En
circunstancias de una profunda crisis de legitimidad, abstencionismo o anulismo
pueden ser sumamente útiles. Esta conclusión me ha llevado en el peor de los
escenarios a pensar que es preferible votar por el menos malo que dejar de
votar o votar nulo.
Carlos Figueroa Ibarra / Especial para
Con Nuestra América
Desde
Puebla, México
Escribo
estas líneas cuando en México se siguen
procesando los resultados del proceso electoral del 7 de junio de 2015 y cuando
en Guatemala se arriba a la octava semana de manifestaciones y marchas que
exigen la renuncia de Pérez Molina. Mientras en México el abstencionismo rondó
al 50% del padrón electoral y el anulismo casi llegó 5% de los votos emitidos,
en Guatemala las demostraciones populares revelan repudio al presidente y a los
partidos políticos. Las demandas por una reforma electoral en Guatemala y el
proselitismo por el anulismo en México,
son ocasión para reflexionar sobre abstencionismo y anulismo.
Confieso
que tengo reservas hacia ambos. Desde hace muchos años, he observado cómo un sector de izquierda hace reiterados
llamados al abstencionismo con la esperanza de deslegitimar profundamente al
orden establecido. Y también he
advertido que al conocerse los resultados electorales, en ocasiones se esgrimen las cifras de abstencionismo
como repudio popular.
El problema que yo veo en estas aseveraciones es que el abstencionismo no necesariamente significa repudio al sistema político. Puede significar más bien una suerte de consenso pasivo expresado en indiferencia, apatía y despolitización. Todo lo contrario a la rebeldía. Y el orden establecido y la clase política pueden llegar a sentirse muy cómodos con ese abstencionismo y usarlo a su favor. Las posibilidades transformadoras del abstencionismo sólo las he visto en la literatura, precisamente en el “Ensayo sobre la lucidez” de José Saramago. Lo que en el mundo real casi siempre sucede es todo lo contrario: los partidos con más voto duro o más posibilidades de acarreo de votantes o más posibilidades de compra del voto, son los que resultan más beneficiados con la abstención electoral.
El problema que yo veo en estas aseveraciones es que el abstencionismo no necesariamente significa repudio al sistema político. Puede significar más bien una suerte de consenso pasivo expresado en indiferencia, apatía y despolitización. Todo lo contrario a la rebeldía. Y el orden establecido y la clase política pueden llegar a sentirse muy cómodos con ese abstencionismo y usarlo a su favor. Las posibilidades transformadoras del abstencionismo sólo las he visto en la literatura, precisamente en el “Ensayo sobre la lucidez” de José Saramago. Lo que en el mundo real casi siempre sucede es todo lo contrario: los partidos con más voto duro o más posibilidades de acarreo de votantes o más posibilidades de compra del voto, son los que resultan más beneficiados con la abstención electoral.
Hay
otra manera más asertiva de manifestar el repudio a los partidos o al sistema
político: el voto nulo. A diferencia del abstencionismo, el anulismo sí expresa
de manera explícita el repudio. Sin embargo,
para tener resultados significativos tendrían que suceder al menos dos
hechos: un porcentaje significativo con respecto al total de votos emitidos o
bien una penalización significativa a
los partidos participantes por no haber concitado simpatía alguna en una
porción del electorado. Hasta donde yo sé, en la mayoría de los países eso no
sucede.
En
síntesis, abstencionismo o voto nulo la mayor parte de las veces no resultan
significativos. No puede absolutizarse lo que acabo de decir. En circunstancias
de una profunda crisis de legitimidad, abstencionismo o anulismo pueden ser
sumamente útiles. Esta conclusión me ha llevado en el peor de los escenarios a
pensar que es preferible votar por el menos malo que dejar de votar o votar nulo. En 2011 cuando las opciones eran
Pérez Molina o Baldizón, me hizo pensar
que estábamos entre cáncer o sida. En el mejor de los casos, puede suceder que
una opción sea mejor que las otras. Esto fue lo que sucedió en el pasado
proceso electoral en México.
Votar,
abstenerse, anular. Casi siempre me inclino por lo primero. Pero sobre todo,
por construir una nueva alternativa. Para poder votar por el mejor.
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