sábado, 23 de febrero de 2019

Las legiones marchan hacia Venezuela

Venezuela no debe sufrir la misma desgracia que Numancia, porque allí se define mucho del futuro inmediato de nuestros pueblos: si cae, si las armas del imperialismo y sus vasallos se imponen a la razón, al derecho y la dignidad nacional, toda nuestra América perderá con ella.

Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica

En su novela Numancia (2009, Barcelona: Edhasa), el profesor José Luis Corral reconstruye la historia de veinte años de asedio de las tropas del imperio romano a la capital del pueblo celtíbero, que culminó en el año 133 a.C., cuando la mayoría de los numantinos, después de su feroz resistencia, optó por suicidarse antes de presenciar la caída de su ciudad a manos de las legiones de Publio Cornelio Escipión Emiliano, hijo adoptivo de Escipión el Africano, vencedor de Aníbal en Cartago. En uno de los pasajes finales de la obra, el general victorioso ordena saquear lo que quedase de valor en la ciudad y después prenderle fuego, a lo que Marco Tulio, uno de sus subalternos, replica: -“Pero general, no tenemos autorización del Senado para destruir Numancia”. La respuesta de Escipión fue contundente: -“Aquí la única autoridad válida es la mía”. Corral continúa se relato en estos términos: “Tras ser saqueada Numancia, las murallas y muchas casas fueron derribadas y los legionarios prendieron fuego a lo que quedó de la antaño orgullosa ciudad de los celtíberos. Sus tierras fueron repartidas entre las ciudades vecinas, las mismas que durante el asedio habían aprovisionado a los romanos y habían rechazado ayudar a los numantinos”.

En el vértigo de los acontecimientos que se suceden en torno a la situación de Venezuela, en la disputa de posiciones y argumentos, y entre los bramidos furiosos de Washington y los esfuerzos diplomáticos de países como México, Uruguay, Bolivia y el CARICOM, no hemos podido dejar de pensar en el país suramericano como una Numancia del siglo XXI: esa hacia la que hoy marchan las legiones para ejercer la brutal ley del imperio sobre un pueblo que, desde el triunfo democrático de la Revolución Bolivariana en 1999, bajo el liderazgo de Hugo Chávez, supo recobrar su dignidad en el ejercicio de la soberanía y la autodeterminación, e insuflar ilusión y esperanza en todo el mundo.

Ahora, las especulaciones quedan atrás y ceden su lugar a las amenazas inminentes. Una reciente declaración del Gobierno de Cuba advierte con absoluta claridad el rumbo que toma la intervención militar en ciernes: “Entre el 6 y el 10 de febrero de 2019, se han realizado vuelos de aviones de transporte militar hacia el Aeropuerto Rafael Miranda de Puerto Rico, la Base Aérea de San Isidro, en República Dominicana y hacia otras islas del Caribe estratégicamente ubicadas, seguramente sin conocimiento de los gobiernos de esas naciones, que se originaron en instalaciones militares estadounidenses desde las cuales operan unidades de Fuerzas de Operaciones Especiales y de la Infantería de Marina que se utilizan para acciones encubiertas, incluso contra líderes de otros países”. En el documento, Cuba denuncia las sanciones económicas unilaterales impuestas al gobierno venezolano como un mecanismo para agravar el estado de cosas en el país y así “fabricar un pretexto humanitario para iniciar una agresión militar contra Venezuela”, para lo cual los estrategas estadounidenses se han propuesto “introducir en el territorio de esa nación soberana, mediante la intimidación, la presión y la fuerza, una supuesta ayuda humanitaria, que es mil veces inferior a los daños económicos que provoca la política de cerco, impuesta desde Washington”.

A este plan se han sumado los gobiernos derechistas de Colombia, Brasil, Chile y Argentina, cuyos ejércitos facilitarán fuerzas de tarea y apoyo logístico a los mandos estadounidenses a partir del día 23 de febrero. La declaración del gobierno cubano concluye en estos términos: “Se decide hoy en Venezuela la soberanía y la dignidad de América Latina y el Caribe y de los pueblos del Sur. Se decide también la supervivencia de las normas del Derecho Internacional y la Carta de las Naciones Unidas. Se define si la legitimidad de un gobierno emana de la voluntad expresa y soberana de su pueblo o del reconocimiento de potencias extranjeras”. Nada más cierto.

América Latina está siendo arrastrada hacia un corredor sin salida por las ambiciones de Washington, de los sectores más radicales de la oposición venezolana y de las derechas criollas que acuden al convite como mastines hambrientos. Una conflagración militar en Venezuela -que no sería otra cosa sino una guerra continental- alcanzaría dimensiones dramáticas, como lo ha señalado el expresidente español José Luis Rodríguez Zapatero,  porque la Revolución Bolivariana “tiene una capacidad de resistencia muy superior de la que se imagina la comunidad internacional”; pero además, porque el conflicto irradiaría a toda la región e incluso más allá, por los factores de poder global involucrados en apoyo a uno y otro bando, y la naturaleza de sus alianzas.

Esto crearía condiciones de inestabilidad social, política y militar, que sumirían a los países latinoamericanos en una prolongada crisis, de consecuencias inimaginables. No olvidemos que fue el propio presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, quien declaró en Miami, en un acto de campaña, que después de la aventura suramericana los objetivos de la ofensiva imperial serán Cuba y Nicaragua, para acabar con lo que llamó el nuevo “eje del mal”: Caracas, La Habana y Managua. Y para actuar contra esos países hermanos, el emperador no tendrá reparos en decir, como Escipión Emiliano, que la única autoridad es la suya.

Venezuela no debe sufrir la misma desgracia que Numancia, porque allí se define mucho del futuro inmediato de nuestros pueblos: si cae, si las armas del imperialismo y sus vasallos se imponen a la razón, al derecho y la dignidad nacional, toda nuestra América perderá con ella. Y sin ese valladar inmenso que durante años ha sido la Revolución Bolivariana, la doble amenaza de la restauración neoliberal y del neofascismo se extenderá peligrosamente por el continente, sin contrapesos que pongan freno a su galope mortal. No podemos dejarla sola, aunque no falten gobiernos que opten por la dolorosa traición histórica que sufrieron los numantinos. Necesario es que Venezuela triunfe, y que prevalezca en paz para que siga decidiendo su destino sin interferencias.

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