción galopante en todo el Estado y en la
que los partidos políticos tradicionales llevan la voz campante: pagos ocultos,
desvío de fondos, subvenciones sin justificación y financiamiento ilegales que
están siendo investigado por la justicia, en los cuales están incursos altos
dirigentes del PP y el PSOE, lo cual al parecer han empezado a colmar a los
votantes que han reflejado su descontento en las urnas. Tanto la derecha franquista del PP, como estos
modernos socialistas neoliberales del
PSOE han fracasado en la suposición de que el modelo se sostendría para
siempre.
Vale decir, que el “target” Venezuela ha fastidiado a los
españoles a tal punto que su prédica no surgió ningún efecto. Ni siquiera, los
intentos de sus líderes históricos José María Aznar y Felipe González más
preocupados de sus labores como lobistas de las grandes trasnacionales y de
usar la política como vehículo de enriquecimiento personal y de
desestabilización de gobiernos legítimos, pudo jugar un papel decisivo en la contienda.
Despreciando al pueblo, no fueron capaces de leer sus necesidades y disgustos
por la mala política. Podemos y sus aliados han emergido como una poderosa
fuerza electoral de cara a las elecciones en Cataluña el 27 de septiembre y las
generales de finales de año.
En México, el Instituto Nacional Electoral (INE), informó que
hubo el boicot electoral más amplio de la historia al impedirse la instalación
de 603 mesas de votación, además de lo cual, hubo también una muy alta cantidad
de votos anulados a partir de un llamado en ese sentido hecho por algunas
organizaciones sociales. Si sumamos a esto, la elevada abstención que rondó el 52% según cifras oficiales, es muy difícil
entender la prédica de los partidos tradicionales y del propio presidente de la
república que se solazaban del “éxito de la fiesta democrática”. He aquí, otra
práctica que se está haciendo común: a diferencia del pasado, hoy el laurel
pareciera ser que se valora a partir de la votación de la minoría.
Aunque, -como se dijo antes- el Partido de la Revolución
Institucional (PRI) del presidente Peña Nieto obtuvo la mayor cantidad de
votos, la alta abstención muestra a un pueblo cansado de las privatizaciones,
de la entrega del país a las transnacionales, de la corrupción de la clase política, de la pobreza creciente, de los partidos y de
la marginación progresiva de las
comunidades indígenas. Esta abstención, que supera¬¬¬¬ la mitad de los
electores es un castigo transversal al sistema.
Por otro lado, las recientes elecciones en México han hecho
surgir dos fenómenos novedosos en la historia del país. El primero, es la
emergencia de candidaturas independientes que han logrado, por primera vez,
derrotar al binomio PRI-PAN (Partido de Acción Nacional). La victoria como
Gobernador de Jaime Rodríguez en el rico estado de Nuevo león, fronterizo con
Estados Unidos y del diputado Manuel Clouthier en el también norteño estado de
Sinaloa son expresión de descontento incluso en sectores de la burguesía que
busca alternativas al modelo narco neoliberal sembrado en el último cuarto de
siglo por los gobiernos alternativos del PRI y del PAN. Sus intereses están en
juego, los peones utilizados amenazan con desestabilizar el sistema y necesitan
buscar salidas que no cuestionen al mismo.
Pero la mayor conmoción en las elecciones vino dada por la
irrupción del Movimiento de Regeneración Nacional (Morena) que lidera Andrés
Manuel López Obrador, el cual participó por primera vez en unas elecciones
locales. Aunque obtuvo solamente el 8,52% de los votos, los mismos fueron
suficientes para catapultarlo al cuarto lugar como fuerza electoral del país.
Sin embargo, lo más relevante es que se ha transformado en el principal
referente político de la capital al derrotar al Partido de la Revolución
Democrática que ha gobernado la ciudad por más de 25 años, pero que se ha visto
incurso en alianzas pecaminosas con el PRI y el PRD, situación que al parecer
han rechazado los electores.
El evento comicial mexicano podría ser retratado en las
palabras del prestigiado periodista de ese país, Luis Hernández Navarro quien
afirmo que “En estas circunstancias, hablar de que los comicios fueron un éxito
o de que la democracia avanza en el país, es un despropósito. Es cierto que fue
una elección histórica, pero no por lo que sus apologistas esgrimen sino por lo
contrario. El saldo final arroja que hay un grave problema de representación
política y de malestar con el sistema de partidos existente. Una crisis de
representación en serio”.
Por su parte, los resultados de las elecciones del 7 de junio
en Turquía tuvieron como resultado más asombroso que el movimiento kurdo junto
a la izquierda obtuvieran 80 diputados. Aunque al igual que los dos casos
anteriores, el el partido de gobierno (AKP) liderado por el presidente Recep
Teyyip Erdogan logró la mayor votación, su retroceso respecto de los anteriores
comicios fue más que ostensible al quedar imposibilitado de alcanzar la mayoría necesaria para implementar la
reforma constitucional que deseaba a fin de solidificar su poder tras la transformación
política del país en un sistema presidencialista que incrementara y
solidificara su poder. Erdogan ha
sostenido un férreo modelo neoliberal en alianza con Estados Unidos que ha
servido para transformarse en ariete de la política de la OTAN en el Medio
Oriente, apoyando las más agresivas campañas intervencionistas en Libia y
Siria, actuando además de soporte al Estado Islámico en este país y en Irak,
con el ulterior objetivo de desarticular las organizaciones políticas y
sociales del pueblo kurdo y debilitar el liderazgo de Irán en la región.
El Partido Democrático del Pueblo (HDP) máximo representante
de los 20 millones de kurdos que habitan el país obtuvo un importante 13% de
los votos en alianza con movimientos progresistas y de izquierda. Sus logros no
sólo se produjeron en el territorio noreste del país donde vive ese pueblo,
sino que también en otras regiones y en el propio Estambul, a pesar de la sucia
campaña del AKP y del propio Erdogan buscando satanizarlos como terroristas y
enemigos del islam. Su planteamiento ha sido expresión de los sectores más
pobres y marginados y acogido por la diversidad de pueblos que residen en Turquía.
En los tres casos observados, a pesar de haber logrado el
triunfo numérico, los partidos de gobierno y del sistema han volcado su
imprecación contra las minorías perdedoras. Su discurso de victoria, ha tenido
sabor a derrota. Habrá que decir como Galileo: “Sin embargo se mueve”, cuando
lo condenaron por afirmar que la tierra giraba alrededor del sol. Así, es visible
que algo se está moviendo en la base de los modelos neoliberales. Estas
elecciones son expresión tangible de ello.
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