La destrucción deliberada del Estado de bienestar
conducirá a la entronización de un Estado de malestar de siniestros perfiles.
Pero esto no acaba así. Nuevos movimientos se están gestando, uniendo
indignados y sindicatos. Y de ahí puede surgir un nuevo Estado y un nuevo
bienestar.
Manuel Castells /
Cubadebate
El Estado de bienestar: víctima de la tiranía financiera |
Lo que estamos viviendo en el contexto de la crisis,
en España y en el mundo, es la transición del Estado de bienestar al Estado de
malestar. En la convención republicana de Estados Unidos, que tuvo lugar en
Tampa esta semana, se aclamó un programa calcado del presupuesto que presento
en el Congreso Paul Ryan, el líder más carismático de la derecha. Recortes
presupuestarios a tope en las prestaciones sociales, reducción masiva de
impuestos a los más adinerados y a las grandes empresas y mantenimiento de impuestos
a los sectores medios y bajos.
Así se supone que se reduce el déficit
presupuestario (sobre todo por los recortes) y se estimula la inversión (porque
se espera que los ricos inviertan con el dinero disponible en contra de la
evidencia empírica de los últimos 20 años). Pero, ¿que más da? Ya se encuentran
siempre economistas a sueldo para hacer una gráfica que justifique cualquier
cosa. Se trata de quien tiene el poder de hacerlo. Los republicanos controlan
la Cámara de Representantes, gracias a la ingenuidad de Obama. Y si Romney y
Ryan llegan a la Casa Blanca, será el llorar y el crujir de dientes para la
castigada sociedad estadounidense, con el apoyo de la mayoría de hombres
blancos que son tan racistas como antigobierno por ideología.
Lo más espectacular es el proyecto de liquidación
gradual de Medicare, el programa de salud pública de Estados Unidos destinado a
los mayores. Puede imaginarse una política mas descarnadamente antisocial que
retirar la cobertura de sanidad a los desprotegidos en su jubilación? Era
impensable hace un tiempo, pero en tiempos de crisis todo es posible. Incluso
el que una crisis financiera generada por los financieros desemboque en salvar
a las instituciones financieras y recompensar a sus ejecutivos en salarios e
impuestos para, en cambio, penalizar a los mas necesitados quitando elementos
esenciales de su protección social.
Pero esto no es, como sabemos, sólo una cuestión de
política estadounidense. La estrategia de Merkel y demás dirigentes europeos,
con Rajoy jaleando para que salven al país, y a él de paso, no es diferente. Se
trata de aprovechar el miedo de los ciudadanos para llegar al poder, hacer
creer que hay que elegir entre austeridad y caos, y liquidar, con el apoyo de
un empresariado de cortas miras, lo que era la clave de la sociedad europea: el
Estado de bienestar
Es ahora o nunca. Hay que dejar de pagar a los
parados porque en el fondo son jóvenes vagos sin respeto a la autoridad. A los
pacientes porque consumen excesivos fármacos (y ¿cómo si no prosperarían las
empresas farmacéuticas?). A los profesores que no se resignan a ser gestores de
almacenamiento de niños en lugar de educadores. E incluso a estos funcionarios
públicos exaltados como héroes de la sociedad, bomberos, policías y demás
agentes de seguridad, malpagados, maltratados y obligados a veces a pegar a quienes
con ellos se solidarizan.
Se argumenta que en tiempo de crisis no da para
estos lujos. Olvidando que sólo se sale de la crisis con productividad y
competitividad, lo cual requiere educación, investigación, servicios públicos
eficientes. Las cuentas de la vieja de Rajoy no sirven para una economía
moderna. El problema no es gastar más de lo que se ingresa sino gastarlo mal en
lugar de invertirlo en recursos humanos y de emprendeduría que puedan acrecentar
la economía real y generar más riqueza. Una estupidez recorre Europa: la idea
de que el Estado del bienestar es excesivamente caro y además insostenible
porque el envejecimiento de la población conlleva menos activos y muchos más
dependientes y, además, más caros estos últimos porque no tienen la decencia de
morirse cuanto toca. En el fondo se trata del triunfo de una mentalidad en que
la vida es para producir y consumir y cuando ya no da más hay que eliminar el
desecho o reducirles las prestaciones en consonancia con su irrelevancia. Pues,
¿saben qué? En términos estrictamente técnicos, no es así.
El Estado de bienestar es la base de la
productividad, además de la solidaridad social. En el libro que publique hace
unos años con Pekka Himanen sobre el modelo finlandés mostramos cómo la
productividad y competitividad de Finlandia, entre las más altas de Europa y
superiores a la teutona, estaban basadas en la calidad del capital humano, de
la educación, de las universidades, de la investigación. Y también de la salud
publica (sin corpore sano no hay mens sana). De modo que hay un circulo
virtuoso: el Estado del bienestar genera capital humano de calidad que genera
productividad que permite financiar sobre bases no inflacionistas el Estado del
bienestar. Si se desconectan, se hunden los dos. Porque el tan cacareado
desfase entre activos y pasivos olvida que en esa ratio entre el numerador de
pasivos y el denominador de activos lo importante no es el número en sí sino
cuánta productividad generan los activos para pagar por el costo de sostener a
los pasivos. Si además las prestaciones sociales se realizan con un Estado de
bienestar dinámico y apoyado en tecnologías de información, se abaratan costos.
De modo que es sostenible a condición de generar productividad en la economía y
disminuir ineficiencia (que no empleo) en el Estado mediante una modernización
organizativa y tecnológica del sector público.
Pero hay algo aún más importante. El Estado de
bienestar no fue un regalo de gobiernos o empresas. Resultó en el periodo
1930-1970 (según países) de potentes luchas sociales que consiguieron
renegociar las condiciones del reparto de la riqueza. Y como resultado se
estableció una paz social que permitió centrarse en producir, consumir, vivir y
convivir.
Hoy día se están cuestionando las bases de esta
convivencia. Mal cálculo para sus promotores. Porque la destrucción deliberada
del Estado de bienestar conducirá a la entronización de un Estado de malestar
de siniestros perfiles. Pero esto no acaba así. Nuevos movimientos se están
gestando, uniendo indignados y sindicatos. Y de ahí puede surgir un nuevo
Estado y un nuevo bienestar.
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