En su carta encíclica, el
Papa Francisco presenta un cuadro completo de la crisis civilizatoria que
vivimos como resultado del desarrollo exacerbado del capitalismo depredador,
inmediatista y tecnocrático; de las alteraciones ambientales que este ha
provocado, y de las condiciones de desigualdad estructural que crea para
reproducirse.
Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica
Si algo debe
reconocerse al Papa Francisco en el desempeño de su misión al frente de la
Iglesia Católica, es su valentía para poner sobre la mesa de discusión temas
polémicos, incómodos, para el orden político, sociocultural, económico e
industrial dominante. Su reciente carta
encíclica Laudato si’, en la que
reflexiona ampliamente sobre las relaciones entre naturaleza, sociedad, cultura
y espiritualidad en nuestros días, y en la que además formula contundentes denuncias contra los grandes
poderes fácticos del mundo y cuestiona la “confianza irracional en el
progreso” (p. 18), es un claro ejemplo de ello. Pero más importante aún, la publicación de este documento
evidencia el compromiso que asume el líder religioso latinoamericano frente a
esta compleja realidad, y legitima y
fortalece las luchas que distintos movimientos y actores sociales vienen
librando desde hace varias décadas.
El texto se caracteriza
por su profunda raíz franciscana, propia de la devoción que le profesa el Papa
al santo de Asís y a su pensamiento precursor del ecologismo. Además, le ofrece
al lector un enfoque integral de los
problemas ambientales y sociales del siglo XXI, ya que tanto su estructura
temática como su lógica argumentativa configuran una metodología de análisis
–ver, pensar, actuar y celebrar- en la que el ser humano, su bienestar y el
cuido de la casa común son los
pilares esenciales.
Así, el Papa Francisco
presenta un cuadro completo de la crisis
civilizatoria que vivimos como resultado del desarrollo exacerbado del
capitalismo depredador, inmediatista y tecnocrático; de las alteraciones
ambientales que este ha provocado, y de las condiciones de desigualdad
estructural que crea para reproducirse. Luego, identifica las principales
amenazas que se ciernen sobre la humanidad, especialmente sobre los más
vulnerables y desamparados –los pobres de
la tierra, como los llamaba José Martí; o los condenados de la tierra, como lo hizo más tarde Franz Fanon-; y
formula un vigoroso llamado a la unión, la fraternidad y la acción global para
resguardar la casa común: nuestro
planeta y sus ecosistemas. “El ambiente
humano y el ambiente natural se degradan juntos, y no podremos afrontar
adecuadamente la degradación ambiental si no prestamos atención a causas que
tienen que ver con la degradación humana y social. De hecho, el deterioro del
ambiente y el de la sociedad afectan de un modo especial a los más débiles del
planeta” (p. 37), escribe en la encíclica
Laudato si’.
Desde ese perspectiva,
el Papa Francisco considera que un eje fundamental de las acciones que debemos
emprender como respuesta a la degradación social y ambiental, pasa por una “valiente revolución cultural” (p. 90),
en tanto hemos construido, a lo largo de poco más de dos siglos, una matriz
cultural moderno-capitalista que define y legitima formas específicas de
relacionamiento entre los seres humanos, y entre estos y la naturaleza (una “cultura del descarte”,
que afecta tanto a los seres humanos excluidos como a las cosas que rápidamente
se convierten en basura” [p. 20]); de apropiación privada de los bienes
naturales comunes, y de generación de riqueza y plusvalía a partir de la
explotación de los recursos de la biodiversidad y su puesta en circulación como
mercancías.
La construcción de esa
cultura nueva, como explica el pontífice, debe partir del reconocimiento de dos
premisas: una, “que un verdadero planteo
ecológico se convierte siempre en un planteo social, que debe integrar la
justicia en las discusiones sobre el ambiente, para escuchar tanto el clamor de
la tierra como el clamor de los pobres”; y la otra, que “la cultura ecológica no se puede reducir a una serie de respuestas
urgentes y parciales a los problemas que van apareciendo en torno a la
degradación del ambiente, al agotamiento de las reservas naturales y a la
contaminación. Debería ser una mirada
distinta, un pensamiento, una política, un programa educativo, un estilo de vida
y una espiritualidad que conformen una resistencia ante el avance del paradigma tecnocrático. De otro modo,
aun las mejores iniciativas ecologistas pueden terminar encerradas en la misma
lógica globalizada” (p. 88).
Como bien lo apunta el
teólogo brasileño Leonardo Boff, la
carta encíclica expresa la riqueza del pensamiento y la praxis de la iglesia
latinoamericana en torno a temas como la liberación, la opción por los pobres
contra la pobreza o la cultura ambiental. “El texto y el tono de la encíclica
son típicos del Papa Francisco y de la cultura ecológica que ha acumulado, pero
me doy cuenta de que también muchas expresiones y modos de hablar remiten a lo
que viene siendo pensado y escrito principalmente en América Latina. Los temas
de la «casa común», de la «madre Tierra», del «grito de la Tierra y del grito
de los pobres», del «cuidado», de la «interdependencia entre todos los seres»,
de los «pobres y vulnerables», del «cambio de paradigma», del «ser humano como
Tierra» que siente, piensa, ama y venera, de la «ecología integral» entre
otros, son recurrentes entre nosotros”, escribió Boff en su página web.
Más allá de los reparos
que algunas personas puedan esgrimir sobre
su pontificado, propios de un escepticismo más que justificado ante una
institución anquilosada y sumergida en escándalos de abusos sexuales y
desórdenes financieros (tolerados y encubiertos por sus predecesores); más
allá, también, del debate sobre su estilo carismático y el alcance de sus
propuestas –que si sus posiciones son más o menos vanguardistas, que si solo
hace ingeniería de imagen o una revolución, etc.-; en incluso más allá de las limitaciones
que su propia investidura le impone, reconocemos y celebramos que el Papa
Francisco esté abriendo espacios de discusión, y sugiriendo nuevas miradas allí
donde más necesitamos otear horizontes y alternativas: en la cuestión urgente
de repensar y reconstruir nuestras relaciones sociales y con el medio ambiente,
de manera que sea posible garantizar la reproducción de la vida en condiciones
apropiadas, justas, coherentes con la búsqueda del bien común y con la dignidad
humana.
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