Volver a poner sobre la
mesa de discusión el debate sobre la hegemonía será central en esta nueva etapa
que se abre en el país, en donde la clausura de las voces que difieren con el
relato que inventa y reproduce el macrismo y los medios de comunicación
dominantes está a la orden del día.
Nicolás San Marco[i]
/ Especial para Con Nuestra América
Desde Buenos Aires,
Argentina
En momentos en que
América Latina vuelve a sufrir una descomunal descarga contrarrevolucionaria
contra los procesos políticos progresistas que se han abierto paso en la región
desde hace ya más de diez años, resulta imprescindible darnos a la urgente
tarea de seguir desentrañando lo ocurrido en este último tiempo en Argentina, a
fin de que podamos diagnosticar con precisión las causas de la victoria
electoral de la derecha en las últimas elecciones presidenciales, con el
objetivo de seguir aportando al debate sobre la necesidad, siempre urgente, de
construir una fuerza política contrahegemónica a los imperativos
norteamericanos.
Para ello es
importante, previamente, realizar algunas observaciones acerca de la actual
fase reaccionaria del imperialismo norteamericano en la región.
Gramsci nos explicaba
en “Las notas sobre Maquiavelo” cómo a través de diferentes mecanismos la
dominación se transforma en hegemonía. La superación del concepto de dominación
weberiano es la nota fundamental en este punto en la medida en que para Gramsci
el Estado es algo más que la mera monopolización de la coacción física. El fundador
del Partido Comunista italiano amplía la noción de Estado e incluye en ella a
la sociedad civil, garante última ésta de la continuidad del sistema
capitalista: el foco de análisis gramsciano es puesto, en este caso, en los
mecanismos de transmisión ideológica que permiten que el consenso necesario
para gobernar se sostenga sobre bases más sólidas que si se recurriese en todo
momento a la violencia física. Es decir, no cabe la posibilidad de ejercer el
poder a través del mero control coercitivo si no existiese un sustento
hegemónico; si no existiesen, en definitiva, grupos formadores de
cultura/ideología en el mismo seno del pueblo. En palabras de Gramsci, esto es:
el “complejo de las actividades prácticas y teóricas con las cuales la clase
dirigente no sólo justifica y mantiene su dominio, sino también logra obtener
el consenso activo de los gobernados”[1];
para terminar diciendo que tal hegemonía es la “base del Estado, entendido
estrictamente como aparato gubernativo-coercitivo”[2].
En este sentido, ¿Qué otra cosa significan si no las Guerras de Cuarta y Quinta Generación (G45G)?
En un contexto de
recomposición de la derecha regional y avance de la contrarrevolución
norteamericana sobre “el patio trasero de los EE.UU.”[3];
en un contexto signado por la agudización de la crisis del sistema capitalista
y el sistemático hostigamiento a Venezuela, Ecuador, Bolivia, Brasil, y hasta
el 10 de diciembre de 2015, Argentina, necesitamos poner nuevamente en debate
la discusión en torno al concepto de hegemonía.
Fue claro el rol jugado
por los medios de comunicación dominantes en toda la región a la hora de
desestabilizar gobiernos de carácter nacional-popular-latinoamericanos que
asumieron la titánica tarea y compromiso de desprenderse de los lineamientos
neoliberales emanados décadas atrás desde el Consenso de Washington. Es
necesario, sin embargo, apuntar antes de avanzar que cuando hablamos de G45G
estamos haciendo referencia a nuevas formas de intervención/dominación, y de
contrainsurgencia, que despliega el imperialismo en su afán de promover lo que
ayer lograba por la coacción física utilizando a las fuerzas armadas como punta
de lanza. Hoy, a diferencia de lo que ocurrió durante todo el siglo XX, los
golpes de estado y las destitución de gobiernos que se oponen a los dictados de
Washington surgen y se dan en el marco de un proceso, sostenido en el tiempo,
de desestabilización permanente o en desarrollo continuo que tiene como
principal ariete de batalla la creación y promoción de conflictos que se llevan
a cabo “con armas psicológicas, sociales, económicas y políticas”[4].
De lo que se trata es
de dirigir la voluntad general hacia posiciones político-culturales que nada
tengan que ver con la construcción de un imaginario colectivo que apunte a la
edificación de una sociedad post-capitalista, o que al menos se de a la tarea
de la construcción de una contrahegemonía que se presente como alternativa al american life way. En este sentido, la
definición que da Gene Sharp, el ideólogo de la “teoría de la no violencia”, es
categórica: “la acción no violenta es una técnica para conducir conflictos”.
Por supuesto, más allá de la falsedad explícita de la frase en cuanto a la no
violencia en lo que él llama “conducción de conflictos” -desestabilizaciones de
gobiernos populares u opositores a los mandatos del Departamento de Estado-,
resulta significativo resaltar la forma en la cual se explicita, sin ningún
tipo de tapujo, el modus operandi de las actuales intervenciones
norteamericanas.
“La hegemonía, en estos términos, no puede ser circunscrita al poder económico o militar, aunque éstos formen parte de los argumentos de construcción de los discursos de verdad. El poderío militar y la organización económica, para ser eficaces deben convencer de su infalibilidad y de su inmanencia. (...) La dominación se impone en lo cotidiano y en la creación de sentidos comunes…”[5]. Por esto la guerra asimétrica, los conflictos de baja intensidad (CBI), las guerras sucias, las acciones encubiertas, la promoción de guerras civiles, y la guerra psicológica llevada adelante por los grandes medios de comunicación locales dirigidos desde las oficinas de la CNN.
Pensemos, únicamente,
sin adentrarnos demasiado, en lo ocurrido en Honduras, Paraguay, Venezuela,
Ecuador, Brasil, y Bolivia; en este último país, por ejemplo, en la
participación de ONG’s, financiadas por Estados Unidos, con discursos pseudo-ecologistas cuando el conflicto sobre la carretera
del TIPNIS.
Argentina no ha
escapado a esta misma lógica desestabilizadora. ¿Cuáles fueron los mecanismos
decisivos utilizados por la derecha durante estos últimos doce años de gobierno
kirchnerista que permitieron, en un primer momento, ir sistemáticamente
desgastándolo y desestabilizándolo, para finalmente derrotarlo en elecciones,
cuando ni desde el gobierno ni desde una parte importante del campo popular se
creía posible este desenlace?
La solución a las
“dictaduras” en América Latina, sostiene Gene Sharp en sus manuales de
contrainsurgencia, es focalizar los esfuerzos de derrocamiento de gobiernos populares
y democráticamente elegidos concretamente en las demandas y necesidades que
aquellos no han podido, sabido, o querido atender o satisfacer; de manera tal
que una vez evidenciadas tales demandas y necesidades se dé comienzo a un
proceso destituyente sostenido a lo largo del tiempo. El papel jugado por los
medios de comunicación hegemónicos en este proceso, en tanto fabricadores de
relatos que deslegitimen de manera sistemática las acciones y políticas del
gobierno de turno y que agiganten los errores y/o defectos que ese gobierno
pueda tener, ha sido crucial durante estas casi dos décadas de procesos
progresistas en la región.
Argentina no ha sido la
excepción de ninguna de las fases de desestabilización propuestas en los
manuales de contrainsurgencia del Departamento de Estado. Nuestro país ha
sufrido el proceso que denominamos hoy como “golpe blando” y que se lleva
adelante en diferentes etapas o fases, de las cuales la primera se denomina de
“ablandamiento”, en la cual se crean conflictos y se promociona el descontento,
se exacerban situaciones de malestar, y se promueven denuncias, diariamente, de
corrupción. Un segundo momento, que tiene el
nombre de “etapa de deslegitimación”, en donde los prejuicios anti-comunistas
están a la orden del día, en donde se enarbolan banderas sobre la libertad de
prensa -que es precisamente la que Macri más alto levanta hoy desde Casa Rosada
y desde el flamante Ministerio de Comunicación- y en donde las acusaciones de
totalitarismo - gran paradoja, si es que las hay- comienzan a ir construyendo
un relato que tiene como objetivo final un desenlace hacia la fractura
ético-política del gobierno. Todo esto en la medida de generar una opinión
pública favorable, ya entrando en la tercer etapa, para que ciertos grupos,
movimientos, y partidos, se movilicen por aquellas demandas sociales que el
gobierno no ha satisfecho y que los medios de comunicación se han encargado de
potenciar desde las radios y pantallas de televisión, sea el caso de la
inseguridad, la inflación, el desabastecimiento, los impuestos, la corrupción,
etc.
Por último, surgen, y
se potencian desde los medios hegemónicos, situaciones en las que se dan
diferentes combinaciones de formas de lucha en donde se organizan marchas
periódicas, abundan las operaciones de guerra psicológica, aparecen incluso
rumores de desmoralización en organismos de fuerzas de seguridad -recordemos lo
ocurrido con los motines de Gendarmería-, y se sabotean servicios esenciales
para la sociedad. Se promociona el aislamiento internacional, todo lo cual
prepara el “escenario” político que hace posible que una porción de la
población cada vez mayor llegue a exigir la renuncia del presidente -hemos
podido escuchar, incluso, durante el gobierno de Cristina Fernández de
Kirchner, como algunos voceros de la derecha pedían sin medias tintas la
destitución antes de que finalice su mandato-. Se llega, así, al objetivo final
que es la fractura institucional, concretamente en términos de los manuales de
contrainsurgencia del imperialismo, pero que en Argentina implicó una
“degradación del ‘proyecto nacional’, consistente en forzar una ralentización
paulatina del ritmo de los cambios, aprovechando la falta de disposición
gubernamental a realizar cambios estructurales, combinada con la construcción
de un arco opositor que va desde las fuerzas de la más rancia oligarquía hasta los trostkistas, pasando por elementos del viejo
bipartidismo de fuera y dentro del oficialismo y de la nueva y vieja burocracia
sindical”[6].
Siguiendo a Thierry
Meyssan, si “el lema de las ‘revoluciones de color’ se remonta a una
perspectiva infantil: lo que importa es derrocar al jefe de Estado, sin
considerar las consecuencias”, pensemos, simplemente, y sin entrar en detalles,
el papel jugado por el trotskismo en América Latina frente a los procesos
nacional-popular-latinoamericanos, y más específicamente en Argentina en
momentos en donde el futuro de la nación estaba puesto en la disyuntiva de
tener que elegir entre dos modelos de país, uno representado por Mauricio Macri
y el otro por Daniel Scioli, y estos grupos que se autoproclaman de izquierda
vociferaban a viva voz que ambos proyectos significaban lo mismo.
Hace unos días,
Fernando Buen Abad Domínguez, en un profundo y agudo artículo sobre la
situación comunicacional actual y los desafíos presentes que el campo popular
puede asumir para hacer frente a la contrarrevolución que estamos viviendo a
nivel regional, pero fundamentalmente en Argentina, sentenció que “muchos de
los grandes pasos dados, de los logros y de los saltos cualitativos se nos
quedaron cortos, breves o efímeros. Muchas de las tareas necesarias no se
hicieron, muchas de las trincheras teóricas no se tocaron, muchos presupuestos
y gastos no se ejercieron. Muchos productos se quedaron en bodega, en silencio
o en papeles. Muchos llamados a la unidad quedaron en el vacío, muchas
asambleas olvidadas, muchos acuerdos congelados. Muchas soluciones creativas no
se idearon, no se aplicaron, no florecieron. Nos ahoga nuestra crisis de
dirección revolucionaria y estamos como atónitos”[7].
Para finalmente
exhortarnos a pensar lo que haremos desde el campo popular, desde el periodismo
alternativo, desde los partidos, movimientos, sindicatos, y organizaciones que
buscamos otra forma de comunicar, otras formas de construcción política, y un
horizonte radicalmente opuesto al que nos venden desde los grandes centros de
comunicación y tanques de pensamiento hegemónicos. Y entre las propuestas y
desafíos que tenemos por delante, el filósofo mexicano, nos propone, entre
algunas otras, por ejemplo, construir “agendas propias capaces -desde las
luchas y los frentes- de combatir todo lo que resta visibilidad a los logros a
la organización y la movilización social”, “salir de los estereotipos y de los
acartonamientos; revolucionar las metodologías del relato, la ética y la
estética revolucionaria”,“habilitar tecnológicamente a las luchas mediáticas
contra-hegemónicas”, y algo que resulta ser sumamente interesante y novedoso y
que tiene que ver con el llamado a un “Referéndum Continental sobre el papel de
las oligarquías y sus medios, discutir leyes pertinentes para garantizar que
nunca más, una actividad social estratégica y prioritaria como es la
comunicación, quede en manos de capitales privados manipulados
transnacionalmente”[8].
La tarea no será sencilla, no lo fue en momentos en que el Estado era conducido
por Néstor Kirchner, y luego por Cristina Fernández de Kirchner, mucho menos lo
será ahora. La unidad del campo popular, en este sentido, será fundamental a la
hora de construir un amplio frente o espacio de oposición-resistencia a los
embates políticos, económicos, culturales del macrismo. Volver a poner sobre la
mesa de discusión el debate sobre la hegemonía será central en esta nueva etapa
que se abre en el país, en donde la clausura de las voces que difieren con el
relato que inventa y reproduce el macrismo y los medios de comunicación
dominantes está a la orden del día. Necesitamos nuevas formas de comunicar, de
hacernos escuchar entre tanta estrategia de distracción y mentira sistemática
diaria.
[1] Gramsci,
Notas sobre Maquiavelo, sobre la política y sobre el Estado moderno, trad. J.
Aricó, Buenos Aires, Nueva Visión, 1997, pp. 156 y 158.
[2] Ibidem, p.
161.
[3] Fue John
Kerry quien, en 2013, siendo secretario de Estado norteamericano, dijo, frente
al Comité de Asuntos Exteriores de la Cámara de Representantes que consideraba
a América Latina como “el patio trasero de Estados Unidos”. http://www.tercerainformacion.es/spip.php?article50400.
[4] Así lo
confesó Gene Sharp, el 12 de junio de 2007, dos años después de la
investigación que publicara Thierry Meyssan sobre los nexos del autor de “De la
dictadura a la democracia” y el Instituto Albert Einstein (AEI, por su siglas
en inglés) con la Agencia Central de Inteligencia (CIA).
[5] Ceneña, Ana
Esther. Estrategias de construcción de una hegemonía sin límites. En libro:
Hegemonías y emancipaciones en el siglo XXI. Ana Esther Ceceña (comp.). CLACSO,
Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales, Buenos Aires, Argentina. 2004. p.
224.
[i] Miembro del Comité Central de la Federación
Juvenil Comunista de la Argentina. Investigador del Centro Cultural de la
Cooperación Floreal Gorini.
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