Lo que Thomas Shannon
expuso en Madrid como una compleja tarea de reingeniería geopolítica, no es
otra cosa que la dilución de las fronteras de México, Centroamérica y el Caribe
en los márgenes materiales y
simbólicos de la nueva cartografía de la dominación económica, política y
militar de los Estados Unidos.
Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica
Thomas Shannon en Casa América, Madrid. |
La política exterior
de los Estados Unidos para América Latina no tiene nada de inocente o ingenua:
ningún gesto, ningún guiño, ni siquiera la declaración en apariencia más
comedida, son obra de la improvisación. Todo responde a un guión por medio del
cual se ejecutan los planes estratégicos de Washington, en el corto, mediano y
largo plazo. Y aunque, en ocasiones, esa planificación falla o encuentra
obstáculos, producto de las resistencias sociales, las revoluciones, los
liderazgos emergentes o sus propios errores de cálculo y lectura diplomática,
lo cierto es que las líneas maestras se mantienen prácticamente
invariables: expansionismo, injerencia
en los asuntos internos de los países para proteger sus intereses específicos,
apropiación de recursos naturales, inversión de capitales, seguridad nacional
y, en suma, reproducción de su hegemonía a toda costa. Thomas Shannon, el
flamante consejero del Departamento de Estado, nos acaba de recordar esa verdad
de Perogrullo durante su reciente visita a Madrid (22 de julio).
Invitado por la
organización Casa América, el experimentado funcionario dictó una conferencia sobre la política estadounidense para Centroamérica, de la que emergieron
declaraciones reveladoras tanto del papel estratégico que Washington le asigna
al control del istmo, en función de sus necesidades de dominación hemisférica. Por un lado, Shannon recordó
los dos pilares sobre los cuáles los Estados Unidos se proyectan hoy en la
región centroamericana: la seguridad nacional, el desarrollo económico –vía
tratado de libre comercio y ahora con la Alianza para la Prosperidad del
Triángulo Norte-, y las migraciones ilegales (especialmente de niños que,
forzados al exilio económico por el capitalismo neoliberal de nuestros países,
emprenden en soledad la búsqueda del sueño americano).
No obstante, como
planteamos en otro artículo, más allá de la retórica de buena vecindad con la que se promueven
estas iniciativas, los propósitos reales se inscriben en el campo de la
geopolítica, y en concreto, persiguen el reforzamiento del dominio
estadounidense y el resguardo de la
frontera sur del imperio. “Decidimos
acercar a Centroamérica de la misma forma que decidimos acercar a Colombia
cuando estábamos construyendo el Plan Colombia”, reconoció el diplomático
en su exposición, aludiendo –con un referente poco afortunado, dada la
experiencia del caso colombiano- a entendimientos y acuerdos con las
dirigencias políticas y gobiernos –élites- de cada país en materia de seguridad.
Por otro lado, el funcionario definió a Centroamérica como
una de las cinco prioridades de política exterior de la Casa Blanca, a la par
de Irán, Rusia, China y el ejército del Estado Islámico. Es decir, el espacio
geográfico, político, ambiental y socioeconómico centroamericano,
tradicionalmente marginal y agobiado hasta por las severas condiciones de pobreza
(que afecta casi a la mitad de los centroamericanos) y de desigualdad, está
siendo considerado por el Departamento de Estado como una cuestión vital, al
mismo nivel de sus competidores hegemónicos globales y por encima incluso de
las relaciones con Cuba, Venezuela o Brasil.
Esto, que a primera vista podría parecer un absurdo, fue
explicado por Shannon en términos de la importancia de la región como puente
que conecta, de manera estratégica, el norte y el sur de América, así como el
Pacífico y el Atlántico. “Estamos
entrando en una etapa en la que usamos nuestra presencia histórica para
construir un nuevo tipo de Centroamérica, comprometida con la democracia, la
economía de mercado y la integración regional”, y agregó que se está
forjando también una nueva forma de entender a una Norteamérica “que no termina en el río Grande, sino que
incluye a México y Centroamérica. El istmo ya no es un istmo, sino parte de un
mercado integrado, un sistema de seguridad integrado, dentro de un proceso
político con un compromiso fuerte con la democracia”.
A lo que asistimos,
entonces, es a una reactualización de las tesis de la expansión de la frontera
sur del imperio, o de su flexibilización,
con miras a la reconfiguración de las zonas de influencia inmediata. Algo que
ya se había presentado en el siglo XIX, con la guerra entre Estados Unidos y
México (1846-1848), resuelta mediante la firma del tratado Guadalupe-Hidalgo, y que implicó la
humillante entrega de la mitad del territorio mexicano (California, Arizona,
Texas y Nuevo México) a cambio de una ridícula compensación de 15 millones de
dólares; o con las empresas esclavistas y anexionistas de William Walker en
Nicaragua y Costa Rica, entre 1855-1857, por citar dos ejemplos.
Lo que Shannon expuso
en Madrid como una compleja tarea de reingeniería
geopolítica, no es otra cosa que la dilución de las fronteras de México,
Centroamérica y el Caribe en los márgenes
materiales y simbólicos de la nueva cartografía de la dominación económica,
política y militar de los Estados Unidos: un proceso que vivimos desde los años
noventa del siglo XX y que se aceleró en el siglo XXI, a partir de la articulación
de proyectos geoestratégicos como el TLCAN, el ASPAN, el CAFTA, el Plan Puebla
Panamá, el Plan Mérida y la Alianza para la Prosperidad del Triángulo Norte.
Para eso viaja Thomas Shannon por el mundo: para recordarle a los competidores globales que las ambiciones y apetitos imperiales se mantienen intactos, y que Centroamérica tiene un lugar de privilegio en el menú.
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