A los gobiernos recientes
y a los futuros, habrá siempre que recordarles que el Ministerio de Cultura no
es un pastel que se reparte como premio a un triunfo electoral. Las políticas
en el campo cultural deben ser consideradas política de Estado.
Arnoldo Mora Rodríguez* / Especial para Con Nuestra
América
Aunque las aguas
parecen estar volviendo a su cauce normal, pues el Presidente Luis Guillermo
Solís me da la impresión de haber hecho una buena escogencia de los jerarcas,
no podemos dejar pasar sin más las
turbulencias que han sacudido al Ministerio de Cultura desde el momento mismo
en que se inició este gobierno. Primero fue la
denuncia hecha por los nuevos jerarcas poco después de haber asumido sus
puestos, señalando supuestas irregularidades cometidas en la anterior
administración, hasta el punto de que el asunto fue remitido al Ministerio
Público. Pero luego la tormenta arreció al suspenderse el Festival de las
Artes, evento que se había convertido en gran suceso desde décadas atrás. Si
bien el Ministerio es mucho más que ese Festival, tanto en su versión
internacional como nacional ahora fusionadas pero conservando su regularidad
anual, lo cierto es que los festivales son, en buena medida, ante la opinión
pública la cara visible del Ministerio y, por ello mismo, la vara con que se
mide el éxito o fracaso de un gobierno en ese campo. Algo similar sucede con el Ministerio de Deportes, de reciente
creación, respecto de los juegos deportivos nacionales.
No es por mera
coincidencia que ligo una cosa con la otra, sino porque considero que, en el
fondo, ambas responden a los mismos rasgos característicos de la sociedad actual en su manera de vivir y
valorar las actividades destinadas a la recreación. Debido al avasallante e indetenible poder de la
revolución científico-tecnológica, que invade la vida privada en todos sus
aspectos, el tiempo destinado a la recreación es cada día mayor. La
automatización del trabajo manual e intelectual, la drástica disminución de las
distancias en el espacio y el tiempo que desde siempre las separaban pero que
ahora acercan a las distintas culturas que configuran la abigarrada variedad de
pueblos que proliferan en la tierra, el
creciente flujo de turistas que solo sueñan con disfrutar de las culturas de
los países que visitan, el aumento en la expectativa de vida que hace que el
tiempo que sigue a la pensión sea cada vez mayor, los espacios que los medios
de comunicación, especialmente la televisión, destinan a los espectáculos y eventos recreativos,
todo eso hace que la industria que se
ocupa de esos menesteres, posea un peso enorme. Su importancia e influencia en
la economía mundial y, por ende, en el interés y recursos que los estados y
organismos internacionales, al igual que la empresa privada, destinan a esas actividades, son una
prueba irrefutable del peso que la
cultura tiene en la vida moderna.
Porque el gobierno
central no puede ni debe asumir todas esas actividades, dado que estas son en
buena medida expresión de las culturas regionales y no de toda la nación, es
que los gobiernos locales deben también asumir en ese campo un papel
protagónico mediante la creación y apoyo financiero a los comités municipales
de cultura. Lo anterior no significa ni
mucho menos que el ministerio, responsable legal de las instituciones
culturales de dimensión nacional, no deba seguir jugando un papel de liderazgo
en la fijación de las grandes líneas que rijan las políticas en materia
cultural del gobierno de turno. Razón
por la cual, la escogencia de los jerarcas del ministerio no debe inspirarse en
criterios puramente partidarios para pagar favores o promesas de campaña. A los
gobiernos recientes y a los futuros, habrá siempre que recordarles que el
Ministerio de Cultura no es un pastel que se reparte como premio a un triunfo
electoral. Las políticas en el campo cultural deben ser consideradas política
de Estado. Porque CON LA CULTURA NO SE JUEGA.
* Filósofo costarricense, ex Ministro de Cultura y
miembro de la Academia Costarricense de la Lengua.
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