Está visto que la política, como el deporte, requiere a la vez de fuerza
y habilidad. El triunfo final depende de esa combinación, mezclada con
sutileza, alternada con oportuna velocidad. La fuerza sola, por más legítimo
que sea su empleo, por más razones que la sostengan, no basta para legitimar
una acción política.
Desde luego, al hablar de política no me refiero a la fuerza bruta, sino
a la fuerza electoral, a la fuerza que emana de poderes legalmente constituidos
y respaldados por amplias mayorías. Es una fuerza incontrastable y, en
resumidas cuentas, será quien termine por imponer su voluntad al adversario.
Pero aún esa fuerza no basta para ganar en una confrontación democrática.
Además de tener recursos para vencer, también hace falta contar con argumentos
y medios para convencer.
¿Convencer a quién? Si fuera posible, a todos: a los indecisos, a los
equivocados, a los tímidos e incluso a los adversarios. Desde luego, ese
objetivo es muy difícil de alcanzar respecto de los adversarios de la
Revolución Ciudadana, porque se trata de una mezcla informe de fuerzas nocivas,
la mayoría de ellas irreductibles al juego democrático.
La oligarquía, por ejemplo, no tiene remedio. Es un círculo cerrado,
unido por los más ruines intereses: odio racial, odio de clase, admiración por
el imperio, desprecio por lo ecuatoriano y, sobre todo, ansia incurable de
dominación. Quiere volver al poder para seguir saqueando al país, al que mira
como una tierra de conquista, pero también quiere imponer su bota sobre la
cabeza del cholerío insurrecto que la ha desafiado.
Tampoco tienen remedio ciertos grupos radicales inspirados por el
fanatismo político o el resentimiento personal. Todo indica que morirán en su
ley y que nunca podrán ser recuperados para un proceso en el que no creen o del
que se fueron cargados de resentimiento.
Quedan como objetivo de convencimiento los indecisos, los tímidos y los
equivocados, que deben ser ganados por la revolución mediante una sostenida
tarea de aproximación teórica y práctica, dándoles razones de convicción y
tomando medidas que atiendan a sus intereses concretos.
Entre ellos, hallo que hay muchos jóvenes desinformados, que no vivieron
el descalabro político y el saqueo bancario de fin de siglo, a quienes no llega
el discurso de apelación a la memoria ciudadana. Y también encuentro que hay
muchos viejos asustadizos, que solo esperan vivir en paz sus últimos años y se
asustan con medidas como la supresión del aporte del 40% al IESS.
De ahí que celebro la nueva etapa política que ha iniciado el gobierno de
Rafael Correa, buscando convencer para vencer mejor y ejercitando con gran
habilidad la ‘muñeca política’. Sin duda eso le dará magníficos resultados. Es
más, se los ha dado ya, pues ha logrado calmar los miedos de unos y la
crispación de otros, dejando descolocados y sin argumentos a los irreductibles,
que son la oligarquía y los ultristas de izquierda.
Ellos seguirán con su griterío, pero lo cierto es que se calmó la breve
efervescencia social que los había elevado.
A veces es necesaria la fórmula leninista de “dos pasos adelante y uno
atrás”.
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