Estimo que la grande y
decisiva “prueba crucial” ha llegado. He planteado con frecuencia esta
alternativa: o nos proponemos volver a fundar Brasil sobre una nueva visión de
mundo y de futuro o estaremos condenados a ser un apéndice del proyecto-mundo
que ha entrado en crisis en los países centrales, extendiéndose por todo el
sistema y que no consigue encontrar una salida viable.
Leonardo Boff / Servicios Koinonia
Estas palabras, tomadas
de una canción de Tom Jobim que todo Brasil conoce, son también el título de un
artículo del editor Cesar Benjamin en la revista Piaui de abril de 2015.
Tal vez sea una de las más sugestivas interpretaciones de la mega-crisis
brasilera, fuera del marco teórico del repetitivo y engañoso discurso a partir
del PIB.
En él se afirman, a mi
entender, dos puntos básicos: el agotamiento de la forma de hacer política del
PT (lulismo) y la urgencia de pensar un proyecto de Brasil a partir de nuevos
fines y de nuevos valores. Ese sería el gran legado de la actual crisis que
Benjamin reputa como «la más grave de nuestra historia». Eso me remite a lo que
oí a J. Stiglitz, Nobel de economía, el año 2009 durante una conferencia en los
espacios de la ONU a la cual asistí: «el legado de la crisis
económico-financiera de 2008 será un gran debate de ideas sobre qué mundo
queremos». En todo el mundo y en Brasil ese parece ser realmente el gran
debate. Otros llegan a formularlo de forma dramática: o cambiamos o moriremos.
La percepción generalizada es que tal como están las cosas, no pueden
continuar, pues ahí por delante nos espera un abismo.
Ante la crisis actual
adquieren fuerza las palabras severas de Celso Furtado en un libro que vale la
pena volver a revisar: Brasil: la construcción interrumpida (1993): «Nos
falta la experiencia de pruebas cruciales, como las que conocieron otros
pueblos cuya supervivencia llegó a estar amenazada. Y nos falta también un
verdadero conocimiento de nuestras posibilidades y, principalmente, de nuestras
debilidades. Pero no ignoramos que el tiempo histórico se acelera y que la
cuenta del tiempo va en contra nuestra. Se trata de saber si tendremos un
futuro como nación que cuenta en la construcción del devenir humano. O si
prevalecerán las fuerzas que se empeñan en interrumpir nuestro proceso
histórico de formación de un Estado-nación» (p. 35). Y concluye pesaroso: «todo
apunta hacia la inviabilización del país como proyecto nacional» (p. 35).
Estimo que la grande y
decisiva “prueba crucial” ha llegado. He planteado con frecuencia esta
alternativa: o nos proponemos volver a fundar Brasil sobre una nueva visión de
mundo y de futuro o estaremos condenados a ser un apéndice del proyecto-mundo
que ha entrado en crisis en los países centrales, extendiéndose por todo el
sistema y que no consigue encontrar una salida viable.
¿Deseamos dar ese paso
que nos renueve desde los fundamentos? Benjamin considera: «Nuestro sistema
político gira en falso. Se gobierna a sí mismo, en vez de gobernar a Brasil.
Presos en esta trampa, nos hemos vuelto una sociedad de voluntad débil,
que no consigue canalizar su energía para lo que verdaderamente importa.
Sociedades así pierden la capacidad de desarrollarse, aún más en un contexto
internacional, como el actual, en el que las disputas neutralizan cualquier
avance». Y concluye: «Necesitamos encontrar gente nueva, organizada de manera
nueva, que, en vez de tratar de adaptarse a lo que la sociedad es o parece ser,
acepte correr el riesgo de anunciar lo que puede llegar a ser, para
impulsarla». Esta gente nueva es lo que estamos buscando y lo que Celso Furtado
tanto deseaba.
Mi modesto sentimiento
del mundo me dice que es importante realizar las siguientes transformaciones si
queremos salir bien de la crisis y tener un proyecto autónomo de nación:
-asumir el paradigma
contemporáneo que tiene ya un siglo de existencia: el eje estructurador no será
más la economía sostenible ni el PIB sino la vida. La vida de la Tierra viva,
la diversidad de la vida y la vida humana. El capital material agotado dará
lugar al capital humano-cultural inagotable, permitiéndonos ser más con menos e
integrar a todos en la misma Casa Común. Todo lo demás debe colocarse al
servicio de esa biocivilización, llamada también “Tierra de la Buena Esperanza”
(Sachs, Dowbor). De continuar el paradigma actual nos llevará fatalmente al
peor de los mundos.
-hacer una verdadera reforma
política, pues la que se ha hecho no merece ese nombre y es fruto de mero
fisiologismo.
-hacer una reforma
tributaria para disminuir las desigualdades del país, uno de los más
desiguales del mundo, dicho en términos ético-políticos, uno de los más
injustos.
-hacer una reforma
agraria y urbana ya que la ausencia de la primera llevó a que prevaleciese
el agronegocio exportador en detrimento de la producción de alimentos e hizo
que el 83% de la población emigrase a las ciudades, generalmente hacia las
periferias, con mala calidad de vida, de sanidad, educación, de transporte y de
infraestructura.
Retomo el título de
Benjamin: “es palo, es piedra, es un fin de camino”, no sólo el fin del actual
proyecto-Brasil sino el fin del proyecto-mundo vigente.
Dentro de poco, la
economía se orientará por lo ecológico y por los bienes y servicios naturales.
En eso podemos ser una gran potencia por los inmensos recursos que tenemos. El
mundo necesitará más de nosotros que nosotros del mundo.
A quien toma en serio la
reflexión sobre una ecología integral prácticamente ausente en las discusiones
económicas, el calentamiento global y los límites físicos de la Tierra, estas
palabras mías no le suenan apocalípticas sino realistas. Tenemos que cambiar si
queremos continuar sobre este planeta Tierra, pues por causa de nuestra
irresponsabilidad e inconsciencia ya no nos soporta más.
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