El
problema de la sostenibilidad del desarrollo humano termina por ser subversivo
para un orden histórico sostenido por el despilfarro simultáneo y constante –a
un ritmo superior al de toda posibilidad de sustitución- de las dos condiciones
fundamentales de toda producción: la tierra y el trabajo.
Guillermo Castro H. / Especial para
con Nuestra América
Desde
La Habana, Cuba
En lo
más esencial, el ambiente es el producto de las intervenciones humanas en el
mundo natural a lo largo del tiempo mediante procesos de trabajo socialmente
organizados. Lo fundamental, aquí, es el hecho de que las relaciones entre la
naturaleza y el ambiente cambian en la medida en que lo hace la organización
social del proceso de trabajo que las vincula entre sí.
De
este modo, cada sociedad produce un ambiente que le es característico, y que
cambia con ella hasta llegar, usualmente, a un punto de contradicción en que a
ese ambiente le es imposible sostener el desarrollo de la sociedad que lo ha
producido. Esto, a su vez, contribuye a agudizar las contradicciones internas
de la sociedad en cuyo marco tiene lugar la relación entre ambos, y hace parte
de la crisis general del conjunto.
Hoy
sabemos que ese tipo de crisis contribuyó a la desaparición de civilizaciones
civilizatorios del pasado, y amenaza a la civilización que conocemos. Todo
indica, en efecto, que el sistema mundial creado por el capital a partir del
siglo XVI ha ingresado en esa fase de contradicción terminal.
En
este sentido, por ejemplo, el Informe de
Riesgos Globales que publica el Foro Económico Mundial de Davos[1]
destaca la importancia para el futuro del sistema mundial de factores de riesgo
como el fracaso en la mitigación y adaptación al cambio climático; los eventos
climáticos extremos; la crisis del agua; los desastres naturales, la pérdida de
biodiversidad y el colapso de ecosistemas. Tan solo la pérdida de servicios
ecosistémicos, por ejemplo, ocasiona daños a la economía global del orden de
US$125 trillones, una cifra superior en 60% al Producto Bruto Global.
Esto
resalta la sinergia negativa generada por la interconexión entre los diversos
ámbitos de la crisis en curso. Así, el fracaso en la gestión del cambio
climático está vinculado a las tensiones que se incrementan en los ámbitos
geopolítico y geoeconómico del sistema mundial, cuyo ejemplo más visible se
revela en la confrontación constante de la actual Administración norteamericana
con los mecanismos y acuerdos del sistema internacional.
No es
de extrañar que el Informe diga que
es en relación con el ambiente que el mundo camina “como un sonámbulo hacia la
catástrofe.” La crisis ambiental ha venido a convertirse así en el aspecto
principal de la crisis general del sistema mundial, en la medida en que origina
un proceso continuo de destrucción de las condiciones naturales y sociales de
producción, que opera a escala planetaria y encarece y limita en todas partes
la capacidad de crecimiento sostenido del capital.
Esto
tiene especial relevancia en lo que hace al impacto de la crisis ambiental
sobre la geocultura del sistema mundial. Así se aprecia por ejemplo en el
debate sobre el desarrollo sostenible y los 17 objetivos que permitirían
restablecer el equilibrio entre las sociedades humanas y su entorno de aquí a
2030.
Cada
uno de esos objetivos es loable y necesario en si mismo. Por lo mismo, su
conjunto expresa el fracaso de un sistema que ha sido incapaz de proporcionar a
la Humanidad condiciones mínimas de educación, salud, bienestar, equidad y
armonía en sus relaciones con la naturaleza al cabo de doscientos años de un crecimiento
económico sin precedentes en la historia.
Con
todo, lo más notorio del debate consiste en que da por un hecho que el
desarrollo que se desea hacer sostenible es el realmente existente, esto es, el
del capitalismo.
Desde
que nuestra especie alcanzó el dominio del fuego, ha venido generando formas
cada vez más complejas de relacionamiento de los seres humanos entre sí y con
su entorno natural. El capitalismo aceleró este proceso y sentó las bases para
hacer de la Humanidad una comunidad mundial por primera vez en su historia, a
partir de una necesidad inherente de crecimiento sostenido de su capacidad de
acumulación de capital.
Sin
embargo, asumir como natural esta etapa del desarrollo humano nos llevaría a
plantearnos el problema de hacer sostenible el crecimiento sostenido del
capital, cuando de lo que se trata hoy es de pasar a una etapa histórica
superior, que permita hacer sostenible nuestro propio desarrollo como especie.
Desde esta perspectiva, el problema de la sostenibilidad del desarrollo humano
termina por ser subversivo para un orden histórico sostenido por el despilfarro
simultáneo y constante –a un ritmo superior al de toda posibilidad de
sustitución- de las dos condiciones fundamentales de toda producción: la tierra
y el trabajo.
En
verdad, el hecho de que el ambiente sea un producto del trabajo social hace
evidente que si deseamos un ambiente distinto tendremos que crear sociedades
diferentes. Identificar esa diferencia, y los modos de producirla, constituye
una tarea científica, cultural y política de primer orden.
Hoy
contamos con medios para encarar esa tarea. Ellos van desde la capacidad de las
ciencias naturales para identificar un proceso de cambio climático y prever los
riesgos que conlleva, hasta la formación de campos nuevos del saber, como la
ecología política, la economía ecológica y la historia ambiental. Hoy, también,
una conciencia creciente sobre esos riesgos motiva la disposición de sectores
sociales cada vez más amplios a contribuir a mitigarlos.
En
nuestra América, esa disposición crece en particular entre comunidades y
organizaciones indígenas y campesinas, y los trabajadores manuales e
intelectuales de las ciudades. Un claro indicador de ello nos lo dan el
hostigamiento y los asesinatos de quienes encabezan esa lucha cultural y
política.
Berta
Cáceres, en efecto, fue asesinada por oponerse, como indígena ambientalista, al
peligro que para la vida y el desarrollo humano de su gente significaba la
construcción en las tierras de los Lenca de una hidroeléctrica que contribuiría
a hacer sostenible el crecimiento sostenido de la economía realmente existente
en su país.
Tal
es el desequilibrio del mundo. Tal, la necesidad de equilibrarlo.
La Habana, IV Encuentro por el
Equilibrio del Mundo, 30 de enero de 2019
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