Chávez fue un vendaval que tomó
desprevenidos a propios y extraños, que despertó odios y amores arrasadores,
que sorprendió porque permitió que se concretaran, por primera vez en nuestra
historia, viejos sueños de unión, de colaboración, de dignidad tantas veces
postergados.
Rafael
Cuevas Molina/Presidente AUNA-Costa Rica
Se conmemora, en una Venezuela
asediada, el primer aniversario de la muerte de Hugo Chávez, mientras en El
Salvador el FMLN se apresta para ganar las elecciones del próximo domingo; hay problemas
para la Alianza País en Ecuador, en donde ha habido elecciones para alcaldes; está
próxima la asunción del segundo gobierno de Michele Bachellet en Chile, que
llega apoyada (de forma nada complaciente) por un espectro de fuerzas políticas
más amplio que la antigua Concertación.
Es decir, toda una serie de
acontecimientos políticos que se suceden en menos de diez días en una América
Latina vibrante en la que no se da ni se pide tregua. Entre ellos y a partir de
ellos, se abren trabajosamente paso las tendencias dominantes, las que vienen
caracterizando la dinámica política de la región en los últimos quince años,
las que permitieron que se perfilara una luz de esperanza en el territorio
dominado por las devastadoras políticas neoliberales que nos han asolado desde
los años ochenta.
Esa luz de esperanza tuvo un
catalizador fundamental, Hugo Chávez en Venezuela, que supo atraer hacia sí,
potenciar y canalizar la fuerza de los de abajo, los que hoy, a un año de su
muerte, siguen llorándolo y esgrimiéndolo como estandarte en las
manifestaciones multitudinarias que se organizan no solo para recordarlo, sino
también para defender su legado.
Chávez fue un vendaval que tomó
desprevenidos a propios y extraños, que despertó odios y amores arrasadores,
que sorprendió porque permitió que se concretaran, por primera vez en nuestra
historia, viejos sueños de unión, de colaboración, de dignidad tantas veces
postergados.
Chávez fue el dolor de cabeza de
los Estados Unidos. Por él se dijo que los del Norte se habían descuidado en su
patio trasero, ocupados como estaban con el Medio Oriente. Se lamentaron hasta
las lágrimas los que adorarían que la bandera norteamericana creciera en número
de estrellas a costa de algunos de nuestros países.
Por él la cara de estupefacción de
George Busch en la Cumbre de Mar del Plata cuando, atónito, preguntó por qué no
se aprobaba rápido y festivamente su famoso ALCA.
Por él, por primera vez en su
historia, la ceremoniosa Asamblea General de la ONU riendo, a mandíbula
batiente, ante la invocación del diablo hediondo a azufre, y solo él ¿quién
más, si no?, regalándole a Barak Obama Las venas abiertas de América Latina,
aunque el norteamericano probablemente no lo leerá nunca.
Él, también, la causa originaria
de la rabia y la impotencia de los pudientes, de los niños bien, de los
clasemedieros blanquitos, peinaditos y bien vestidos que salen a protestar en
estos días por las calles de los barrios chic de Caracas. Ellos, instrumento
alborozado del golpe blando que se gesta contra Venezuela y que, según el
manual concebido y armado por Gene Sharp, orienta a que se haga un “cabalgamiento
de los conflictos y se fomente la movilización de calle; se elabore una plataforma
de lucha que globalice las demandas políticas y sociales; se generalice todo
tipo de protestas exponenciando (sic) fallas y errores gubernamentales; se
organicen manifestaciones, trancas y tomas de instituciones públicas (no
respeto a las instituciones) que radicalicen la confrontación”.
El espectro de Hugo Chávez
levantándose en todos los rincones en donde la izquierda y el progresismo
avancen; usándose de estigma a todo lo que huela a cambio.
El chavismo denostado, calumniado,
enlodado y defenestrado por CNN todos los días, a toda hora, provocando rictus
de tensión y odio en el gesto de sus presentadores estrella, de los que viven
en Dallas y se sienten cobijados.
El chavismo sudoroso, negro y
mulato; el chavismo vendedor de helados, de jugos naturales en bolsa plática;
peluquero, recogedor de basura, barrendero.
El chavismo al que tanto temen, al
que tanto desprecian, al que tanto le gritan, al que no pueden ver ni en
pintura.
Ese chavismo está ahí y ahí está Hugo Chávez.
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