En la
guerra cibernética no se usan armas físicas sino el campo cibernético con la
utilización de virus y hackers sofisticados que entran en las redes digitales
del enemigo para anular y eventualmente dañar los sistemas informáticos. Los
principales objetivos son los bancos, los sistemas financieros o militares y
todo el sistema de comunicación. Los combatientes de esta guerra son expertos
en informática y en telecomunicaciones.
Leonardo Boff / Servicios Koinonia
Conocemos
las formas clásicas de guerra, primero entre ejércitos y después de Hitler (con
su totaler Krieg = guerra total) de pueblos contra pueblos. Se
inventaron bombas nucleares tan potentes que pueden destruir toda la vida. Se
dice que son armas de disuasión. No importa. Quien tenga primero la iniciativa
gana la guerra, que duraría pocos minutos. La cuestión es que son tan letales
que pueden matar a todos, incluso a los primeros que las lanzaron. Se volvieron
armas de horror. Pero cuidado, la seguridad nunca es total y no es imposible
que algunas de ellas exploten bajo la acción de hackers, poniendo en riesgo a
gran parte de la humanidad.
Últimamente
se ha inventado otra forma de guerra de la que la mayoría ni siquiera se da
cuenta: la guerra cibernética, llamada también guerra informática, guerra
digital y ciberguerra.
Esta tiene
un telón de fondo que merece ser considerado: hay un exceso de acumulación de
capital hasta el punto de que las grandes corporaciones no saben dónde
aplicarlo. La agencia de políticas de desarrollo, Oxfam, presente en 94 países
y asesorada por científicos del MIT, nos proporcionó este año de 2017 los
siguientes datos: el 1% de la humanidad controla más de la mitad de la riqueza
del mundo. El 20% más rico posee el 94,5% de esa riqueza, mientras que el 80%
debe conformarse con el 5,5%. Es una profunda desigualdad que traducida
éticamente significa una injusticia perversa.
Esta
excesiva concentración no ve sentido en aplicaciones productivas porque el
mercado empobrecido no tiene condiciones de absorber sus productos. O continúan
en la rueda especulativa agravando el problema o encuentran otras salidas
rentables a las aplicaciones. Varios analistas, como William Robinson de la
Universidad de California, Santa Bárbara, que publicó un brillante estudio
sobre el tema, y también Nouriel Rubini, que previó la debacle de 2007-2008, refieren
dos salidas para el capital ultraconcentrado: invertir en la militarización
comandada por el Estado, construir nuevas armas nucleares o invertir en guerras
locales, guerra contra las drogas, en la construcción de muros fronterizos, en
inventar nuevos aparatos policiales y militares.
O bien
hacer grandes inversiones en tecnología, robotización, automatización masiva y
digitalización, cubriendo, si es posible, todos los ámbitos de la vida. Si la
inversión en 1980 era de 65 mil millones, ahora ha pasado a 654 mil millones.
En esta inversión están previstos servicios de control de las poblaciones,
verdadero estado policial y las guerras cibernéticas.
Sobre esto,
conviene detallar un poco el análisis. En la guerra cibernética no se usan
armas físicas sino el campo cibernético con la utilización de virus y hackers
sofisticados que entran en las redes digitales del enemigo para anular y
eventualmente dañar los sistemas informáticos. Los principales objetivos son
los bancos, los sistemas financieros o militares y todo el sistema de
comunicación. Los combatientes de esta guerra son expertos en informática y en
telecomunicaciones.
Este tipo
de guerra ha sido probado varias veces. Ya en 1999 en la guerra de Kosovo, los
hackers atacaron incluso al portaaviones norteamericano. Tal vez el más
conocido fue el ataque a Estonia el 26 de abril de 2007. El país se jacta de
poseer casi todos los servicios del país informatizados y digitalizados. Un
pequeño incidente, el derribo de la estatua de un soldado ruso, símbolo de la
conquista rusa en la última guerra, por civiles de Estonia sirvió de motivo
para que Rusia dirigiera un ataque cibernético que paralizó prácticamente todo
el país: los transportes, las comunicaciones, los servicios bancarios, los
servicios de luz y agua. Los siguientes días desaparecieron los sitios del
Parlamento, de las Universidades y de los principales diarios. Las
intervenciones venían de diez mil ordenadores distribuidos en distintas partes
del mundo. El jefe de Estado de Estonia declaró acertadamente: "nosotros
vivíamos en el futuro: bancos en línea, noticias en línea, textos en línea,
centros comerciales en línea; la total digitalización hizo todo más rápido y
más fácil, pero también creó la posibilidad de hacernos retroceder siglos en segundos".
Es muy
conocido el virus Stuxnet, producido posiblemente por Israel y Estados Unidos,
que logró entrar en el funcionamiento de las plantas de enriquecimiento de
uranio de Irán, aumentando su velocidad a punto de agrietarse o imposibilitar
su funcionamiento.
El mayor
riesgo de la guerra cibernética es que puede ser conducida por grupos
terroristas, como el ISIS o por otro país, paralizando toda la infraestructura,
los aeropuertos, los transportes, las comunicaciones, los servicios de agua y
luz e incluso romper los secretos de los aparatos de seguridad de armas letales
y hacerlas disparar o inutilizarlas. Y todo esto a partir de cientos de
ordenadores operados desde diferentes partes del planeta, imposibilitando
identificar su lugar y así hacerles frente.
Estamos,
por tanto, frente a riesgos innombrables, fruto de la razón enloquecida. Sólo
una humanidad que ama la vida y se une para preservarla podrá salvarnos.
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