Una crónica que refleja la
jornada vivida el pasado 13 de abril frente a los Tribunales de Comodoro Py, en
Buenos Aires, con motivo de la citación de la
expresidenta, Cristina Fernández de Kirchner a declarar como imputada
por la absurda causa del "dólar a futuro".
Nerio
Neirotti* /
Especial para Con Nuestra América
Desde Buenos Aires, Argentina
Agradecemos el envío del texto a María Cristina
Poj
Todo empezó muy temprano el 13 de abril,
cuando estaba oscuro y llovía. Para muchos había empezado el día anterior, o el
anterior al anterior. La lluvia era cada vez más incómoda, el tiempo se tornaba
amenazante.
Sin embargo, la multitud seguía creciendo.
Seguíamos avanzando hacia las escalinatas de Comodoro Py aunque el paso se
hacía cada vez más difícil. La multitud apretaba, oleadas humanas nos llevaban,
como una barca en la deriva, hacia uno y otro lado. Aunque siempre hacia
delante. Para quienes quieran seguir haciendo ridículos cálculos, había más de
cuatro personas por metro cuadrado. Tal vez cinco o seis – niños en brazos
incluidos- por metro cúbico. Pero más allá de que el espacio sólo se puede
calcular sobre tres dimensiones, ya se sentía que las potencias subían a la
4ta., la 5ta., la enésima.
Siendo imposible no superponer mi curiosidad
sociológica con mi fervor militante, me
pregunté qué movilizaba a toda esta gente, haciendo un esfuerzo enorme para
discernir entre mi pasión y mi búsqueda de explicaciones objetivas. Obviamente,
se trataba de buscar “evidencia empírica”. Primera explicación: choriplanes.
Choris había, además de hamburguesas (pilas de
hamburguesas humeantes tentándonos a todos con su simpático colesterol eximido
de culpa en un día especial), patas de cerdo más que seductoras, vacíos
dorados, empanadas chirriantes, algunas salteñas (con aclaración explícita de
que eran anti-Ortobey). ¿Venir desde el gran Buenos Aires, de Provincia, de
otras Provincias sólo por un choripán –que, para colmo, no estaba acompañado de
un reconstituyente tretrabrick que tan bien hubiera caído en medio de ese
clima-? Y encima los únicos que habían eran el producto del humilde negocio de
los compatriotas que ese día olieron su oportunidad, junto con los que vendían
baratos pilotos y paraguas, remeras mojadas que decían “Vuelve”, que tenían
colores celestes y blancos, que tenían el mapa de Malvinas, la estampa de la
Virgen de Guadalupe, de Gardel, de Perón, de Evita, de San Martín y del Che. No,
no habían venido por choripanes. Descartado.
Tampoco había “planes” sociales. Ya fue.
Tenemos otro gobierno. No se ofrecía nada porque estamos todos en el llano. Es
más, se están acabando, uno tras otro, rapidito; los programas sociales se
evaporan porque son gasto, o más bien, despilfarro. Subsidios para nadie (es
decir, los de arriba trasladan la quita de los subsidios a los precios que paga
el pueblo). Impuestos para todos (es decir, el grueso los paga también el pueblo a través del consumo,
¡pobre pueblo!). No había planes. Descartado.
¡Ah…los $ 500! Pregunté a varios si los habían
recibido y si habían firmado el correspondiente recibo. Eran el motivo de joda
generalizado. Todos –con un humor que hacía mucho que no veía en las
manifestaciones— hablaban de haber
tenido que donar $ 500 para venir hasta este lugar. No había paga por
manifestar. Descartado.
¡Pero cómo me había olvidado! Vinieron
acarreados por los punteros, esos del Partido Justicialista, que los deben de
estar vigilando! Vi carteles de todas las agrupaciones, de todos los colores,
de muchísimas y distintas entidades políticas peronistas, de izquierda y
radicales, de movimientos sociales, de organizaciones gremiales, juveniles,
locales. Pero la gran mayoría –reitero, la gran mayoría— eran autoconvocados,
que hablaban de sí mismos e incluso que se quejaron reiteradamente por los
carteles y banderas que dificultaban la
visión de su líder cuando hablaba a la multitud. Eso sí, se olía mucho
peronismo. Pero de ese peronismo silvestre, sin jefes, sin intermediarios,
¡obvio que sin punteros!, como yo no había visto desde el año 1972. La marcha
se cantaba una y otra vez, de manera reiterada, sin Gioja, sin Urtubey y sin Bossio. No había punteros (y si los había,
no hacían la diferencia). Descartado.
Entonces el odio. La crispación plebeya. La
grieta que no tiene nada que ver, parece, con la devaluación y los despidos,
ajustes y tarifazos de los primeros cuatro meses sino con esa maldita costumbre
de odiar al poderoso por envidia, por los méritos que son producto del esfuerzo
que el vago no hizo. Pero para mi sorpresa me encontré con un clima de fiesta
(es más, el “si la tocan a Cristina….” no parecía resultar creíble en medio de
esa candidez popular). Compañeros que se encontraban entre sí: primer lazo de hermandad. Compañeros
enlazados que esperaban encontrarse con Cristina: segundo lazo de hermandad.
Compañeros fortalecidos después del discurso decididos a extender los vínculos
en un frente ciudadano: tercer lazo. No llegaron convocados por el odio sino
por el amor. Descartado. ¡Qué clima tan nutricio respiré ese día!
No podía terminar ahí el análisis. Esto
resultaba muy difícil de explicar. Los bajos instintos de las masas también
suelen relacionarse con algo más que lo material: discursos seductores,
mentiras halagadoras, show. Todo eso que esta mujer podía ser capaz de
arrojarles como si fueran pirañas hambrientas. Pero el discurso de la Señora
estuvo marcado por la racionalidad, aunque no exento de pasión, obviamente.
Hizo su análisis político luego de salir de un juzgado que actúa políticamente.
No podía menos que recordar que había renunciado a todos los fueros posibles.
Pero habló de los derechos conquistados. Habló de unir y no de dividir. Apartó
la palabra “traición”. Pidió no acusar al votante que había facilitado el
triunfo del actual gobierno. Invitó a reflexionar antes que chiflar. Propuso
organizarse en torno a la deliberación colectiva. Desde la base. Más allá de
las estructuras y posicionamientos partidarios. Aclaró que no tenía del todo
claro cómo hacerlo. Propuso un frente ciudadano que reuniera la diversidad. Y
la multitud asentía con sus cabezas, sus gritos, sus cánticos, cada uno
matizando con algunos comentarios dirigidos a los de al lado, sabiendo muy bien
de qué se trataba, de que seguirían tiempos difíciles y de que hay que generar
consenso democrático. No hubo demagogia. Descartado.
Sí hubo, simultáneamente, conciencia de los
derechos que es menester defender y alegría, mucha alegría llena de contenido
(auténtica, no la de los slogans de cierta campaña). Ella lo dijo: comparen
cómo estaban antes del 10 de diciembre y cómo están ahora. No inventó nada. No
mintió. Simplemente hizo referencia a lo que todo el mundo sabe. Por eso había
distintos sectores sociales (sigue el sociólogo): Trabajadores, clase media
(pero media o baja), subempleados y desempleados; también algunas señoras
–poquitas por ahora, eso sí— como las que se bajaron del micro en Palermo,
confesando con pudor, con su boca tapada
por el brazo –como quien la cubre para no contagiar al otro de la gripe
porcina— que habían votado a Macri y que querrían impulsar un movimiento de
desencantados.
Conciencia y determinación de defender los
derechos. Esa es la sustancia. Ahora diferenciémosla del accidente (¡a no
asustarse que esto no es Marx, sino Aristóteles puro, helenismo clásico, luego
retomado por Santo Tomás!). Accidente es fijarse en las calles que quedaron
sucias (igual que las patas en la fuente de Plaza de Mayo) o en las filas de
militantes haciendo cola en la estación de servicio de DAPSA para orinar (sin
mencionar aquéllos que disimuladamente se atrevieron a profanar el Sheraton).
Accidente es hacer hincapié en los altercados de Moreno o en la periodista que
fue a provocar y terminó provocada.
Accidente es hablar de la propuesta de
“inhabilitación de por vida” o de la “actriz nacional” (intervenciones que
reflejan mucho odio exacerbado por la escasez de votos) porque a esta altura
resultaría “políticamente incorrecto” hablar otra vez del aluvión zoológico (hoy
los asesores de imagen y discurso sofrenan meticulosamente a las lenguas
filosas). Nadie podría culpar a la gente movilizada con tanto entusiasmo para
defender a su líder, entonces resulta más rentable culparla a ella por la gente
que la apoya ("no es necesaria la hinchada”, tampoco “mostrarle a los
jueces que tiene el control de la calle”, o “invadir la sede judicial”; en fin,
“lo que pasó en la puerta de Comodoro Py es lamentable”).
Siguen creyendo que a la gente se la acarrea
como ganado y no entienden que se movilice por su propia iniciativa y por la
defensa de sus derechos. Piensan aún que la gente siguió detrás de un relato
nacional y popular pasivamente (que puede ser suplantado por cualquier
musiquilla funcional de shopping con
estilo duranbarbesco), ignorando que la multitud fue constructora de ese
relato, el cual armó sobre la base de sus luchas, de su trabajo y de la
creatividad popular. Pero saben que tampoco pueden ir tan lejos como para
cuestionar las conquistas sociales y entonces hay un cuidado principesco en enfocar la atención
sobre supuestos errores del pasado (ya deberían ocuparse de sus propios
anuncios y, dado que han cambiado su programa electoral, sincerarse con lo que
realmente piensan seguir haciendo) o en fabricar casos de corrupción como el
del dólar a futuro.
Accidente es enfocar las cámaras hacia los
espacios verdes para ver superficies vacías. Por favor, no pierdan su tiempo
buscando números en Página 12 porque sólo basta con mirar el video grabado por
el dron de INFOBAE. Sin embargo, más allá de algún descuido como el mencionado,
los medios se dedicaron a los accidentes y a repetir los comentarios sobre los
mismos.
Sustancia es hablar del trabajo, del salario,
de la capacidad de consumo, de la educación, de la salud, de la inversión
social. A la gente no se la confunde con números y relatos (¿alguien ignora la existencia de un relato
macrista-radical-massista-, ahora acompañado por peronistas llamados racionales
–mejor dicho funcionales—?). La gente también cuenta con su evidencia empírica,
la de su vida cotidiana, y está sintiendo de manera palpable lo que va
perdiendo día a día, y lo que va perdiendo su familia, sus vecinos, sus amigos,
su futuro, la Patria. Con las manos se pueden señalar ciertos accidentes pero
no se puede ignorar la sustancia, es decir, no se puede tapar el sol.
Por eso se vio el 13 de abril a la gente
optar, y optar racionalmente. Muchos políticos creyeron que a la gente se la
puede seducir con consignas surgidas de gabinetes o de focus groups, que se la
puede tratar como a los niños, que es fácil de embaucar y que se manipula con
pasiones sin razones. Creyeron que esta era la época del marketing, de los
discursos light, de los acuerdos de cúpula, de la negociación corporativa, de
los intercambios espurios. Que podían cínicamente despegarse del mandato
popular. Pero ese día hubo una apelación a la memoria. Para los que gobiernan y
que se han apartado de lo que
prometieron hacer (al punto que habían tratado de mentiroso al candidato
entonces oficialista que advirtió que harían lo que realmente están haciendo
hoy). Y también para muchos de los que, estando hoy en la oposición, olvidaron
el mandato que le habían dado sus votantes.
A no equivocarse, esta es una opción racional,
sobre la cual se erige, sin lugar a dudas, un florido ramo de emociones, así
como la búsqueda y el reencuentro de un liderazgo anhelado. Porque la política
está hecha de razones y pasiones. Pero cabe recordar que estas últimas no
tienen trascendencia sin bases racionales.
Sólo es creíble a la larga lo que
racionalmente se puede experimentar en la vida cotidiana. Lo demás (lo
accidental) va quedando en la vera del camino. Sólo se erigen identidades
colectivas, liderazgos, representaciones de la realidad, relatos, anhelos y
mitos sobre la base de sólidas y consistentes sustancias.
Por eso, por resultar tan verosímil lo que
dijo Cristina durante su discurso (que no era, ni más ni menos, lo mismo que
fui escuchando durante cuadras y cuadras mientras me aproximaba lo más que
podía al escenario), mi corazón se identificó con ella y con los que estaban allí.
Por eso, sentí que no era casualidad que
terminara apareciendo el sol después de tanta lluvia que nos quiso poner a
prueba.
Por eso, mientras estaba finalizando su
discurso, yo la vi levitar… y miré a mi alrededor y comprobé que los demás
sentían lo mismo, y emprendimos la vuelta llenos de esperanza.
Buenos
Aires, abril de 2016
*El autor es Doctor en Ciencias Sociales
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