América Latina regresa
al dilema planteado por Bolívar hace dos siglos: ‘Somos uno o no somos’. A
pesar de que hemos logrado levantar una identidad propia – América Latina –
pareciera ser que es insuficiente.
Marco A. Gandásegui, h. / ALAI
Europa occidental
experimentó un resurgimiento espectacular después de la II Guerra Mundial.
Económicamente pasó de las ruinas para convertirse en una aparente ‘sociedad
del bienestar’ en 25 años. En parte se debió a la locomotora alemana, a la
austeridad de los escandinavos y al trabajo de los países mediterráneos. El
crecimiento económico alcanzó su máximo esplendor en la década de 1970, momento
en que el mercado comenzó a sufrir quebrantos que las inversiones públicas no
podían subsanar.
Fue en esa coyuntura
que el eje franco-alemán decidió darle al proyecto de una sola Europa un golpe
de timón. Crearon el Euro como moneda única, suprimieron fronteras (incluso
para la fuerza de trabajo) y montaron un Consejo europeo. El experimento
coincidió con el colapso soviético (1991) y el fin del campo socialista
europeo. Las ex-repúblicas soviéticas y los países del centro europeo se
movieron hacia el proyecto de Comunidad europea y se embarcaron en el pacto
militar norteamericano de la OTAN.
En la década de 1990 la
reunificación de Alemania la convirtió en una de las economías más grandes del
mundo. La Europa con 28 países miembros superó a EEUU en producción y competía
en riqueza. El talón de Aquiles de Europa es su dependencia frente al poderío
militar de EEUU y la disminución de su participación en el mercado mundial.
Otra de las debilidades del ‘viejo continente’ es su población envejecida, cada
vez menos productiva.
En la segunda década
del siglo XXI Europa se enfrenta a un mundo que no conoce. Hace apenas un siglo
dominaba todos los continentes con sus exportaciones y plazas financieras. Era
la potencia militar por excelencia y poseía colonias en los cuatro puntos
cardenales. Su competitividad, sin embargo, fue reducida por EEUU y, en el
presente, por la China emergente. La rica cultura europea ha sido secuestrada y
desfigurada por el populismo mercantil que promueve EEUU. Políticamente, la
Europa del sur se ha rebelado y el centro se ha manifestado partidaria de
políticas neo-fascistas que cuestionan las versiones, hasta hace poco
hegemónicas, de un orden social-demócrata y demócrata cristiano. Más encima, la
política europea que pretendía ‘rejuvenecer’ su población con migrantes del
Medio Oriente se convirtió en una bomba que reventó en el corazón del ‘viejo
continente’.
La promesa europea se
está convirtiendo en una caricatura. América Latina podría haber sido su
salvación. No aprovechó las oportunidades que se le abrieron al comercio y a la
transferencia de tecnología que se pudo lograr con los países de la región. La
Comunidad Europea delegó en España las relaciones con sus antiguas colonias y
Brasil. Los resultados fueron catastróficos. Madrid regresó a América con sus
velas desplegadas con la idea de reeditar la conquista.
En el lugar de los
europeos aparecieron los chinos, estableciendo campamentos mineros a lo largo
de los Andes, haciendas agrícolas sobre las costas del Atlántico así como
nuevas relaciones comerciales en la América meridional. Europa fue expulsada de
su posición privilegiada en la región.
Europa está económica y
políticamente en quiebra. La crisis griega puso fin al proyecto alemán de
convertirse en potencia hegemónica. Los ingleses están poniendo a prueba el
liderazgo teutón amenazando con su retirada. El proyecto europeo aparentemente
sólo tiene una carta que puede jugar en esta coyuntura: China.
La carta china, sin
embargo, pasa por Rusia y una región asiática convulsionada por las guerras
interminables por el control de los yacimientos petrolíferos de Medio Oriente.
La creación de un eje euro-asiático entre Pekín y Berlín que pase por Moscú
puede devolverle a Europa el oxígeno que necesita la economía alemana y de paso
a los demás países de esa región.
Un eje de este tipo
dejaría por fuera a EEUU y, de paso, a América Latina. EEUU dejaría de ser el
centro del mundo moderno y de las enormes ganancias que generan las inversiones
que se realizan a escala global. Sería el vuelco más significativo de la
historia después de la emergencia del capitalismo mercantil en Europa
occidental hace 250 años.
América Latina regresa
al dilema planteado por Bolívar hace dos siglos: ‘Somos uno o no somos’. A
pesar de que hemos logrado levantar una identidad propia – América Latina –
pareciera ser que es insuficiente. Lo entendieron Martí y Hugo Chávez. La
crítica a la dependencia y las teorías de la ‘decolonialidad’ son caminos que
pueden representar nuevas oportunidades. Hay que romper con ‘nuestro eurocentrismo’ y construir una nueva
identidad.
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