Algunos dicen que ya se
acabó la izquierda en Estados Unidos, otros que un nuevo movimiento popular progresista
está a punto de estallar.
David Brooks / LA JORNADA
A pesar de las protestas contra la élite de Wall Street, no hay una alternative de izquierda en EE.UU |
A pesar de brotes
maravillosos de resistencia –entre inmigrantes, trabajadores de salario mínimo,
defensores de derechos y libertades fundamentales, maestros y más– no hay algo
que se pueda llamar “movimiento” popular de izquierda de dimensiones
nacionales. De hecho, describir Estados Unidos ahora es describir un país donde
es inexplicable la falta de una respuesta masiva a tantas guerras y acciones
militares ilegales, la tortura, la violación de libertades fundamentales como
las de expresión, de asociación, de privacidad y, sobre todo la peor
desigualdad económica desde la gran depresión.
Lewis Lapham, gran
ensayista y director de la magnífica revista trimestral Lapham’s Quarterly, pregunta
qué ha sucedido con el “espíritu de rebelión estadunidense” y recuerda que
Thomas Jefferson advertía que “el árbol de la libertad tiene que ser refrescado
de tiempo a tiempo con la sangre de patriotas y tiranos. Es un abono natural”.
Se refería a lo que consideraba un error en la recién elaborada Constitución
que daba demasiado poder al Estado para declarar que los ciudadanos estaban
“fuera de orden”, y argumentaba, según resume Lapham, que “ningún país puede
preservar sus libertades políticas si sus gobernantes no entienden que su pueblo
preserva su espíritu de resistencia, y con ello el acceso fácil a la pólvora”.
Jefferson agregó en su escrito: “Dios no quiera que jamás pasemos 20 años sin
tal rebelión”, algo que percibía no como una insurgencia ilegal, sino como una
recuperación legal.
Lapham recuerda que los
movimientos sociales desarmados de los 50 y 60, con su devoción y sacrificio
“refrescaron el árbol de la libertad” con su sangre. Sin embargo, señaló que el
sistema amplificó el temor de rebeliones violentas, generando una industria de
represión y control pública y privada “para nuestro propio bien. Claro, y sin
dejar atrás nuestro derecho constitucional de ir de compras”. A la vez, el
discurso público se transformó, de voces de conciencia que actuaban “por un
principio y no por un estilo de vida”, en un discurso en el que lo personal se
volvió lo más importante, mientras se iba “comodificando” el espíritu de
rebelión. Por otro lado, los avances en cuanto a “libertad personal” fueron
acompañados con “sistemas de control de muchedumbre mas represivos”. Ahora,
todo está bajo vigilancia. Con ello, argumenta Lapham, en este país se ha
logrado que la palabra revolución ya no sea un sustantivo, sino un adjetivo
para describir nuevos productos.
Adolph Reed Jr.,
reconocido intelectual progresista, provocó todo un debate entre el círculo
liberal aquí al escribir en Harper’s Magazine que la “izquierda” se ha
rendido en este país, por declararse liberal en lugar de radical, y asumir una
postura defensiva expresada casi exclusivamente en el ámbito electoral. Eso,
afirma, obligó a que la izquierda se moviera cada vez más hacia el centro
político al subordinarse al Partido Demócrata, lo que implicó “una reducción de
la visión social” y una “atrofia de la imaginación política” de la izquierda.
Reed critica a la
“izquierda” por su romance con Barack Obama, acusando que esa subordinación a
ese político “es fundamentalmente una expresión de los límites de la izquierda
en Estados Unidos; su declive, desmoralización y colapso”.
“La tarea crucial para
una izquierda comprometida en Estados Unidos ahora es admitir que no existe
como una fuerza política efectiva y que tiene que intentar crear una”, escribe
Reed, subrayando que eso requiere fundar esta fuerza en un movimiento laboral
vibrante cuya resurrección es lo que más urge. Rechaza la idea de que alguna
chispa vaya a detonar mágicamente un movimiento masivo, y tampoco se logrará
construir bases a través de blogs o medios progresistas, sino a la antigua:
organizando y estableciendo relaciones con otros sectores mas allá de los
cómodos circuitos internos de la izquierda.
Jim Hightower es más
optimista. El veterano político y comentarista “populista” (en la definición
estadunidense no se refiere a demagogia, sino a una corriente política
histórica que defiende y promueve los intereses del pueblo contra las cúpulas
políticas y económicas) ve un renacimiento progresista. En un discurso
reciente, comentó que hay indicaciones de un nuevo movimiento que se centra en
el hecho clave de Estados Unidos hoy día: “muy poca gente controla demasiado
dinero y poder, y usa ese control para captar aún más dinero y poder del resto
de nosotros”. Insiste en que esa sensación es visceral para las mayorías y que
“el reciente surgimiento de fervor populista está demostrando una vez más que
la gama política verdadera en nuestro país no es de derecha a izquierda… sino
de arriba abajo: esa es la experiencia real”.
Argumentó que “no
necesitamos generar apoyo público para una política populista, porque ya está
en los corazones, mentes y entrañas de las mayorías, aunque en gran medida no
conocen el nombre de lo que ya sienten”. Por ello se requiere consolidarla y
darle sentido y definición. Subrayó que hay que recordar que “los giros
culturales producen el cambio político, y no al revés”, señalando que este país
está en medio de un gran giro cultural, encabezado por jóvenes, sobre todo los
inmigrantes y la comunidad gay, como nuevos movimientos para incrementar los
salarios mínimos, resistencia cada vez más masiva en el sur contra la agenda
derechista y triunfos electorales progresistas como el recién logrado en la
ciudad más grande del país con el triunfo del nuevo alcalde Bill de Blasio en
Nueva York.
Tal vez, dada esta
dinámica coyuntural aquí, los que se identifican como izquierda en el resto del
mundo deben contemplar entre sus tareas un movimiento de solidaridad con los
que intentan “refrescar el árbol de la libertad” en Estados Unidos.
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