Pese a todos los limitantes que podamos advertir, lo sucedido en Guatemala
durante 2015, revela el potencial de cambio que tiene el acabar con el
fatalismo que impide la movilización ciudadana. Los grandes cambios se han
dado, cuando el sentimiento de que lo que se vive ya no puede seguir
existiendo y se combina con la aparición
de una fuerza política coherente.
Carlos Figueroa Ibarra / Especial para Con Nuestra América
Desde Puebla, México
El año de 2015 se vivieron en Guatemala momentos notables producto de la
indignación ciudadana frente a la corrupción y molicie de la clase política del
país. Los resultados fueron asombrosos, pese a un final decepcionante aunque
congruente con el grado de conciencia que se mostró durante todas las
movilizaciones. Me pregunto cuál es la causa del desprestigio de la política
que origina a su vez a la antipolítica. Buena parte de las encuestas realizadas
en toda Latinoamérica, muestran que los partidos políticos son las
instituciones más desprestigiadas en la región. Más aun que las policías, las
cuales en una parte muy importante están integradas por elementos corruptos y
funcionan más como un dispositivo al cual hay que temerle, que uno con el cual
la ciudadanía debería sentirse segura.
La causa del desprestigio de la política bien podría radicar en que las
clases políticas de buena parte del mundo,
no son guiadas ni por la ética de la convicción ni tampoco por la ética
de la responsabilidad. Ambas categorías fueron pensadas por Max Weber y resultan de gran utilidad para todo aquel que
hace política de la buena. La mayoría de los políticos y políticas no tienen ninguna de estas dos éticas y se
mueven por lo que el politólogo italiano Angelo Panebianco ha llamado “los
incentivos individuales” entre los cuales están sobre todo el poder y el
dinero. En un momento en que en México se están eligiendo gobernadores en doce
estados, los escándalos de corrupción se agregan a los que ya se han vivido en
tiempos relativamente recientes. En 2014 y 2015 un escándalo involucró al
presidente de México, Enrique Peña Nieto, al saberse que su esposa había
adquirido con muchas facilidades una lujosísima residencia (“La casa blanca”)
de los mismos empresarios que habían sido beneficiados con la concesión de una
mayúscula obra pública. En este momento,
el escándalo se centra en Miguel Ángel Yunes, candidato a gobernador de Veracruz por la
coalición PAN-PRD quien fue denunciado por poseer inmuebles por 498 millones de
pesos (aproximadamente 30 millones de dólares).
Y está circulando en los medios
de comunicación, que el candidato oficial a gobernador de Puebla, José Antonio
Gali, tiene empresas por un valor de más de 116 millones de pesos (casi 7
millones de dólares).
Lamentablemente el resultado de estos escándalos cotidianos son el
escepticismo y el fatalismo. El escepticismo
se sintetiza con la frase de “todos son lo mismo”. El fatalismo lo hace
con la que dice que “para qué vamos participar si de todos modos, todo va a seguir
igual”. Pese a todos los limitantes que
podamos advertir, lo sucedido en Guatemala durante 2015, revela el potencial de
cambio que tiene el acabar con el fatalismo que impide la movilización
ciudadana. Los grandes cambios se han dado, cuando el sentimiento de que lo que
se vive ya no puede seguir existiendo y
se combina con la aparición de una fuerza política coherente.
Se vive entonces el tránsito de la antipolítica a la política alternativa.
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