La invasión militar a
Venezuela se podría transformar en la primera batalla de una nueva ruta a
Ayacucho. Si la solidaridad y el apoyo
al pueblo de Venezuela en resistencia también sirve para que las diferentes
organizaciones de los pueblos hermanos superen el enfrentamiento fratricida y
busquen caminos de unidad en contra del enemigo común, la nueva etapa de luchas
será indudablemente una nueva etapa de victorias.
Sergio Rodríguez Gelfenstein / Especial para Con Nuestra
América
Desde Caracas,
Venezuela
El mundo asiste con
verdadero terror a un resurgimiento de las formas más retrógradas del
totalitarismo y la negación del pueblo como protagonista de las decisiones
políticas; a semejanza del período iniciado en 1933 cuando Adolfo Hitler tomó
el poder en Alemania, esta nueva etapa está caracterizada por un rechazo a la
democracia, la persecución de las minorías, el linchamiento social, la
segregación, el militarismo, el racismo y la exaltación de la violencia como
forma fundamental de hacer política.
La diferencia es que,
en el siglo pasado, el interés capitalista en destruir a la Unión Soviética le
dio vía libre a Hitler para realizar sus desmanes siempre que se dirigiera
hacia el este y Estados Unidos solo actuó tras permitir que Japón destruyera
parte de su flota en el Pacífico, a fin de tener los argumentos para
contrarrestar tal acción, limitándose a operar en ese océano, para intervenir
en Europa cuando la derrota nazi estaba casi consumada.
Al contrario, hoy
Estados Unidos es el actor principal de las acciones violentas, es el promotor
de la anti democracia, la guerra, el militarismo y actúa desembozadamente sin
importarle si tiene causas (que son reales), ni siquiera si tiene motivos (que
son falsos) para poner al mundo en un estado de tensión generalizado.
No creo que el planeta
haya vivido momentos tan peligrosos como ahora desde el lanzamiento por Estados
Unidos de las bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki en agosto de 1945. En
América Latina ni siquiera los desmanes de las dictaduras de seguridad nacional
impuestas por Estados Unidos en los años 60 y 70 del siglo pasado pueden
compararse con las aberraciones políticas y jurídicas y la violación de los
derechos humanos que se cometen ahora. Precisamente en ese aspecto, radica la
diferencia, hoy todo se hace de manera abierta y artera, sin que haya las
protecciones que en el pasado proporcionaba el mundo bipolar y la existencia de
potencias antagónicas que constituían un sistema que paradójicamente mantuvo el
equilibrio.
La superación de ese
sistema coincidió en América Latina con el fin de la larga noche neoliberal y
el ocaso de las tenebrosas dictaduras de derecha que bajo protección
estadounidense diezmaron al movimiento popular, sin embargo, el siglo XXI trajo
una nueva dimensión para la región: una democracia que permitió que llegaran al
gobierno fuerzas políticas que ponían en el centro los intereses nacionales y
los de los sectores desplazados y marginados de la población. En este momento,
todo eso es parte del pasado, como se dijo antes, hoy se enseñorean las más
brutales manifestaciones de la prepotencia imperial, la soberbia empresarial y
el delito político transnacional.
Contrario a lo que
pretenden hacernos creer, esto no es expresión de fortaleza, ni del triunfo de
sus ideas, tampoco de la constatación de que “el mundo es así” y no puede ser
cambiado. Me niego a creer que los pueblos pueden ser eternamente engañados y
que la democracia mediática representativa será capaz de establecer para
siempre la mentira, la especulación y la estafa como instrumentos de la
política para mantener a los pueblos bajo control.
Lo que vivimos no es
testimonio de vigor, es exhibición de debilidad, es la muestra más clara de que
el capitalismo y su expresión política:
la democracia representativa, en su forma moderna, que es aquella en la que la
soberanía no emerge del pueblo sino de los medios de comunicación, están en
franca crisis de la que no pueden salir por vía de la razón, por lo que se ven
obligados a recurrir a la fuerza para intentar salvar un sistema que se
desmorona.
No estoy diciendo que
el fin del capitalismo y de la democracia mediática representativa están a la
“vuelta de la esquina”, mis estudios en China me han permitido aprender que los
procesos políticos y sociales y sobre todo los de transformación de la
sociedad, son de largo plazo. Lo que estoy afirmando con total convicción es
que ese proceso ya se inició y que, aunque en su transcurrir, todavía se
llevará a miles y millones de personas en todas las latitudes y longitudes del
planeta, es un proceso inevitable. Los
pueblos que se propongan y tomen la decisión de marchar por un camino distinto
serán atacados y avasallados. Así ha
sido en el pasado reciente, los 150 mil muertos en Afganistán desde 2001, los
1.100.000 en Irak desde 2003, los 500 mil en Siria desde 2011, y los 10 mil de
Yemen desde 2015, por solo mencionar las peores atrocidades imperiales de
Estados Unidos y Europa en los últimos casi 30 años lo pueden atestiguar, estos
seres humanos solo son considerados un número necesario que debe ser
sacrificado para conservar el predominio del capitalismo, frente a la
emergencia del socialismo en China y otros países.
La posibilidad cierta
de que China, un país conducida por el Partido Comunista llegue a ser primera
potencia mundial, no deja dormir a los líderes occidentales, a la OTAN, a la
putrefacta Europa y sobre todo a Estados Unidos, quienes recurren a todo para
salvarse.
El capitalismo superó
su etapa de expansión basada en una acumulación generada por altos niveles de
producción para transitar a procesos de acumulación sustentados en la
especulación y la usura, lo cual ha llegado a un tope que augura su declive,
para sostenerse y mantener su modo de vida deben saquear los recursos naturales
y destruir el planeta, por eso niegan la existencia del cambio climático y el
calentamiento global, así mismo recurren a la guerra con el doble propósito de
obtener por la fuerza lo que no pueden conseguir por el convencimiento fuera de
sus fronteras y, al mismo tiempo hacen crecer de manera artificial su economía,
cuyos principales pilares son la venta de armas, el negocio energético y el
narcotráfico, para ello han creado una clase que ya no es de empresarios, sino
de delincuentes: son lo que sostienen la economía y ponen los gobiernos que
siguen sus dictados. En América Latina es más que patente; una buena cantidad
de delincuentes ostentan hoy el cargo de presidentes en varios países, lo cual
ya es habitual. Ya nadie se sorprende que así sea en el modelo mediático
representativo en el que los medios de comunicación son los que colocan a los
candidatos en la cabeza de los ciudadanos y tras enrevesados mecanismos de
dominación y control, ampliamente demostrados en la abundante literatura
existente, hacen que sean elegidos a través de comicios fraudulentos en las que
cada vez menos ciudadanos creen.
Pero, incluso en las
guerras no les esta yendo bien: en Afganistán después de permanecer 17 años, en
los que su único logro ha sido aumentar la producción de heroína que genera el
80% del opio que se obtiene en el mundo, Estados Unidos se ha visto obligado a
negociar con los talibanes su salida del país. Lo curioso es que los talibanes,
aliados de al Qaeda, son considerados como terroristas por Estados Unidos. En
Irak tuvieron que aceptar su derrota y aunque se mantienen en el país, no
pudieron impedir que se estableciera un gobierno de mayoría chií aliado de
Irán. En Siria, derrotados y sin poder obtener nada a cambio, junto a Israel,
se aliaron con las organizaciones terroristas, para tratar de salvarlas, cuando
la victoria del gobierno sirio es inminente y el presidente al-Ásad se mantiene
en el poder. Así mismo, un pequeño país como la República Popular Democrática
de Corea, obligó a Estados Unidos a sentarse a negociar a pesar de su
prepotencia y fanfarronería.
En África y Asia (tanto
en el Medio Oriente y Asia central como en la región Asia-Pacífico) e incluso
en la decadente Europa, China ha ido ganando espacio aceleradamente tras el
avance de su proyecto estratégico de la Ruta y el Cinturón de la Seda que ha
significado importantes mejoras en los países involucrados en este propósito.
Estados Unidos, a cambio solo promete, intervención, guerra y conflicto y los
pueblos indeteniblemente se alejan de su influjo que solo se mantiene áun por
la sujeción de élites parásitas, entreguistas y subordinadas al poder imperial.
En la guerra
tecnológica (verdadero trasfondo de la guerra comercial), China ha comenzado a
superar a su rival norteamericano, la llegada primero de China a la tecnología
5G, la dota de una superioridad que Estados Unidos no podrá retomar colocándose
en una situación de debilidad estratégica a la que -apegados a sus tradiciones-
han intentado reaccionar con la fuerza sin que esta haya hecho mella en la
también tradicional paciencia china. Hoy incluso, Estados Unidos no tiene ni
siquiera capacidad para poner sus naves en el espacio y debe recurrir a Rusia
para ello.
En este contexto, a
Estados Unidos solo le queda su “patio trasero” y lo quiere sujetar a cualquier
precio, en América Latina la potencia imperial se verá obligada a librar
batallas importantes, la historia ha colocado a los pueblos de América Latina y
el Caribe en la primera trinchera de lucha en defensa de la humanidad y hoy es
Venezuela quien está asumiendo esa responsabilidad, pero no está sola, los
pueblos de la región están con Venezuela.
Ni siquiera en la OEA,
Estados Unidos pudo ejecutar sus designios a tal punto que se vio obligado a
desecharla para crear otra entelequia llamada Grupo de Lima, en la que pueden
aplicarse sus designios sin cortapisas, pero esta asociación que representa lo
peor de las sociedades latinoamericanas, lo más asqueante y putrefacto de sus
élites y que hoy, configuran parte importante de la fauna presidencial de la
región, deben saber que por más lambisconería, subordinación y arrodillamiento
a Estados Unidos, representan solo una pequeña parte de la humanidad que se
opone a plegarse a los dictados imperiales.
Esto no será eterno, más temprano que tarde, los pueblos se los
sacudirán para ir configurando nuevamente una correlación de fuerzas a favor de
la democracia y la paz.
El extraordinario apego
al derecho internacional de México, la alianza que ha hecho con Uruguay y con
los países del Caricom configuran la otra cara del Grupo de Lima, la de la
América Latina y caribeña profunda que desea retomar la senda de los
libertadores, la senda de la independencia y la de la libre autodeterminación.
La solidaridad con
Venezuela ya está generando inéditas alianzas de fuerzas populares,
democráticas y apegadas a la paz que se encontraban distanciadas en el pasado
reciente. Estas fuerzas y organizaciones políticas y sociales en Argentina, en
Uruguay y en Chile, por ejemplo, también se han puesto en la primera trinchera
para enfrentar al imperialismo. La invasión militar a Venezuela se podría
transformar en la primera batalla de una nueva ruta a Ayacucho. Si la solidaridad y el apoyo al pueblo de
Venezuela en resistencia también sirve para que las diferentes organizaciones
de los pueblos hermanos superen el enfrentamiento fratricida y busquen caminos
de unidad en contra del enemigo común, la nueva etapa de luchas será
indudablemente una nueva etapa de victorias.
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