Tal es el título del
libro que hace unos meses me envió su autora, mi querida amiga Myrna Torres
Rivas. Por diversos motivos, el texto tardó varios meses en llegar a mis manos
y confieso que a pesar de mi admiración por ella, su autobiografía me ha sorprendido
como nunca imaginé. Sus memorias
simplemente me han parecido
espléndidas.
Carlos Figueroa Ibarra / Especial para Con Nuestra América
Desde Puebla, México
Al tener en mis manos
un relato autobiográfico de 523 páginas, pensé que era una extensa relación de
acontecimientos personales, recuerdos íntimos y evocaciones de personajes
queridos. Me he encontrado con todo ello, pero además con una narrativa de
valor histórico y hasta de alcances sociológicos. No cabe duda que el libro de
Myrna Torres Rivas, será en el futuro una imprescindible fuente documental.
Myrna nos ofrece un
retrato de la Guatemala bajo la
dictadura de Ubico. Nos evoca también la Nicaragua de principios de los
cuarenta, con la todavía fresca memoria
del asesinado Sandino; el derrocamiento de la dictadura ubiquista y el inicio
de la década revolucionaria; la primavera de los diez años de la revolución
guatemalteca; la tragedia de la contrarrevolución de 1954; los años del exilio
guatemalteco en México después del derrocamiento de Arbenz. Finalmente, el impacto de la revolución
cubana en México, Guatemala, Nicaragua y Centroamérica entera. En el libro aparecen personajes, hechos históricos,
anécdotas, mencionados con una extraordinaria precisión en fechas y lugares que
solamente se explica porque la autobiografía se sustenta en su costumbre de
toda la vida de llevar un diario. No en balde en el prólogo del libro, Sergio
Ramírez con justicia escribe que las memorias de Myrna están escritas con un
“envidiable estilo llano y rico” y que la relación de su vida en realidad es
“una historia centroamericana para la posteridad”.
El libro tiene momentos
de intenso dramatismo como la despedida con su esposo, Humberto Pineda, al
incorporarse éste a la guerrilla guatemalteca. Como la última conversación con
el querido Ernesto, cuando éste se había convertido en el Comandante Che
Guevara. Pero el pasaje más impresionante para mí, es el acontecido en la casa
de la familia Torres Rivas el 2 de enero de 1954. Esa noche, sin saberlo el
joven desaliñado médico argentino
encontraría el camino de la
grandeza histórica, al conocer al entrañable amigo de Myrna, el revolucionario
cubano Ñico López. Ese encuentro abriría
el camino que conduciría al Che hacia Fidel y hacia la entrañable transparencia
del Comandante que exactamente cinco años después se volvería leyenda. Es
impactante la remembranza de lo que sucedió esa noche, cuando ante la presencia
de varios invitados, Don Edelberto habló
de su prisión en Nicaragua y de su vocación antiimperialista. Y Ernesto Guevara
lo sorprendió agradablemente porque sabía el poema de Gabriela Mistral a
Sandino. Ñico López indignado habló de la Enmienda Platt mientras el dirigente
juvenil Edelberto Torres Rivas relató su viaje a China y su descubrimiento del
marxismo.
Sin embargo, acaso lo
que más impresiona del libro de Myrna es que transpira una visión del mundo
llena de femineidad. Son ojos de mujer los que nos cuentan historias de amores,
pasiones revolucionarias y epopeyas inolvidables.
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