En haber
dicho siempre a tiempo la verdad, por grave o dolorosa que fuera, está una de
las claves martianas de Fidel y de la revolución que condujo.
Guillermo Castro H. / Especial para
Con Nuestra América
Desde
Ciudad Panamá
Fidel
Castro trajo de vuelta a José Martí a la política cubana y latinoamericana al
consagrarlo como el autor intelectual del asalto fallido al Cuartel Moncada el
26 de julio de 1953, que sería en el punto de partida en la renovación
triunfante de la lucha de liberación nacional convocada por el Apóstol en 1895,
para asegurar que Cuba llegara a ser libre “de España y de los Estados Unidos.”
En ese ser y ese hacer martianos, también, Fidel se definió a sí mismo, a su
pueblo y a la revolución que le correspondió conducir.
No es
casual, ni se reduce únicamente a las virtudes de su liderazgo, que - en lo más
helado de la Guerra Fría como ante las secuelas del derrumbe del socialismo en
la Unión Soviética y Europa Oriental -, Cuba brillara en el mundo en todo
momento con luz propia, y enfrentara con éxito desafíos que fueron desde la
amenaza de un ataque nuclear a comienzos de la década de 1960 hasta la grave crisis
económica que debió encarar en la de 1990. Esa luz le vino a Cuba, como lo
ejerció Fidel, de aquel “injértese en nuestras Repúblicas el mundo, pero que el
tronco sea el de nuestras Repúblicas”.[1] De esa
misma fuente vino, también, el saber con absoluta certeza que “un principio
justo, desde el fondo de una cueva, puede más que un ejército.”[2]
Para que
eso sea posible, es necesario que el principio encarne en un pueblo entero, y
adquiera así la capacidad de incidir en el curso de la historia como una fuerza
material. Ese pueblo nunca existe de por sí. Debe ser creado o, mejor, le debe
ser abierta la posibilidad de crearse a sí mismo en la práctica como en la
reflexión. Pocos, como Fidel y sus compañeros del núcleo fundador del
Movimiento 26 de Julio primero, y de la República Socialista de Cuba después,
han comprendido y ejercido a tal cabalidad esa labor de creación, comprendiendo
que forma parte de ella que los pueblos hayan de tener “una picota para quien
les azuza a odios inútiles; y otra para quien no les dice a tiempo la verdad.”[3]
En haber
dicho siempre a tiempo la verdad, por grave o dolorosa que fuera, está una de
las claves martianas de Fidel y de la revolución que condujo. Y esa verdad
incluye hoy – contra toda sevicia, contra toda ignorancia - que
Honra y conmueve pensar que cuando cae en tierra de
Cuba un guerrero de la independencia, abandonado tal vez por los pueblos
incautos o indiferentes a quienes se inmola, cae por el bien mayor del hombre,
la confirmación de la república moral en América, y la creación de un
archipiélago libre donde las naciones respetuosas derramen las riquezas que a
su paso han de caer sobre el crucero del mundo.[4]
Así ha
partido Fidel. Así vive y vivirá, del Bravo a la Patagonia, en nosotros, con
todos, y para el bien de todos.
Panamá, 27 de noviembre de 2017
NOTAS
[1] “Nuestra América”. El
Partido Liberal, México, 30 de enero de 1891. Obras Completas.
Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975. VI, 18.
[2]“El día de Juárez”. Patria.
Nueva York, 14 de julio de 1894. Obras Completas. Editorial de Ciencias
Sociales. La Habana, 1975. VIII, 256
[3] “Nuestra América”.
El Partido Liberal, México, 30 de enero de 1891. Obras Completas.
Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975. VI, 22.
[4] “Manifiesto de Montecristi”.
Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975. IV,
101
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