Juan Carlos Gómez Leyton / Especial para Con Nuestra
América
Desde Santiago de Chile
A la memoria de Diego y Exequiel, dos estudiantes
asesinados estúpidamente por un joven neoliberal.
asesinados estúpidamente por un joven neoliberal.
Valparaíso, Mayo 2015
"Las revoluciones políticas raramente van más allá
de la superficie de la sociedad. Raramente suponen
más que una transferencia de poder
de un conjunto de gobernantes políticos a otros..."
de la superficie de la sociedad. Raramente suponen
más que una transferencia de poder
de un conjunto de gobernantes políticos a otros..."
James Bronterre O'Brien, líder carlista irlandés,
1837.
"Las revoluciones sociales no se hacen con
leyes"
Karl Marx.
"...instaurar el socialismo significa
reemplazar el modo de producción
capitalista mediante un cambio cualitativo de las relaciones de propiedad
y una redefinición de las relaciones de producción"
capitalista mediante un cambio cualitativo de las relaciones de propiedad
y una redefinición de las relaciones de producción"
Salvador Allende G. 4 de marzo de 1971.
1.- ¿Revolución Política o
Revolución Social, esa es la cuestión?
Estas reflexiones están dirigidas a precisar el tipo de cambio
político-histórico que se requiere promover e impulsar en la sociedad chilena
con el objeto no solo de superar la dominación neoliberal, como una forma de
acumulación capitalista particular, sino, también, para sustituir al
"capitalismo democrático"[ii] o
a la "democracia capitalista", en general.[iii]
Reflexionar políticamente sobre el cambio político constituye, sin lugar
a dudas, una ardua, compleja y delicada tarea teórica y política.
Pero, así lo exige la actual coyuntura crítica abierta por la movilización
social ciudadana en Chile. Esta coyuntura crítica que compromete a todas las
fuerzas sociales y políticas que hoy se desenvuelven tanto en la política
institucional como aquellos que hacen política en sus márgenes. Esta coyuntura
requiere que se escuchen muchas más voces en el espacio público y
comunicacional de las que actualmente se escuchan y se difunden por distintos y
diferentes medios de información como en las redes sociales.
Por esa razón, las presentes reflexiones buscan quebrar el monologo
asfixiante y opresivo de parte de los "intelectuales orgánicos" de
los sectores sociales y políticos pro-capitalistas que dominan la escena
pública y comunicacional de la sociedad neoliberal. Constituyen por lo
anterior, también, un acto de emancipación teórica y política puesto que
agrietan, al decir de J. Holloway[iv],
la ortodoxia neoliberal y liberal dominante en el ejercicio de las ciencias
sociales, inclusive, entre las y los intelectuales críticos.
Ahora bien, teniendo en consideración, la condición posmoderna de las y
los sujetos que habitan la sociedad neoliberal, estas reflexiones escapan
análisis político presentista dominante entre los actuales observadores
políticos; los cuales se concentran casi exclusivamente en el análisis del
tiempo presente y sobre él o los
"acontecimiento(s)". Esta es una argumentación por la construcción
del futuro próximo. Y, tiende a privilegiar el análisis político histórico
estructural desde una perspectiva contra-hegemónica.
Asimismo, tiene el objetivo de ayudar a la constitución de un sujeto o
sujetos políticos, reflexivos y políticamente activos. Tiene, en esa dirección,
la pretensión de sacar a las y los sujetos neoliberales del encapsulamiento
biográfico individual en que viven. Por tanto, se propone, justamente,
subvertir o romper ese encapsulamiento.
El pensamiento político posmoderno concibe al sujeto "des-temporalizado",
o existiendo únicamente en una sola dimensión histórica-temporal: el presente.
En cierta forma, el sujeto neoliberal es un individuo social sin pasado ni
futuro. Su temporalidad histórica es reducida al: pasado-presente,
presente-presente y futuro-presente. Bajo esa forma de temporalidad, las y los
sujetos neoliberales existen en una sociedad que niega la política y la
historia. Por ello, las sociedades neoliberales son sociedades despolitizadas e
individualistas.[v]
Ambas negaciones se manifiestan en una praxis cotidiana concreta de parte de
las y los sujetos sociales neoliberales: un marcado y
acentuado rechazo y resistencia al cambio histórico y político
profundo, o sea, estructural. Y, una preferencia superlativa por la
preservación de lo existente o por el cambio menor, breve, superficial y
funcional. Las sociedades neoliberales y su gente son, en general,
profundamente conservadoras, a pesar de los vistosos rasgos liberales en
materia valórica, por ejemplo.
La concepción del cambio político histórico que se propone en este
trabajo se ubica en las antípodas de ese pensamiento. Pues, se le piensa desde
lo social colectivo, quebrando con ello, la concepción neoliberal e
individualista del cambio. Romper con esta concepción es central para hacer
posible la intervención política del presente con el objeto de construir el
futuro social de manera activa, democrática, participativa y colectiva.
Por todo lo dicho, me voy a concentrar en este artículo en delimitar y
especificar como concibo el "cambio histórico estructural" que se
requiere hoy impulsar y promover en la sociedad chilena. Algo diré del rol de
las clases, movimientos, grupos y sujetos sociales bajo la condición de
dominados. Cabe advertir antes de entrar en materia, que el cambio histórico
político estructural lo asocio, fundamentalmente, con el cambio político y
social revolucionario. En otras palabras, lo que aquí se propone
es un alegato político por la revolución social.
Considero que nombrar, analizar y, sobre todo, exigir la revolución social hoy constituye un
acto de rebeldía, insurgencia y una forma de hacer desde ya la revolución, Como
un acto político, crítico y disruptivo y subversivo. Puesto que busco es un
verdadero rompimiento con, y no un ajuste, el capitalismo. Escribo con palabras
de J. Holloway: "quiero(queremos)
revolución, un mundo diferente. Quiero(queremos) revolución ahora, no en el
futuro: revolución aquí y ahora"[vi].
Y, lo quiero/queremos ahora, no porque seamos impacientes, sino, porque,
fundamentalmente, el capitalismo actual está devastando a los seres humanos y a
la naturaleza. El futuro que nos promete el capitalismo es el "no
futuro". Pues, al ritmo que avanza la destrucción actual, nadie nos a
asegura de que la humanidad vaya a existir en un plazo de 50 años. Por eso
debemos pensar la revolución ahora, para hacerla hoy, y no mañana, que podría
ser tarde.
1.1 Revolución: una palabra proscrita del léxico de
la política y de la sociedad neoliberal
En Chile, desde 1973 a la fecha, hablar/ escribir y/o postular la
Revolución Social como cambio político y social radical era y, aun es, entrar
en un lugar prohibido, censurado, marginal y, sobre todo, un lugar que prometía
todas las "penas del infierno" a quien o quienes osaban ingresar en
él. Hoy, ya es posible hacerlo. Esto gracias a la coyuntura crítica abierta por
el ciclo de protestas y movilizaciones sociales y políticas ciudadanas que
estallaron entre 2006-2015. Estas que entre otras cosas "despertaron a la
historia y, agrietaron la dominación hegemónica del neoliberalismo nacional e
instalaron no solo el descontento y el malestar sino la exigencia y la demanda
por el cambio social y político. Marcando de una u otra manera, el comienzo del
fin de la despolitización de importantes segmentos de la ciudadanía neoliberal.[vii]
La demanda por cambios políticos, económicos y sociales fue atrapada y
en cierta forma encerrada y delimitada en el paquete de "reformas
estructurales" ofrecidas y prometidas en el programa de gobierno de la
Nueva Mayoría y de la Presidenta M. Bachelet (2014-2018). Sin embargo, ante el
evidente fracaso político, al cabo de su primer año de gobierno y la ingente
crisis de legitimidad que afecta al régimen político producto de la
generalizada corrupción política. Se ha profundizado, extendido y radicalizado
la demanda ciudadana por el cambio político.
Este cambio político ha sido interpretado y recogido por ciertos
analistas como también por algunos movimientos sociales ciudadanos como un
cambio dirigido a reformar o modificar integralmente la Constitución Política
del Estado de Chile vigente desde 1980. Por lo tanto, este cambio político
lo sitúan y encierran, casi
exclusivamente, en el cambio constitucional; que, por cierto, es un tipo de
cambio político. Pero centrado, a nivel de la estructura jurídico-político del
Estado capitalista, en su forma neoliberal. Estos sectores, grupos sociales y
políticos, abogan por un cambio político en las alturas, en otras palabras, en
la superestructura. El cambio constitucional es, -independientemente que se
realice por medio del poder constituyente derivado, representado tanto en el
poder ejecutivo como en el poder legislativo, o por una Asamblea Nacional
Constituyente, expresión del poder constituyente originario-; en mi opinión,
esta es la principal demanda política de las clases medias progresistas y
aspiracionistas neoliberales y, por cierto, de ciertos sectores populares
neoliberalizados.
En efecto, son estos sectores, grupos y movimientos sociales y un
variopinto conjunto de intelectuales
orgánicos los que han levantado la demanda de convocar a una Asamblea
Constituyente a objeto de elaborar una nueva Carta fundamental de manera
democrática y participativa. Impulsar y realizar una Asamblea Constituyente se
transformado en un objetivo político central para cambiar el actual régimen
político.[viii]
Estando de acuerdo con la necesidad de modificar y terminar con la
vigencia de la Constitución Política de 1980 impuesta por la dictadura y legitimada por la Concertación
de Partidos Políticos por la Democracia, consideramos, a que a la luz de los
actuales procesos constituyentes de América Latina en las dos últimas dos
décadas (1990-2010) que dicho cambio político institucional es importante, pero
insuficiente. Tengo la impresión que el actual presente político exige algo
más. De allí que asumiendo una perspectiva social popular, o
sea, desde la plebe -al decir de Álvaro García Linera- se requiere
un cambio mayor y más profundo y radical. Se requiere de un cambio
revolucionario. O sea, impulsar y promover una Revolución Social. En donde la
revolución política, que puede provocar un cambio constitucional, integre,
pero, jamás, la encierre ni defina a la primera. La crisis política actual,
demanda una solución radical, necesita de una revolución social que apunte no a
corregir o a mejorar o a reformar el régimen político, social y económico
neoliberal actual sino para construir una nueva
sociedad.
Para evitar equívocos y comprender de manera adecuada y correcta el
planteo que sigue, preciso la idea de la necesidad de la revolución social. Tal como indican Salvador Aguilar[ix],
Niel Davidson[x]
y Francesco Benigno[xi],
no existe algo parecido a la
Revolución, sino que existen las revoluciones, en plural, que
responden a lógicas diversas y producen consecuencias históricas políticas,
económicas, sociales y culturales muy diversas y variadas.
La "Revolución social" no es un "acontecimiento"
sino un conjunto abigarrado de procesos históricos de cambios
radicales y estructurales simultáneos o con leves desfases temporales entre sí;
pero, que en su interrelación transformadora van construyendo una nueva forma
de nación, de estado, una nueva forma productiva, cultural y una nueva forma
social, es decir, una nueva sociedad. Esta nueva sociedad no es de ninguna manera otra forma de
sociedad capitalista, sino, una sociedad pos-capitalista, en mi perspectiva,
esta debe ser una nueva forma de sociedad socialista.[xii]
Por ese carácter que es considero, urgente, necesario, oportuno y sobre todo,
legitimo desde ya pensar y nombrar a la revolución social como socialista.
Volveré sobre estos puntos en la tercera parte de estas reflexiones políticas.
A diferencia de cierta tradición marxista que considera a la revolución
social como un momento explosivo y disruptivo. Considero que, si bien,
efectivamente, la revolución social exige el momento insurreccional. Pero, el
momento insurreccional como todo acontecimiento es explosivo, tonante,
disruptivo y violento; sin embargo, no encierra a la revolución social, sino la
hace posible. Puesto que la revolución como le dicho es un proceso histórico de
mediana y larga duración temporal. Lo que me interesa resaltar y destacar es
esto último. Hay que entender que la revolución social no se analiza por su
momento insurreccional, sino por el proceso histórico que abre y por eso, la
revolución social un proceso histórico en constante construcción. Las
revoluciones no pueden ni deben institucionalizarse.[xiii] Insisto,
que lo central para el análisis teórico y político de la revolución no es el
acontecimiento, sino el proceso histórico que se despliega. Aunque, por cierto,
el momento insurreccional es importante pues remite al momento de la ruptura,
del quiebre, del estallido de las formas dominantes y el inició de la
construcción de lo nuevo. Su importancia política está dada porque ese momento,
es el punto de arranque de los diversos procesos revolucionarios que dará
lugar.
De manera que distinguir los diversos tipos de procesos revolucionarios
que se abren con las revoluciones resulta indispensable para comprender el
cambio político que se postula en este trabajo. Identificarlos, con sentido
didáctico y pedagógico, tanto en la historia europea -moderna y contemporánea-
como en la historia latinoamericana y nacional de los dos últimos siglos, es primordial
para aquilatar la factibilidad política e histórica de la revolución
hoy.
Preciso, también, para evitar cualquier tipo de confusión ideológica o
estratégica estas reflexiones históricas y políticas no buscan de ninguna
manera reeditar el viejo y gastado debate marxista entre: reforma y revolución[xiv].
No obstante, creo necesario detenerme en este punto con el objeto de precisar
por qué no se inscribe en él, pero sí, en el pensamiento político marxista.
Considero de la misma forma que lo planteo José Aricó, que el marxismo ha sido
desde siempre la "teoría de la revolución" social.[xv]
En efecto, el marxismo es una teoría económica, política, social y de la
historia propuesta y elaborada no solo para entender y comprender el
funcionamiento del capitalismo sino, una teoría erigida, fundamentalmente, para
inducir y provocar su transformación. Por lo tanto, no es una teoría social
para mejorar ni para humanizar al capitalismo, sino para destruirlo. En eso
radica su potencia política e histórica. Ninguna otra teoría social surgida
durante la modernidad menos aun en los tiempos de la posmodernidad, tiene esa
cualidad.[xvi]
No obstante, en el debate mencionado, especialmente, el bando
reformista, puso en duda, cuestionó y,
francamente, negó dicha cualidad de la teoría marxista. En cierta, forma al
despojar a la teoría marxista de su condición de teoría social de la
revolución, volvió al marxismo en una teoría estéril y vacua, sin potencia
política transformadora.
Dicho debate nacido, tal vez, en 1896 -momento en que Eduard
Bernstein comenzó a publicar sus clásicos artículos sobre los "Problemas
del Socialismo" donde se postuló la necesidad de apoyar políticamente el
cambio social reformista cuanto requisito para mejorar las condiciones de vida
de las y los trabajadores-, ha alimentado miles y miles de páginas. Sin
embargo, pesar de todo lo dicho y escrito hasta ahora, tengo la impresión que
esa discusión no está para nada zanjada ni resuelta, ni tiene, en el futuro,
visos de lograrlo. Es más, diría que a raíz de los nuevos procesos sociales y
políticos abiertos en algunas sociedades de América Latina y el Caribe, dicha
polémica se ha revitalizado y actualizado. Concurriendo a ella, especialmente,
las y los intelectuales progresistas y de las izquierdas vinculados o no a los
movimientos sociales de la región latinoamericana como de las sociedades que
han iniciado ingentes procesos de cambio social-histórico conceptualizado como
"revolucionarios". Me refiero a la revolución bolivariana, en Venezuela,
ciudadana en Ecuador y democrático cultural en Bolivia.[xvii]
Si bien, la clásica polémica se instaló con fuerza en latinoamericana en
la década de los sesenta y setenta del siglo pasado como una consecuencia
directa de la Revolución Cubana. Las diversas derrotas y fracasos
políticos experimentados por los movimientos reformistas como revolucionarios
anticapitalistas entre 1960 y 1990 en la región y, sobre todo, por el fracaso
histórico de la primera sociedad surgida de una revolución social, la
bolchevique en 1917, se destruyó casi completamente el prestigió no solo de la
revolución social sino, también, del socialismo.
El derrumbe de los denominados socialismos reales europeos y,
especialmente, de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, URSS entre
1989-1991, profundizó, casi al infinito, la crisis de los movimientos
socialistas y partidos políticos populares, ya sea, reformistas como
revolucionarios latinoamericanos como también su soporte teórico e ideológico,
el marxismo, en todas sus versiones. La crisis puso en fuga a las y los
revolucionarios. Tanto la reforma social como la revolución social fueron
abandonadas y arrojadas al baúl de los recuerdos. Las fuerzas sociales y clases
dominadas y sometidas al capital, luego de aproximadamente un siglo de debate
teórico e ideológico inútil, vieron desaparecer de su horizonte político e
histórico toda posibilidad de destruir al capitalismo. Sin embargo, a pesar de las derrotas y
fracasos tanto el socialismo como la revolución social volverían a revolver la
historia de las sociedades de la región, en los albores del nuevo siglo. El
grito de su presencia histórica salió desde la verde espesura de la Selva de
Lacandona, el 1 de enero de 1994.
En Chile la renuncia teórica, práctica y política a la revolución y al
socialismo fue un proceso dramático y radical que se inició con la derrota
política y militar del proyecto revolucionario socialista de la Unidad
Popular en 1973 y se consolidó de manera decisiva para las y los
condenados por el neoliberalismo en los años noventa, una vez
"recuperada" supuestamente, la democracia capitalista. Diversas voces
provenientes desde las distintas vertientes del progresismo y de la izquierda
chilena, a finales de la década de los años setenta y, especialmente, durante
los años ochenta, plantearon la necesidad de abandonar la lucha social y
política por el socialismo, ya sea, por la vía reformista o revolucionaria,
para concentrarse en la lucha política institucional por la democracia.[xviii]
Derrotada institucionalmente la dictadura militar en el plebiscito
sucesorio de 1988 e instalada, mayoritariamente, la "izquierda" en la
democracia protegida, la lucha por el socialismo, por el cambio revolucionario
y la superación del capitalismo, desde los años noventa hasta la actualidad,
paso ser un asunto del pasado. La revolución social entendida como proceso de
cambio radical fue relegada a la marginalidad política. La revolución social,
fue proscrita de la política neoliberal.
La apuesta por la democracia por parte de los sectores vinculados
ideológicamente a las fuerzas sociales subalternas y populares los llevo ni
siquiera asumir una postura por la "reforma social" en perspectiva
socialista como lo sugería Manuel Antonio Garretón, en 1985, cuando
sostenía: "vemos [...] más el socialismo como un proceso que como
modelo de sociedad [...] se trata de un lento y largo proceso que se
hace al interior de la democracia política y donde el proyecto
asume el interés de la nación y la sociedad, desde la perspectiva de
quienes nacieron perdedores en la vida y en la historia, llámese éstos
obreros, marginales, cesantes, mujeres, hambrientos".[xix]
Durante los treinta años que siguieron al planteo de M.A.
Garretón, el proyecto político socialista chileno solo se ha
contentado con "corregir" al neoliberalismo desde una perspectiva que
no se propone producir una ruptura con el capitalismo democrático, sino más
bien mejorar, profundizar y extender la democracia capitalista.[xx]
Ni siquiera entre los sectores políticos opositores a la dictadura
militar vinculados al Movimiento Democrático Popular (MDP), después de 1990
continuaron planteando una lucha frontal al capitalismo y postulando la
revolución social. A lo más plantearon un tímido conjunto de propuestas
anti-neoliberales y una vuelta al capitalismo democrático previos al gobierno
popular de Salvador Allende.[xxi]
Con todo la idea de la revolución como de socialismo se ha mantenido
relativamente viva entre aquellos sectores sociales que han emergido desde el
fondo social o desde los márgenes de la sociedad neoliberal. La incidencia
política de estos grupos sociales y organizaciones políticas a lo largo de la
democracia capitalista neoliberal, fue más bien escasa.
No obstante, los procesos de cambio latinoamericanos (Chiapas, 1994; la
revolución bolivariana en Venezuela, 1998-2015; la rebelión indígena desde 1992
a la actualidad; la revolución ciudadana ecuatoriana, 2005-2015; la revolución
boliviana 2001-2005; el levantamiento popular argentino de 2001; y la
generalización de los movimiento sociales de resistencia a la minería
extractivista, entre otros); el ciclo de protestas sociales y ciudadanas en
Chile, 2006-2015; el fracaso de concertacionistas y la maduración de las
diversas contradicciones del neoliberalismo han sido factores decisivos para
configurar un nuevo escenario social y político que permite cuestionar
radicalmente el presente neoliberal y la vez, superar las visiones
reduccionistas del cambio político. Han permitido que esos grupos comiencen a
ser un factor de la revuelta de la política con sentido revolucionario en la
sociedad chilena. Por ello, considero que es bueno reflexionar sobre la
revolución social.
Esto último significa, en otras palabras, trabajar políticamente por
alterar radical y drásticamente la estructura socioeconómica de la sociedad
capitalista. Implica, modificar radicalmente las relaciones sociales y,
fundamentalmente, la estructura de la propiedad de los medios de producción.
Entraña, trastocar y subvertir el status económico, político y cultural de
todas las clases y grupos sociales. En consecuencia, se trata de impulsar una
transformación radical y completa. La revolución social no es un mero cambio
parcial ni superficial sino un cambio holístico, integral. Además, por la
magnitud, intensidad, extensión y profundidad que posee, una revolución social,
es posible, sostener con H. Arendt, que a partir de ella, una nueva
historia comienza desplegarse.[xxii] En
la nueva historia, van a predominar más las rupturas que las continuidades. Por
todo lo anterior, las revoluciones sociales son acontecimientos y procesos
únicos y excepcionales en la historia.[xxiii]
Como he dicho más arriba, y concordancia con el planteo de A. Gramsci,
una revolución social no se agota en el momento insurreccional, pues con él no
se soluciona el problema de la toma del poder. Todo lo contrario, la lucha
revolucionaria se traslada o debe librarse en otros espacios y lugares en donde
se consolidó, afincó, la sociedad capitalista neoliberal. Por eso, la
revolución social es lo que son los procesos revolucionarios que da lugar, es
una lucha política larga duración contra-hegemónica.
Resulta, entonces, aleccionador referirse, aunque sea, brevemente a las
experiencias revolucionarias acontecidas en Chile, como una forma de dar cuenta
de los limites que tiene la lucha política y social contra-hegemónica popular
al interior de la sociedad capitalista.
1.2 La Revolución en la Historia de Chile
Chile registra, en los últimos 200 años, tan solo un intento de
impulsar y ejecutar una revolución social contra-hegemónica. Ese intento fue
impulsado y protagonizado por las clases dominadas y subalternas, por
movimientos sociales populares, por el movimiento obrero, por movimientos
políticos como por los partidos políticos populares que integraban la Unidad
Popular durante el gobierno socialista de Salvador Allende, entre 1970 y 1973.
En cambio, en esos mismos 200 años, registra varias "revoluciones
políticas", es decir, de procesos de cambios de carácter político-jurídico
importantes. Pero reducidos y limitados. Entre estas "revoluciones
políticas" se encuentran: la revolución independentista de 1810; la
revolución conservadora de 1829; la revolución oligárquica de 1891; la
revolución política mesocrática de 1924-1932; la revolución política
constitucional de 1967; y, la contra-revolución "revolucionaria"
neoliberal de 1973/75.
Para el siglo XIX, los historiadores han identificado otras
"revoluciones políticas", menores, en mi opinión, revueltas o
rebeliones políticas, considerando la intensidad del cambio político provocado
como son, por ejemplo revueltas de 1851 y de 1859.
El siglo XX, registra un menor número de revoluciones políticas en
comparación con las del siglo XIX. Pero, también, se diferencian de aquellas,
por el hecho que no fueron acompañadas por violentas y cruentas "guerras
civiles". La ausencia de este tipo de confrontación armada no libera a las
revoluciones políticas del siglo XX de la violencia política, militar, social o
simbólica que identifican y caracterizan a todos los procesos revolucionarios.
Todas las revoluciones sean estas políticas, sociales, económicas o culturales
tienen un nivel o un grado importante, por cierto, variable de violencia; pero,
también, de terror y de miedo tanto individual como colectivo.
En verdad, las revoluciones son acontecimientos y procesos históricos
violentos. La historia no registra procesos revolucionarios pacíficos o sin
violencia. Lo violento del acto revolucionario, no está dado por el carácter
armado o militar del mismo, sino, fundamentalmente, por la radicalidad
implícita en la acción social que las y los revolucionarios emprenden o
promueven. Esas acciones buscan o tienen la finalidad, de lo contrario tampoco
serían revolucionarios, trastocar, modificar, alterar, subvertir, remover y/o
destruir ya sea dimensiones centrales o la totalidad del orden social,
político, económico o cultural vigente.
En ciertos contextos históricos cambiar una ley, por ejemplo, puede ser
un acto o una violenta acción revolucionaria. Lo cierto es que la violencia
está dada por el hecho de que toda revolución o proceso revolucionario es en su
esencia un acto de despojo, de sustracción, de desplazamiento o una expulsión
de aquellos grupos sociales que detentan, poseen, ejercen o controlan
determinadas fuentes del poder social. Por esa razón, toda revolución o proceso
revolucionario es una acción que despliega una potencia histórica acumulada, de
fuerza y de poder en contra o sobre las estructuras del poder social
establecido. Toda revolución social o política es una manifestación específica
de poder. Y, al mismo tiempo, una disputa o lucha por el poder. De allí que una
condición ineludible y cardinal para toda acción revolucionaria dice relación
con el poder que detentan y poseen los sujetos sociales que la impulsan. Sin
poder es imposible hacer o realizar o impulsar una acción
revolucionaria.
Ahora bien, las tres revoluciones políticas que he identificado
para el siglo XX, fueron cambios políticos institucionales, significativos, que
implicaron alteraciones en la continuidad histórica del modo producción
capitalista y en la sociedad. Pero, en ninguna de las tres, los sujetos
sociales y políticos que la impulsaron tuvieron la intención de procurar la
transformación del capitalismo ni su
sustitución. Ninguna de ellas se planteaba desde un proyecto histórico-político
contra-hegemónico. Todo lo contrario, eran proyectos pro-hegemónicos.
Ciertamente, ellas posibilitaron cambios históricos importantes tales como:
I) desplazamientos efectivos de ciertos grupos
políticos y sociales de la dirección política del Estado. Como fue el proceso
de cambio político-institucional que se desenvolvió entre 1924 y 1938, cuando
las oligarquías terratenientes y las elites mercantil-financieras fueron
desplazadas del poder gubernamental del Estado, por la presión social de los
sectores medios y trabajadores. Esta "revolución política" dio lugar
a un cambio de forma de Estado, de régimen político y constitucional. Todo
dentro del mismo continuum histórico capitalista;
II) pueden provocar cambios políticos
institucionales y sociales significativos con múltiples consecuencias políticas
y sociales, como fue, por ejemplo, la "revolución
político-constitucional" de enero 1967 que modificó a través de una
reforma constitucional el artículo N° 10.10 de la Constitución Política de
1925. Esta reforma posibilitó la
modificación de la estructura de la propiedad agraria en Chile. Dando lugar a
una coyuntura crítica y a una estructura política de oportunidades de vastas
proporciones para los distintos actores sociales y políticos comprometidos en
ese proceso. Y,
III) producir modificaciones en el padrón de
acumulación capitalista vigente. En efecto, en dos oportunidades, en el siglo
XX, el modelo de acumulación capitalista nacional ha sido modificado
drásticamente por decisión política de los grupos dirigentes en la perspectiva
mantener su continuidad histórica y de recomponer su dominación hegemónica. La
primera vez se realizó, en las décadas de los años 30 y 40, cuando
el bloque dominante que había reemplazado a las elites oligárquicas
tradicionales en el poder, pusieron en marcha el proceso de industrialización
sustitutiva de importaciones (ISI) y, la segunda fue entre 1975 y 1985, cuando
las clases propietarias nacionales e internacionales impusieron con el apoyo de
las Fuerzas Armada nacionales, violentamente, el patrón de acumulación
neoliberal vigente hasta el día de hoy.
Por consiguiente, ninguna de las tres revoluciones políticas son -como
he dicho- cambios históricos estructurales en la perspectiva de la superación
del modo de producción dominante, provocan un conjunto de cambios que abren o
despliegan una nueva fase en la historia de una sociedad capitalista. Pero,
jamás, dieron lugar a una nueva sociedad. Ese el punto central.
Estas revoluciones políticas, si bien tienen, la potencia histórica de
producir cambios en la estructura social, económica, cultural y, por cierto,
jurídico político, al interior de la sociedad capitalista. Por ejemplo, tienen
la fuerza de modificar la forma de Estado, o sea, la dominación y la hegemonía;
modificar la estratificación y la composición social de las clases; modificar
las estructuras culturales y de las mentalidades de las y los sujetos sociales;
provocar cambios institucionales de régimen político; etcétera.
Pero, por lo general, estas revoluciones políticas permiten al
capitalismo sortear crisis integrales o sea, crisis de Estado. En palabras de
A. Gramsci, "crisis orgánicas" como fue la provocada por el proceso
revolucionario impulsado por la Unidad Popular entre 1970- 1973.
Por último, considero que las revoluciones políticas bajo ciertas
circunstancias pueden dar lugar a revoluciones sociales. Por ejemplo, las
revoluciones políticas burguesas del siglo XVIII y XIX, fueron, también
sociales; especialmente, aquellas que se realizaron para barrer con las
estructuras del feudalismo y sus vestigios existentes que obstaculizaban el
desarrollo capitalista.[xxiv]
Otras, revoluciones políticas impulsadas por burguesías e incluso
aquellas, protagonizadas por otros sectores sociales durante el siglo XX
(trabajadores, campesinos, mujeres, indígenas, pobres y sectores populares,
entre otros) se han realizado para profundizar, extender y consolidar el
capitalismo.
Algunas, en cambio realizaron para salir de regímenes políticos
despóticos, autoritarios, dictatoriales y totalitarios con el objeto de
establecer la democracia conservando o
ampliando el capitalismo. Transformándose en democracias capitalistas o
capitalismo democráticos.
También, se han realizado "revoluciones políticas" para
refundar o mantener el capitalismo, instalando regímenes políticos autoritarios
y antidemocráticos. De los muchos ejemplos que entrega la historia de América
Latina y el Caribe es la contrarrevolución revolucionaria protagonizada por la
dictadura militar chilena.
Esta la definimos como contrarrevolucionaria, primero, porque el
golpe de Estado y derrocamiento del gobierno socialista de la Unidad Popular el
11 de septiembre no fue el típico y tradicional "golpe de estado" que
resuelve un conflicto interno o alguna querella entre las elites dominantes o
alguna contradicción al interior del bloque dominante sobre la dirección que
debía seguir el capitalismo u cualquier otra causa. No, la intervención
política y militar de las Fuerzas Armadas Nacionales estuvo dirigida a frenar
la Revolución Social que impulsaban las fuerzas políticas y sociales populares.
Segundo, para evitar que ese proceso social volviera repetirse en la
historia nacional, destruyó el régimen político que había posibilitado el
ascenso al gobierno del Estado capitalista, por la vía electoral, de fuerzas
políticas y sociales dispuestas a realizar e impulsar una Revolución Social con
el objetivo de reemplazar la democracia capitalista, por el socialismo
democrático. Por esa razón, que el golpe de Estado, destruye la democracia
liberal. Y, tercero, es una contrarrevolución,
"revolucionaria", pues, para lograr que la dominación hegemónica
capitalista tenga en el futuro, una
solidez granítica para que resista cualquier ataque y amenaza, debió modificar
todo: las estructuras políticas, económicas, sociales, y culturas del
capitalismo industrial. En función de esos extraordinarios cambios
estructurales el sociólogo Tomás Moulian ha calificado a esta contrarrevolución
como una verdadera "revolución capitalista".[xxv]
En realidad, se trata de una contrarrevolución que quebró y altero todas las
formas políticas que caracterizaban a esos procesos históricos. Modificando
inclusive las formas de las revoluciones políticas acontecidas con anterioridad,
no solo en Chile sino, también, en Europa. Se trató de una nueva forma de
contrarrevolución política capitalista. Dotada de una energía histórica y
política que no se limitada a la reconquista y expulsión de aquellos que
controlaban la dirección del Estado, considerados como sus enemigos y
adversarios. No, para el nuevo bloque en el poder se debía refundar el
capitalista desde los cimientos mismos. En razón, de ese objetivo instaurar
dictadura revolucionaria que, en el largo tiempo, fue capaz de producir una
nueva forma de sociedad, la sociedad neoliberal.
Ahora bien, la radicalidad de esta contrarrevolución revolucionaria solo
se explica porque ella debía responder a la radicalidad de otro proceso
revolucionario social el protagonizado por la clase obrera y multifacético
movimiento social popular. Quienes desde 1970 conjuntamente con el gobierno de
la Unidad Popular (coalición de partidos políticos de izquierda) dirigido y
conducido por el Presidente Salvador Allende habían iniciado el proceso de
revolucionario de transformar al capitalismo democrático nacional en una
sociedad socialista democrática.
Para tal efecto, el gobierno de la Unidad Popular con los instrumentos
legales que le proporcionaba el régimen político y constitucional vigente había
iniciado la expropiación de la principal fuente de poder de la burguesía
capitalista: la propiedad de los medios de producción. Este proceso implicaba
en los hechos concretos terminar con la propiedad privada y particular de los
medios de producción y volverlos una propiedad común, es decir, de todos.
Lo anterior significa pasar de la concepción de la propiedad
privada liberal y burguesa a la propiedad comunista. En la sociedad comunista, la propiedad de los medios de
producción, de cambio y servicios pertenecen a todos y a nadie. La propiedad es
común. Y, los bienes naturales o producidos las y los trabajadores son comunes,
o sea, para todos. Dada la propiedad común de los medios de producción,
"la riqueza objetiva está allí para satisfacer la necesidad de
desarrollo" de todas y todos los miembros que integran la sociedad. Por
eso, la propiedad comunista fomenta en el desarrollo universal de las personas
y en la subordinación de su productividad social, comunal, como riqueza social
que les pertenece". En la medida en que no es posible excluir a nadie del
disfrute de su producto, la propiedad de los medios de producción en común
subraya la indivisibilidad de esa asociación en que el desarrollo libre de cada
uno es la condición para el desarrollo libre de todos".[xxvi]
La única posibilidad de construir la sociedad socialista/comunista pasa por la
abolición de la propiedad privada de los medios de producción, de cambio y de
servicios, pero como medio para alcanzar el objetivo central del proceso
revolucionario anticapitalista, la liberación no solo de los seres humanos
(hombres, mujeres, niños y niñas) de toda forma de explotación sino también de
la naturaleza.
Luchar por una sociedad de iguales se requiere la instauración de un
régimen en donde los medios de producción, de cambio, de servicios y los bienes
naturales sean propiedad social o sea, de todas y todos, y que ellos sean
manejados por sus dueños, las y los ciudadanos, directos con formas de
democracia participativa y directa. En donde todas y todos son responsables del
cuidado y conservación. Y, sobre todo, de la dignidad humana.
Este último punto es lo que ofreció a las y los chilenos la Revolución
Social del gobierno popular de Salvador Allende. Mientras que la “revolución
política” del capital todo lo contrario.
(Continuará)
Santiago de Chile, mayo de 2015.
[i] Hago referencia al
Mensaje Presidencial del 21 de mayo de 2014. Leído por la Presidenta M.
Bachelet.
[ii]
Novak, Michael, The Spirit of Democratic
Capitalism, American Enterprise Institute, New York, 1982
[iv] Holloway, John,
Agrietar el Capitalismo. El hacer contra el Trabajo. Ediciones Herramienta,
Buenos Aires, 2012.
[v] Gómez Leyton, Juan
Carlos, Política, Democracia y Ciudadanía en una Sociedad Neoliberal, Chile
1990-2010. Editorial UARCIS/CLACSO, Santiago de Chile, 2011-
[vi] Holloway, John,
Resquebrajando el capitalismo hoy, en RUTH, Cuadernos de Pensamiento Crítico,
N°1, Ruth Casa Editorial, Panamá, 2008, págs. 347-354.
[vii] PNUD, Los tiempos de
la politización, PNUD, Santiago de Chile, 2015.
[viii] La lista de grupos
concertados con el objeto de demandar la convocatoria de una Asamblea
Constituyente es muy amplia. Para hacer aquí un catastro de ellos.
[ix] Aguilar, Salvador,
Diseños socioestructurales y progreso humano: socialismo e individuación en el mundo del siglo XXI, en Carlos Andrés
Charry y Nicolás Rojas Pedemonte (editores), LOM Ediciones, Santiago de Chile,
2013, págs. 251-276.
[x] Davidson, Niel, Transformar el mundo.
Revoluciones Burguesas y revolución social. Pasado
& Presente, Barcelona, 2013.
[xi] Beneigno, Francesco, Espejos de la
Revolución. Conflictos e identidad política en la Europa Moderna., Ed. Crítica,
Barcelona, 2000.
[xii] Una sociedad
socialista nueva en el fondo y en los contenidos esenciales. Radicalmente
distinta a la sociedad socialista soviética construida por la Revolución
Bolchevique de 1917.
[xiii] La
institucionalización de la revolución fue el yerro histórico cometido por las
revoluciones sociales triunfantes en Rusia y China. Pero, no solo estas sino
también de la revolución mexicana de 1910, o boliviana de 1952, entre otras.
[xiv] Al interior del pensamiento marxista como del movimiento obrero europeo
como latinoamericano desde fines del siglo XIX y a lo largo del siglo XX, se
verificó un prolongado y tedioso debate teórico, político y estratégico en
torno a cuál era el camino más óptimo y adecuado para sustituir al capitalismo.
Se configuraron dos bandos, aquellos que defendieron el cambio político
gradual, legal y pacífico que se identificó con la "reforma
social" y aquellos que postularon que la única
solución era promover el cambio radical y violento por medio de la "revolución
social".
[xv] Aricó, José M, Nueve lecciones sobre economía y política en el marxismo.
Curso de El Colegio de México, FCE/El Colegio de México, México, D.F., 2012,
pág. 7.
Texier,
Jacques, Revolucao e democracia em Marx e Engels, Editora UFRJ, Rio de Janeiro,
2005.
[xvii] Rodas, Rodas (coordinador) América Latina Hoy ¿Reforma o Revolución?,
Ocean Sur, México, 2009.
[xviii] Las referencias a esta renuncia son múltiples y diversas. Para no
agotar a las y los lectores con referencias bibliográficas vastas, voy a citar
tan solo a un autor representativo de esta renuncia teórica y política:
Lechner, Norbert, Los patios interiores de la democracia. Subjetividad y
Política, FCE, Santiago de Chile, 1990, en donde se recogen diversos trabajos
escritos por Lechner entre 1984 y 1987 en el cual destaca el emblemático
artículo: De la Revolución a la democracia, págs. 17-38. La génesis de esta
renuncia se puede ubicar en el pensamiento de este autor en los tempranos años
ochenta cuando publica: La conflictiva y nunca acabada construcción del orden
deseado, FLACSO, Santiago de Chile, 1984.
[xix] Garretón, Manuel Antonio, "Partido y Sociedad en un proyecto
socialista", en OPCIONES, N°7, septiembre-diciembre 1985, págs.
182-190.
[xx] Garretón, Manuel Antonio, Neoliberalismo corregido y progresismo
limitado. Los gobiernos de la Concertación en Chile, 1990-2010, Editorial
ARCIS/CLACSO, Santiago de Chile, 2012.
[xxi] Los partidos políticos integrantes del Movimiento Democrático Popular,
MDP, fueron originalmente el Partido Comunista de Chile, el Partido Socialista
de Chile, fracción Almeyda, y el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR)
entre otros, fue fundado en 1983 y tras haber sido declarado inconstitucional
en 1987, dio lugar a la Izquierda Unida conformada por la Izquierda
Cristiana, el Mapu-OC, el Partido Radical-Luengo, el Partido
Comunista, Partido Socialista-Almeyda, Partido Socialista Histórico y
MIR-Gutiérrez
[xxii] Arendt, Hannah, Sobre la revolución, Alianza Universidad, Madrid, 1988,
pág. 29. Dice Arendt, "el concepto moderno de revolución, unido
inextricablemente a la idea de que otro curso de la historia comienza
súbitamente, que una nueva historia totalmente nueva, ignota y no
contada hasta entonces, está a punto de desplegarse...".
[xxiii] Cfr. Gómez Leyton, Juan Carlos, La revolución en la historia.
Reflexiones sobre el cambio político en América Latina, en Beatriz Rajland y
María Celia Cotarelo (Coordinadoras) La Revolución en el Bicentenario.
reflexiones sobre la emancipación, clases y grupos subalternos. CLACSO, Buenos
Aires, 2009. págs. 39-56.
[xxiv] Cfr. Moore, Barrington, Los Orígenes Sociales de la Dictadura y la
Democracia,
Península, Madrid, 1980.
[xxv] Moulian, Tomás, Chile
Actual. Anotomía de un mito, Ediciones LOM/ARCIS, Santiago de Chile, 1997.págs.
15-30.
[xxvi] Lebowitz, Michael A.,
El pueblo y la propiedad en la construcción del comunismo, en Marx Ahora,
Revista Internacional, N°16, La Habana, 2003, págs.65-78. Los entrecomillados
identifican en el texto de Lebowitz citas
de Carlos Marx, tomadas de: Capital, Vol. 1, New York: Vintage
Books p. 772 y
Grundrisse, 1973, New York: Vintage
Books p. 158.
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