Hoy, como ayer, los
ecuatorianos nos levantaremos otra vez de entre las ruinas. Lo anticipa ya la
formidable solidaridad colectiva que se manifiesta en estos mismos días, cuando
infinidad de voluntarios actúan en la zona del desastre o marchan con ayuda
hacia Manabí.
Jorge Núñez Sánchez / El Telégrafo (Ecuador)
El más terrible
terremoto de nuestra historia se produjo el 4 de febrero de 1797, cuando
todavía éramos colonia de España, y tuvo una magnitud de 8,3 grados Richter.
Riobamba quedó arrasada y fueron semidestruidas Ambato, Guaranda, Latacunga,
Alausí y muchas otras poblaciones de la Sierra central. Los pocos caminos de la
época también fueron destruidos. Lo peor fue la muerte de 40 mil personas, unas
por el sismo y otras por el hambre y las plagas que sobrevinieron.
Pero en pocos años
nuestro pueblo se levantó de entre las ruinas: unidos blancos, indígenas y
mestizos, trasladaron Riobamba a la llanura de Tapi, donde trazaron y levantaron
una nueva ciudad, antisísmica, de calles anchas, numerosas plazas y casas de un
solo piso, que es la bella ciudad que conocemos hoy, ya modernizada y mejorada.
También fueron reconstruidas las demás ciudades y pueblos.
Otro horrendo terremoto
fue el ocurrido en Ibarra, el 16 de agosto de 1868, que cobró la vida de más de
13 mil personas. Los sobrevivientes se asentaron en La Esperanza, mientras su
ciudad volvía a levantarse bajo la mano firme de Gabriel García Moreno y con
los mismos criterios antisísmicos de la reconstrucción de Riobamba. Al fin, el
28 de abril de 1872, los ibarreños volvieron a su ciudad y desde entonces
celebran orgullosos su ‘Fiesta del Retorno’.
Casi cuarenta años
después, el 31 de enero de 1906, se produjo en Esmeraldas un terremoto de 8,9º,
que se considera el sexto más fuerte del mundo. Tuvo su epicentro en la costa,
afectó a un área de 300 mil kilómetros y fue sentido desde Guayaquil hasta
Medellín. Produjo un tsunami que arrasó con Esmeraldas, Tumaco y otras
poblaciones ribereñas. Dos islas de Tumaco y cuatro de Rioverde desaparecieron
bajo las aguas. Pero nuestro pueblo volvió a levantarse de entre las ruinas y
reconstruyó sus poblaciones.
El 14 de mayo de 1942,
un sismo de 7,9º se produjo en Jama y afectó a Manabí y Guayas, destruyendo
muchas edificaciones, arruinando poblaciones y causando centenares de víctimas
en Guayaquil, Portoviejo, Bahía, Manta, Junín y Esmeraldas. Otra vez nuestro
pueblo restañó sus heridas y reconstruyó lo que la furia de la naturaleza había
destruido.
Siete años más tarde,
el 5 de agosto de 1949, se produjo el terrible terremoto de Ambato, de 6,8
grados, que arrasó con esa ciudad y otros 30 pueblos cercanos, sobre todo
Pelileo, Patate, Píllaro y Guano. El pueblo de Libertad fue tragado por la tierra.
El sismo alteró la geografía de la zona y afectó a todas las provincias de la
Sierra central. Se calcula que dejó sin hogar a 100 mil personas y produjo más
de 5 mil víctimas, de ellas 3 mil 200 solo en Pelileo.
Pero los ambateños y
tungurahuenses sacaron fuerzas de su flaqueza y mostraron un formidable temple
humano, al reconstruir en relativamente pocos años sus ciudades y pueblos, con
la ayuda solidaria del país y del mundo. Y en 1951 instituyeron la Fiesta de la
Fruta y de las Flores, como una respuesta al desastre natural y una muestra de
su voluntad de existir.
Hoy, como ayer, los
ecuatorianos nos levantaremos otra vez de entre las ruinas. Lo anticipa ya la
formidable solidaridad colectiva que se manifiesta en estos mismos días, cuando
infinidad de voluntarios actúan en la zona del desastre o marchan con ayuda
hacia Manabí, mientras se hacen masivas donaciones en todo el país a favor de
los damnificados. ¡Ese es nuestro temple humano!
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