Las movilizaciones sociales
de 2015 no fueron espurias. Evidenciaron el nivel de conciencia de un conjunto
pluriclasista mayoritariamente dominado por las clases medias urbanas que
expresaron el rechazo a la corrupción e inclinación por la antipolítica.
Carlos Figueroa Ibarra / Especial para Con Nuestra América
Desde Puebla, México
La semana recién pasada tuve la
oportunidad de participar en Guatemala en actividades académicas en la Escuela
de Historia de la USAC y en la FLACSO. Tuve la
fortuna también de ser invitado a conversatorios y disertaciones con
varios de los colectivos que surgieron o se consolidaron en las intensas movilizaciones que se
observaron en el país, particularmente en su capital, entre abril y agosto de
2015. Hoy, las grandes preguntas que
surgen con respecto a las reflexiones
que han suscitado dichas movilizaciones tienen que ver con sus causas, su
contenido y finalmente sus consecuencias.
He revisado el libro de Miguel Ángel Sandoval y publicado cuando
todavía no concluían las movilizaciones que
culminaron con la renuncia del
presidente Pérez Molina, la vicepresidenta Baldetti y su encarcelamiento, así como el de de diversos funcionarios del
gobierno y otros notables. Publicado en junio de 2015, el libro de Miguel Ángel es un texto que exuda
entusiasmo por la gran movilización y en
su título lleva esperanza “El 25 de abril y la revolución moral del siglo
XXI”. Hace unos días recibí el No. 48 de la Revista El Observador con dos textos importantes escritos por
Carmen Reina y Marco Fonseca. Finalmente
mi querido amigo Virgilio Álvarez Aragón me ha regalado su último libro
“La revolución que nunca fue. Un ensayo de interpretación de las jornadas
cívicas de 2015”. No pueden dejar de
mencionarse los textos periodísticos de Mario Roberto Morales. He aquí pues
varios textos, seguramente habrá algunos
más que no conozco, que son las primeras sistematizaciones sobre los
acontecimientos históricos del año pasado en Guatemala.
No he podido dejar de oír con
sorpresa que una interpretación de los acontecimientos, adjudica a Washington el papel de gran
conspirador y en esencia autor de todos los acontecimientos políticos sucedidos
el año pasado. No se dice sino una
verdad muy conocida cuando se afirma que el gobierno estadounidense ha actuado
siempre como un actor fundamental en los acontecimientos de países como
Guatemala. Pero me parece muy limitado
interpretar todo lo sucedido en base a esa variable. Hace algunos años tuve la
oportunidad de entrevistarme con el embajador
estadounidense de aquel entonces,
el memorable Stephen Macfarland, y en su sobriedad diplomática pude entrever
que había dos elementos centrales en las preocupaciones estadounidenses para Guatemala: la
penetración del crimen organizado en el seno del Estado y la necesidad de impulsar
un programa de justicia transicional que castigara a los violadores de los
derechos humanos. Y lo sucedido en los últimos años revela que dicha agenda se
ha venido cumpliendo en niveles que no imaginábamos que era posible.
Pero las movilizaciones sociales de 2015 no fueron espurias. Evidenciaron
el nivel de conciencia de un conjunto pluriclasista mayoritariamente dominado
por las clases medias urbanas que expresaron el rechazo a la corrupción e
inclinación por la antipolítica. El gobierno actual de Guatemala es el
resultado orgánico de esa subjetividad. Esperemos que los textos
interpretativos aquí anunciados sean el inicio de una reflexión que haga
caminar a la indignación a peldaños más elevados.
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