La
gravitación de los intereses de Rusia (que busca nuevos mercados y aliados para
superar las dificultades derivadas de las sanciones económicas arbitrarias
impuestas por Washington y Bruselas) en nuestra América, reclama de todos y
todas seriedad en el estudio de las nuevas realidades, para no perdernos en
medio de las dinámicas de un mundo cada vez más complejo, que cambia en forma
acelerada.
Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa
Rica
El pasado
11 de diciembre, el presidente de la Federación Rusa, Vladimir Putin, declaró
en Siria la derrota del Estado Islámico -ese engendro terrorista financiado y
sostenido logísticamente por potencias hipócritas de Occidente y por un puñado
de monarquías vasallas del Golfo Pérsico y que ordenó el retiro de buena parte de las
tropas rusas destacadas en ese país para dar paso a una solución política a la
crisis; tan sólo un día después, en Moscú, el canciller Sergei Lavrov,
inauguraba una exposición de obras del artista Ilya Glazunov titulada
“Nicaragua a través de los ojos de un pintor” (sobre la Nicaragua de los años
1980, de la guerra civil y el apogeo de la Revolución Sandinista), en homenaje
al día de la amistad entre Rusia y el países centroamericano. Uno y otro
acontecimiento, aunque a primera vista pudieran parecer hechos aislados, dan
cuenta de dos aspectos que no podemos pasar por alto y que invitan a la
reflexión, por lo que dicen de los procesos globales en curso y por lo que
proyectan como tendencia para el futuro cercano de nuestra región: uno es el
ascenso de Rusia en el sistema internacional, desde la llegada al poder del
presidente (y una vez Primer Ministro) Putin hace ya 17 años, y su impulso a la
construcción de un orden internacional multipolar, en abierta oposición el
hegemonismo del eje noratlántico (EE.UU + Unión Europea); y el otro es la
creciente presencia rusa en América Latina, en una zona –Centroamérica y el
Caribe- que los EE.UU han considerado históricamente como su “patio trasero”.
No es un
dato menor el que una figura de altísimo nivel como Lavrov, sobre quien recae
la responsabilidad de conducción de la política exterior rusa, incluya en su
agenda oficial la participación en el acto cultural de celebración de las relaciones
entre una potencia que juega su partida en el tablero de la geopolítica global
–muchas veces en situaciones límite- y un país ubicado en una región marginal como es considerada la
centroamericana; y si además el diplomático califica a ese país de “socio
estratégico”, quedan pocas dudas de la relevancia que Rusia otorga a Nicaragua
como uno de sus puntos de ingreso a América Latina, junto a Cuba (a la que
condonó el 90% de una deuda de 35 mil millones de dólares) y Venezuela (con la
que mantiene acuerdos energéticos y una alianza política determinante frente a
la guerra de cuarta generación que desarrollan los Estados Unidos contra la
Revolución Bolivariana).
El gesto
del canciller Lavrov no era para menos: en la tierra de Sandino funciona ya el
Centro de Capacitación Antinarcóticos Rusia-Nicaragua, una estación del Sistema
Global de Navegación por Satélite (GLONASS), con recursos rusos se remodeló el
aeropuerto de Managua y el gobierno del presidente Daniel Ortega ha emprendido
la modernización de sus fuerzas armadas mediante la compra de armas a la
industria militar rusa (la más reciente, un lote de 50 tanques T-52), algo que
inquieta a los países vecinos –como Costa Rica- y por supuesto a los Estados
Unidos. De hecho, en el mes de abril el jefe del Comando Sur, el almirante Kurt
Tidd, previno a un comité del Senado estadounidense sobre la “actitud
inquietante” de Rusia en Nicaragua, que podría “afectar a la estabilidad de la
región”. Pero el de Nicaragua no es un caso aislado en lo que se refiere a la
compra de armas: según el director general de
Rosoboronexport, la empresa rusa exportadora de armas y
equipamento bélico, “desde 2001 América Latina es el destino de más del 9% de
las exportaciones de productos rusos con fines militares”, en particular,
aviones y helicópteros, que en 2016 representaron operaciones por un monto de 13.100
millones de dólares.
A finales
del mes de octubre, María Zajárova, la portavoz de la Cancillería rusa, declaró
que “hace tiempo que los países de América Latina y el Caribe dejaron de ser el
‘patio trasero’ de EE.UU.” Y efectivamente, en esa lucha han estado los pueblos
latinoamericanos durante los últimos años, con victorias y derrotas. Que en las
batallas políticas que nos faltan por librar, y en los caminos pendientes de
recorrer, tengamos que tener presente ahora también la gravitación de los
intereses de Rusia (que busca nuevos mercados y aliados para superar las
dificultades derivadas de las sanciones económicas arbitrarias impuestas por
Washington y Bruselas) en nuestra América, reclama de todos y todas seriedad en
el estudio de las nuevas realidades, para no perdernos en medio de las
dinámicas de un mundo cada vez más complejo, que cambia en forma acelerada.
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